Este verano, en las sierras de Rocha, participé en un encuentro que me dejó sensaciones de alegría conocidas, pero casi olvidadas. De vuelta en el campito de Sauce, estuve días pensando en ese optimismo que había experimentado en otras oportunidades pero que hacía tiempo que no transitaba. Hasta que lo recordé: era la misma sensación que había tenido, a comienzos de este siglo, en los foros sociales mundiales. Comprendí entonces que se trataba de un espacio “esencial”. No tenía la inmensidad de los social forums que, con el lema “Otro mundo es posible”, comenzaron a organizarse en Porto Alegre, pero cada participante, cada experiencia compartida fue tan esencial y determinante, que comprendí que había estado entre diamantes.
Si a los foros sociales íbamos soñando otro mundo posible, aquí, en escala diminuta y escondidos entre las sierras, quienes participan han tomado como cierta la posibilidad del cambio y lo hacen real en su día a día y de forma colectiva en la construcción de sus casas, de sus relaciones, de sus dietas, de sus vidas.
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Llegué un viernes a la tarde y luego de armar mi carpa, yendo hacia la zona más comunal, encontré un estanque lleno de hermosos nenúfares blancos. Era maravilloso. A la mañana siguiente, tempranito y llena de esperanza porque llegarían muchas personas, me fui a la cocina y al pasar por el estanque algo me dejó boquiabierta: los nenúfares eran lilas, rosados, ¡y las flores de la tarde anterior ya no eran blancas! Nunca entendí cómo se dio ese cambio, pero algo en el lugar se había transformado.
Comenzaba el encuentro de la Red de Comunidades de Uruguay. Las flores, el paisaje cambiaban. Arribaron más de 100 personas, de todas las edades, y durante cuatro días no paramos de compostarnos.
Con un enorme círculo alrededor del fuego comenzó el encuentro. A cada persona se le entregó un trozo largo de tela, y mientras caminaban en círculo al ritmo del tambor indígena se unieron las puntas de cada tela, generando una red, una tela de araña que representó a quienes estaban allí y los nodos que los conectaban. La red era una realidad, presente, desde cada tierra, desde cada grupo, desde cada colectivo.
En el primer plenario, tempranito para no perder la costumbre de asamblea general, se organizaron las tareas. Quién sabe por qué, decidí estar en el grupo baños. No imaginé la avalancha de trabajo interminable que me esperaba: organizar equipos y horarios para vaciar los cacabaldes en la compostera específica y armar dos baños extra, porque éramos tantos y tantas que las estructuras del lugar no eran suficientes. Construirlos teniendo en cuenta el principio permacultural de no invadir el espacio fue de una exigencia extrema.
Como tuvimos que disponer turnos para cambiar los baldes, quienes éramos responsables del tema, cuando nos cruzábamos en el medio de las sierras, en vez de hablar de las estrellas o de la deliciosa comida vegetariana, nos contábamos cómo era la situación de nuestra propia caca. Me empecé a cuestionar por qué, ante tanta belleza del paisaje de las sierras y de la gente que la habitaba, había elegido justo esa responsabilidad tan asquerosa, pero poco a poco fui comprendiendo que fue la mejor para mí. Fue la tarea más amorosa que hubiera podido tener: miraba las sierras mientras vaciaba cacabaldes, sabiendo que de allí crecería humus para esas mismas tierras. Seguía aguantando la respiración, pero una vez que entendí esto la tarea pasó a ser distinta: era digna. Estaba ayudando a mis compañeras y compañeros del encuentro a que continuase su ciclo natural, porque compostarse es simplemente eso: cerrar y abrir ciclos en armonía. Comprendí, como buena montevideana que vivió la pandemia desde la urbanidad, que tenemos que compostarnos hasta y desde la mierda. No se trata de una idea pesimista, sino todo lo contrario: hasta nuestra caca es semilla de cambio y es necesaria.
—Creo que la pandemia fue un límite para muchas personas. Ha habido una explosión, hay gente que se acerca y pregunta cómo se forma una comunidad, cómo se agrupa. La gente quiere agruparse, saber cómo ir llegando, quiere saber qué maneras diferentes hay de vivir. La pandemia marca también una tendencia a no poder vivir más con las grandes empresas de consumo domiciliario y las plataformas de relacionamiento social, que aumentaron enormemente. Las grandes compañías tratan los alimentos y las relaciones como si fueran simplemente un producto, y eso no nos está llevando por buen camino. Hay una llegada mayor de gente que pregunta y quiere conocer alternativas porque la pandemia fue la última gota y el vaso se derramó —dice José Pedro Álvarez Sosa, compañero de tarea que conduce el programa La caverna de la FM 90.7 de Salinas e integra la comunidad de la cooperativa agraria La Aldea.
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El sentimiento de que aquí y así no se puede da lugar a la búsqueda de un nuevo paradigma que se venía planteando desde el movimiento Otro Mundo es Posible y que ahora, a nivel mucho más pequeño, se transforma en una realidad en la que los grupos y sus proyectos se asientan con ritmo constante y crecen a mancha de leopardo. “Hay infinitas rutas, es necesaria una transición hacia nuevos proyectos, se trata de generar espacios responsables y no tirarse a la piscina donde no hay agua”, dice Luis Fernández, de Permacultura Uruguay, durante el encuentro que se realizó a fines de marzo en Hábitat Permacultural.
La permacultura, como sistema, busca acompasar los proyectos agrícolas, económicos y sociales a las características del ecosistema natural. Como mucha gente está pensando en hacer el cambio, es imprescindible informarse de forma responsable, para no partir huyendo de la ciudad sino con un diseño responsable, nacido de la observación prolongada y desprejuiciada, cree Luis. Hay gente que busca tierra y tierra que busca gente: en el encuentro se armó una cartelera, que llamaron “El Tinder de la red”, que incluía proyectos comunitarios, espacios que reciben voluntariado y gente que se ofrecía para habitar de forma breve, trabajando en el lugar.
El encuentro de permacultura se desarrolló en Tierra Comunal, un hermoso territorio entre las sierras donde la cúpula sonora fue diseñada por el maestro de la construcción en tierra Gernot Minke. Entrar allí es entrar en un templo con techo verde.
—El distanciamiento social durante la pandemia nos mostró que la ruptura emocional y el distanciamiento social son parte de la estructura que tenemos. Las formas en que están hechas las cosas, en que están construidas las ciudades, la forma en que estructuramos nuestra vida cotidiana, en que decidimos educar a nuestros hijos, usar nuestro tiempo libre, todo es una manera cultural que nos está llevando al distanciamiento social y a la ruptura emocional. Decidir no vivir al ritmo natural es una decisión cultural. ¿Es bueno, malo, lindo, feo? Creo que la pregunta sería: ¿nos sentimos felices? ¿Nos sentimos llenos y gloriosos? Tomando como gloria y como éxito ser un ser humano amoroso, amable y lleno de abundancia —dice Ana Laura, una de las anfitrionas.
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El encuentro fue cerrado a quienes viven en proyectos comunitarios, aunque hubo un día abierto a visitantes. Ese lunes se redobló la participación y se realizó una charla introductoria sobre monedas libres y la Red de Economía Alternativa. En la mesa de presentación estaban Helena Almirati, de la Red de Economía Solidaria Uruguay, Álvaro Antoniello, impulsor de la Red Global de Trueque de Uruguay, Walter de los Santos, de Tierra Arcoíris, Gorka, que viene del País Vasco, Faina Molina, de España, y Laura Castelar, de Argentina, quien presentó la moneda PAR.
Gorka vive desde hace un año y medio en Tierra Comunal y desde que volvió de su tierra de origen, donde las monedas sociales son muy utilizadas, comenzó a plantear la necesidad de una red de economía alternativa.
—Acá en la mitad de las sierras hay un montón de gente superválida ofreciendo servicios y productos muy buenos, pero a veces no podemos intercambiar ni hacer girar esa economía porque dependemos de una moneda exterior. Para poder hacer girar esa economía, alguno de nosotros tiene que ir a trabajar fuera, conseguir pesos, volver acá y meter en nuestro pequeño círculo ese dinero para que nuestros servicios y productos puedan estar disponibles para el resto del grupo. También está la posibilidad del trueque directo, pero cuando no puedes hacer un trueque es cuando entra en juego la moneda —comienza a explicar Gorka.
En una comunidad autónoma, la falta de dinero externo puede ser un problema.
—Por ejemplo, aquí tengo amigas terapeutas y yo necesitaría masajes semanales, pero no me lo puedo costear. Sin embargo, soy carpintero y constructor y alguien necesita mis servicios, aunque no sea esa persona terapeuta, entonces ¿cómo podemos hacer girar todo eso? Al final se trata de que el dinero es un acuerdo común que hay a nivel global. Hay que crear pequeñas redes con un acuerdo que sea diferente, que no sea la moneda de uso legal, sino la moneda que queramos o la unidad de cambio. Desde mi punto de vista ni siquiera tiene que ser una moneda, que es un patrón mental: lo que realmente necesitamos es una unidad de valor, es decir, si sabemos que la unidad del tiempo son los minutos, los días, los años, el peso sabemos que son los gramos, los kilos, las toneladas, bueno, ¿cuál es la unidad de medida para el trueque?
Así surgió la idea de la red, que llevó un año de trabajo exploratorio y hoy mantiene encuentros quincenales, que cobraron impulso a partir del Encuentro de la Red de Comunidades.
—Soñamos con una red que no tiene líderes. Yo no estoy ocupando ese rol, por más de que sea quien está proponiendo, entonces está muy en el aire porque no hay nadie que sea protagonista ni esté todo el día en eso, y va poco a poco intentando generar interés en la gente para se vaya sumando —cuenta Gorka.
Las redes de economía alternativa están presentes en muchas partes del planeta. En España y Francia, la Juna o G1 ya genera un movimiento económico perceptible.
Álvaro Antoniello, impulsor de la Red Global de Trueque de Uruguay, aclara que no se busca prescindir de la moneda oficial, ya que hay servicios, como la electricidad, que no se puede dejar de pagar. Pero la propuesta de una economía alternativa que pueda generar intercambios entre las más de 150 personas que forman parte de grupos como la Red de Semillas o la propia Red de Comunidades demostró cuán importante es la posibilidad de que haya otro patrón de intercambio para el sostén de estos grupos, de sus producciones y servicios.
Además, las distintas comunidades se beneficiarían con el intercambio mutuo, sea de productos de agricultura, saberes o servicios de medicina alternativa. Durante el encuentro, me llamó la atención el importante lugar que tienen las farmacias alternativas: ofrecen tinturas, cremas, repelentes, antiinflamatorios, hierbas nativas. En la farmacia del encuentro había una sala especial para los cuidados corporales. Al ingresar, sentí que entré en un altar en el que el templo es nuestro cuerpo.
Pero, volviendo al intercambio, ¿cómo lograr que ese mercado se mueva si quienes producen y necesitan esos productos no tienen dinero oficial? Quizás teniendo una unidad de valor, un software transparente y abierto que registre las transacciones, en el que cada usuario sea una persona real, que parte de nodos territoriales donde las personas se conozcan y en el que la confianza y la no búsqueda de lucro sean la base de la economía alternativa. No prestan unidades de valor, porque no dan crédito.
Aunque el sistema que tiene en mente Antoniello registra los movimientos y tiene una unidad de valor —es decir, es una moneda digital—, no se trata de una criptomoneda cuyo software garantice el anonimato de quienes producen las transacciones. Es decir, la información no estará encriptada. Los bitcoins y otras criptomonedas pueden tener en común con las monedas sociales un soporte informático, pero tienen diferencias importantes.
—Las criptomonedas se basan en la potencia de cálculo, que es básicamente el blockchain, y tienen una naturaleza especulativa, están dentro de la lógica de la economía de mercado, de ganar, no importa que produzcas o no. El bitcoin se puede utilizar para pagar un secuestro, para contratar a un sicario, es totalmente anónimo. Las monedas sociales pueden utilizar o no un soporte digital. La idea de utilizar un soporte digital es porque lo hace todo mucho más práctico y es seguro en cuanto a falsificaciones, pero tiene un respaldo tangible de la capacidad de producción de una persona o de un colectivo. Suponiendo que yo soy peluquero y tengo horas ociosas, en vez de hacer todos los cortes que podría hacer por día, emito órdenes de corte de pelo, pero es algo real: yo corto el pelo, esa es la gran diferencia. Las criptomonedas, en cambio, son bienes digitales y el objetivo es tener más monedas. Las monedas sociales son simplemente medios contables, lo que interesa es satisfacer necesidades reales, conectar a las personas —explica Antoniello.
Cada red alternativa utiliza su propia moneda propia y decide si encriptarla o no. Algunas son encubiertas o anónimas, pero en la que propone Antoniello hay absoluta transparencia: cuando se hace una transacción se puede ver con quién se hace, sus cuentas, con quien negocia, sus movimientos.
—Los bancos hoy en día tienen un software muy privativo, con millones invertidos para que nadie pueda acceder a esa información. Aquí la información, a través de los softwares libres, en vez de ser oculta, es pública, todo el mundo tiene acceso, la información está disponible para todas las personas —dice Antoniello.
En su sistema, cada persona tiene una billetera y puede participar en varias redes o proyectos. Para pertenecer a una red es necesario producir y haber sido presentado por personas físicas, que dan un sello de confianza a quien ingresa. Esas certificaciones, que se consiguen en ferias y mercados alternativos, duran un tiempo determinado, lo que obliga a los usuarios a ser activos en la red y a que si el “dinero” no se usa convenga donarlo, con lo que al mismo tiempo se mantiene el flujo de la red y se estimula la solidaridad entre las personas.
—Las redes tipo cripto quieren el anonimato porque realmente se han convertido en alternativas, pero en alternativas para negocios ilegales a nivel mundial. Todo se puede mover por ahí, nadie tiene control de nada, pueden estar moviendo gran cantidad de millones de una persona a otra sin que nadie tenga control. Es lo que está pasando con los bitcoins: un traficante de Colombia puede vender cocaína en Estados Unidos y paga con bitcoins para evadir controles. Lo mismo pasa con la prostitución infantil o negocios inmobiliarios. Cantidades ingentes de plata y cero control. Eso no es lo que busca una economía social alternativa —apunta Gorka.
Hoy en Uruguay hay algunas experiencias de monedas alternativas: hace unos 20 años, durante la crisis de 2002, tuvieron cierto auge junto con los sistemas de trueque. Hoy funcionan los ñeripesos, que son completamente digitales, el ikigai, en Ciudad de la Costa y Montevideo, y también los soles; los tres tienen un soporte digital, pero con variantes. Los ñeripesos circulan completamente en línea, el ikigai tiene un grupo de gestores con base física y los soles se configuran como una red con nodos. Los tres utilizan un soporte digital y hay ideas de promover sistemas como el G1, que Faina Molina vino a presentar a Uruguay.
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A principios de la década pasada, el ingeniero francés Stéphane Laborde desarrolló matemáticamente el concepto de moneda libre en su obra Teoría relativa de la moneda. Una moneda libre es una moneda basada en un dividendo universal, dependiente únicamente de la oferta monetaria en cada momento, del número de miembros de la comunidad de la moneda y de su esperanza de vida media.
La Juna o G1 es una moneda libre y también una criptomoneda, ya que requiere el uso de blockchain. Cada usuario puede descargar el software y permite hacer operar nodos descentralizados para dar seguridad a la red. No se precisa que el dinero sea creado por bancos centrales o poderosos calculadores. Según la teoría de Laborde, la moneda debe ser creada en partes iguales por cada usuario en el espacio económico y tiempo. Es decir, cada miembro de la red tiene que crear la misma porción de moneda donde esté y en cualquier momento.
Esta creación continua de moneda (sin destrucción aparente) conduce automáticamente a un aumento indefinido de la masa monetaria. Para que en cualquier momento todos creen la misma porción de moneda, esta porción aumenta proporcionalmente y conduce a un aumento exponencial de la moneda en circulación.
La noción de relatividad insiste en que no es la cantidad de moneda lo que importa, sino la parte de la masa que tiene cada uno. Es por esto que, en la moneda libre, la unidad de intercambio no es el número en unidades, ya no hay aumento en la oferta monetaria, sino la distribución equitativa de esta masa monetaria en la red de confianza.
A diferencia de las criptomonedas, las monedas libres no precisan granjas de servidores que consuman energía ni competición por el poder o incentivos para el minado. El gasto energético es muy bajo: se puede calcular bloques (en una base de datos compartida, replicada y escrita de forma descentralizada) con una computadora de baja potencia.
Una moneda libre no se basa en el extractivismo ni en la explotación exponencial, sino que es coherente con el planteo del cuidado de los ciclos naturales que propone la permacultura, lo que genera un nuevo paradigma de respeto, que es lo que muchas personas están buscando.
Puede que estas monedas libres sean más o menos efectivas en este sistema en el que vivimos, pero pueden también ser alternativas secundarias que den respuestas a nuevas formas de vida que buscan ser más humanas.
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En los diferentes círculos alrededor del fuego que estuvo prendido durante todo el encuentro en Rocha, los juegos en una inmensa ronda, el bastón de la palabra y las emociones fueron protagonistas. Una de las preguntas que resonaban era ¿quién soy y qué vengo a compostar? Quienes tienen más asimilado el concepto de compostaje y lo practican en sus vidas están convencidos de que las emociones, así como la materia orgánica, necesitan un diseño, una intención y un espacio específico.
—Compostar nuestras vidas es algo que naturalmente va sucediendo. En lo emocional me composto visibilizando lo que soy; es lo contrario al distanciamiento social. Para poder compostarnos emocional y espiritualmente necesitamos que haya un receptor, o muchos receptores, y no depositarios, sino otros que puedan tomar lo que estoy dando. Por eso necesitamos un otre humano, porque yo visibilizo mis desechos y el otro me devuelve amor, en una situación saludable, y eso no quiere decir que deposito en los demás, quiere decir que crecemos juntos —dice Ana Laura.
La última noche hubo una gran fiesta. Me fui temprano a la carpa. Habían sido muchas emociones y necesitaba descansar. Me desperté antes del amanecer y fresca como el pan amasado a la noche. Salí de la carpa aún en la oscuridad: quería ver el color de los nenúfares con otra luz. Pero antes de llegar al estanque, una luna apenas creciente que se lucía entre las sierras captó mi total atención. Intenté fotografiarla, sabiendo que no tenía la herramienta justa; la observé agradecida y seguí mi camino.
Pude dar solo cinco pasos y un carpincho, bastante grande, me paralizó. Entonces giré para tomar otro camino y ahí descubrí que había otros cinco carpinchos. Me observaban, los grandes y los pequeños, en silencio, pacíficos, pero con mucha más seguridad que yo. Sus ojos grandes miraban sin pestañar. En ese momento miré al primer carpincho y le dije: “Perdón, pero acá es entre tú y yo, carpincho...”, y comencé a caminar muy lento, pidiendo permiso, observando los nenúfares, que aún eran rosados. El carpincho me miraba, dejándome claro que ese era su lugar, mientras yo daba pasos suaves y tímidos, intentando no transmitir mi terror de bicho urbano, hasta que lo dejé atrás, a él y a su tribu, buscando a toda velocidad llegar al fogón.
Allí estaban los guardianes del fuego comenzando el día. Fui a buscar agua para la caldera gigante, llenamos todos los termos y el sol comenzó a entibiar esa última mañana de encuentro. Era hora de atesorar los diamantes en los bolsillos: números de teléfono, contactos para ir a visitar cada comunidad, cada proyecto que hay en Uruguay, desde Cerro Largo hasta Colonia, desde la costa de Rocha al centro de Uruguay, sabiendo que otro mundo es necesario y ese mundo está sucediendo ya.