Con tan sólo 15 años, presidió el Centro de Estudiantes del ultrapolitizado y exigente colegio Carlos Pellegrini y no vaciló en utilizar el puesto para hacer escuchar sus reclamos. Antes de terminar el secundario, Ofelia Fernández se había convertido en la cara más ruidosa de la lucha feminista en la Argentina y a los 19 juraba como legisladora porteña por el Frente de Todos, la coalición peronista que formalizó la alianza de dos que hoy son enemigos íntimos: Alberto Fernández y Cristina Kirchner.

Ofelia tiene algo que incomoda profundamente a la derecha argentina, que le sigue los pasos sin descanso, aun cuando en su corta pero destacada carrera política todavía no haya tenido tiempo de equivocarse. Que no terminó el secundario, que cobra un sueldo de 300.000 pesos, que se levanta a las tres de la tarde, que su mamá forma parte de la ruta de la corrupción kirchnerista. Que es homofóbica, porque cuando tenía diez años publicó en Facebook un insulto a un equipo de fútbol que incluía la palabra puto. Que merece ser violada en manada y descuartizada, pero que es tan fea que nadie se anima a hacerlo. “Que te pases por la marcha anticuarentena, gorda, así te hacemos desaparecer”.

Es octubre de 2020 y hace meses que Ofelia está en un cuarto oscuro, tomando a cucharadas el jarabe de los trols. No están las chicas que forman una marea verde en Plaza de Mayo ni las que se quieren sacar una foto con ella. No hay mozos que le regalen el postre en un restaurante ni colegas en los pasillos. Ni siquiera hay Legislatura. Sólo una pantalla y su cara, a la luz blanquecina del ciberbullying y la posverdad.

Pero ese viernes de octubre, la pantalla cambia de color. La revista Time acaba de elegirla como una de los diez líderes de la próxima generación, destacando su militancia feminista. Todos los diarios argentinos replican la noticia y los trols pulverizan sus pestañas en Google Translator para tuitear communist bitch bad taking college. Ofelia escrolea y ríe.

“Era mi cumpleaños”, recuerda con una sonrisa, pero es sólo una expresión centennial argentina que significa que ese fue un día feliz. Su cumpleaños había sido en abril, un mes después de que el presidente Alberto Fernández decretara la cuarentena obligatoria en toda la Argentina. Ella, la de los mil amigos, lo festejó a solas con su mamá, frente a una torta sin velas, porque no podían salir a comprarlas. Ese viernes de octubre, en cambio, fue un día feliz, mucho más que su cumpleaños. Un día que se puso mejor cuando le avisaron que la llamaría la expresidenta y actual vice Cristina Fernández de Kirchner para felicitarla.

De pronto, un número desconocido en la pantalla de su celular. Ofelia se va al cuarto y su mamá, desde el comedor, sólo escucha: muchas gracias, muchas gracias, muchas gracias. Ofelia regresa con el teléfono en la mano y se detiene allí por un segundo. Se tira al piso y llora.

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“Yo le digo que no tiene que leer las redes sociales, pero no me hace caso”, dice el dirigente social Juan Grabois, mentor de Ofelia y artífice de su candidatura a legisladora. Referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, en 2019 Grabois creó un frente antiliberal que buscaba la representación de los movimientos sociales, el feminismo y la juventud. Era el nacimiento de Patria Grande y esa tarde se discutían los referentes. O, mejor dicho, les referentes.

“Estaba todo el tema de la revolución feminista y querían que hubiera alguna compañera mujer”, dice Grabois, vestido con una remera que alguna vez fue negra y un pantalón cargo azul, tipo industrial. “Y yo estaba de acuerdo, pero quería que fuera una piba”.

“Todo bien, pero basta de usurpar las representaciones. Porque todos hablan de las pibas, pero después llegan a los sillones y las cagan. Lo mismo hacen con los pobres, lo mismo hacen con los travas, lo mismo hacen con los indios”, agrega. Cercano al papa Francisco y asesor del extinto Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, Grabois es un caso paradigmático en Argentina, así como lo es su relación con Ofelia. No es habitual ver a un referente popular de izquierda alineado con la Iglesia ni que alguien que está filosóficamente en contra del aborto quiera crear un espacio político con representación feminista.

Foto del artículo 'Ofelia Fernández: la indisciplinada'

Foto: Nadia Petrizzo

“Díganme el nombre de una piba”, dijo aquel día Grabois. “No me importa si tiene cinco pañuelos verdes colgados del cuello, pero que sea una piba”.

Y alguien dijo “Ofelia”.

Horas más tarde, cerveza de por medio, Ofelia tomó su teléfono celular para mandarle un mensaje a Juan Grabois. Lo invitó a su programa de la radio La Colectiva, una señal comunitaria del barrio porteño de Caballito. “¿Vos sos la hija de la Revolución de las Hijas?”, recibió como respuesta.

“Voy a la radio y era una rancheada”, dice Grabois. “Una cosa re improvisada, como son los pibes. Con olor a marihuana... Todas cosas que a mí no me gustan, porque yo vengo de otro lado”. Grabois prende el cigarrillo y piensa. “Me encantó lo que vi: una piba”, confiesa.

Después de la entrevista, le habla a Ofelia de Patria Grande y le dice que debería ser candidata a algo. “Wow, alto ahí”, le responde ella, aunque muestra interés por ser parte del espacio. Juan Grabois había hecho la tarea. Después de escuchar su nombre por primera vez, hizo lo que tres años después de construir políticamente en conjunto le pide a ella que no haga: googlear “Ofelia Fernández”. Leyó un par de entrevistas y descubrió que la piba era algo más que una representación genuina. Era un cuadro político.

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Ofelia se gestó en una Cámara de Diputados. No es una manera exagerada de referirse a su precoz carrera política, es literal: durante los nueve meses de embarazo, su mamá trabajó como secretaria de una diputada nacional. Cuando Ofelia nació, el 13 de abril de 2000, todavía faltaba para que el presidente Fernando de la Rúa abandonara la Casa Rosada en helicóptero, sobrevolando una ciudad repleta de manifestantes, saqueos, huelgas y 27 muertos como saldo de una brutal represión. Pero el estallido social se estaba cocinando y quizás Ofelia tiene algo para decir al respecto, porque, todavía enfundada en pañales, entablaba serias discusiones con su familia utilizando palabras completamente inventadas. “Se paseaba por toda la casa imitando los tonos de una conversación”, recuerda Eva María Mosso, su mamá.

Una noche, Ofelia estaba con su hermano mayor en el dormitorio que comparten. Sentados en el piso, se preparaban para dormir rodeados de libros infantiles, cuando Paulino llamó con urgencia a su mamá. “Me asomé al cuarto y Ofelia estaba leyendo”, cuenta Eva. “Sólo tenía cuatro años”.

En la primaria ya era tan obstinada que, como no le gustaba su nombre, convenció a sus maestras de que se llamaba Emilia. A pesar de los intentos de su madre de aclarar las cosas, un día apareció la libreta de notas a nombre de Ofelia Emilia Fernández.

“La cosa había llegado tan lejos que decidí dejarlo así”, cuenta Eva, a quien sus maestras de primaria tampoco la llamaban como en su casa. En plena dictadura militar, optaban por María: Eva María Mosso había sido bautizada en honor a Eva Perón. Nació en 1973 con la unidad básica completa esperándola fuera del hospital. Sus padres, periodistas, militaban para una agrupación peronista de Mendoza dirigida por Alejandro Gallego Álvarez, quien unos años después fundaría la Guardia de Hierro, una organización política que funcionó como resistencia durante la proscripción del peronismo. Durante la dictadura cívico-militar que gobernó a la República Argentina entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983, los padres de Eva se alejaron del periodismo y la militancia, pero nunca dejaron de hablar de política en la mesa.

Eva, que empezó el secundario en un colegio universitario de Mendoza y lo terminó en el afamado Colegio Nacional de Buenos Aires, creía en la educación pública y eligió para su hija un colegio del Estado, y luego otro, y luego otro. Ofelia pasó por tres primarias distintas, pero en ninguna terminaba de sentirse del todo cómoda. Sus roces con la autoridad se profundizaron en la última: una nena que revisa la agenda en páginas ultrakirchneristas de Facebook no cae bien. Tampoco que quiera hacer los estudios secundarios en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, una de las más prestigiosas de Argentina y de toda Latinoamérica. “Tenía como un aire de pretensión. Incluso una vez un maestro me dijo que no iba a entrar, a pesar de que sacaba buenas notas”, cuenta Ofelia.

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Foto: Nadia Petrizzo

Para ese entonces, ya había desarrollado su personalidad contestataria. Su mamá dice que todo lo argumentaba: “Era muy difícil retarla porque sostenía su posición, pero siempre desde el lenguaje. Con Ofelia fue más problemática la pubertad que la adolescencia. En el secundario encontró eso que tanto buscaba en la primaria: un lugar donde podía ser libre”.

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El Pelle, como se lo llama en la jerga porteña, fue fundado en 1890 por el presidente en cuyo honor se lo nombraría un par de décadas después. Desde 1905, funciona en un edificio histórico, plagado de simbolismos masónicos. Ofelia no había terminado de subir los diez escalones de la perfección y la fortuna que separan la puerta de hierro del hall principal cuando empezó a militar. Con asambleas autorizadas, un centro de estudiantes organizado y reuniones de delegados todas las semanas, “si no salís más o menos políticamente formado sos un tarado”, aseguró Ofelia en una entrevista con su amigo Pedro Rosemblat, aunque sea sólo una hipérbole para exponer sus privilegios.

La militancia es un trabajo de tiempo completo para ella. Cursaba el turno de la tarde, pero llegaba al colegio a las nueve de la mañana y se iba a las diez de la noche. La encaraba con la intensidad que la caracteriza: un verano se obsesionó con la pastelería y preparó más de cinco tortas por día; otro, se inscribió en un club y probó todos los deportes.

A pesar de sus genes peronistas, Ofelia dio sus primeros pasos dentro de una agrupación de izquierda independiente llamada La Emergente. En 2015, su asunción como presidenta del Centro de Estudiantes coincidió con el fin de la década kirchnerista, durante la cual se sancionaron las leyes de Matrimonio Igualitario y de Identidad de Género y se generaron herramientas concretas de participación política de los estudiantes, como el Voto Joven y la Ley de Centros de Estudiantes, que impulsaba la creación y regulaba el funcionamiento de estos organismos. “Mi generación se crio en una Argentina que discutía su techo, más que su piso. Que invitaba a imaginar incluso un poco más”, reflexiona.

Sin embargo, el cuerpo del dirigente de izquierda Mariano Ferreyra, asesinado en 2010, todavía estaba caliente. Julio López había desaparecido en democracia y en las marchas todavía se pedía justicia por Kosteki y Santillán, piqueteros muertos por la Policía. Para Ofelia y sus compañeros de militancia estar con el gobierno era apoyar el statu quo. “Mis abuelos me decían que esperara unos años, que ya me iba a dar cuenta de las boludeces que decía”, cuenta. Y ella “no hay manera”, pero cuando tuvo edad suficiente para votar, ya apoyaba al mismo partido político que sus abuelos. Ofelia no reniega: “Estoy bastante segura de que todo lo que me pasó fue porque en ese momento era parte de una agrupación independiente y pude elegir en qué creer”.

Rápidamente, ganó espacios de representación dentro del Pellegrini y los varones militantes no se lo perdonaron. En 2015, Ofelia Fernández y Victoria Camino conformaron la primera fórmula femenina de la historia del colegio, con lo que abrieron el camino a muchas presidentas que vendrían después. Durante sus dos mandatos recibieron violencia sistemática de parte de sus compañeros: les hablaban por encima en las asambleas o les susurraban al oído cosas que nadie más podía escuchar. “Pibes de esa misma agrupación me han contado que tenían a uno designado para pensar cómo jodernos”, cuenta Ofelia, que, aunque igual se paraba frente a 400 padres a explicar las problemáticas de un conflicto y lograba convencerlos, lloraba con Vicky en el patio del colegio por las agresiones recibidas. “Era un drama total, el final de mi vida. Y ahora cuando miro para atrás, cada vez me parece más una boludez”, dice y reflexiona: “Es el precio que tuve que pagar por no querer ser la que pinta los carteles”.

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En el Pellegrini le decían “pendeja atrevida”. Y, aunque su voz trascendió hace rato los ámbitos estudiantiles, Ofelia conserva intacta su condición. En su primera reunión con asesores del presidente Alberto Fernández en la Casa Rosada, criticó abiertamente a un funcionario histórico. “Yo ahí pensé: ‘La mierda esta piba’”, dice Santiago Legato, su mano derecha. Sentado frente a un café con leche y medialunas en un restaurante ubicado a metros de la Legislatura Porteña, me habla de Ofelia con pasión: “Mientras ella no hiera a quienes quiere defender, no le va a importar quedar mal. De la misma manera que discute conmigo, discute con cualquiera”, dice este amigo devenido prensa, fotógrafo informal y eficaz gestor de agenda.

Por dos años consecutivos, Santiago y Ofelia presidieron los centros de estudiantes de sus respectivos colegios, él en Avellaneda y ella en el Pellegrini. Durante esa época hablaban compulsivamente de política y también lloraron por amor en las plazas de Caballito. Empezaron a trabajar juntos con la candidatura de Ofelia a legisladora y, aunque ella disolvió por completo el despacho que armó cuando ganó, en 2019, Santiago sigue cerca. Es su hombre de confianza.

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“Le va a importar quedar mal en un barrio, con un vecino que le viene a pedir algo o con un centro de estudiantes, porque ella se ve reflejada en esa gente. Pero no se va a enloquecer por el formalismo de la política”, dice. No tiene problema en afirmar que Aníbal Fernández es un salame, firmar una carta en contra de la detención de manifestantes ambientalistas en Catamarca o exponer con un discurso brillante (no de nuevo, Ofelia) a un legislador libertario que ingresó al recinto con más de 30 tuits violentos y personales hacia ella.

Ofelia, según Santiago, tiene muy en claro dónde poner su irreverencia. Grabois, su otro hombre de confianza, habla de “un criterio innato”: “Empalma con cierto sentido común del pueblo. Es una chabona que pega bien en un barrio siendo algo que no tiene nada que ver con un barrio, algo que no pasa con otras chabonas de ese sector. Es muy respetuosa, pero no es falsa. Es más o menos lo que ves”.

“El otro día fuimos a González Catán, a un barrio popular que están construyendo las vecinas con el Movimiento de Trabajadores. Y ella ahí va en modo escucha”, dice Santiago, quien en las cuatro horas de entrevista ya mencionó varias veces esa localidad de La Matanza. Menciona lo que las redes de Ofelia callan. Cuando Pedro Rosemblat, en una entrevista para El Cadete, le preguntó a Ofelia por qué no publicaba nada sobre su recorrida por los barrios, su respuesta fue contundente: “Porque si en esos acercamientos no llego a una conclusión, no voy a sacarme una foto y mostrarla para reforzar no sé qué idea. Para mí, quedaría como una tarada. Tengo poder económico, porque seguramente cobro un sueldo mejor que ellos, tengo poder político, porque soy parte de un espacio de definición, y tengo un montón de privilegios. Entonces, si muestro que estoy ahí y nada más, soy una pelotuda.”

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Ofelia es más o menos lo que es. Con 15 años, no dudó en frenar en seco al periodista Carlos Monti con el “‘chiquita’ no me digas” que se convertiría en su primer viral. Después de esa entrevista, TEDxMontevideo la convocó en 2018 a una charla en la que dijo que “la militancia es una forma de vida que consiste principalmente en cuestionarlo todo. Y en tiempos en que la realidad parece ser un paisaje y nos invitan a pensar sólo en nosotros y nosotras mismas, cuestionarlo todo es revolucionario. Y yo adopté esa forma de vida. Esos son mis principios”.

Vestida de rojo y negro, con el pelo muy corto y planchado, expone lúcidamente que los jóvenes ya no son el futuro: son el presente. Y que una chiquita tiene para aportar al debate sobre la legalización del aborto, y puede hacerlo con gracia: “Además de ser chiquita, soy mujer. O sea que, de vuelta, generalmente no sé de lo que hablo. Puedo hablar de cocina, de maternidad... de cocina... de maternidad... ¡Ah, no! ¡De maternidad tampoco! En Argentina el mes pasado rechazaron el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo, así que sólo de cocina puedo hablar”.

En su primera intervención como legisladora de la Ciudad de Buenos Aires, Ofelia dijo frente a un recinto repleto de hombres y mujeres mayores: “En la calle te dicen que te quieren romper el orto”. Habla de un miedo que tenía a los 15 años y de una realidad que no ha cambiado. Y lo hace dentro de un traje marrón enorme, con un peinado anticuado. Pendeja atrevida, chiquita irreverente: propone la performance de la política y luego la destroza. “Pero ahora no nos callamos más. Robamos ese silencio, nos lo apropiamos. A mí muchas veces me dicen: ‘Loca, estás muy enojada, calmate’. Y... la cosa está para enojarse. Obvio que voy a estar enojada. Yo no voy a sonreír como el patriarcado me pide que sonría”.

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Este pañuelo es nuestro uniforme en las escuelas. Estuvimos siempre en las calles, estuvimos cada martes enfrente de este Congreso reclamando por lo que nos es propio. Somos las que esperan en vela el resultado de esta votación, porque somos las que abortan.

En 2018, Ofelia habló por primera vez en el Congreso de la Nación, en el marco del debate de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. El discurso lo había escrito, corregido y practicado frente a sus amigas del colegio. Son seis y se bancan en todas. Según una de ellas, Fran, Ofelia prepara un discurso como si fuera un papel para una obra.

A los ocho años Ofelia ya estudiaba teatro y a los 15 se cambió a la escuela de Nora Moseinco. Mientras militaba activamente, participó en tres obras y dos películas. Grabando Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky, conoció a Tomás Wicz, un actor emergente de la escena argentina.

En 2019, Tomi Wicz y la actriz Ángela Torres festejaron su cumpleaños en Simona, un antro porteño progrecool, y esa noche Ofelia conoció a la que se convertiría en una de sus mejores amigas. No se habían visto nunca, pero se abrazaron hasta caer al piso, y ahí se quedaron charlando. Rápidamente, se volvieron sisters y ahora comparten viajes, fiestas y guardarropa: con Tomi se saquean seguido y disfrazados condetodo cantan, bailan y actúan. “Tenemos muchos proyectos artísticos falsos, obviamente, secretos. Un dúo musical que hacemos ebrios, cortometrajes, videoclips”. Ofelia también comparte el delirio GDT (Gente de Teatro) con el músico Valentín Oliva (Wos) y con Martín Rechimuzzi, el politólogo que hace comedia dentro y fuera del algoritmo y es dupla en proyectos de diversa índole con Pedro Rosemblat. “Últimamente emprendimos también en el mundo de las coreografías”, dice Ofelia, que ahora aplica la performance a la política.

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“Y ahora les toca a ustedes concedernos la posibilidad de decidir. Batallar contra esta opresión y legalizar el aborto en la Argentina. De lo contrario, ser conscientes de que nos están mandando a morir a su guerra y sin pedirnos permiso”: en marzo de 2018, Ofelia dio un discurso hipnótico, que recorre cada una de las aristas del debate más complejo de la década. Habla de educación sexual, derecho al goce, violencia machista, abuso intrafamiliar, salud pública, desigualdad, falta de información, autonomía del cuerpo. Pero tiene mucho más que eso. Para El País de España, lo explica así: “El camino de las ideas es repetitivo. Gracias al teatro, puedo decir por centésima vez una cosa y decirla con emoción”.

Todas las plazas, las asambleas, las roscas, las pernoctadas confluyen con la tragedia en ese discurso de cinco minutos. Persuasivo y estético, se apega a las reglas aristotélicas de la retórica. Entre el exordio y la peroración, emerge la fuerza transformadora de Ofelia: “Pero a esta altura deberían saber que tenemos nuestro propio ejército y es el que está en avenida Rivadavia gritando ‘aborto legal’”.

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“El mayor patrimonio político de Ofelia es ser representativa del proceso de la Revolución de las Hijas”, dice Juan Grabois. “Yo creo que la política se tiene que llenar de esas representaciones. En el recinto no se puede hacer nada. Es una tribuna para plantear ciertas cosas. Pero sí puede utilizar el espacio de poder que le da ser legisladora y la visibilidad que tiene”.

Ofelia habla de una “legislatura ficcional”. Autora de 181 proyectos de ley y coautora de 939, dice que, con la mayoría de las bancas ocupadas por el bloque macrista, “cuesta que, aunque sea, te rechacen una ley”. “Además de tener todo copado, le sacaron en los hechos muchas atribuciones a la Legislatura”, agrega Santiago Legato. “Hay muchas cosas que define el jefe de gobierno de la ciudad y después se refrendan acá. La verdad es que ni se discute; sale directamente por decreto. Ni te enterás”.

Mientras Propuesta Republicana sigue habilitando la demolición de edificios antiguos en pos de la construcción de departamentos de lujo inaccesibles para gran parte de la población (una situación que agudiza cada año el déficit habitacional en una ciudad con 113.000 viviendas vacías y un creciente número de inquilinos), en la Legislatura se tratan temas como “el Día de la Abeja”. También se aprueban beneplácitos y pesares al cumplirse aniversarios, los diplomas de honor, los repudios y las declaraciones de interés. Aunque apoyó varios, “porque tampoco es que esté en contra”, durante los dos años que lleva como legisladora Ofelia trabajó en los proyectos de ley de emergencia habitacional de la población travesti y trans, la ley de concientización e intervención sobre la exposición a rayos UV y prevención del cáncer de piel, la incorporación de medidores de dióxido de carbono a establecimientos dependientes del Ministerio de Educación y el protocolo para la atención integral de las personas con derecho a la interrupción voluntaria y legal del embarazo. El último, y quizás el más relevante, es un proyecto de ley para mejorar la calidad de los alimentos de los comedores escolares, en donde gran parte de la población sub-18 recibe su única comida del día.

Aunque la mayoría de estos proyectos se encuentren aún en comisión y probablemente no sean tratados nunca, la verdadera construcción de Ofelia parecería estar en otro lado. Santiago Legato habla de aquella vez que recibieron a vendedores ambulantes senegaleses en el despacho, “cuando la mayoría de la gente que trabaja acá los maltrata y, si puede, los echa de sus puestos de trabajo”. “Es importante que ella esté hoy ahí para que mañana haya un pibe de barrio”, dice Juan Grabois. “Y que Ofelia sea un puente para que eso pase”.

“Juan me dio nuevas determinaciones en mis convicciones, que para mí son invaluables”, dice Ofelia hundida en la silla de cuero negro de su despacho. Detrás de ella, un cuadrito motivacional que le regaló el dirigente cuando asumió como legisladora reza:

ACÁ ARRIBA MANDAN LOS DE ABAJO
ACÁ ADENTRO MANDAN LOS DE AFUERA
Ofelia Fernández
Legisladora
Militante popular al servicio del pueblo

“Cristina, Máximo y Grabois”, dice Ofelia. “Para mí son los grandes nombres de la política”. Ninguno de los tres la infantilizó y dice Legato que por eso Ofelia pudo construir vínculos políticos sólidos con ellos.

A Máximo Kirchner se lo presentó Juan Grabois. Ofelia estaba preocupada por una denuncia de abuso dentro de una organización cercana a Máximo. “Nos encontramos los tres en un café y fue amor a primera vista entre ellos”, dice Grabois. Buscaron las pruebas, los testimonios, pero la única denunciante no quería hablar. Se prometieron mantener un ojo sobre el asunto y se despidieron con una sonrisa que significaría el principio de un camino de construcción política. “Lo quiero un montón, me parece un tipo muy lúcido”, dice Ofelia. “La verdad es que me siento superprivilegiada de haber compartido con él tantas instancias, tantas charlas”.

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Cristina Kirchner apareció en la vida de Ofelia mucho antes, interrumpiendo la emisión de la telenovela adolescente Casi ángeles. Desde las cadenas nacionales que tanto molestaban a un sector de la población, Cristina se convirtió en su mayor referente político. Y, aunque su cuarto aún esté empapelado de posters, su reproductor esté viruseado por Taylor Swift y su perra se llame Biti por la banda de pop coreano BTS, Ofelia conserva ese otro fanatismo, quizás el menos adolescente de los tantos que tiene.

Al recordar ese día de 2020 en el que terminó llorando en el piso después del llamado de Cristina, Ofelia cuenta que esa no era la primera vez que hablaban. Se habían encontrado en 2018 en el Instituto Patria, un centro cultural y político que funcionó de base peronista durante el macrismo. “No me acuerdo bien de qué hablamos porque yo estaba en shock. Para mí no era un ser humano, era un semidiós. Encima me preguntaba cosas a mí. Y yo: ‘Cristina, no puedo hablar. Me gustaría que fueras esa charlatana arrogante que inventaron’”.

Ser joven, mujer y cristinista. Para Ofelia, esos son los ejes que articulan el odio que tiene que absorber diariamente en las redes sociales y los medios. Consultada sobre este tema por el periodista Julio Leiva, Ofelia añadió: “Ser joven en sí mismo no debe ser un problema para ellos. El tema es si sos un joven que reproduce lo que el sistema necesita o si sos joven de manera irreverente y confrontativa. Lo mismo siendo mujer, que no es un problema para todas. Es un problema para las feministas”.

“La pérdida de privilegios del patriarcado genera reacciones”, reflexiona Eva, la mamá de Ofelia, que destaca el movimiento feminista como una novedad en lo político. “A ella la atacan personalmente, con un nivel de odio personal ridículo, que en realidad es un ataque al fenómeno político que está representando”.

“Ofelia es un conejito de indias de un nuevo tipo de representatividad política, que encuentra en las redes cierto territorio”, dice Pedro Rosemblat, y cuenta que recorriendo el país le mandaron saludos para ella desde todas las provincias. “Logra que la gente se identifique con ella, y por eso es importante para quienes tienen intereses contrarios a los nuestros neutralizarla todo lo que sea posible y sacarle las ganas de seguir participando, por lo menos de la política formal”.

Es difícil evitar preguntarse si Ofelia alguna vez estuvo a punto de perder esas ganas. Pero la respuesta de todos los entrevistados es contundente: no. Ofelia parece encontrar el antídoto en lo que, en el programa de Santiago Rebord, definió como “círculos de contención”: su terapia, su familia y sus amigos (los que la ven desde afuera y los que tienen, como ella, problemas de rockstars). No son necesariamente aportes finales, aunque aportes al fin.

Ángela Torres, apodada “la niña de camarines” por Rechimuzzi, le dice que no les dé cabida. “Ella empezó su carrera a los 12 años y para mí es un ejemplo de que eventualmente te hacés a prueba de balas”, dice Ofelia. En el polo opuesto, Wos la valida. “A los dos nos pega medio mal la vida, así que con él siempre tenemos conversaciones más neuróticas”, cuenta. “A Pedro le agarra más el rol de la sobreprotectora. Se pone paranoico, cuidándome, poniéndose en ese lugar de atención... Pero me sirve, porque me empiezo a reír de él y termino despreocupándome”. Pedro, al que no le gusta el término sobreprotector, dice que a veces no sabe cómo hace. “Pero tiene una fuerza la enana... Le corre en la sangre un fuego que a muy pocas personas les corre. Hay que aguantársela mucho y yo creo que ella se la aguanta”.

Eva piensa que, en definitiva, no se trata de un fenómeno tan nuevo. Le recuerda al antiperonismo del 55. “Las cosas que le decían a Evita Perón...”, dice y se queda callada un instante, pensativa. Concluye: “Es disciplinador”.