Hay una revolución pacífica en marcha, un movimiento espiritual de la mujer que es difícil de percibir a simple vista. A través de los círculos de mujeres, de mujeres con capacidad sanadora, ¿podría dar la cultura un vuelco? Jean Shinoda Bolen
Hizo el cacao madre con agua diamantina, un frasquito que contiene las aguas de todos los océanos del mundo. El aroma a chocolate emana de la olla que Chechu revuelve con una rama de vainilla. Le reza y la vuelve a tapar. El círculo de mujeres está abierto. La ceremonia del cacao será al atardecer.
En la cocina, que es más grande que un salón escolar, un cartel dice: “En esta casa somos reales, cometemos errores, pedimos perdón, nos divertimos, decimos lo siento, damos abrazos, perdonamos, damos segundas oportunidades, somos pacientes y muy agradecidos y, sobre todo, nos queremos, somos familia”. Desde el ventanal se ven las sierras.
Chechu, una argentina nómade, entra a la sala iluminada con velas, posa la gran olla de hierro sobre la mesa y reparte granos de cacao a cada mujer. Les dice al oído que los lleven a su corazón y les pongan su intención de amor.
Trajo el cacao de un largo viaje. Conoció la planta sagrada durante una reunión de Familia Arcoíris, un grupo que realiza encuentros sociales y comunitarios anuales en bosques remotos de todo el mundo desde 1972, cuando se manifestaron contra la guerra de Vietnam. Comprometidos con la no violencia y el igualitarismo no jerárquico, los Encuentros Arcoíris convocan a miles de personas. Chechu estuvo en el que se realizó en Tailandia, en 2017. Luego viajó por Indonesia en un barco lleno de cacao y mientras navegaba, iba pelando los granos.
—Hicimos el proceso como se hacía tradicionalmente: cosechar el fruto del cacao, abrirlo y enterrar las semillas envueltas en cáscara de banana. En las primeras 24 horas se las deja reposar bajo tierra y en los siguientes dos o tres días, que son de fermentación aeróbica, se abre el agujero, se remueven los granos y se vuelve a tapar. Luego se secan al sol y se almacenan. Pusimos en un barco todos los granos que pudimos y mientras navegábamos, los íbamos pelando para, una vez en puerto, poder molerlos en una maquinola con ruedas y piso de piedra. Las semillas están recubiertas por una baba que es una de las cosas más exquisitas que he probado —cuenta.
Además de ocuparse del cacao, Chechu prepara todos los alimentos del encuentro de mujeres, y cocina como los dioses. No deja de repetir que esa es su forma de cambiar el mundo. Al terminar el retiro, en el que estuvimos juntas tres días, me explica que abandonó la idea de luchar, aunque tiene un pasado marcial: es cinturón negro de taekwondo. Ahora, prefiere el concepto de entrega.
—Mi rol es ayudar en el proceso de autoconocimiento de las personas. Cuando nos abrimos y dejamos caer las corazas somos la medicina, no precisamos la tecnología ni ninguna otra cosa más que abrirnos a un contacto sincero. Mi forma de cambiar el mundo es ponerme al servicio y dar herramientas para que cada uno sea su mejor versión.
La ceremonia del cacao formó parte del encuentro de mujeres Ánima, que se realiza en cada cambio de estación. Esta vez fue a las puertas del invierno, con unas 20 mujeres, en las sierras de Rocha. El retiro funcionó como un círculo de mujeres en el que hubo diferentes actividades y ritos: desde un taller de clown, un encuentro de astromagia y yoga a un baño de vapor conocido como temazcal.
El feminismo místico
—Los círculos de mujeres han sido fundamentales para la organización de los movimientos que hemos tenido que activar, crear y movilizar para defender nuestro derecho a la vida libre de violencia —dice desde México la profesora María del Rosario Ramírez Morales, investigadora del Departamento de Sociología de la Universidad de Guadalajara, que propone el concepto de feminismo místico.
Ramírez explica que los círculos de mujeres son organizaciones voluntarias, “que se plantean como igualitarias, aunque a veces no lo son”, que tienen raíces históricas en la organización de la resistencia. En ellos, dice, se produjo un cruce entre religiosidad y política:
—La espiritualidad se ha politizado y viceversa. Hay espacios en los que el feminismo tomó lugar y hay espacios en los que la espiritualidad femenina también está presente, independientemente de creer en la Diosa, la Pachamama, la Virgen María o de creer en las diosas en abstracto. Las mujeres no dejan de tener fe por ser feministas, y cargan con la postura política que las construye.
Los círculos de mujeres son empoderadores del cambio, sostiene la famosa escritora Jean Shinoda Bolen, psiquiatra, analista junguiana y autora de El millonésimo círculo, un libro basado en su trabajo en la Organización de las Naciones Unidas y sus vivencias con mujeres de senderos vitales en varias partes del mundo. Bolen plantea que esos espacios van a cambiar a la humanidad y que toda mujer los necesita para convertirse en lo que quiere ser. Después de todo, así surgió el movimiento de las mujeres: hablando las unas con las otras.
Hasta hace algunos años, los feminismos miraban lo espiritual con desconfianza, pero los conceptos que desarrollan los círculos de mujeres han ido esparciéndose. El autoconocimiento, la sanación colectiva a través del mirarse las unas en las otras, la apropiación del cuerpo, las decisiones que eso conlleva han sido formas de activar los feminismos, sostiene Bolen.
Para Ramírez, no se trata de solamente juntarse a tomar café, porque en los círculos existe la intención consciente de empoderarse, de compartir y de sanar. El patriarcado, entendido como sistema que pone a la mujer en un lugar de sumisión, deja a cada mujer sola, la separa del resto; el círculo vuelve a unirla. Se trata de una dimensión espiritual que restablece el vínculo con la divinidad, sostiene. Los círculos restablecen el poder de las mujeres para interactuar en la cultura, en los diferentes ámbitos.
Aunque el grueso del feminismo “político” ha mirado de reojo al feminismo místico (o espiritual), en los últimos años ha habido una mayor comprensión de que los círculos místicos no son una simple actividad new age, sino que activan cambios muy profundos en la reapropiación del cuerpo y la escucha entre mujeres, es decir, algo que el patriarcado intenta cortar, porque una sola es mucho más débil que todas juntas.
Las críticas a algunos espacios místicos de mujeres sostienen que se trata de construcciones simbólicas y narrativas esencialistas, que reivindican a la mujer a través de las referencias a la menstruación (la luna), la maternidad, la feminidad. Cabe preguntarse también qué pasa con las mujeres trans en el feminismo místico. ¿Sólo quienes menstrúan, menstruaron o menstruarán pueden participar? ¿La conexión con la luna la tiene únicamente quien posee los órganos reproductivos femeninos?
—Una de las explicaciones que yo encontré en mi trabajo de tesis fue a través del concepto de esencialismo estratégico, de la filósofa india Gayatri Spivak, quien plantea que se utilizan estos elementos esencialistas como forma de movilización política, por ejemplo, en el caso de los indígenas o grupos étnicos, en que se reivindica pertenecer a ciertos grupos para reclamar ciertos derechos. Hay organizaciones de mujeres que recurren al esencialismo estratégico para poder reivindicar sus propias luchas, que son también muy genuinas —responde Ramírez.
Pachamama, mujeres rurales y ecofeminismo
Muchos círculos de mujeres tienen un vínculo especial con la Pachamama, con los pueblos originarios, con el rol femenino en el cuidado del planeta, sostienen visiones circulares de la historia y reconocen sabidurías ancestrales. Muchos se declaran ecofeministas.
—El ecofeminismo está más presente de lo que se cree —afirma Poppy Brunini, agrónoma y referente de la Red de Semillas en Paysandú—, ya que las mujeres rurales de este país y América Latina disfrutan, cuidan los espacios y son ecofeministas, aunque ellas no lo sepan. El ecofeminismo es un concepto que las intelectuales hemos encontrado para analizar el vínculo entre las luchas feministas y la naturaleza, pero las mujeres rurales, que hace muchos años que vienen apostando por ser reconocidas como mujeres trabajadoras, como partícipes de sus emprendimientos, son ecofeministas. Trabajar con ellas conceptos como agroecología y medioambiente es mucho más sencillo que con hombres.
Brunini, además de dar clases en la Universidad de la República, recorre Uruguay trabajando con mujeres rurales, organizando intercambios de semillas y asesorando a diferentes plantaciones en todo el litoral.
—Todos los encuentros que hacemos se abren y cierran con un círculo, que es un espacio imprescindible entre mujeres rurales. Debido a la distancia natural del campo, necesitan encontrarse y compartir de forma amorosa.
En 2019, el colectivo ecofeminista Dafnias publicó Las bases materiales que sostienen la vida, donde, entre otras cosas, registran los distintos grupos organizados que promueven la necesidad de transformar los modelos de desarrollo en Latinoamérica.
—Hay alternativas para vivir distinto. El discurso de que no hay otra opción es muy funcional al sistema porque te resignás, pero hay un montón de gente en distintos lados comprobando que existen alternativas —comenta Lucía Delbene-Lezama, bióloga y cofundadora de Dafnias.
Según Brunini, el vínculo entre el ecofeminismo y la Intersocial Feminista, que nuclea a numerosos colectivos uruguayos, existe principalmente de forma virtual. Si bien se discute sobre temas ambientales y respecto del trabajo de las mujeres rurales, la urgencia de los temas cotidianos dificulta que el movimiento feminista los trate de forma más consistente.
Ritos y diamantes
El altar ha sido uno de los grandes espacios políticos sociales y lo es en los círculos de mujeres. Allí se colocan fuego, piedras, sahumerios, flores, plumas y, a veces, imágenes de deidades femeninas. El altar convoca y contiene la energía del círculo. Desde el centro une, pero también puede romper con la participación de otras, que ven el feminismo como algo político combativo y no siempre se sienten bienvenidas.
—Los altares tienen mucha carga política. Pueden convocar y definir el posicionamiento del círculo que convoca, tienen mucha potencia. A algunas les hará ruido que esté la Santa Vulva y a otras que esté la Virgen de Guadalupe con la luna y la Pachamama —dice la antropóloga Ramírez.
El círculo de mujeres en las sierras se abrió el sábado temprano. Antes de entrar a la cúpula sonora, construida en barro, cada mujer fue purificada con sahumerios. En el centro estaba el altar. Para ellas, los cantos sagrados que entonaban cambian nuestra composición celular.
“Todas somos medicina”, explica Mel cuando abre el círculo. Quiere decir que cada una trae su aporte, su singularidad, sus dones, sus dolores, y en esa unión particular está la medicina que refleja el círculo y su poder. “Vernos reflejadas elimina las frecuencias viejas de vernos con ojos de separación”.
El espacio de astromagia, inspirado en la astrología, duró aproximadamente tres horas. Mel, vestida con un hermoso hábito de lana celeste y tres brillantes en su entrecejo, comenzó hablando del cielo, de Saturno y de cuán importantes son las decisiones que tomamos en enero y febrero.
—La propuesta de la astromagia es conectar con cuando fuimos engendrados, cuando estuvimos en el útero. Venimos de dos personas y necesitamos llenarnos de gratitud para atravesar cualquier experiencia de autoconocimiento, porque cuando nos conocemos más, integramos la consciencia de la vida. La psicomagia es ir hacia ese profundo espacio de reconocimiento sabiendo lo que está pasando ahora en el cielo —explica Mel.
El ritual más esperado del encuentro era el temazcal. Lo guio Ludmila, recién llegada de México, y Gabriela fue la guardiana del fuego. Nos esperaron en el medio de las sierras con el fogón encendido y sus piedras entre las llamas. Una estructura tipo iglú, hecha de cañas tacuara, había sido tapada con mantas. En el centro había un gran agujero en la tierra, que se fue llenando de piedras calientes, cuyo calor activaba el sauna. Nuevamente, un círculo definía los espacios: las piedras que rodeaban el fuego marcaban que sólo podía ingresar la guardiana.
Una vez dentro, todo era oscuridad. Casi desnudas, sentadas sobre la tierra, fuimos cantando y sudando en un sauna que se convirtió en un útero colectivo. Fue como estar en la panza de mi madre.
Durante el rito se abrieron cuatro puertas, es decir, se retiraron las mantas para que entraran las piedras al rojo vivo. Las mujeres más cercanas a la guía —una mujer medicina— iban poniendo sobre las piedras diferentes hierbas, que estaban en una cajita con separadores. Al entrar en contacto con las piedras, las hierbas hacían chispas. Del agua bendecida que Ludmila echaba sobre ellas emanaba un bellísimo vapor. La temperatura dentro de la carpa era altísima, pero afuera rozaba los cero grados.
—Las hierbas son sanadores poderosos —me cuenta Jess en Farmacy, su vivero orgánico, ubicado en Empalme Olmos, Canelones.
Jess hace tinturas madres y está convencida de que las plantas curan no sólo a nivel físico, sino también a nivel espiritual. Es rubia, tiene un marcado acento canadiense y llegó a Uruguay hace 15 años. Me enseña que la tintura madre se prepara con alcohol de cereales, porque tiene la capacidad de extraer los principios activos de la planta medicinal y además es un buen conservador. Prefiere hacerla con la materia prima fresca y orgánica. La deja macerar al menos seis semanas, la cuela y “ahí tienes tu propio medicina”.
—Es necesaria una forma de medicina alternativa porque como sociedad estamos cada vez más enfermos. No es nada nuevo. Hace miles de años que nuestros ancestros se sanan curándose con plantas. Nos ayuda a volver a conectar con una vida más sana y a tomar la responsabilidad de nuestra salud en nuestras manos —me dice Jess, que además lee el tarot, tiene un canal en YouTube y da talleres de huerta orgánica.
Las sociedades se enfermaron cuando empezaron a salir de las prácticas rituales, opina Merilena Vázquez, una terapeuta que hace uso del vegetalismo amazónico desde hace 30 años.
—Los rituales son muy importantes en el proceso de sanación, de transformación, de crecimiento, de maduración. Cierran una etapa e inician otra. Marcan la psiquis a un nivel muy profundo. Por ejemplo, el cumpleaños de 15 tiene sentido no sólo por el vestido o por la fiesta, sino porque hay un pasaje de la etapa de la niñez a una etapa de joven que marca a la mujer. Nos vamos olvidando del ritual y quedan solamente la forma y el vestido, y ahí no hay proceso de sanación. Cuando se encara ese cumpleaños como ritual de pasaje, la persona realmente entiende que hay una etapa que deja para recibir otra y ese proceso de transformación nos sana —dice.
—Leí una vez —me dice Chechu, ya desde Argentina— que en el proceso de hacer chocolate, durante la curva de temperatura se logra el snap, que es cuando lo abrís, hace clac y llega a su brillo final. Eso pasa porque el cacao tiene unos cristales llamados beta que se copian entre sí. Pensé en Masaru Emoto y su investigación sobre los cristales del agua y cómo se copian, comprendí entonces que el cacao es receptivo a la frecuencia que le impregnás. Siempre guardé un poco de mi cacao madre para reproducirlo, y es el que usamos en las ceremonias y encuentros de mujeres, como el que hicimos en las sierras.
Ojalá al bajar de las sierras podamos transmitir, como los cristales de cacao, un poco del brillo que nos rodeó.