La mala noticia para ustedes, manga de descreídos, es que funcionó. A pesar de las advertencias que sabios profetas como Volver al futuro II buscaron transmitirme, aproveché esta nueva era del pensamiento mágico para gestionarme un salto hacia otra línea temporal distinta de la que me contenía. Y lo logré.
La mala noticia para mí es que ahora me quiero volver.
Debo aclarar que no rompí nada, no maté a nadie, no generé una línea temporal paralela en la que el mundo es un lugar horrible gobernado por personas espantosas. De eso no me echen a mí la culpa.
Esta no es mi Volver al futuro II.
Ojalá lo fuera.
Esta es mi La La Land de bajo presupuesto.
Miren que hice todos los deberes: indagué en los confines de la internet hasta interiorizarme por completo en la temática, o casi por completo, porque para seguir tenía que empezar a poner plata y esa era justamente una de las cosas que en mi línea temporal de aquel entonces no tenía. Pero no precisaba ser experta; nada más precisaba que funcionara.
Las primeras señales fueron sutiles. Los colores eran más brillantes. Las cosas parecían estar pasando de otra manera. Yo me sentía distinta, más alegre, como si hubiera nacido en otro país. Todo lo que veía era estéticamente más armónico y exagerado a la vez.
No se imaginan la emoción que sentí cuando logré darme cuenta de que mis esfuerzos no habían sido en vano. Todos esos meses de afirmaciones, mantras y altas vibraciones finalmente habían dado sus frutos. Ahora sí: estaba en la línea temporal que debía ser la más adecuada para mí. Tal como lo había manifestado.
Hasta que pasó lo que pasó.
La primera vez fue muy incómoda. No entendía lo que estaba sucediendo; oscilé entre dudas acerca de mi propia sanidad mental y carcajadas torpemente disimuladas. Díganme ustedes cómo reaccionarían si van a pagar la UTE y de repente el cobrador abre los ojos bien grandes, sonríe hasta que las comisuras de los labios se juntan con sus orejas y se lanza a entonar verso y estribillo sobre la importancia de ser buen pagador.
Ese viernes corrí a casa y no salí más durante todo el fin de semana. Cuando por fin logré calmar mis nervios y tomar el evento como una señal inequívoca del cambio de línea temporal, me animé a prender la televisión y confirmarlo. Después de ver la irrupción de una canción coreografiada protagonizada por los informativistas a la mitad de un análisis del escándalo de corrupción más grande de los últimos tiempos, no precisaba más pruebas.
Por suerte me defiendo tanto cantando como bailando, por lo menos lo suficiente como para existir e interactuar con el resto de los seres humanos que ya están acostumbrados a este contexto. Mi problema, en realidad, es que todavía no he logrado descifrar cuáles son las reglas sociales que exigen, habilitan o prohíben que una persona se largue a cantar en cualquier momento dado.
Si estás en el baile hay que bailar, dice el dicho, y ahora esta línea temporal era mi casa, así que me tuve que animar.
Pero no he logrado embocarle ni una sola vez.
En cada ocasión en que me tiré a ejecutar mi número musical, recibí miradas de rechazo y desaprobación. Por supuesto que pensé que era desafinación o descoordinación, hasta que noté que también ocurría en momentos en los que no hacía nada más que responder con palabras. Eventualmente, algunas almas caritativas me explicaron que no, la fila para el baño en un boliche no es un contexto socialmente aceptable para ejecutar la porción musical de la interacción social y no, una conversación acerca de los beneficios del aloe vera para la piel no es un contexto apropiado para responder únicamente con palabras.
Llevo ya dos cuadernos enteros con listas de casuística de situaciones sociales y todavía no logro extraer conclusiones válidas. Sigo metiendo permanentemente la pata. La inadecuación me está consumiendo la vida, nadie me incluye en ningún plan y la plata que no tenía en la otra línea temporal ahora me la estoy gastando en pagar tutoriales que me hagan entender cómo volver.
Y, en este momento, hago énfasis en que todavía no he podido volver.
Por eso, si están leyendo esto, presten atención de ahora en más: puede que la próxima vez que vayan a comprar tallarines, la fábrica de pastas se convierta en una opereta sobre las bondades o maldades de la harina. Espero, para ese entonces, poder dejarles bien armado un tutorial de retorno o de consejos para la aclimatación social —lo que suceda primero—, que estará disponible on demand por una módica suma.