Las pioneras de Baltasar Brum

En la tarde del viernes 4 de octubre de 2013, Andrea Díaz y Verónica Travieso contrajeron matrimonio en Baltasar Brum, la localidad de Artigas donde vivían y continúan viviendo. Fueron las primeras mujeres en casarse entre sí en la historia de Uruguay.

En setiembre de 2009 se conocieron a través de un chat al que se accedía por el celular y en el que se podía buscar pareja. Verónica dejó su número de teléfono y Andrea se comunicó directamente con ella. Chatearon durante un tiempo sin conocerse en persona, y al año siguiente las dos querían encontrarse, aunque para Andrea, con dos hijas, era difícil trasladarse, pues Verónica vivía en Montevideo. Le dijo que ella sí podía viajar a Baltasar Brum, y así lo hizo. “Vino medio camuflada, porque yo no había ventilado lo mío. La presenté como una amiga que hacía años no veía”, relata Andrea, y agrega que tras un año de convivencia “mucha gente empezó a desconfiar”.

Habían conversado sobre la posibilidad de viajar a casarse en Argentina luego de que en ese país se aprobara el matrimonio igualitario, en 2010, y cuando la ley empezó a analizarse en el Parlamento siguieron su tratamiento y definieron que si se aprobaba, se casarían. En agosto de 2013, la ley entró en vigencia. Para que la madre de Verónica estuviera presente en la celebración, decidieron casarse en octubre de ese año. Supieron que el suyo fue el primer matrimonio entre mujeres en el país luego de la ceremonia, ya que les habían informado que otras mujeres se casarían antes en otro departamento, cosa que no ocurrió.

“Ya eran tres años de convivencia, estaba seguro lo de casarnos para nosotras”. Ambas tienen como referentes familiares a sus madres y comparten que son hijas de padres ausentes. La madre de Verónica sabe que su hija es lesbiana desde muy joven, lo aceptó y la apoyó; la de Andrea no la cuestionó, pero no fue al casamiento.

“Para nosotras fue legalizar lo que ya estaba. Vivíamos en un pueblo chico en el que pensamos que la gente lo iba a tomar mal y no fue así. La gente fue muy respetuosa, no tuvimos problemas, que nos insultaran, por ejemplo. Vivimos en pareja como cualquier otra pareja heterosexual. Nos sorprendió la reacción y para bien”, destaca.

Simulacro de casamiento de parejas del mismo sexo en reclamo de la concreción de la ley de matrimonio igualitario en el servicio civil, el 19 de mayo de 2010.

Simulacro de casamiento de parejas del mismo sexo en reclamo de la concreción de la ley de matrimonio igualitario en el servicio civil, el 19 de mayo de 2010.

Foto: Pablo Nogueira

Andrea cuenta con alegría y orgullo que sus hijas tienen 22 y 20 años, una estudia para ser nurse y otra para ser psicóloga. Cuando ellas eran dos niñas de nueve y siete años, Andrea dio muchas vueltas al modo en que debía comunicarles que Verónica era su pareja, porque pensó que podía ser traumático. Pero no lo fue. “Ya le tenían cariño a Verónica, para ellas era así, la madre vivía con una mujer a la que a veces describen como otra madre más, porque convivieron con ella mientras eran niñas”.

Dos años y medio atrás, esta familia se agrandó: adoptaron a un niño, por ahora en régimen de tenencia compartida con el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU).

Andrea relata esta parte más reciente de su historia: “Una de las cosas que ella me pidió desde que nos juntamos fue tener un hijo. En un principio empezamos a probar inseminación; fue complejo, son cantidad de exámenes y análisis y cuando llegamos al momento, tuvimos un período sin la plata para comprar semen en el banco de semen en Montevideo y se trancó el tema. Mis hijas nos preguntaron por qué no adoptábamos y empezamos a averiguar en el INAU y con un conocido que había adoptado en la ciudad de Artigas. Nos empezamos a animar, estuvimos casi cinco años yendo a talleres en Montevideo, nos anotamos y al año nos llamaron para traer a un niño de un año y medio que ahora tiene cuatro”.

Con diez años de casada, Andrea recuerda que la preocupación que ella tenía era “cómo lo tomarían mis gurisas”; superado eso, lo que dijeran otras personas no era tan importante. “El resto es como todo matrimonio, hay altos y bajos, problemas para resolver, deudas que pagar. Nosotros siempre apuntamos a nivel familiar a tratar de aprovechar los momentos. Hoy estamos solas con el nene porque las dos chiquilinas están estudiando en Salto y no es fácil que vengan seguido. Pasamos tiempo sin vernos, entonces aprovechamos mucho cuando vienen”. Andrea tiene 49 años y Verónica, 50. Hicieron historia “sin la intención de hacerlo, sólo porque nos queríamos”.

El duodécimo país en legalizar el matrimonio igualitario

La ley de matrimonio igualitario fue aprobada el 10 de abril de 2013 y convirtió a Uruguay en el duodécimo país en el mundo que permite el casamiento entre personas del mismo sexo. Ahora son más de 30 los países en esa lista y, en cambio, más de 60 los que directamente criminalizan (seis con pena de muerte) las relaciones entre personas del mismo sexo, según el informe de 2022 de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex.

El proyecto original en Uruguay fue presentado en abril de 2011 por el entonces diputado del Frente Amplio Sebastián Sabini y tuvo como base un documento del colectivo de la diversidad sexual Ovejas Negras.

Tras dos años, fue aprobado con los votos en ambas cámaras de los legisladores del Frente Amplio (de ese partido, sólo el senador Carlos Baráibar argumentó en contra, pero a la votación ingresó su suplente y apoyó la norma) y del Partido Independiente. También acompañaron la iniciativa varios colorados y nacionalistas. Entre quienes se pronunciaron en contra de la ley están el actual presidente y entonces diputado Luis Lacalle Pou y su padre, el expresidente y en ese momento senador Luis Lacalle Herrera, quien se retiró de la sala y su suplente, Ana Lía Piñeyrúa, votó en contra de la norma.

“Lo que no se defiende está en peligro”

El jueves 22 de agosto de 2013, Sergio Miranda y Rodrigo Borda fueron las primeras personas del mismo sexo que se casaron en una sede del Registro Civil uruguayo. El hecho estuvo muy lejos de pasar desapercibido. Fue la principal noticia del día en el país, mencionada en cientos de medios del mundo, y fue la tapa de todos los diarios de la jornada siguiente en Uruguay.

Sergio —actualmente director de la Secretaría de la Diversidad de la Intendencia de Montevideo— destaca que la ley de matrimonio igualitario reconoce y defiende derechos de toda la ciudadanía, “porque lo que pasaba antes de la ley es que había una ciudadanía de primera y otra de segunda en este tema. Una parte tenía derechos y otra no”. Además, añade que el casamiento implica el acceso a otros derechos y servicios para los contrayentes, entre otros, patrimoniales, laborales, de acceso a la salud, además de otros referidos a los hijos propios y adoptados.

Cuando se comenzó a avizorar que la ley sería aprobada, llegaron las consultas de familiares, amigos y activistas sobre si pensaban casarse, ya que hacía años que eran pareja. Ellos coincidieron en que sería importante que la ley tuviera un efecto inmediato al entrar en vigencia y decidieron que se anotarían el primer día que fuera legalmente posible hacerlo.

Sabían que el matrimonio iba a tener trascendencia, pero no pensaron que tanta. “Cuando salimos de casarnos, en la puerta del Registro Civil había más de 100 representantes de medios de diferentes partes del mundo. No puedo olvidar la medialuna de trípodes con cámaras y micrófonos en todos los idiomas, desde árabe a chino, japonés y francés, entre otros. Ahí me di cuenta de la dimensión que eso estaba teniendo y que no tenía nada que ver con nosotros dos, sino con el momento histórico que vivía el país”.

Pasados diez años de ese hecho, Sergio dice que el matrimonio igualitario es un derecho consagrado que hay que proteger. “No dar ningún paso atrás en nada, porque lo que no se defiende está en riesgo. Esto lo digo porque ha habido señales, e incluso manifestaciones de algún representante político diciendo cosas como por ejemplo que hay que rever la ley de matrimonio igualitario y derogarla, al igual que otras, como la ley de interrupción voluntaria del embarazo, de legalización de la venta y el cultivo de marihuana y la ley integral para personas trans. La amenaza no es una paranoia: es real y no es una cosa que sólo suceda en Uruguay. En todo el mundo está habiendo manifestaciones de odio, con la ultraderecha instalada en la institucionalidad política. Y toda esa red, claramente, no actúa por sí sola; están conectados en diferentes países y con un mismo plan”.

Celebración por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, frente al Palacio Legislativo, el 10 de abril de 2013.

Celebración por la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, frente al Palacio Legislativo, el 10 de abril de 2013.

Foto: Pablo Nogueira

Sergio dice que para él y su pareja casarse fue una decisión política y que antes de hacerlo pensaba que el matrimonio era un trámite, un papel y nada más. “Pero la verdad que no es para nada así: hay una responsabilidad civil, es también una toma de conciencia de hacer público tu compromiso con el Estado, con tu cónyuge y con la sociedad toda. Es un contrato que implica muchas cosas. Fue fuerte tomar conciencia de eso, de que oficialmente se terminaba eso de ciudadanía de primera y de segunda, de que eso que no podías hacer, para lo que no existías, ahora sí era una posibilidad. Era ser tenido en cuenta y poder acceder a los mismos derechos y obligaciones”.

A esto se suma que hace diez años las reacciones que recibieron de la gente fueron “con mucha buena onda, positivas y de buenos deseos”. Sergio afirma que estaba preparado psicológicamente para todo, también para que pasara lo contrario, lo que no ocurrió en Uruguay, aunque sí vio comentarios “tremendos” en portales de noticias de América Latina.

En este sentido, se pregunta más de una vez qué pasaría si el primer casamiento entre hombres en Uruguay fuera hoy. “¿La reacción de la sociedad sería la misma, tan amorosa, de abrazo, de deseos de felicidad? La diferencia entre esa época y hoy y ese contexto, del gobierno nacional y los de la región, de esta cultura de las grietas en las redes es sobre lo que hay que reflexionar”.

Por circunstancia de muerte

El matrimonio in extremis, también llamado in articulo mortis o “por circunstancia de muerte”, es una de las formas de casarse en Uruguay y en muchos países del mundo. Está previsto como recurso extremo cuando una persona que quiere contraer matrimonio está a punto de fallecer y suele celebrarse en salas de hospitales y sanatorios, en residenciales geriátricos e incluso en domicilios, cuando la persona recibe cuidados paliativos porque ya no hay nada que hacer.

En Uruguay, el primer matrimonio homosexual fue in extremis.

Sergio Abreu y Antonio Ripoll se casaron el 5 de agosto de 2013. Tres días después, el 8, Ripoll falleció.

La entrevista a Sergio Abreu que publicamos a continuación fue hecha también en 2013 y era parte de un proyecto de tres libros que tendrían como eje la discriminación. El primero, llamado Siete historias de diversidad, que me tocaba escribir a mí y sería editado por Leandro Delgado, terminó por no concretarse. No fue fácil dar con Sergio. A través de un par de fuentes llegué a los nombres de los contrayentes. Luego llamé a varios teléfonos con sus apellidos hasta que di con una familiar de Sergio y le conté mi interés en conocerlo y entrevistarlo. Charlamos un par de veces y luego tuvimos dos entrevistas en el apartamento de Cordón en el que vivía en ese momento.

Antes de publicar esta nota intenté ubicarlo y no pude. En ese marco, encontré una apertura de sucesión iniciada en noviembre de 2021 por el fallecimiento de Luis Sergio Abreu, pero no sé si se trata de la misma persona.

A diez años del primer casamiento homosexual en Uruguay, comparto partes de este testimonio de uno de los involucrados, recabado también hace una década.

In extremis

El lunes 5 de agosto de 2013, en una sala de internación de una mutualista, Luis Sergio Abreu, de 63 años, soltero y artesano, y Antonio Ripoll, de 69 años, también soltero y artesano, fueron las primeras personas del mismo sexo en casarse entre sí en Uruguay. Se conocían desde hacía 41 años. El suyo fue un matrimonio in extremis. El 8 de agosto Antonio falleció.

Terminaba el mes de julio de 2013 y Antonio estaba internado en estado grave desde hacía dos semanas, Sergio lo visitaba varias veces cada jornada y su pareja le hablaba cada vez con más insistencia de que quería casarse. El tema estaba en la agenda de los medios de comunicación porque faltaban días para que entrara en vigencia la ley de matrimonio igualitario en Uruguay.

Para Sergio el matrimonio nunca había sido importante, no lo consideraba una posibilidad, pero Antonio insistía. Un día, una funcionaria de una empresa de acompañantes que pasaba varias horas por día con él y una nurse de la mutualista le dijeron lo mismo: que para Antonio era muy importante casarse y que estaba resistiendo para conseguir hacerlo. Eso convenció a Sergio de concretar el matrimonio y de que tenía que ser cuanto antes. Con el papeleo listo, el viernes 2 de agosto se presentó en el Registro Civil y le dijeron: “El lunes, si su pareja está vivo, siete y cuarto de la mañana esté acá que vamos y los casamos”. Y así ocurrió.

¿Cómo conociste a Antonio, cómo empezó la relación?

A Antonio lo conocí en 1972. Ya para ese entonces mi abuela vivía en San Salvador y Minas y yo vivía ahí cerca de la plaza Suárez. Había vuelto de Paso de los Toros. Yo me había sacado las muelas de juicio e iba con toda la cara envuelta, iba por Minas y 18 de Julio y él estaba sentado ahí, a la pesca. Y bueno, me empezó a seguir como dos, tres, cuatro, cinco cuadras, nos pusimos a charlar, yo con toda la cara envuelta por la operación. Después nos volvimos a encontrar otra vez en el 128, porque él trabajaba en La Aurora, una fábrica textil. Y bueno, nos encontramos dos o tres veces pero nada de nada, onda “hola, ¿qué tal?”; no íbamos a tomar un café, una Coca-Cola y todo lo demás. Eso fue a fines del 72. El 11 de febrero del 73 me encuentro con él de nuevo en un desfile en 18 de Julio; ahí empezamos a hablar y esa noche salimos juntos, nos quedamos, estuvimos juntos de noche. Ahí empezó nuestra relación. Al mes, en marzo, un día voy a la casa de él, que vivía con la madre, y estaba medio triste. “Algo te pasa”, le dije, porque yo veía que algo raro pasaba. Era que él tenía pareja cuando me conoció. Ahí me lo contó y le dije: “Bueno, acá se termina lo nuestro”. A los dos días estaba en mi casa, golpeando la puerta, diciendo que estaba enamorado de mí, que iba a dejar a la pareja. Al mes nos fuimos a vivir juntos. Alquilamos un apartamento en Constituyente entre Minas y Magallanes a dos meses de empezar a salir, de habernos encontrado.

¿Siempre fueron muy cuidadosos de a quién decirle y a quién no que ustedes eran pareja?

Sí, en ese sentido fuimos muy cuidadosos. Aunque todo el mundo sabía, porque nosotros vendíamos, íbamos a la feria; mi madre sabía, mis hermanos sabían, mis sobrinos sabían. Pero nunca ninguna de mis sobrinas, ninguno de mis sobrinos ni mi hermano me vinieron a preguntar si éramos pareja o no. Sabían, pero no era por nada que vieran. Por ejemplo, muchos amigos gais que venían a casa me decían que no entendían la actitud nuestra de no tener una cama de dos plazas. Toda la gente que me rodeaba sabía, pero nos cuidábamos mucho, en todo sentido. Viste que el ambiente de feria es medio machista, digamos, entonces recuerdo que mi hermano era muy chico y empezó a ayudarme a trabajar conmigo; lo llevaba a la feria y había gente que le preguntaba de quién era hijo, si era hijo de Antonio o era hijo mío. Y mi hermano: “No, yo no soy hijo de ninguno de los dos, soy el hermano”. Muchas veces la gente no se animaba a preguntarnos y Antonio y yo pasábamos como hermanos, porque, a pesar de que él tenía siete años más que yo, éramos medio parecidos. Para mucha gente nosotros éramos hermanos. Era muy difícil de sostener decir que éramos pareja, porque era un ambiente bravo, bravo en el sentido de que había muchos prejuicios, entonces te ocupaban el lugar. Vos vas aprendiendo en la vida con las experiencias y yo ya había visto a un homosexual que era muy afeminado al que le hacían la vida imposible, le sacaban el lugar, un montón de cosas.

¿Trabajabas con miedo por esto?

Yo miedo no tuve, pero sí tenía miedo a mi manera de ser. Tengo mucho carácter, soy de ir a las piñas enseguida. Nunca en mi vida permití que nadie me insultara o que me dijera “puto” directamente. Me lo dirían, pero agarraba una baldosa y ya empezaba, pumba. Antonio eso lo sabía, que yo tenía ese carácter, y nos cuidábamos en ese sentido. Una vez me pasó, en la feria de Tristán Narvaja: desarmé un fierro de la carpa y salí “¿qué pasa?, ¿qué pasa?”, y el loco después se tuvo que ir porque lo mataba. O sea, yo no me metía con nadie, pero...

¿Ese era tu lugar en la feria?

Sí, era mi lugar. Cosa que Antonio no, porque para él era todo onda amor y paz. En aquellos años, cuando estaban los milicos, que armábamos acá en 18 de Julio, a veces venían Antonio y mi hermano que era chico diciendo: “Ay, mirá, nos sacaron el lugar”. Allá iba yo con un fierro y empezaba a tirar mesas para el medio de la calle. Había mucho compañerismo, pero había gente que también “ah no, estos son medio raritos, entonces vamos a pasarles por arriba”.

¿Qué vendían?

Mirá, en aquel entonces Antonio viajaba mucho a Rivera, estaba el auge del bagayo y Antonio vendía bagayo. Yo siempre tuve muy buena manualidad: te miraba algo, lo aprendía y ya lo hacía. Después de que volví de Paso de los Toros y estaba con Antonio, él me consiguió trabajo en La Aurora y ahí era estampador textil. Antonio estaba trabajando como administrador. Al mes y medio se enteraron de que éramos pareja y me echaron de la fábrica, justo cuando hacía poco habíamos alquilado un apartamento acá.

¿Qué hicieron?

Era un alquiler caro. Como había tenido la experiencia de que había viajado mucho dentro del país vendiendo lentes, porque mi padrino tenía una óptica, me metí en una importadora a vender juguetes. Y en aquel momento se usaba mucho el amansalocos, que eran todos perritos y gatitos rellenos de arroz. Me digo “esto lo puedo hacer a mano yo”: compré tela, me puse a hacer y empecé a inventar modelos. Entonces nos dedicamos y vendíamos y vendíamos. Yo hacía, cosía a mano, y Antonio salía a vender a los quioscos. Y con eso fue que subsistimos durante mucho, mucho tiempo. Vendíamos en 18 de Julio, además. Antonio viajaba a Rivera y traía bagayo también

¿Y siguió en la fábrica o dejó?

No, yo me fui en abril o mayo de la fábrica y Antonio siguió trabajando hasta noviembre, cuando dejó. Se sintió muy molesto. Y mirá las revanchas de la vida: después la fábrica se fundió y cuando estaba Antonio internado encontré al gerente general que nos echó trabajando en la panadería a la vuelta de la mutualista.

¿Cómo reaccionaste?

Le digo: “Ay, te acordás de...”. El tipo me quedó mirando, aparte de que se lo dije delante de todos los empleados. Le dije: “¿Te acordás que me echaste por puto? Mirá dónde estás vos”. Era un empleado común. La gente quedó dura, pero soy muy rencoroso y eso me quedó, eso me quedó.

¿Sentiste que cobraste una cuenta que nunca ibas a cobrar?

Sí, la vida te da muchas revanchas. A mí la vida me dio muchas, porque me hacés algo y no me olvido, y tarde o temprano he tenido como un desquite. Soy muy rencoroso, lamentablemente, era una de las cosas que Antonio siempre me decía; yo si me hiciste algo, ta, no soy de ir a buscar venganza o enfrentamiento, pero como que tarde o temprano he encontrado una justicia. Para mí hay una justicia divina que dice: “Bueno, acá tenés cierta revancha”. Y después de todo lo que me ha pasado, he tenido muchas satisfacciones, como gente que me vino a decir “pah, me equivoqué contigo” o “mirá, disculpá, me equivoqué con ustedes”. Había mucha gente que no me saludaba y que después me empezó a saludar.

¿Cómo veías que Antonio te dijera que tenía ganas de casarse?

No sé. Incluso tenemos un amigo en común que se fue y se casó en Buenos Aires. Pero yo no... Para mí eran papeles, ¿entendés? Y como nunca fui de exponernos, para mí eran papeles. Lo que valía para mí era el amor y la pasión que nos tuvimos siempre y punto y aparte. Nos aceptaron en mi familia, mis sobrinos le decían “tío”, mi hermano cuando ya estaba casado nos presentaba a familiares de mi cuñada como mis hermanos. Y ya está. Entonces para mí no tenía lógica, era algo que no me despertaba. Sí después, cuando él cayó enfermo, me di cuenta de que para él era algo muy importante. No me di cuenta hasta último momento cuán importante era. Lo interné el 16 de julio y una señora que lo cuidaba fue la que me dijo: “Sergio, mire, para él esto es muy importante, pero muy, muy importante”. Y después una nurse también me lo dijo. Un día me llamaron tres veces de la Española, porque nos habíamos hecho muy camaradas con esa nurse, y me comentó: “Mirá, si él sigue vivo, sigue por eso, porque él quiere casarse contigo. No sé si es porque quiere agarrarte o no”. Nadie entendía el motivo y yo creo que sí, que fue una manera en que él se sintió seguro, que fue como un triunfo que quería en su final, un decir: “Yo logré esto”.

¿Una forma de realización, capaz, de decir “me casé con mi pareja de toda la vida”?

Yo pienso que fue así. Él era muy celoso, me celaba mucho. Era uno de los grandes problemas que teníamos. Por ejemplo, yo me dejé la barba porque así aparentaba un poquito más de edad, él estaba muy avejentado por la enfermedad. Pienso que para él fue un triunfo. Su familia era europea, todo le dieron al hermano grande y al más chico, que era él, siempre le negaron. Por ejemplo, él quiso comprarse una casa en un balneario pero no lo dejaron, y así muchas cosas. Cuando me conoció, yo era un loco del diablo, de decir “vamos pa’cá, vamos pa’llá”, ¿me entendés?

¿Pensás que se le abrió otro mundo contigo?

Claro. Él, por ejemplo, nunca había tenido una mascota porque no lo dejaron; yo tuve perro toda la vida y empezó a tener uno al lado mío. Tampoco jamás en la vida él se había lavado una camisa o se había lavado un par de medias o un calzoncillo, jamás en la vida [risas].

¿Era de una familia de las que se definirían como “acomodadas” entonces?

Claro, ellos eran una familia acomodada, entonces tuvo que aprender eso. Fijate que él trabajó en una embajada, después entró a la fábrica como administrativo. Era un nene de mamá y al lado mío tuvo que aprender de todo. Yo le decía, así, jodiendo: “Mirá, reina, sacate la corona porque acá tenemos que meter huevo los dos, dejá de hacerte la reina, acá vamos pa delante los dos”. Y él siempre decía que al lado mío había aprendido a ser un hombre en todo el sentido de la palabra, a lucharla, a pelearla. Y nunca lo ayudó su carácter porque él era onda de amor y paz, de cierta manera un niño grande. Para él estaba todo bien. Yo decía: “No puede ser, se cae la pared”, él venía con tres curitas compradas y le ponía a la rajadura de la pared. Toda la vida fue así.

Contame cómo fue el día del casamiento. ¿Fue tempranísimo?

Sí. Tenía que ir a buscar un papel y pasé a buscar a la jueza siete y cuarto. Había ido a hablar antes, había empezado ya una semana antes.

¿Para saber cuándo era el día exacto que empezaba a regir la ley?

No, yo quería casarme. Me habían dicho que estaba la ley de concubinato, entonces una señora amiga mía de mucha edad me dijo que en el Pereira Rossell hay un registro. Y Antonio, ya te digo, era todos los días “quiero casarme y quiero casarme”. Bueno, un día fui al registro de ahí; la mujer que me atendió fue fabulosa, todo el grupo fue extraordinario. Se interesó en el caso nuestro, habló por teléfono acá, por teléfono allá, pa, pa, pa, pa y entonces me dijo: “El 2 [de agosto], si él sigue con vida, venime a buscar que yo los voy a casar”. El 1.o él se agrava. El 2, cuando voy a buscarla, la mujer me dijo que no, que se encontraba imposibilitada para hacer esto, y fue cuando habló con la jueza [Luisa] Salaberry. Entonces me mandaron con un papel, yo fui, hablé con la jueza, le expliqué cuál era el problema. Me dijo que estaba mal hecho el papel que me había dado el doctor, que el papel que le tenía que llevar firmado por el médico tenía que decir “gravedad de muerte inminente”. Ese mismo día le llevé el papel y ya me dijeron: “El lunes si está vivo siete y cuarto de la mañana esté acá que los casamos”. Y así fue. A las siete y cuarto de la mañana estuve allá. Cuando voy a entrar me pararon, había cámaras de todos lados, me pararon. “No, no”, digo, “yo vengo a hacer un trámite”. Mi hermano estaba esperando con su coche a la vuelta. Salimos, fuimos al hospital, nos casaron y después la tuvimos que llevar de nuevo al juzgado. Antes, de madrugada, me había venido a cambiar a casa. Me quedé hasta el mediodía con Antonio y a eso de la una de la tarde me vine a acostar para ir de tarde de nuevo. Como a las dos y cuarto estaba durmiendo, suena el teléfono, atendí enseguida: “¿Qué pasó?”. Y era el doctor: “Sergio, a mí me obligan”, me dijo tres veces, “me obligan a hacer esto, a mí me obligan a hacer esto. Hay gente de El Observador, canal 12, canal 10, canal 4 y una revista que piden una entrevista con usted”. Habían ido a la gerencia de la Española y habían pedido y yo no quería saber de nada.

Estabas en otra cosa.

Obviamente, no quería saber nada de nada. Al otro día, el martes, tuve que llevarle un papel firmado por el médico a la jueza que nos casó. Y cuando fui me dijo: “Mire, Abreu, esto explotó mundialmente, fue una cosa increíble, increíble”. Y la verdad que yo...

¿No lo esperabas?

No.

¿Y cuántos días después falleció Antonio?

El 8 de mañana.

¿Él pudo ser consciente de lo que estaba pasando?

Totalmente lúcido, hasta el último momento. Los dos nos habíamos hecho una promesa. Yo tengo una operación al corazón, tuve una hemiplejia, estuve ocho meses sin caminar, una operación de un tumor en el estómago, una operación de una hernia estrangulada. Entonces, todo indicaba que yo me iba a morir primero, no él. Nosotros hablábamos mucho de esto, siempre le decía: “Cuando me esté muriendo, no quiero que vos estés al lado mío”. Y siempre hablábamos con mi hermano, mi cuñada, mi sobrina, que tiene adoración por él, y yo les decía: “El día que el tío no esté, al tío Antonio lo tienen que cuidar mucho, mucho, mucho, porque él no tiene el carácter que tengo yo”. Falleció el jueves. Yo iba de mañana, le daba el desayuno, me venía, hacía mis cosas, que los perros, que esto, que lo otro. Al mediodía iba y le daba de comer y me venía. Y después de noche ya iba para darle la cena y a veces me quedaba, a veces hasta las cuatro, cuatro y media de la mañana. Y la noche del miércoles me dijo: “Quiero que te vayas porque tenés que descansar, andate porque tenés que descansar”. Se quedó María con él, y a los cuatro o cinco días María me llamó y me dijo que esa noche él sabía que se iba a morir.

¿María era la señora que lo cuidaba?

La señora que lo cuidaba de una empresa, fueron maravillosas las personas que lo cuidaron. A todos tengo que agradecerles muchísimo. Empecé a darme cuenta de muchas cosas, aunque te parezca increíble, con 64 años que voy a cumplir, el tiempo que estuvo Antonio internado. Yo recibí un amor impagable esos días tanto de la gente de la empresa como de enfermeros y nurses de la mutualista. “Fuerza”, “qué divino lo de ustedes” eran comentarios que me hacían seguido. Una señora de Secom un día me dijo: “Sergio, váyase, yo lo cuido, yo lo miro porque usted tiene que descansar”. Porque todo el mundo sabía los problemas que tengo y se me notaba que estaba agotado. Y ella viene y me dice: “Sergio, créame que yo lo voy a cuidar porque para mí usted ha sido un ejemplo de vida, usted es un ejemplo de amor. Yo nunca o muy pocas veces en mi vida he visto el amor de dos seres humanos como el que se tienen ustedes”. Ese apoyo de la gente fue imponente. María lo cuidaba y pedía dos turnos para estar con él, porque Antonio era un tipo que te despertaba una ternura especial al rato de estar con él. María me decía: “Yo lo voy a cuidar como si fuera mi hijo, porque él se lo merece y usted también se lo merece”. No te puedo explicar las cosas lindas que viví dentro de lo feo que viví. Tengo que estar agradecido a la vida por el amor que recibí de muchas personas.

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