Al caer la tarde del martes 16 de abril de 1985, una marea de zapatos, corbatas, cabellos batidos y hombreras entrechocaba sus copas de champagne en una celebración inusitada, justo encima de donde antes funcionó el Hospital Fermín Ferreira, destinado a leprosos y enfermos de tuberculosis. El destino, con su irónico sentido del humor, tenía otros planes para ese sitio de reclusión y aislamiento. Esa tarde, exactamente a las 17.30 horas, comenzó a funcionar el centro magnético del consumo montevideano, que fue llamado Montevideo Shopping Center. Las voces críticas no se hicieron esperar. En junio del mismo año la revista Trazos de los estudiantes de Arquitectura publicaba un artículo que ponía en cuestión las modificaciones urbanísticas que implicaba el nuevo centro comercial. Algunos años más tarde, La República de Platón entendió que el shopping no era el problema: era uno de los síntomas de algo más grande, de una serie de transformaciones no sólo urbanísticas sino humanas que se venían gestando de antes... llegaban los mutantes.

La República de Platón fue un suplemento semanal publicado por el periódico La República entre 1993 y 1995. Salió cada viernes con ocho páginas encabezadas por la figura de Platón emergiendo de los contornos de la República Oriental del Uruguay. Era editado por Sandino Núñez, con la complicidad de Ruben Tani como colaborador consecuente y Mario Maciel como coordinador; colaboraban de modo más esporádico Gustavo Verdesio, desde Wisconsin, Estados Unidos, y Gustavo Espinosa, desde Treinta y Tres. Sabemos que el semanario también publicó a autores extranjeros como Jean Baudrillard, Gianni Vattimo, Edward Said, Roland Barthes y Michel Foucault, entre otros; también, que colaboraron unos cuantos autores nacionales (Rafael Paternain, Hugo Achugar) y que Amir Hamed adelantó en esas páginas fragmentos de su libro Retroescritura (1998), pero aquí nos centraremos en los primeros cinco números y en tres temas recurrentes que arrojan algo de luz hacia el presente.

Al igual que el amasijo semántico de las pinturas del Bosco, La República de Platón no tiene una estructura simple, sus artículos no son fáciles de leer, cultiva un estilo enigmático que chivea mezclando lo serio y lo cómico, ese revoltijo que tanto le gusta al arte grotesco; el semanario juega en esos territorios retorcidos que acumulan, entreveran y retuercen un argumento hasta la crueldad de una carcajada. No en vano el primer texto que publica el semanario dice así:

En algunos cuadros de El Bosco, por una grieta en la superficie brillante y tranquila del paisaje surge un carnaval, ya inocultable, de insectos con cabeza humana, de pájaros dentados, de pequeños monstruos y mutantes. De pronto, las etnias hablan, los jóvenes hablan, las mujeres hablan, los barrios hablan, los homosexuales hablan. Siempre hablaron, presumiblemente, aunque ahora las grietas de la escritura han dejado un lugar para la curiosidad, para el interés, para la propia escritura.

Así sonaba La República de Platón el 29 de octubre de 1993. Su primer enunciado resume en una imagen grotesca el panorama que se olfatea a principios de los noventa. A fines de 1993 el mundo entraba en una planicie ideológica levemente ondulada. La caída del muro de Berlín en 1989, la desintegración de la Unión Soviética en 1991 y la rápida occidentalización y entrada rabiosa del capitalismo en territorios ajenos a esa lógica aplanaban el planeta en una cosmovisión única: un paisaje brillante y tranquilo, que reproducía locales de comida rápida, malls y automóviles hasta el infinito. Como pasa cuando queremos aplanar una vieja bolita de papel, el plano se agrieta en algunas zonas más resecas: de allí el Bosco hacía asomar una cabezota coronada de arabescos, carnavales y monstruosidades varias.

Hoy, después de 30 años de esa grieta en expansión, no sabemos bien si estamos a la mitad del corso o si la fiesta hace rato que terminó y todavía no nos enteramos. Por eso, es importante escuchar con atención a estos jóvenes filósofos de La República de Platón para que nos cuenten qué veían, imaginaban y olfateaban hace apenas 30 años, y seremos nosotros quienes deberemos pensar y comparar ese corso emergente con el nuestro.

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Hay algunos conceptos clave que se repiten en el semanario y que pueden ser confusos si uno ingresa desprevenido. Es que la publicación no se presenta, no avisa de qué viene, no es cuidadosa con su lector. Desde el primer instante lo asalta con una serie de imágenes y conceptos apabullante. Da la sensación de que uno ingresa con ingenuidad a un lugar donde se está gestando algo singular y tremendo; el lector allí se siente parado in medias res, desconcertado, con los escarpines bajos.

1. Posletrado

Justo diez años antes de que apareciera La República de Platón, fallecía Ángel Rama en Colombia. Tan sólo un año después se publicó un libro póstumo que sería de referencia para los estudios latinoamericanistas posteriores: La ciudad letrada. Allí Rama teoriza sobre la relación entre la clase letrada y el poder a lo largo de la historia americana, desde la conquista hasta su presente. En ese libro describe las relaciones que entablaron las clases vinculadas con la escritura con el poder y su entorno. Postula que la clase letrada siempre estuvo en una relación estrecha con el poder político y religioso, lo cual se manifiesta en el diseño de las ciudades trazadas por los conquistadores. En la ciudad letrada la escritura está en el centro.

La ciudad posletrada que imagina La República de Platón emerge a principios de los noventa. Es cuando se comienza a reconocer un mundo dominado por los medios masivos: la televisión es el aparato que representa el conflicto. En esa última década del siglo XX el mundo es todavía cambiante, hay una mutación que se está gestando en Montevideo y que los filósofos platónicos ven venir con mucha lucidez. Hoy, 30 años después, esta oposición entre lo letrado y lo posletrado no parece tan evidente, porque el conflicto ya pasó y la letra perdió. Por entonces, el conflicto se palpaba en televisión:

Neber Araújo, perdido en la tormenta eléctrica del collage informativo, fundamenta una ética de la reflexión, de la clasificación y la jerarquía: encuentra en “la cabeza que dirige” el antídoto contra el flujo indiscriminado del satélite [...] todavía hay espacio para organizar y administrar, para segmentar el continuo informativo [...] El salón de clases, utopía de una historia ordenada que estalla cuando empieza la tanda publicitaria. El sistema nervioso central ha desplazado al espíritu. La red telefónica se satura, como la radio, de chistes, de horóscopo, de consejos antidepresivos, de electrocardiogramas. Pronto aparecerá el sermón, el pornófono, la orientación religiosa, la tuboterapia. Todo se comunica, todo interactúa, todo grita.

Por entonces la división entre el informativista reflexivo y la tanda publicitaria se hacía evidente, había un choque de paradigmas comunicativos.

2. Posrestauración

La República de Platón comienza sus publicaciones a finales de 1993. Está escribiendo en pleno segundo gobierno democrático, durante la presidencia de Luis Alberto Lacalle de Herrera, del Partido Nacional: con un floreciente Mercosur y sus discursos de unidad latinoamericana, con una propuesta de modernización del viejo aparato estatal que encontró una oposición triunfante del Frente Amplio y siendo testigo del ascendente Tabaré Vázquez como amenaza política. Antes, Julio María Sanguinetti, del Partido Colorado, había articulado aquella transición en paz, aquella salida de la dictadura en la elección de 1984 que le había conferido la categoría de “gran estadista” que lo aureolaba. Encontraba su coronación en la lucha con el fantasmal referéndum contra la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, en 1989, sobre los crímenes de la dictadura. Esos dos períodos son pensados por La República de Platón como un proceso histórico que se describe con mucha lucidez en su mismo acontecer. Para capturar esas etapas utiliza dos palabras clave. La primera es restauración: el período de Sanguinetti, que todavía sueña con un retorno a una democracia de los años cincuenta, a un mundo previo a la dictadura, a una ciudad letrada, es el momento en que la bolita de papel que había estrujado la dictadura civil militar se intenta aplanar, se trata de suavizar tal como era antes. Luego, el referéndum es pensado como una marca, como un punto de referencia en el que se puede trazar una arbitraria línea que da inicio a la segunda palabra clave, posrestauración: la década del 90, que inicia con Lacalle de Herrera, es cuando la página se comienza a romper, cuando el intento por retornar a un mundo tal cual era se devela imposible. Las grietas aparecen y por allí los monstruos.

3. Mutantes

El mutante es el sujeto en pleno devenir hacia algo diferente, adaptándose a un mundo que también está en proceso de mutación. En el estallido de informaciones simultáneas y sin jerarquías, en un incipiente universo de la imagen, del just do it (sólo hazlo), de la repentina emergencia del shopping center como núcleo de culto al hiperconsumismo, en un mundo productor de más y más basura, material y simbólica, el mutante es cualquiera. El mutante es quien, de manera más o menos consciente, entra en el mundo, interactúa y se adapta. El mutante es quien abandonó, o nunca asumió, la escritura como su interface con el universo. A inicios de los noventa, La República de Platón pensaba que la escritura ya no era capaz de nivelar el poder adquisitivo; el rico y el pobre no podían nivelarse por efecto de la escolarización, porque la escuela le habla a alguien que ya no es:

El proceso fue asombrosamente rápido (84-85) la escritura ocultó y camufló al mutante, quiso volver a funcionar como en los 50. Entre —digamos— el 87 y el 90, la escritura ya quebrada y vulnerable, vio al mutante y quiso teorizarlo, convertirlo en objeto de estudio, escribir el _Libro de las mutaciones_. Ahora (93) el político y el escritor ya no hablan del mutante, sino que intentan hablarle al mutante porque el escritor y el político ya no tienen con quien hablar, solo hay mutantes.

Iluminaciones

Prosiguiendo el inesperado destino numerológico de este artículo, distinguiremos tres temas importantes abordados en las primeras publicaciones de La República de Platón que encuentran su proyección en el presente.

Parte del panel central, _El paraíso_, del tríptico _El jardín de las delicias_, del Bosco, 1490-1500.

Parte del panel central, El paraíso, del tríptico El jardín de las delicias, del Bosco, 1490-1500.

Primer caso: los intelectuales en la ciudad posletrada

El artículo inaugural del suplemento llevaba por título una pregunta a modo de recetario. Con el mismo afán clasificatorio y cientificista de una guía para diferenciar los hongos venenosos de los comestibles, plantea la siguiente interrogante: ¿cómo se reconoce, hoy, a un intelectual? Interrogante que no tardará en responder. El artículo lo firma Alonso Miranda, uno de los tantos seudónimos utilizados por sus redactores principales, y comienza así:

El Uruguay mutante es el de la posescritura. Es el fracaso del proyecto de restauración del gobierno de Sanguinetti en el 85, y de los modos cultos librescos y teóricos de hacer política. Es la mutación del político-intelectual-teórico-crítico por excelencia —la izquierda. La política se procesaba en el laboratorio de la escritura y también allí se evaluaba. Teoría de revoluciones, teoría de la revolución uruguaya, nos permitía debatir la acción en el horizonte de la escritura [...]. El Uruguay mutante es el de la posescritura: la caída del ambiente escrito, como la casa Usher. Los discursos sociales comienzan a producirse, a circular y a leerse con otras reglas. El espacio privado asalta al público, lo vacía y los trasviste. Allí donde había una biblioteca y una pluma, en suma, una mente, hoy hay un orador de feria, un gesto [...]. Una especie de big bang silencioso hizo volar el gran cuerpo de la identidad civil, en infinitas micropartículas que comienzan a dibujarse con más nitidez y fuerza a medida que se alejan del centro frío de la explosión. La educación sigue intentando construir ciudadanos, pero el ciudadano ya no es el agente de la historia. La política sigue interpelando al ciudadano, pero el ciudadano se metió en su casa, en su barrio, en su ocupación, y se convirtió en otro. El ciudadano, el hombre universal de la escritura, se convirtió en _neighbour_, el vecino, el hombre regional-global de la televisión.

Así sonaba La República de Platón despertando la década del 90. En ese mundo, el intelectual tuvo dos opciones: sumarse a las mutaciones o devenir en cosa petrificada. La segunda parte del artículo propone una cartografía de intelectuales que pueden distinguirse en la ciudad posletrada:

Casta de intelectuales ilustrados: “Montevideo está sucia y terraja, no podemos repetir el nivel de excelencia universal del 900, no tenemos una gran literatura, no ha nacido otro Torres García, la ciudad se llena de carritos de basura y medios tanques, los jóvenes hablan como Tinelli [...]. Estos intelectuales pueden ser peligrosos, pues suelen ocupar lugares importantes de decisión”.

Los que no hacen caso: grupo que no se entera de lo que ocurre fuera de su burbuja formada por ensayos, intervenciones académicas y científicas, que discute sobre Ludwig Wittgenstein o se enfrenta a la pavorosa métrica de Paul Valéry. Personas que nada saben de lo que pasa en la escalinata del salón donde pronuncian su conferencia.

El idiot savant: similar al Memorioso Freire, personaje del show televisivo Video Match, conducido por Marcelo Tinelli. Son los mejor recibidos por la sociedad, por su capacidad para hacer cuantificable su conocimiento; es el intelectual ideal para un concurso de preguntas y respuestas en la televisión.

Los bricoleurs: “[...] service de la pequeña alma conflictuada de una capa media decadente, que antes encontraba sus respuestas y alivios en la militancia cultural o política, en el teatro, en la metafísica [...] I ching, flores de Bach, musicoterapia, Ekroth [psicólogo mediático de ese tiempo], los talleres de expresión, Flores Colombino [sexólogo con mucha exposición en los medios del momento], medicinas alternativas, lo naturista, lo bioenergético...”.

La cartografía es un poco más extensa, pero estos especímenes intelectuales sirven para reconocer el perfil del artículo (en televisión el tiempo es tirano y en prensa pasa lo mismo con el espacio).

Segundo caso: el shopping como nuevo centro de culto

Son varios los artículos que retornan al centro comercial como un signo de la época, pero hay uno especialmente dedicado al punto: “Las neocatedrales laicas del consumo”, de Xavier Uranga (seudónimo). Se trata de una comparación entre el centro religioso barroco y el centro comercial posmoderno. En sus orígenes, entrar al Montevideo Shopping Center era ingresar a un mundo autosuficiente y plácido, donde la temperatura, la iluminación y una permanente sensación de seguridad confluían en un punto para facilitar la comunión comercial:

Todas sus vidrieras son interiores, como ocurría ya en las galerías comerciales pero en circuitos cerrados que recalcan la condición de micromundo, de pequeño planeta independiente en el que la oferta de consumo parece alcanzar un grado de idealización antes insospechado: no hay casi interrupciones entre local y local, entre vidriera y vidriera [...] está abolido el clima: una vez que se ingresa en él, poco recuerda al visitante los incidentes meteorológicos del mundo exterior. Dentro del SC [shopping center] no hace frío y nunca llueve, el aire acondicionado crea la sensación de un clima perfectamente constante y las potentes, sugestivas y estratégicamente ubicadas luces artificiales crean la sensación de un cálido sol interior que nunca declina.

Al igual que la iglesia barroca reservaba sus decorados preciosistas para el interior, el shopping center era opaco y blindado por fuera, pero cálido, luminoso, musicalizado con suavidad y divertido por dentro.

El shopping Montevideo, que nació en 1985, se transformó con rapidez en un centro que atraía a gente que llegaba de todas partes, en auto, taxi, ómnibus o a pie. Se volvió un centro de consumo, pero también un paseo; fue un lugar al que la gente iba a lucir sus mejores ropas, un sitio donde mirar y ser visto. Estar en el shopping era estar en el centro mismo, y así se transformó en un punto de convergencia múltiple. Dice Sandino Núñez en “Introducción ácida a la ciudad posletrada”:

El shopping es un comercio _high_, es locales comerciales con artículos de marca y nombres en inglés o francés o italiano y tarjetas exclusivas, es institución de beneficencia, es circo, es agitación y propaganda comarcal, correcaminata, sorteos, kermeses y baile de campaña: concheto, mundano y careta, y también provinciano, barrial y terrajún, el Yopin es pueblo. Pequeños mundos dentro del mundo, pequeñas ciudades dentro de la ciudad, descentralización más iniciativa privada más espectáculo más etcétera.

Esta confluencia de mundos pareciera haberse regulado. Al día de hoy, cuando tenemos varios centros comerciales y cada uno tiene su estilo propio, es posible recorrerlos y ver cuánto tienen en común con el centro comercial contemporáneo.

Tercer y último caso: lo políticamente correcto

Gustavo Verdesio trató en dos artículos diferentes y desde distintos ángulos el asunto: “Gracias recientes de la retórica protestante” y “En busca de un nuevo lexicón”. Como en los casos anteriores, lo que se trata son síntomas de una transformación más profunda. Verdesio observa las críticas que circulaban, en Estados Unidos, hacia el programa de MTV Beavis and Butt-Head como un síntoma de una nueva retórica impulsada, en ese país, por el Partido Demócrata desde su ala más progresista. Si bien el programa recibía críticas también de los republicanos, los fundamentos eran diferentes. Los últimos decían que Beavis and Butt-Head era un mal ejemplo para los jóvenes estadounidenses y que se habían recibido informes de jóvenes que emulaban el comportamiento de los personajes animados. Pero el artículo de Verdesio se concentra en los fundamentos demócratas: “no es políticamente correcto usar expresiones que puedan ser ofensivas hacia o para esos grupos sociales llamados ‘minorías’ en Estados Unidos, tales como homosexuales, afroamericanos, discapacitados o mujeres”. Y agrega: “Todo esto, que en los papeles suena muy bien, en la práctica se puede convertir en una auténtica pesadilla, debido a los extremos inverosímiles a los que se lleva el análisis”.

Por entonces, la retórica demócrata se estaba ensayando. Todavía no había permeado lo suficiente como para que afectara la decisión de los medios y los consumidores. Beavis and Butt-Head seguía ocupando el espacio central de la programación de MTV. Los programadores querían seguir vendiendo y los consumidores se divertían con eso: “La agenda políticamente correcta surge de otro lugar, son los críticos culturales los que asignan valores y programación ideológica [...] la cosa, como se decía en otros tiempos, pasa por otro lado. Los críticos culturales viven en un mundo, los ejecutivos de MTV, en otro”.

“En busca de un nuevo lexicón” apunta hacia el mismo sitio, pero atendiendo otro síntoma: la música. La década del 90 vio la explosión de bandas alternativas: Pearl Jam, Nirvana, The Smashing Pumpkins, Alice in Chains y muchísimas otras. Lo alternativo se volvió masivo y MTV reservó un espacio para este tipo de bandas que se llamó Alternative Nation. Entonces lo alternativo, es decir lo otro, lo extraño, lo raro se estaba volviendo hegemónico en Estados Unidos:

La misma raíz latina (_alter_, _alienus_: otro) sugiere la pertenencia a una alteridad que, lejos de ser ominosa o evitable, se está convirtiendo en algo deseable. Los jovencitos que hasta hace poco buscaban puntos de referencia culturales comunes que los acercaran a sus semejantes, que los uniformizaran, hoy se desesperan por ser lo más diferente que se pueda. Hoy, ser alternativo es correcto, es más que eso: es casi políticamente correcto.

Todo tarda, pero llega...

Lo políticamente correcto, que hace 30 años se presentaba como una trasformación discursiva que asumían la crítica, la academia y los demócratas estadounidenses, golpeó duro en la comarca recién hace pocos años. Todo llega, finalmente. Los shopping centers demoraron, pero se instalaron. Uruguay fue uno de los últimos países sudamericanos en tener su propio shopping center, junto con Bolivia y Paraguay. Los intelectuales siguen mutando, la escritura, a pesar de todo, se adapta, encuentra huecos y, aunque muy lejos del centro y del poder, bien vendría actualizar la cartografía de intelectuales para ver dónde estamos parados... Ya llegará.