De ningún viaje se vuelve (Roberto Juarroz)

El sábado 22 de octubre ingresaba por segunda vez al Gran Salón del Pueblo y, dentro de él, a su sala principal, esa que había visto en informes de televisión desde hacía décadas. Había sido invitado junto con una decena de periodistas de otros países y la mayoría éramos conscientes de que seríamos pocos los extranjeros presentes durante un acontecimiento histórico para China: el cierre del XX Congreso del Partido Comunista chino y la elección para un tercer período del presidente del país, Xi Jinping, como su secretario general.

El domingo anterior, el 16 de octubre, había ido a la apertura del congreso, en la que Xi Jinping dio un extenso discurso con un informe de lo actuado en los últimos cinco años. En sesiones cerradas, los integrantes del partido debían definir si lo aprobaban, junto con las principales líneas de acción del gobierno en el próximo quinquenio.

Obviamente, Xi dio su discurso en chino y sin traducción simultánea a otros idiomas. Como a mi mandarín le faltan siglos, me concentré en las imágenes del lugar, las personas, los tonos de las voces, a lo que sumé el sonido de la banda militar ubicada a pocos metros de donde estaba sentado.

En el techo del salón, una gran estrella roja y ondas que representan al pueblo se prestan a la contemplación. En la parte de atrás del escenario, el símbolo de la hoz y el martillo es el fondo sobre el que se recortan las principales autoridades partidarias. Más abajo y mirando hacia ellas, se sientan los 2.296 delegados del congreso elegidos entre los aproximadamente 95 millones de integrantes del Partido Comunista de China.

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Llegué al hotel Nikko New Century de Pekín para reportar sobre el XX Congreso. Cubrir un evento de esa magnitud con política de covid 0 en China implicaba aceptar estar durante diez días en una burbuja sanitaria que impedía salir del hotel, con excepción de los traslados al Gran Salón del Pueblo, ese enorme edificio con impronta soviética.

El día estaba nublado. Los controles de ingreso incluyeron un cacheo detallado, previa presentación en la puerta del health kit (un miniprograma en la aplicación WeChat, la más usada en China). El mío estaba en verde, lo que certificaba que los tests de covid de los últimos días me habían dado negativo.

Ingresé al hotel junto a decenas de periodistas de América, África, Asía y Europa. Participábamos en una residencia periodística que duró varios meses, invitados por la Asociación de la Diplomacia Pública china. Con nosotros, también llegaban al Nikko New Century corresponsales de agencias y medios de diferentes partes del mundo.

En el hotel funcionaba el centro de prensa y la sala de conferencias del congreso partidario. En ellos pasaría muchas horas las siguientes jornadas. Allí, en una enorme pantalla, comparecían cada día desde el Gran Salón del Pueblo diferentes congresistas, realizaban presentaciones sobre diversos temas y luego respondían preguntas de los periodistas mediante un sistema de elección que nunca fue explicitado, pero que los interesados en preguntar intuimos que había sido definido previamente.

La cercanía del mundial de fútbol fue un tema de conversación poco antes de una de las conferencias. Un diplomático chino me comentó que los mundiales son cada cuatro años y en diferentes países del mundo, se pueden llenar estadios y van miles de periodistas, mientras que los congresos del Partido Comunista chino ocurren cada cinco años y entra poca gente. “Tiene mucha más chance de ir a un Mundial que de cubrir un congreso del partido, ni lo dude”, agregó sonriendo.

Y así era. En China la mayoría de las personas me miraban con sorpresa cuando se enteraban de que iba a estar —o más, de que había estado— en el congreso del Partido Comunista. Incluso entre los periodistas chinos no es común haber cubierto alguno desde el lugar, sobre todo en el contexto de la política de covid cero que continuaba desde marzo de 2020.

La otra periodista uruguaya que cubrió un congreso fue Laura Olivera, en 2017. En ese momento trabajaba para la radio estatal internacional de China y lo recuerda como un hecho muy importante de su trayectoria. En su caso, sin tapabocas, “en otra China”, como me decían repetidamente muchos locales y extranjeros al referirse a la vida antes de los estrictos protocolos (recientemente finalizados), que incluyeron testeos masivos, cuarentenas obligatorias en casos de brotes y el cierre de fronteras al turismo.

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Xi Jinping, secretario general del Comité Central del Partido Comunista chino, presidente del país y presidente de la Comisión Militar Central, con delegados especialmente invitados y participantes sin derecho a voto, en el congreso.

Xi Jinping, secretario general del Comité Central del Partido Comunista chino, presidente del país y presidente de la Comisión Militar Central, con delegados especialmente invitados y participantes sin derecho a voto, en el congreso.

Foto: Ju Peng, Xinhua, AFP

En el discurso de la conferencia del sábado anterior al inicio del congreso me sorprendí cuando el vocero usó la palabra achinización. Con extranjeros que conocen mucho de la historia de China hablamos de manera informal sobre cómo quienes pasan por el país —incluso para ocuparlo militarmente— se “achinan”. El ejemplo histórico más usado de esta adquisición de elementos de la cultura local es el de la invasión de los mongoles, desde el siglo XI al XIV. Lo que yo no sabía es que el término también es usado por los propios chinos con naturalidad, y en los siguientes días lo escuché y leí varias veces. Y suena a un lógico apéndice de un término que se repite incesantemente en la bibliografía oficial china contemporánea para definir a su sistema de gobierno: el comunismo con peculiaridades chinas.

Miro por la ventana del hotel y frente a mi habitación hay un gran estadio cerrado. El tránsito fue cortado en esa calle, por lo que todo está demasiado tranquilo. Un lienzo en el edificio dice: “Realicemos el sueño de los Juegos Olímpicos de invierno y avancemos juntos hacia el futuro. Unámonos más estrechamente en torno al Comité Central del Partido, llevemos adelante el espíritu de los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín y seamos más confiados y valientes”.

Bajo a caminar por el hall del hotel. Detrás de un stand con algunos puestos de realidad virtual encuentro una fuente oculta tras un muro. Me meto en ese pequeño espacio y al asomarme a la fuente veo que hay varias carpas adentro. Son las nueve de la mañana del miércoles en Pekín y las diez de la noche en Montevideo. Me siento al borde de la fuente y nos hacemos compañía con los peces durante unos minutos de nuestro encierro (en mi caso, aceptado).

Hago informes en vivo para programas de TV Ciudad. En general, los preparo desde las cinco o seis de la mañana, desde el lobby semivacío del hotel y en la puerta de la sala de prensa. Los pocos funcionarios miran con indiferencia y solo les llama la atención que hable en otro idioma. Algunos aprovechan ese momento tranquilo de la jornada para dormir en rincones discretos.

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Con el pasar de los días la burbuja sanitaria empezó a pesarme. El encierro en el hotel, las extensas jornadas parecidas unas a otras, con conferencias y conferencias, en el mismo lugar y con las mismas comidas, la falta de opciones de ocio. ¿Por qué no habían habilitado un gimnasio, una piscina, una mesa de ping pong, un bar, un lugar donde distraerse un rato?

A las horas mis quejas me parecieron puros berrinches y volví a entusiasmarme con algún tema del congreso o con China en general. Tan obvio como cierto: el cansancio y la rutina a veces pueden desenfocarte de un acontecimiento importante. Cuando lo hablamos entre colegas, sentimos que estábamos pasando por la misma situación.

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Periodistas esperan para entrar a la ceremonia de clausura del congreso.

Periodistas esperan para entrar a la ceremonia de clausura del congreso.

Foto: Noel Celis, AFP

Conocer el Gran Salón del Pueblo el día de la apertura del congreso implicó otra estricta revisión para ingresar, además de presentar en varias ocasiones el health kit de WeChat. Cientos de periodistas y cámaras entramos tras una larga espera. El auditorio es grande, pero no abruma. No te hace sentir diminuto, aunque mantiene el aire marcial y de extrema solemnidad de muchas instituciones estatales chinas.

Consigo sentarme en una butaca y comienzo a ver la ceremonia. Ya tenía claro que dentro del salón no tendría internet y que no habría traducción de los discursos. Recorro con la mirada el salón, intento a la distancia ver gestos de los presentes y escucho las voces y sus diferentes tonos.

Mientras Xi leía su informe, cada tanto creía escuchar un ruido de lluvia o de brisa fuerte, pero no había ventanas y cuando entré el día estaba soleado. No lograba entender de dónde provenía. A los minutos comprendí lo que ocurría: los congresistas tenían el informe por escrito, iban siguiendo la lectura y el sonido se generaba cuando esas miles de personas daban vuelta cada hoja en el mismo momento.

Durante la reunión, aparecía periódicamente un grupo de mujeres que servía té al mismo tiempo a decenas de autoridades sentadas en diferentes filas, con una coordinación sorprendente.

Al salir del salón se cumplió algo que algunos periodistas con más experiencia en la cobertura de actividades del gobierno chino me habían comentado: el discurso de Xi Jinping estaba impreso y traducido a varios idiomas, incluido el español.

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El fin de semana era el plato principal. Comencé el sábado con sueño y entusiasmo a la vez y salí rumbo al Salón del Pueblo para la clausura del congreso. Allí, se nos indicó que debíamos ingresar en silencio y rápido, porque la sesión continuaba, por lo que cuando se abrieron las puertas entramos apurados. Sobre el discurso que se estaba pronunciando solo se escuchaban pasos y el sonido de flashes.

Esperamos la definición sobre el documento planteado al congreso. Es el momento más importante de la votación y se consulta a cada participante si hay objeciones. Uno a uno y con sus distintas voces, escuchamos la misma frase: Méiyǒu (no hay). La palabra resonaba por la sala.

Fui testigo presencial, entonces, del momento en que el Partido Comunista de China definió que el presidente del país, Xi Jinping, tuviera un tercer período como secretario general de esa organización y que su pensamiento se integraría a la constitución del país, al igual que el de Mao Zedong y Deng Xiaoping. También estuve allí cuando se nombraron las distintas autoridades del partido.

Muy cerca de mí, la banda militar interpretó con entusiasmo el himno chino y “La Internacional”.

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El domingo vuelvo al Palacio del Pueblo pero a otra sala con hermosas columnas y enormes pinturas de paisajes. Allí se desarrollará la conferencia en que Xi presentará a las seis personas que lo acompañarán en el Comité Permanente del buró político del partido. Todos son cercanos a él y provienen de Shangái, Pekín y Cantón, donde sus cargos y responsabilidades les han conferido una alta visibilidad pública. Ellos ejercerán el liderazgo del partido —y del país— durante los próximos años.

Xi entra por una puerta muy próxima y observo que su vista intenta abarcar la mayor cantidad de rostros en la zona. Pienso que es algo buscado e inteligente: dejar la sensación a varias decenas de personas de que cruzaron miradas con uno de los hombres más poderosos del mundo.

Lee un discurso en línea con el del día anterior y presenta uno a uno a los miembros del comité permanente. Somos cientos los periodistas, camarógrafos y fotógrafos que seguimos lo que va ocurriendo, ahora sí con traducción simultánea. Se le nota más distendido, sonríe en algún momento y se retira por el lado contrario al que ingresó.

Salgo por las enormes puertas del Gran Palacio del Pueblo por última vez. Me paro allí unos segundos y observo el movimiento de gente, la plaza Tiananmén y más atrás la entrada principal a La Ciudad Prohibida. Bajo la escalinata rodeado de periodistas, camarógrafos y funcionarios estatales. Muchos se sacan fotos y se saludan. Es posible que luego de una actividad de esta magnitud no se vean por mucho tiempo. O, como en mi caso, quizás nunca más.

En un costado del edificio decenas de ómnibus y camionetas estacionadas en varias filas esperan para trasladar a los presentes. Extrañado, camino unos 100 metros entre ventanas y más ventanas de vehículos hasta llegar al bus con el número 10 que me llevará al hotel.

A las cuatro de la tarde dejo el Nikko New Century junto a los demás periodistas. Estamos agradecidos de terminar el encierro en ese hotel y nos embarga una mezcla de cansancio y euforia tras haber presenciado un momento tan relevante para la historia reciente de China.

Ya de noche, me quito del cuello el carnet de prensa del congreso con el que anduve los últimos diez días, ese mismo que me hizo sonreír cuando después de enviar una foto a un pequeño grupo de Whatsapp con colegas y excolegas uruguayos me dijeron que era la acreditación más exclusiva entre las cientos que nos han dado para diferentes actividades que hemos cubierto.

Vamos a cenar con periodistas latinoamericanos que estuvieron en el congreso. Estamos contentos de volver a andar por la ciudad luego de habitar la burbuja sanitaria durante diez días. Hablamos alto, nos reímos a carcajadas, inventan que cumplo años para festejarlo y que nos regalen un pequeño postre con una vela encendida. Somos los últimos en irnos del local y nos abrazamos emocionados al despedirnos.

A varios nos quedan algunos días más en China, pero sabemos que haber estado en un congreso del Partido Comunista es la experiencia periodística más importante de nuestra estadía en ese país y una de las más relevantes en nuestras trayectorias profesionales.

Ya es casi madrugada y decido ir caminando rumbo a mi alojamiento. Hay poca gente y mucho silencio en las calles, solo algunos comercios abiertos y una de las enormes y bellas lunas de Pekín colgada en un rincón del cielo.

Una incógnita

Transmisión en vivo, en un centro comercial de Qinzhou, de un discurso del presidente Xi Jinping en el congreso. Foto: Stringer, AFP.

Un hecho que llamó mucho la atención de las decenas de periodistas presentes en el congreso, y especialmente en una ceremonia como la de clausura, muy preparada y sin margen para la improvisación, fue que el expresidente Hu Jintao, de 79 años, fuera retirado de la mesa donde se sentaba junto a Xi Jinping por funcionarios, aparentando no estar de acuerdo con la decisión e intentando resistirse.

Varios medios occidentales consideraron que esto se trató de un desplante en público de Xi a Hu y a los dirigentes que lo siguen, y una señal de fuerza del actual presidente para marcar el final de una época. Medios oficiales chinos, en cambio, expresaron que Hu estaba indispuesto y por eso fue retirado.

“Nunca se sabrá lo que pasó” o “dentro de mucho quizás lo sabremos” fueron las respuestas que se repitieron entre varias personas que viven en China y que conocen mucho de su sistema político. Coincidieron en la sorpresa por el hecho; recordaron que en ese país hay una suerte de veneración a los adultos mayores y un reconocimiento a anteriores autoridades de gobierno, lo que semanas después pude comprobar tras la muerte del expresidente Jian Zeming.