No sé cuál es tu sueño, pero sé que es posible. Así comienza el video motivacional que Santiago Maratea mira en loop hace más de diez horas. Está encerrado en el baño de la casa de sus padres en San Isidro, el barrio más rico del Gran Buenos Aires, detrás de la única puerta que se le permite cerrar. Es muy importante que creas que tú eres el elegido, dice una voz en off sobre escenas de actores de Hollywood superando adversidades. Todavía no es el salvador de niños con enfermedades raras: todavía no se alió con Luis Suárez para ayudar a Federica Rodríguez ni juntó 1,5 millones de dólares para Emmita; ni siquiera es influencer. Maratea adolece en constante conflicto. No sabe de qué va a trabajar y aún conserva la esperanza de poder vivir sin hacerlo. A cambio, una sola certeza: voy a ser el número uno.

A sus 30 años, Maratea acumula 3,5 millones de seguidores en Instagram. Aunque desde su perfil asegura que no es caridad lo que hace, un documento compartido por su equipo registra 1.022 millones de pesos argentinos recaudados para 33 causas solidarias. Entre otras: una prótesis, una casa para Madres de Víctimas de Trata, el medicamento más caro del mundo, la creación de la Fundación Trans Argentinxs, guantes y camiones hidrantes para apagar llamas voraces.

—En dos semanas dejé mi vida de lado para ayudar a Corrientes —dice en formato vertical, luego de recaudar 185 millones de pesos que irán a parar a 24 cuarteles de bomberos de la provincia argentina que en febrero de 2022 se prendió fuego— y ¿me querés mandar a dedo? No, ni en primera te acepto. En jet privado.

Luego de aportar a la causa en cuestión, muchos de los seguidores de Santi Maratea vuelven a transferir dinero, esta vez para alcanzar un objetivo tan frívolo como calculado. Dinero para comprarles collares Gucci a sus perros, vacacionar por Europa o alquilar un avión sólo para él. Un vuelo de ese calibre cuesta más de 11.000 dólares, pero sus seguidores no dudan a la hora de financiar sus gustos caros. Están convencidos de que Maratea hace lo que el Estado deja pendiente y él mismo se encarga de reforzar este postulado desde sus redes sociales. Su último objetivo es recaudar 20 millones de dólares para pagar las deudas del Club Atlético Independiente, una idea que surgió de un grupo de hinchas que dicen que confían en él y no en los dirigentes. Dice que, quizás, sea su última colecta: quiere fundar una ONG con fines de lucro —es decir, una empresa— que sea más grande que Google y con ella darle vida a una nueva forma de organización social, en la que el algoritmo sea el Leviatán. Pero es verdad: no es caridad lo que hace.

1.0

Maratea siempre ha soñado en grande: así le enseñaron. Traído al mundo en 1990 por Mariana Chevallier Boutell y Rafael Maratea, dos coaches profesionales, se cría consumiendo libros de autoayuda y videos de superación personal que plantean “una construcción del ser orientada al éxito”, explica Micaela Cuesta, socióloga de la Universidad Nacional de Buenos Aires: “Mucho de lo que él es responde a la familia de la que viene y a un momento de explosión de una literatura de contenidos predeterminados por ciertas lógicas del mercado”.

—Todo lo que es la ley de atracción, por ejemplo —cuenta Maratea en el programa online de Julio Leiva, Caja negra—. Si vos aprendés de pibe esa data es medio arriesgado, porque si vos lo pensás, lo podés tener. Y vos sos muy chico, entonces pensás cosas muy grandes.

La nueva racionalidad neoliberal se reproduce desde dispositivos editoriales, culturales y hasta académicos, como el coaching (una vocación amateur devenida en profesión al crearse la Coach University en 1992). Para conseguir lo que se quiere hay que visualizarlo, sí, pero también establecer objetivos, plantear una estrategia y medir resultados. Reforzarse constantemente y reinventarse cada vez que sea necesario; producir cada vez más útiles y gozar cada vez más, para alcanzar la satisfacción de lograrlo —al menos— por un momento en la vida. Pero a los 20 años, Maratea todavía no ha resuelto “el temita de tener que ser famoso por algo útil”. Está apenas al inicio del arco de su personaje y no entiende el esfuerzo que conlleva la empresa.

—Yo decía: tengo ideas loquísimas, voy a ser el número uno. La voy a romper porque soy diferente al resto —cuenta la primera vez que pasa por El método Rebord, un podcast conducido por Tomás Rebord—. Mi sueño era echar a mis viejos y quedarme con la casa. En el fondo todo se reduce a que no quería laburar. Tenía sueños muy caros y no quería hacer nada al respecto.

Tiene un plan para echarlos y es volverlos locos. Las horas de facultad privada que le pagan las pasa merodeando por la ciudad con un porro en la comisura, visualizando su futuro. Se mete con los objetos personales de sus hermanos y sus compañeros de clase. Del Refugio de los Pecadores, un colegio católico de San Isidro, lo echan por mal comportamiento. Al Dardo Rocha, la institución laica a la que lo mandan después, cae con la Biblia debajo del brazo.

Maratea es, en ese entonces, un poco más que devoto: acude a misa seis veces por semana (“no iba a la misa del domingo porque era la misma que la del sábado y no quería quedar como exagerado”.) En esa iglesia, establece un vínculo de confianza con un cura.

Un día, decide contarle que lo habían abusado. El cura le pregunta, primero, si sus padres saben. Luego qué cosas lo calientan y en qué piensa cuando se masturba. Mientras le habla, se toca el pene por encima del pantalón. Le recomienda cortar con su novia de entonces y lo manda a rezar. Te amo más que tus papás, suelta al despedirse y le toca el culo.

—Gran momento de mi vida, muy interesante —dice en Caja negra, replicando la expresión que utilizó ya dos veces: una para hablar del día en que se rompió los dientes delanteros y otra para referirse al suicidio de su madre, en agosto de 2019—. Fue un gran crack en mi vida. Dejé de creer en Dios y tuve que creer en mí.

2.0

Algo de su espíritu misionero persiste aún después de su ruptura con la Iglesia. Pero Nacho Elizalde, de 35 años, conductor de Nadie dice nada, no se refiere a eso cuando le dice:

—Vos la solidaridad la tenés desde antes.

—A mí una vez me regaló un parlante —confirma Nico Occhiato.

—Cuando estabas con Chevrolet regalabas autos —insiste Nacho.

La pobreza del análisis sorprende por la época y el contexto de su producción (2021, un programa online hecho por cuatro influencers). Pero allá por la época en que Maratea regalaba parlantes eran pocos los que conocían el modelo de negocio del influencer y no hacía falta ponerse demasiado creativo para vender en redes sociales. Igual Maratea aplicó astucia. Convenció a los directivos de la empresa de regalar un dispositivo por semana, porque “una marca que regala parlantes es una marca buena onda”, y vendió tantos aparatos que tuvieron que volar a China para encargar un lote extra.

Pero en el nuevo mundo nadie puede dormirse en los laureles. La década avanzó, los influencers se multiplicaron y la competencia puso en riesgo la propulsión de su carrera. En la entrevista en que se confunde solidaridad con marketing, Maratea cuenta que las colectas fueron una forma de reinventarse luego de que Chevrolet lo citara para decirle que había otros midiendo más que él.

—Y yo, bueno: ya pasé, lit. Hay como una crisis, hasta que realmente encontrás algo nuevo para hacer. Así nacieron las colectas.

Podría decirse que la colectas nacieron con Omar Gutiérrez, el wichí que en 2020 le pidió a Maratea utilizar la amplificación de sus redes sociales para conseguir trabajo. Santi se la hizo corta: “Mirá, rey, plena pandemia, trabajo es imposible. Pasame tu cuenta de Mercado Pago y que la gente te transfiera ahí”. Pero, en realidad, así nacieron las colectas: junio de 2017, Maratea crea una cuenta llamada Mil Pesos de Propina.

No es una organización sindical de motoqueros ni una consigna de lucha, mucho menos un arrebato altruista. La cuenta debe alcanzar los 1.000 seguidores para que se le entregue una propina exorbitante al chico del delivery. La cuenta tiene 1.020 seguidores cuando suena el timbre.

Hace 24 años que Marcelo trabaja entregando pedidos. Le robaron cuatro motos, dos autos y la cabellera: tuvo que afrontar un juicio que le provocó una calvicie nerviosa.

—Te pasaron todas —le dice Maratea en un vivo que pronto convertirá en un segmento semanal y agrega mirando a quien graba la escena, su manager—: Es la primera vez que lo hacemos y... damos en el clavo.

La manager se llama Jessica Jalife y hablar con ella es más difícil que saldar el debate medioambiente versus desarrollo. Es la arquitecta del proyecto Maratea, aquella que logró convertirlo en uno de los influencers más caros del mercado. Santi ya no hace canjes, porque el que no gasta no gana, y dejó gran parte de las marcas con las que trabajaba. Se quedó con las únicas dos que pueden pagarle, porque “nada funciona tanto” como lo que hace ahora.

—Cada vez que hago una colecta, la cantidad de gente que ve mis historias sube. Nada funciona tanto como esto —dice Maratea en Los ángeles de la mañana.

En noviembre de 2022 Maratea está recaudando dinero para Madeleine, una chica con atrofia muscular espinal que necesita dos millones de dólares. Es la segunda vez que Maratea acude al programa conducido por Ángel de Brito: la primera fue en 2020, luego de escaparse del piso de El precio justo caminando ligerito para grabarse dándole mecha a un porro en los baños de Telefe. Acción premeditada, dirán las mismas panelistas que ahora lo entrevistan, y pocas veces acertarán tanto. Antes de ganarse el videograph del influencer solidario, Maratea reclamaba como podía las luces de la tele.

Pero dos años más tarde, las luces de la tele lo reclaman a él: azuladas, generan un efecto extraño en su pelo fluorescente. Remera y campera negra de jean, cadena al cuello. El verde neón de su pelo combina con el de sus zapatillas y en ese contrapunto de colores, resaltan sus ojos acuosos. Maratea despotrica contra los programas que se meten con la intimidad de la gente; programas como Los ángeles de la mañana.

—Los medios se ensañan con un tema hasta generar violencia. Creen que lo malo vende más.

—Bueno, hay muchas cosas que venden. Vos también tuviste una época en la que llamabas la atención bardeando —dice Ángel de Britto, hablando en pasado quizás por decoro.

En Twitter, Maratea todavía se cruza con todo tipo de personajes mediáticos, incluyendo periodistas y políticos. Un mecanismo que aprendió hace mucho (“Yo antes me la agarraba mucho contra una empresa de telefonía celular. O sea, todos me van a bancar porque todos la odian, ¿me entendés?, no es tan difícil”) y fue perfeccionando. Pero no reserva los “fuertes cruces” —titular que arroja más de 600.000 resultados recientes en Google, contra los 16.000 de “Maratea lanza una colecta solidaria”— a la red social del pajarito azul. Critica los programas de chimentos en un programa de chimentos y cuando un periodista de La Nación busca su complicidad preguntándole por el festejo de cumpleaños de la primera dama en la quinta presidencial en pleno aislamiento social, él responde que más le indignan cosas que no salen en La Nación. Si no critica directamente a su entrevistador, se encarga de dejar al menos alguna perlita polémica. Un poco le divierte, otro poco le rinde.

—Acordate de que yo no vengo acá a decir “vibremos alto”. Yo también hago un negocio y me va mejor que a todos los influencers —se confiesa Maratea—. Por ahí uno cree que lo malo vende más, pero salvarle la vida a una piba y que todo el país sea parte de eso también se vende solo.

En enero de 2023 tiene lugar el juicio a los ocho rugbiers que asesinaron a golpes a Fernando Báez Sosa a la salida de un boliche. El brutal ataque, grabado desde distintos ángulos por celulares y cámaras de seguridad, se reproduce una y otra vez en los noticieros. En una trama policial sin misterio, se enfatiza el sadismo de los acusados, animales que —no obstante— premeditaron sus actos: merecen la misma pena que recibieron los autores de crímenes de lesa humanidad de los años 70. Se rellenan las emisiones diarias hablando de lo que les sucederá en la cárcel. Ya lo dijo Maratea: los medios se ensañan con un tema hasta generar violencia. Igual tuitea: “Pendejos de mierda ojalá todos tengan perpetua” y a continuación contesta un mensaje en el que le proponen juntar plata para los padres de Fernando: “Lo hacemos?”.

—En Argentina se disfraza todo de [...] derechos humanos, pero hay bocha de corrupción. Hay mucha gente que no trabaja, que no se gana la plata como hacemos vos y yo, sino que lo hace a costa del Estado —dice Maratea en El método Rebord. No habla de los trabajadores informales a los que algunos llaman planeros por recibir complementos salariales—. Gente educada, que tiene un poder político y se la roba toda, porque si no no sabe cómo mierda ir a Europa a comprar ropa en Balenciaga.

Ni Macri, ni Cristina. Argentina se abre al medio desde las entrañas, pero Maratea no pisa de un lado ni del otro de la grieta. Principalmente, para sostener su postulado principal: todos roban por igual. Todos menos él.

La honestidad es el puente que lo conecta con su audiencia. Por eso, Maratea los ahoga con detalles minuciosos sobre sus colectas. Por eso, se encarga de distribuir los fondos personalmente. Por eso, cierra cada colecta con un broche de oro marca Louis Vuitton, Gucci o Balenciaga. Las colectas personales de Santiago Maratea no sólo veneran el dispositivo que le exige rendir cada vez más y gozar en consecuencia. Son una declaración jurada, espontánea y adelantada, aunque de incierta condición tributaria. Él no es como la Iglesia, que se dice altruista mientras reviste sus techos de metales preciosos. Tampoco como los políticos, que dicen mucho y hacen poco:

—Es injusto, boludo. Son como yo a los 20, queriendo ser un gil mantenido.

—Acá nadie te insulta porque acá nadie te habla —dice un día la mamá de Maratea.

Mientras una versión 1.0 de Santi Maratea construye una personalidad desafiante que más tarde sabrá capitalizar, sus padres no saben qué hacer con él. Lo echan de la casa durante las horas laborales. Confunden el remedio con la enfermedad y lo mandan a leer El monje que vendió su Ferrari. Hasta que un día, su madre le dice:

—Yo sé que vas a ser famoso, pero no tenés que tomar cocaína.

Madre e hijo hacen un pacto más fuerte que la muerte.

—Yo no tomo cocaína y la controlo. Yo no tomo cocaína —cuenta en Nadie dice nada, el programa de los conductores influencers.

Archivo, 2022.

Archivo, 2022.

Foto: Luciano González

El hombre que se hace a sí mismo debe gobernarse desde su interior. No sorprende que Maratea haya sido parte de El club de las cinco de la mañana —un libro para emprendedores que exalta los beneficios de ejercitarse, meditar y estudiar durante las primeras horas del día— y que hoy se levante a las siete. Dice que a esa hora podría fumarse un porro. Pero no lo hace, porque ahora todo depende de él. Cada tanto se encarga también de aclarar que —cocaína— él no toma, esta vez a través de una ensayada alegoría sobre el noviazgo, que completa así:

—Yo no estoy de novio y controlo el noviazgo, no estoy de novio.

Los millennials que lo entrevistan lo miran azorados cuando dice que no importa si abierta o cerrada, prefiere construir algo que no sea una pareja.

A juzgar por el reguero de sesos en el estudio, su postura podría parecer una rareza. Pero lo verdaderamente desafiante —o snob— de su teoría no es practicarla, sino llevarla como bandera. Ya habló el sociólogo polaco Zygmunt Bauman de las conexiones sentimentales en las que sólo importa el momento presente y las enmarcó en una sociedad profundamente individualista, en la que conviene andar liviano para adaptarse mejor a los cambios.

—Me ha sido más fácil con hombres heterosexuales o con mujeres bisexuales, o tortas. Cuando el vínculo no es meramente heterosexual hombre-mujer es más fácil ir rompiendo. Yo ahora estoy con un chabón que es heterosexual y lo que nos une es que conectamos, y no hay intención de llevarlo a un lugar en donde dos chabones heterosexuales no estarían, porque no está armado así.

En entrevista con el actor, dramaturgo y director José María Muscari, dice que la masculinidad de chico lo incomodaba y ahora le da cringe. De la comunidad LGBT+ se considera el más y cuando le preguntan qué tipo de varón es, responde que “hombre nuevo” le divierte como definición. Y vaya que le divierte. Maratea viste el traje completo del hombre nuevo y el lino le ha penetrado los huesos.

3.0

—Estoy muy interesado en que haya personas que entiendan que ayudando a un tercero se pueden beneficiar acá, en la Tierra, con plata, no cuando te mueras en el cielo —dice el nuevo hombre, el que tiende a convertirlo todo en negocio—. Quiero hacer una ONG más grande que Google. Pagando sueldos altos, generando plata.

Maratea presenta la D&D en una charla para emprendedores. Dice que la fundación que lo convertirá en el “hombre más rico de Argentina” obtiene sus siglas de Drogadictos & Disciplinados, aunque no figura bajo esa razón social en ningún registro. Consultadas al respecto, ninguna de las dos empleadas —dos: la vieja y conocida Jessica Jalife y Camila Freire, cuyo sueldo supuestamente fue financiado a través de una colecta personal— se prestó a contestar esta ni ninguna otra pregunta sobre un proyecto en torno al que escasean certezas y sobran opulencias:

—Yo quería que mi ONG fuera una app en un momento. Cuando se lo comento a un amigo con quien hoy laburo, me dice: “Es buenísima tu idea de cómo funciona, el único problema es que si tu app realmente mañana es más grande que Google vos vas a ser Mark Zuckerberg. Y en el mundo de la web 3.0 nadie quiere ser Mark Zuckerberg”.

Después de conquistar el mundo 2.0, dice que algo nuevo está llegando.

—La web 3.0 está creciendo y nadie se da cuenta, como pasó con las redes sociales.

Maratea habla de sistemas autónomos descentralizados (DAO, por sus siglas en inglés) y las criptomonedas son el ejemplo más a mano que tenemos sobre su funcionamiento. Las reglas son sencillas: un grupo de individuos pacta por única vez para diseñar un algoritmo incorruptible. Nadie puede sacar ventaja ni tampoco arrepentirse. Aunque lo primero podría considerarse novedoso, lo segundo es —para la socióloga Micaela Cuesta— una idea tan vieja como el contrato social de Hobbes adaptado a tiempos de liberalismo: “Todas las fantasías utópicas tienen una faz despolitizadora y en el fondo autoritaria, porque no permiten la posibilidad de la transformación. Es una forma de liberalismo mediada por una representación tecnológica en la que el Leviatán es el algoritmo”.

—¿Vos creés que en términos de organización social esto va a solucionar los problemas de que el hombre organice al hombre? —pregunta Tomás Rebord, obsesionado con la web 3.0.

Para entrevistarlo por segunda vez, convoca también a Ofelia Fernández —21 años, militante feminista y dos veces presidenta del centro de estudiantes de su colegio (la más joven de la historia del Carlos Pellegrini), legisladora de la Ciudad de Buenos Aires (la más joven de América Latina)—. Entre los dos buscan darle batalla a la tecnoutopía, pero Maratea no da el brazo a torcer.

Tentado por el diablo

Después de mantener un perfil bajo en redes sociales durante meses, el 27 de abril Maratea arrancó oficialmente una colecta que, de completarse, sería aproximadamente diez veces la cifra que el influencer recaudó desde su primera hazaña hasta el día de hoy: 23,5 millones de dólares para saldar el conjunto de deudas que asfixia al Club Atlético Independiente. La idea empezó como un meme entre los hinchas del rojo y fue testeada por el influencer en redes sociales, mientras hacía las averiguaciones jurídicas y contables pertinentes, entre las que se destaca el descubrimiento de que la figura legal que posibilitaba la operación no se llamaba Fidelcomiso. Maratea parece metido en camisa de once varas en una colecta exorbitante, que involucra a poderosos actores de la cruza entre fútbol y política; en este caso a Néstor Grindetti y Cristian Ritondo, hombres del PRO y posibles candidatos para gobernar Buenos Aires en las próximas elecciones, además de miembros del plantel dirigente del club. Entre acusaciones de lavado de dinero para la campaña, amenazas y críticas por el porcentaje que se llevaría, Maratea recaudó al momento 10% del total y 50% de la deuda con el Club América de México por el pase de Cecilio Domínguez, la más urgente, por su carácter inhibitorio, y quizás la única que tiene chances de ser saldada.

—Es más utópico pensar que Macri o Cristina realmente pueden sacar adelante este país que pensar que puede ser una compu, boludo.

—Mi miedo es que cada descubrimiento que puede servir a la humanidad termina siendo un factor de concentración de riqueza cada vez mayor —dice Ofelia Fernández.

—¿Vos creés que si a la gente de La Matanza [el partido más pobre del Gran Buenos Aires y también el más poblado, acreedor de un abultado presupuesto municipal de 60 millones y 7,4% de la coparticipación provincial] le das una herramienta para hablar entre ellos, proponer ideas, votarlas y que todos entiendan qué plata manejan anualmente no podrían salir adelante mucho mejor? —retruca Maratea.

—¿Pero si la votación te da “matemos a todos los chorros”? —contrataca Rebord—. Yo estoy tuiteando en mi casa, en bata, rascándome los huevos, disponiendo sobre la vida de otra persona.

Si hasta ahí la exposición de Maratea había sido impulsada por la curiosidad de sus interlocutores, el clima está a punto de cambiar. Donde hasta ese momento había risas, quedará un “wow” dicho a secas y cabezas ladeadas.

—Hoy en día hay una injusticia que ya sucede, el tema es que nunca entendés de dónde viene. Si mañana la mayoría de los argentinos votara que hay que matar a todos los perros, sería un garrón para todos los que votamos que no, pero evidentemente vivimos en un país en donde la mayoría quiere matar perros.

El futuro es la descentralización, dice Maratea. Lo descentralizado es la transparencia. La transparencia: la enemiga de las empresas, los medios y los políticos. El puente que lo conecta con su audiencia:

—La ausencia del Estado o la desconfianza en los representantes genera que optemos por la solidaridad autogestionada —dice Natalia, una trabajadora estatal que donó 500 pesos a la causa “tan justa” de Emmita.

Como Natalia, otros cuatro seguidores de Maratea dicen haber aportado conmovidos por un caso en particular. Pero es habitual que parte del dinero recaudado en una colecta vaya a parar a otra. Maratea lo reporta minuciosamente, sí, en videos de Instagram que desaparecen luego de 24 horas de su publicación.

—Me motivan las causas, la honestidad y la transparencia de los manejos, los bajos montos de donación y ver resultados reales de las campañas —refuerza Christian Brovelli, un contador formoseño que aportó valores siempre inferiores a 1.500 pesos.

De los resultados reales de las campañas no queda registro público. Existe un documento, no obstante, compartido por una empleada de Maratea, que reporta erráticamente la distribución del dinero. Los 90 millones de pesos que sobraron de la colecta de Madeleine aparecen distribuidos entre las prótesis de Yanina, la operación para Lucía y los incendios de Corrientes, pero hay una diferencia de 625.731 pesos perdida en la noche del documento. De la colecta de Kevin sobraron siete millones de pesos y sólo se aclara que se usó un millón para Valentina. Para Fede se juntaron más de 68 millones, de los cuales sólo se rastrean 2.200.000 destinados a Santino. Todas las fechas del documento son erróneas y en ocasiones aparecen montos en las descripciones que no coinciden con los totales recaudados. Las campañas son, si no poco transparentes, al menos un caos. Pero Maratea ha construido una narrativa pregnante, más fuerte que cualquier dato.

Febrero de 2022. Ese mediodía en Virasoro, Corrientes, hay 35 grados. A pocos kilómetros de allí, donde el bosque arde, muchísimos más.

—¿Sabés cuánto cuesta vestir a 15 bomberos? —pregunta un notero de LN+ mientras entrevista a los correntinos que contactaron a Maratea—. Medio millón de pesos. Hoy en día con el presupuesto de tantos millones que tiene el Ministerio de Medioambiente sería posible, nada más hay que saber direccionar los fondos.

—Ese es el tema, ¿no? —refuerza desde el piso la conductora del programa—. Por qué no se hizo antes es la pregunta que siempre nos hacemos en la Argentina. La sociedad civil está ocupando el lugar que tendría que haber ocupado el Estado ausente.

—¿Puedo decir algo? —interrumpe el correntino—. Gracias, Santiago Maratea.

Maratea empina un termo Stanley para cebarse un mate. Delante suyo, una mujer junta las manos sobre su pecho —manto azul, ojos demasiado chicos, rostro de yeso—. Maratea exhibe sobre su mesa ratona el trofeo del que se hizo en Corrientes después de juntar 185 millones de pesos, a los que se sumaron 47 millones que habían sobrado de la campaña por Madeleine, diez de los cuales fueron destinados a una camioneta Amarok modelo 2022.

Al poco tiempo de la colecta, Santi Maratea —así fue bautizado el vehículo— se quedó sin nafta. El cuartel había sido desfinanciado producto de una desprolijidad administrativa que la visibilidad de Maratea ayudó a resolver. El fuego, en cambio, persiste al día de hoy en Corrientes y en ocho provincias más, mientras la ley de humedales duerme en la Legislatura. Buen día, taradasss.

—Hola, ¿qué tal? Estoy vivo. No morí —dice Santiago con la voz de ultratumba del que llega a la mitad del día sin cruzar palabra con nadie. Enero lo tiene reflexivo, desconectado de las redes, aislado en un verde sin fin que se refleja en sus gafas: negras, cuadradas, bien grandes, como dicta la moda del verano.

Han pasado algunas semanas desde que Maratea intentó juntar plata para cubrir los gastos de un juicio sin gastos: el mediático abogado que representó a los padres de Fernando Báez Sosa sólo cobró de honorarios los flashes de los medios. La localidad entera en la que se desarrolló el juicio les ofreció alojamiento.

—¿Por qué estoy del orto? No sé si lo tengo tan claro. Estuve tirado, triste. Pero está buenísimo. No quiero tener 40 años y una fundación más grande que Google y ponerme mal y engancharme con cosas que tranquilamente podría resolver o soltarlas y ni siquiera poder canalizarlas al punto de engancharme con un boludo en Twitter.

No es el boludo en Twitter: Maratea los atiende a diario. Ignora todavía que ha expuesto el mecanismo, pero sabe que algo falló. Se lo hacen saber sus detractores y los padres de Fernando, que agradecen el apoyo pero rechazan el dinero.

—Pero estoy acá porque los extrañaba y porque hay que arrancar las colectas —dice antes de hundirse en los detalles sobre Dana, que está por cumplir 15, pero además tiene cáncer y comparte la habitación con su madre y ahora que consiguió la atención de Maratea, no sabe si quiere una habitación propia o una fiesta a todo trapo.

Maratea fue contactado por el futbolista Luis Suárez para sumarse a la causa de Federica Rodríguez, una bebé uruguaya de 17 meses nacida con una mutación genética única en el mundo. “Luisito querido, si lo hacemos juntos de una, porque yo estoy re quemado”, respondió el influencer antes de aceptar. La familia de Federica ya ha juntado gran parte de los 500.000 dólares que se necesitan para la primera etapa del tratamiento; la expectativa es recaudar los 58 millones de pesos restantes con la campaña de Maratea y Suárez.

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