El año de Stevenson. Primer trimestre, de Elvio Gandolfo, fue publicado por la editorial rosarina Iván Rosado en 2014. Noventa poemas, uno por cada día de enero (duro), febrero (interminable) y marzo (otra vez). Abril, mayo y junio (resbaloso, solar y lluvioso respectivamente) constituyen El año de Stevenson. Segundo semestre, escrito en 2021 y publicado en Tengo ganas de risas raquel, el volumen de poesía reunida que sacó la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos en 2022, con prólogo de Roberto Appratto e ilustraciones de Max Cachimba. Los poemas que estamos ofreciendo en esta edición de Lento forman parte de El año de Stevenson. Tercer trimestre y no habían sido publicados hasta ahora.
Aguas corrientes
Los ríos no se pueden
parar, decía el poema,
pero sí podés en cambio
incendiarle las orillas,
amontonar el agua río
arriba con represas.
No importa el tamaño
del río. El que yo te
digo es el Paraná, que yo
recuerdo enorme.
Podés hacer que quede
una masa pegajosa, que el
mismo río que se llevaba
a veces a algún nadador
por la fuerza de su corriente
sea un charco peligroso
en cambio como barro, como
arena movediza. No te estoy
hablando de un río chico,
podría estar hablándote del
Nilo, el Mississippi, el Sena:
por más grande que sea,
igual lo podés secar, arruinar.
Sos un hombre, poderoso por
definición: podés con todo.
Y después podés visitar el hueco
del río en vez del río mismo,
podés tener la pesadilla
nocturna, durante el sueño, de
hacer el recorrido hacia el río
por enésima vez a lo largo
de Oroño, y Pellegrini, y
San Martín y entrar en la bajada,
y encontrar que cuando llegás,
te das de sopetón con el agua,
que hasta te daba temor por su
tamaño y vigor antes, ahora
cubriéndote apenas un poco
más allá del zapato,
hasta el tobillo, y con que
el agua del río, o el barro
chirle, te mira mal, como si te dijera:
dale, vos, pajero, dale, a ver
cómo hacés para que mi agua
vuelva, fiera. O podés ir con
un grupo de alumnos hasta la orilla
y comentarles: acá estaba el Danubio,
acá el Amazonas, acá el puto Rin.
27-7-22
El auto gana
Sobre todo en cuanto escritores,
deben tener cuidado de que un coche
no se los lleve puestos.
Yo parafrasearía los carteles
de los cruces ferroviarios:
PARE – MIRE – ESCUCHE
CUIDADO CON LOS AUTOS.
Eligen con esmero: uno se llevó a Girondo
mientras salía de un cine de Lavalle.
Confiado, bonachón, se paró y siguió
caminando. Falleció años después, años
que pasó “disminuido”. No hay más datos
(no hay una buena biografía de Girondo).
Otro lo atropelló a Barthes, ya disminuido
por la cercana muerte de la madre, su
muy querida madre, para él casi
equivalente a la atmósfera, el aire.
Autos, autos metálicos, veloces, crueles.
Insisto, parar y mirar, después seguir.
Te necesito
Cuando el ala negra del cuervo
roza las nevadas cumbres,
cuando los escapes de los vehículos
y el humo de las chimeneas cubren
el paisaje con una nube tan negra como blanda,
cuando la angustia se aposenta sobre mi pecho
como un búho tan sabio como cruel,
¡te necesito, Paula, te necesito!
Necesito que me despiertes por la mañana,
necesito que me des las buenas noches,
necesito que me excites como un chivo,
necesito que me tranquilices como un valium,
necesito que comprendas mis ideas políticas,
necesito que después comprendas
mi falta de ideas políticas,
necesito que después aún comprendas
mis terribles y nuevas ideas políticas,
necesito que me digas a quién votar,
necesito que votes por quien voto,
¡te necesito, Paula, te necesito!
Necesito que me inspires como una musa,
necesito que me empujes como una militante,
necesito que me laves los calzoncillos,
necesito que, en el peor de los casos,
los lleves al lavadero de la esquina
(a mí me da vergüenza),
necesito que escuches en silencio cuando lloro,
necesito que sonrías cuando río sin parar,
necesito que me acompañes en mi triste economía,
necesito que me sigas en el bosque
de las inseguridades y los renuncios,
necesito que odies a mi jefe cuando yo lo odio,
necesito que calles cuando yo lo adulo,
¡te necesito, Paula, te necesito!
Necesito que a ti también te gusten
Stallone, Van Damme y Demi Moore,
necesito que riegues el jardín,
necesito que prepares los tallarines
con tuco pero sin estofado,
necesito que te hagas cargo de los chicos,
necesito que uses con ellos mano dura,
necesito que cambies los canales
cuando se rompe el automático,
necesito que pagues las cuotas del cable,
necesito que vayas a buscar los videos al club,
necesito que después los devuelvas en fecha,
¡te necesito, Paula, te necesito!
Necesito que no hables,
necesito que no mires,
necesito que no sepas,
salvo cuando necesito que me hables,
salvo cuando necesito que me mires,
salvo cuando necesito que te enteres
(pero no me digas nada).
¡Te necesito, Paula, te necesito!
Seré preciso: necesito que apoyes suavemente
tu pezón derecho sobre mi narina izquierda,
y seis instantes después necesito que apoyes
tu pezón izquierdo sobre mi narina derecha,
necesito que hoy vengas desnuda,
necesito que mañana te pongas el sostén negro,
necesito que pasado mañana uses
la bombacha común de franela blanca,
necesito que apagues la luz
y después necesito que vuelvas a prenderla,
necesito que tú me lo pongas
(a mí nunca me sale),
¡te necesito, Paula, te necesito!
Vuélvete, gírate, arrodíllate,
yérguete, cállate, acuéstate,
ponte en cuatro patas, ahora
en tres, ahora en dos (nadie te
prometió un jardín de rosas), muérete
(pero no del todo), y después
siéntate, Paula, porque quiero
decirte algo:
a riesgo de ser redundante:
¡te necesito, te necesito, te necesito!
Astro que te pierdes
¿La luna es hueca?
¿Está habitada
(adentro)?
¿Son muchos?
¿La luz del sol les llega
por grandes ventanales
que no se ven desde
la Tierra con ningún
telescopio?
¿Comparten las fases
del astro pequeño
(o fragmento de astro)
que es la luna?
¿Tienen buenos aparatos
para auscultar lo que pasa
en la Tierra (le llaman
la Grandota Boluda)?
¿Se reúnen periódicamente
a disfrutar como humor
(y muy de vez en cuando
como ráfagas de poesía) de
lo que aparece en los libros,
los celulares, el cine
o la realidad terrestre?
¿Los programas de diversión
más exitosos son las sesiones
de los parlamentos de cualquier
país o cualquier régimen?
¿Tal vez porque la luna
no tiene parlamento lunar propio?
¿Hay educación lunar, ejércitos lunares
-deportes lunares se sabe que no,
porque deberían ejercerlos
en el exterior (también llamado
superficie) de la luna-, y así
los verían fácilmente?
¿Hace mucho tiempo que repiten
una frase que los hace matar de
risa: luna lunera, cascabelera?
¿Se preguntan con intriga qué
significa la última palabra
(prolijas investigaciones
descubrieron que no existen
cascabeles en la luna)?
¿Cuando llega la luna nueva
los lunáticos aprovechan
la sombra progresiva
para dormir profundamente
y recargar las pilas?
¿La población lunar aumenta
modestamente un diez por ciento
por década? ¿La tasa de crecimiento
terrestre, que ven anunciada por
televisión o en las redes o en
los así llamados diarios –a través
de sus refinados sistemas de espionaje-
es tan brutal que los hace estallar
en carcajadas en cuanto la escuchan?
¿Conocen la frase “no se puede creer”?
¿Es preferible seguir creyendo que
en la luna no hay nadie, ahora
que la NASA avisó otra visita, o
que, enterados de la noticia,
los lunáticos sonríen tranquilos,
sin llegar a abrir la boca, como
si estuvieran ensimismados pensando
en un enigma que solo ellos conocen,
allí, ante los ventanales de la luna,
y del que no está enterada ninguna
otra raza del interminable universo?
¿Alguien sabe si existe el ser, si
existe el sentimiento, si existe,
dicho claramente, la luna tal cual es?
25-7-22
Alejamientos
Te fuiste quedando sola
a medida que yo me alejaba.
Tendría que haberte avisado
que esta vez no me detendría.
El peso de tu soledad
para ti desconocida por
un tiempo (hasta que la
descubrieras en un día ya
de otoño, cerca del invierno)
se me hacía en cambio a mí
muy evidente. Fueron demasiadas
idas y venidas, demasiada intensidad
en las discusiones, demasiadas
palabras, demasiado poco silencio.
Yo no hacía más que regresar
a la soledad y el silencio de
antes de conocerte. Por el momento
ni siquiera llovía. Pero no respiré
hondamente aliviado. Sabía a la perfección
dónde me metía. Recibía sin espanto
la tristeza, el duro despertar
cada mañana. Antes de vos, fueron
miles, ahora volvían a recomenzar.
Milonga en el llano
Mi hermano, músico, me
compuso una milonga. Por
momentos parece que se va a
cortar, pero si hay silencio y
atención, se oye perfecto. En otros
momentos casi tropieza, pero no se
cae, sigue, existe, se presenta. Se
llama “Pampa de Santa Fe” y es
así: al borde de lo anodino, y
pegada al Infinito, a la vez. Mientras
escuchás te vas yendo, melodiosamente, solo,
rumbo a los lugares de la pampa de
Santa Fe que casi no se ven ni
se oyen. No sé por qué, sentís que
te vas hacia atrás, en la otra
dirección del desarrollo, del
avance, incluso con las piernas
colgando del caballo, golpeteándole
la panza con los talones, aunque no
sepas andar a caballo. En un libro
chico, de tapa anaranjada, un
tipo cuenta cómo buscó y buscó un
cerro en la pampa de Santa Fe, y nunca
lo encontró, cómo lo pasó de largo. Él
no tenía milonga propia, para apoyarse y
fijarse bien, pongamos en un cerro que
en la pampa de Santa Fe ni se ve, pero
que si vas en la otra dirección, lenta, prestás
atención, y se oye, y también se ve.
Cómo recomendar correctamente poesía
Nicanor Parra es muy fuerte.
Enrique Lihn es muy inteligente.
Vicente Huidobro juega
como un campeón.
Pero si no leíste a Claudio Bertoni
no leíste a nadie.
Peso que parece desaparecer
La luz engatusada
rompe al amanecer
en todas partes.
La sombra emperrada
se retira a los rincones
a esperar la remota
noche. En el cenit
cae una nieve entre
gris y negra, justamente
cenital, atrabiliaria,
impalpable. Se escuchan
palabras, mimos, órdenes
de combate. Un día más:
incontables billetes
de dinero argentino
se esfuman a cada instante
en la penumbra de las sombras
livianas de la gran ciudad
de Buenos Aires con el
sonido casi inaudible de
dos celofanes que se frotan,
agónicos, taciturnos y sombríos.
Palabras
Ahora todos tenemos arriba
de cincuenta, de sesenta, de setenta.
Un chileno bastante poeta (no del
todo), ahora escribe crónicas y
habla del “bartoleo”, o sea la errancia
por calles laterales, que se pierden.
Otro más grosero, argentino, diría “pelotudeo”.
Algún lingüista latinoamericano tendría
que investigar el despliegue y la duración
relativa del término “franeleo” en distintas
zonas de los mapas barriales para referirse
a la demora perezosa con una mujer, con
cero arrebatos apasionados, moviendo obsesivo
las manos sobre superficies agradables y
evocadoras, mientras cae el crepúsculo.
Otro, equivocándose, le adjudicaría equivalencia
a la palabra “chichoneo”. Un amigo uruguayo,
que superó los cincuenta y los sesenta y antes de los
setenta se fue definitivamente al otro patio,
cansado del discurso disperso, inconsecuente de
otro, lo interrumpiría: “Bueno, viejo, basta
de garliborleos”.
Por ahora
Desde hace tiempo
burbujea en mí un poema
o un relato, o una descripción
muy larga, casi tamaño universo
(literalmente) que se iría desplegando
como el infinito borde en expansión de una
falda o un proceso voraz que tragaría no solo
planetas sino también sistemas solares
enteros, un despliegue apabullante y a la vez
minucioso, detallado, fascinante de leer
(formado no de espacio sino de tiempo).
La sola idea de releerlo para corregir
me pre-cansa. Así que esta vez
lo interrumpo por ahora exactamente
aquí.