La plaza Leonardo da Vinci de Milán es una gran zona peatonal ajardinada dominada por la sede del Politécnico, una prestigiosa universidad de ciencia y tecnología. A principios de mayo, una joven estudiante de 22 años, Ilaria Lamera, montó una carpa justo en el pasto verde que mira a la entrada del instituto y se instaló a pasar la noche. “Estaba cansada de viajar cuatro horas al día entre Alzano Lombardo, donde vivo con mis padres, y la universidad, pero alquilar una habitación en Milán es casi imposible. Para una individual se necesitan 700 euros, para una compartida, 450”.

En pocos días, la “protesta de las carpas” se extendió por toda Italia, con participación de cientos de jóvenes que reivindicaban su derecho a la vivienda y denunciaban las políticas habitacionales de los últimos 30 años. Los estudiantes pusieron sobre la mesa una cantidad de cuestiones, como la participación en una mesa permanente entre las organizaciones estudiantiles y las instituciones nacionales y regionales, la abolición de la ley 431, de 1998, “que ha permitido la liberalización del mercado y ha posibilitado a los particulares especular con los alquileres”, la necesidad de promover un memorándum de entendimiento que “imponga a las autoridades regionales el aumento de residencias de estudiantes totalmente públicas y accesibles a todos” y, por último, “un censo de edificios vacíos, tanto públicos como privados”.

Sus voces se sumaron a las de muchos que luchan por una vivienda digna en Italia, y durante unos días los diarios y los programas de radio y televisión se abalanzaron sobre las concentraciones de carpas que empezaron a surgir en todas las grandes ciudades universitarias italianas; la política aprovechó la oportunidad para mostrar su apoyo a los manifestantes y el gobierno prometió 660 millones de euros para alojamientos estudiantiles.

Frente a una necesidad que alcanza a alrededor de 700.000 estudiantes, sólo hay 40.000 plazas disponibles y la oferta pública de residencias apenas satisface 5% de la demanda.

Incluso antes de las movilizaciones el Ministerio de Universidades había anunciado que había liberado 960 millones de euros asignados por el Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia, un fondo europeo de recuperación poscovid-19, para encomendar a los gestores de residencias estudiantiles la creación de 60.000 nuevas camas de ahora a 2026. Hasta febrero de este año se han entregado 9.179 camas, y el segundo desembolso de los 660 millones prometidos, liberado tras las protestas de las carpas, está destinado a la creación de 52.000 camas más, que se asignarán a los estudiantes antes del 31 de mayo de 2026. Pero los mecanismos con los que se gestionarán estos fondos suscitan muchas perplejidades, empezando por el hecho de que los gestores de las residencias estudiantiles, que en un gran porcentaje son privados, podrán comprar o alquilar edificios y pisos para asignarlos a los estudiantes beneficiándose de un régimen fiscal reservado a las viviendas sociales y con una fianza de uso de 12 años. Pasado ese tiempo, los edificios adquiridos seguirán siendo de su propiedad.

La protesta de las nuevas generaciones ha concentrado la atención sobre el problema de la emergencia habitacional, crucial no sólo para los universitarios que viven fuera de sus ciudades, sino también para los casi 2,5 millones de familias que, según datos del Istituto Nazionale di Statistica, gastan en vivienda 40% o más de su renta disponible. En Italia, 18,2 millones de familias (70,8% del total) son propietarias de la casa en la que viven, 5,2 millones (20,5%) alquilan y 2,2 millones (8,7%) tienen una casa en usufructo o libre de cargas. El porcentaje de personas que viven en una vivienda alquilada o libre es muy inferior a la media de los países europeos, que, como indican los datos más recientes de Eurostat, se sitúa en 30%.

Según un análisis de la empresa de intermediación y servicios inmobiliarios Abitare Co realizado en las ocho principales ciudades de Italia (Milán, Roma, Bolonia, Florencia, Génova, Nápoles, Palermo y Turín), se gasta una media de 945 euros al mes en alquilar un apartamento de dos habitaciones y 70 metros cuadrados. El precio varía según la zona: empieza en 580 euros en las áreas suburbanas y sube a 1.070 euros en el centro. Roma y Milán encabezan la lista, con una media de 1.365 y 1.300 euros respectivamente.

Si suben los precios de la vivienda, bajan los salarios. En 2021 las familias tenían unos ingresos netos anuales medios de 32.812 euros (unos 2.700 euros al mes), casi 2% menos que el año anterior y con claras variaciones territoriales: de 36.418 euros de media en el noreste a 27.053 en el sur y las islas. La emergencia habitacional se convierte en el espejo de una profunda urgencia: alquileres demasiado altos, salarios demasiado bajos.

Mientras tanto, el mercado pone sus manos sobre las ciudades.

Ciudades de alquiler

La serie de periodismo investigativo italiana Città in affitto es parte del proyecto europeo Cities for Rent: Investigating Corporate Landlords Across Europe, coordinado por Arena for Journalism in Europe con el apoyo de IJ4EU y la Fundación Rosa Luxemburgo, y utiliza los casos de Milán y Bolonia para contar las transformaciones del mercado inmobiliario en Italia; una serie de notas profundiza la realidad de estas dos ciudades.

Desde 2015, año de la Expo, Milán, ciudad que por largo tiempo ha tenido la fama de metrópolis gris y brumosa, poblada por personas dedicadas principalmente al trabajo, se ha convertido en un destino turístico a raíz de una clasificación de The New York Times que la posicionó como la primera opción europea para los turistas. Desde esta fecha el equilibrio de la ciudad se ha modificado y el aumento de la demanda turística ha transformado radicalmente el mercado inmobiliario. Aunque Milán, como el resto de Italia, sigue siendo una ciudad de propietarios de vivienda —principalmente gracias a inversiones familiares hechas entre los años sesenta y los noventa—, todo lo que se mueve alrededor de la vivienda se ha vuelto cada vez más difícil, y se inserta en una tendencia ya establecida en Europa.

El “efecto Airbnb” empuja la oferta de alquileres a corto plazo, con lo que corta drásticamente el mercado de los arriendos a largo plazo y determina, consecuentemente, un ascenso de los precios. Los barrios céntricos pierden habitantes porque los segmentos de población con menos ingresos se ven obligados a trasladarse a otras zonas, mientras que los que se resisten terminan viviendo en un distrito dedicado al turismo donde los precios de los servicios y de la vida cotidiana suben. Esa desertificación de los centros históricos se ha hecho particularmente evidente durante la pandemia de covid-19: la visión de los centros de nuestras ciudades durante el encierro daba miedo; el núcleo urbano de Roma estuvo por un largo tiempo deshabitado, mientras las periferias pululaban de gente. Es inolvidable el regreso al centro de la ciudad a pocos días de la conclusión del lock down: todas las grandes tiendas cerradas, ningún lugar para comer y un aplastante silencio.

Estudiantes protestan contra el costo de los alquileres en la región de Lazio, Roma, el 16 de mayo.

Estudiantes protestan contra el costo de los alquileres en la región de Lazio, Roma, el 16 de mayo.

Foto: Andrea Ronchini, Nur-Photo, AFP

Casa dulce casa

“Nuestro objetivo es estar presentes en las ciudades que creemos que serán las más resilientes y con mejores resultados de todo el mundo”, afirma Lendlease en su página web italiana. Lendlease es un grupo internacional de real estate de origen australiano, con experiencia local en los principales mercados de Australia, Asia, América y Europa.

La página web también afirma que “para identificar las ciudades más relevantes para nuestra estrategia y nuestras capacidades, realizamos periódicamente un amplio estudio global, evaluando parámetros clave como el clima económico y empresarial, los riesgos geopolíticos, el potencial de urbanización y los indicadores del mercado de capitales”. El eslogan de Lendlease es “Lugares para todos. Dar forma a las ciudades, crear comunidades conectadas y ofrecer lugares de trabajo del futuro en todo el mundo”. Lendlease promete transformación, seguridad, sentido de comunidad, pero no para todos y todas. La narración positiva que ofrece está destinada a quien puede pagar; para los otros queda sólo una promesa inalcanzable.

Los nuevos barrios surgidos de estos mecanismos se parecen mucho uno al otro; en las páginas web de estos grandes fondos de inversión inmobiliaria Londres, París y Milán acaban asemejándose. Grandes plazas rodeadas de rascacielos, modernos skylines, naturaleza artificial y domesticada. El resultado es una homogeneización del paisaje urbano. De inmediato desaparecen los viejos comercios, sustituidos por locales a la moda; los antiguos habitantes no pueden sobrellevar los altísimos precios de compra o alquiler de las casas en los distritos renovados, por lo que son expulsados y relegados en bolsas acordonadas y lejanas, al estilo de las banlieues.

Y domesticado es también el sector público, que ya no administra el territorio con una visión política, sino que se entrega mansamente al sector privado, al que deja a cargo de los planes de ordenamiento territorial y de determinar su forma de implementarlos. En todo esto se olvida el derecho a habitar: el hogar deja de ser un espacio doméstico de amparo, cuidado, reproducción y comunidad para convertirse a todos los efectos en una mercancía, un producto financiero. Se olvidan las necesidades concretas de las personas: aire y agua limpios, movilidad, espacios verdes, densidad de vivienda sostenible.

¡Es la gentrificación, belleza!

¿Recalificar o acaparar?

Sarah Gainsforth, escritora e investigadora independiente, se ocupa de temas como transformación urbana, vivienda, desigualdad social, gentrificación y turismo.

En sus estudios relata cómo, desde mediados de los años ochenta, empresas y grandes marcas se proponen como bienhechoras para la conservación y la restauración del patrimonio cultural con el fin de obtener un retorno de imagen y, por tanto, un beneficio económico indirecto. Mediante el mecanismo del mecenazgo, los privados financian la rehabilitación de un bien público o cultural, de forma de reforzar la idea de una identidad positiva y de valores compartidos. Pero la frontera entre protección y creación de un valor económico es cada vez más borrosa y a menudo la privatización y la sustracción del espacio público están a la vuelta de la esquina.

Entre los ejemplos citados por Gainsforth figura un estudio de Paola Somma sobre la plaza de San Marco de Venecia, “¿De quién es la plaza de San Marco?”. Somma reconstruye con detalle la privatización progresiva de la famosa plaza a partir de los años ochenta, del concierto de Pink Floyd en 1989, que atrajo a 200.000 personas y convirtió por primera vez la plaza de San Marco en un lugar de eventos de pago.

Para gestionar esos actos el ayuntamiento de Venecia creó una empresa que tiene como misión ocuparse del “marketing, la imagen y la promoción de Venecia”; la plaza se alquila como escenario para campañas publicitarias y los beneficios se destinan exclusivamente a iniciativas en favor de los operadores turísticos. A la inversa, cuenta Somma, las mismas autoridades que ceden a los inversores los espacios más preciados de la ciudad niegan a los ciudadanos el derecho a reunirse pacíficamente en la plaza. Por ejemplo, el prefecto ha prohibido las manifestaciones del comité No Grandes Naves y del comité que, con el lema “La ciudad de vuelta a la plaza, la plaza devuelta a la ciudad”, pide que la plaza de San Marcos sea restituida a la gestión de los ciudadanos.

Situaciones como esta se dan en todas las grandes ciudades de arte italianas. En Roma, la Escalinata de España fue el escenario del desfile de Valentino: la casa de moda pagó 15.000 euros al día por el alquiler, según la lista de precios del ayuntamiento. En 2011, el Ministerio de Bienes Culturales, la superintendencia y el grupo Tod’s, de Diego Della Valle, firmaron un acuerdo que concedía a Della Valle el derecho exclusivo a explotar la imagen del Coliseo durante 15 años como contrapartida por la restauración: “el bien público se convierte en un soporte publicitario para el patrocinador privado”, afirma Andrea Natella, sociólogo y experto en marketing y comunicación. Además, señala Natella, “la concesión del derecho de imagen del monumento más famoso del mundo costó 25 millones de euros. En el mundo de la publicidad, eso son migajas”.

El más hermoso de los pueblos

Casas en venta a un euro. Esta es la solución identificada por algunos alcaldes italianos para frenar la despoblación y el abandono de las pequeñas aldeas en los territorios internos. Suelen ser edificios en ruinas en pueblos casi completamente vacíos, que se ofrecen a un precio simbólico frente al compromiso de reformar el inmueble en un breve espacio de tiempo.

Según las estadísticas, hay 6.000 pueblos fantasmas en Italia y 115 municipios que han perdido más de 60% de su población entre la década del 70 y la actualidad. Sobre todo el sur de Italia está afectado por esta hemorragia, con el desempleo y la falta de servicios amplificando la huida de las personas.

¿Casa a un euro entonces? Una linda iniciativa a medias exitosa.

La mayoría de las casas vendidas fueron adquiridas por ciudadanos extranjeros y utilizadas como segunda residencia o lugar de vacaciones o convertidas en bed & breakfast. En definitiva, una repoblación a medias.

En la época del turismo masivo, la belleza de los pueblos del interior no ha escapado a Airbnb, que en 2017 lanzó Italian Villages, un proyecto que promovía —a través de una propaganda basada en una narrativa destinada a poner de relieve paisajes, tradiciones, saberes ancestrales y un turismo más sostenible— 20 realidades provinciales “para que vuelvan a brillar gracias a nuevos flujos de personas”.

Incluso en este caso la iniciativa funcionó a medias, llenando las instalaciones turísticas y animando al mismo tiempo a los propietarios locales a dejar sus casas para alquilarlas a los visitantes, un proceso de gentrificación que hace que pueblos imiten sus propias tradiciones para el uso y el consumo de los turistas, que comunidades exhiban memorias compartidas, que modas alimenticias conviertan los alimentos tradicionales baratos y populares en comida de tendencia. Un cambio sociocultural que altera las relaciones y los vínculos con el territorio y en la comunidad, y que expone a esta última al riesgo de desintegración y acelera el abandono. Y al atardecer las aldeas cierran y las ancianas retiran de las callecitas los banquetes con pasta fresca, se sacan los delantales y cierran las puertas de su casa. Las aldeas se vacían tras el paso de los turistas.

Occidental style

El anuncio de un conocido portal de venta y alquiler de viviendas muestra a una pareja que va a visitar un apartamento. Antes de entrar ambos se dicen que no deben mostrar ningún entusiasmo, pero en el amplio, luminoso, coqueto salón que les presentan, la joven se desmaya, presa de una especie de síndrome de Stendhal; la trasladan a la terraza para que tome aire y ahí, frente a la hermosa zona verde, su novio pierde el conocimiento. Al final, ninguno de los dos puede aguantar la visión del magnífico vestidor, y flaquean otra vez, cayéndose de la cama en la que habían sido puestos para reanimarse. El anuncio dice: “¡Tu casa está en ... ! Desmayate al verla”, con la palabra svieni (‘desmayate’), que recuerda a la palabra vieni (‘vení’), un lindo juego de palabras para un divertido cuento de publicidad.

En el contexto occidental, una linda casa es un requisito social tenido en alta consideración, uno de los pilares de la ideología neoliberal; en Italia, define quién sos. Tu vivienda explica tu posición social y en qué punto estás; es el punto de partida para mejorar y proyectarse en el futuro. Así, una pareja joven que decide convivir generalmente pone mucha energía, económica y psicológica, en la búsqueda y la puesta en marcha del lugar en el que irá a vivir.

La verdad es que una franja muy estrecha de población logra los estándares de la publicidad mencionada. En las grandes ciudades la mayor parte de los trabajadores vive en periferias, en pisos pequeños de condominios hacinados, prisioneros de un sistema de transporte ineficiente y gastando la mayor parte del sueldo en un alquiler. Las generaciones más jóvenes ven reducidas las perspectivas de encontrar una salida; viven una precariedad habitacional que se transforma en precariedad existencial, en desafección de la política, en repliegue sobre la vida privada, en huida y emigración.

Luces

A pesar de un panorama mayoritariamente deprimente, en los últimos años ha habido resistencia en Europa a esta nueva financiarización de la vivienda y a la escasez crónica, ahora estructural, de viviendas accesibles. Una lucha que en algunos casos (Berlín, Ámsterdam, Barcelona) empieza a dar sus frutos, con la introducción de límites más estrictos a la suba de precios de los alquileres, la obligación de los propietarios de alquilar los pisos vacíos y el freno puesto a la compra de inmuebles por empresas inmobiliarias y grandes propietarios.

Los fenómenos de turistificación de las ciudades, la gentrificación, los alquileres por las nubes, los desahucios, los fondos inmobiliarios, las casas dormitorio contrastan con las ocupaciones, la vivienda social, la covivienda, las estrategias populares, el gobierno participativo de los planes urbanísticos. Resiste una cultura de base, regenerativa desde abajo, que se enfrenta a la regeneración impulsada por las empresas y da lugar a una remodelación de bajo coste y gran impacto social en nuestras ciudades. Todavía hay bolsas de resistencia en las periferias olvidadas por el Estado, en los espacios que el capitalismo abandona, en los territorios internos donde los jóvenes vuelven a ocuparse de la tierra; un movimiento de nueva colonización decolonial, espacios de transgresión y alternativa que imaginan nuevas relaciones, obligan a las jerarquías de dominación a salir al aire, promueven una “integración de los saberes” que incluye a las experiencias marginadas.

Ese conflicto es crucial e indica cómo las políticas de vivienda son hoy una frontera sobre la que se mueven diferentes visiones de la sociedad de las que depende nuestro destino.

Los y las estudiantes de la protesta de las carpas se autoorganizan para presidir el porvenir. En la noche líquida y viscosa de nuestras ciudades, iluminan sus libros de texto universitarios con la linterna de sus teléfonos móviles en el silencio de sus carpas.

Esa luz ilumina el futuro.