Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial se planteó un verdadero problema en el horizonte de la economía global. Había grandes posibilidades de que se recrearan las condiciones de la depresión de los años treinta, aunque esta vez en el marco del enorme incremento de la capacidad productiva favorecido por la economía de guerra y con una gran cantidad de tropas militares regresando a sus hogares. Frente a esta situación, las autoridades políticas de Estados Unidos comprendieron algo importante: el proceso de descolonización, que se había convertido en un hecho desde que terminó la Primera Guerra Mundial, representaba una ventaja. Era necesario deshacerse del control que el Reino Unido, Francia y Países Bajos ejercían sobre sus posesiones coloniales para que estas dejaran de ser mercados cautivos de las potencias imperiales. Dado que no tenía tantos mercados cautivos, Estados Unidos dirigió la apertura en beneficio de sus propios intereses. Entendió que podía colonizar el mundo con tanta facilidad como el Reino Unido y Francia, pero a través de un sistema global de libre comercio.
La descolonización y la apertura del mundo a estructuras alternativas de desarrollo ayudarían a absorber los excedentes de capital estadounidenses de la posguerra. Esta fue la genialidad del Plan Marshall. Sin embargo, el plan no consistía simplemente en utilizar a Europa como un sumidero para las mercancías excedentes de Estados Unidos. Se trataba también de reconstruir el capital y los sitios de acumulación de capital en todo el mundo, expandiendo considerablemente el mercado mundial. El capital excedente se desplazó hacia Japón y Europa, lo cual conllevó la revitalización de esas economías.
El período que va desde 1945 hasta 1970 estuvo caracterizado por un crecimiento espectacular de la economía global, y esto dependió en buena medida de la creación de estos centros alternativos de expansión y acumulación de capital. Sin embargo, en los años ochenta, Japón y algunas partes de Europa Occidental empezaron a superar a Estados Unidos en el escenario mundial. Estados Unidos se encontró en la situación de haber ayudado a crear a sus propios rivales. Si estuviese escribiendo esto en los años ochenta, estaría describiendo a Japón y a Alemania Occidental como hegemónicas en términos del capitalismo mundial. Estos eran los países que llevaban la delantera en aquel entonces.
Estados Unidos alentó este proceso porque representaba un beneficio particular, especialmente en el contexto de la Guerra Fría con la Unión Soviética y frente a las perspectivas de surgimiento de una alternativa comunista en China. A Estados Unidos se le planteó entonces el problema de cómo combatir el crecimiento explosivo de Alemania Occidental y Japón. Su solución fue crear un orden mundial normativo en el cual todos los países pudieran competir y beneficiarse del comercio libre. Estaba convencido de que podía resultar ganador bajo este nuevo sistema, en parte porque fue construido salvaguardando la ventaja de sus propios capitales.
Este fue el orden neoliberal del libre comercio: la reducción sistemática de las barreras aduaneras y la creación de un sistema financiero global que facilitaba el desplazamiento tanto del capital como de las mercancías a lo largo y ancho del mundo. El auge de las nuevas tecnologías del transporte y las comunicaciones también fue de gran ayuda. Una de las consecuencias de esto fue el desarrollo de múltiples centros alternativos de acumulación de capital. Japón, por ejemplo, se desarrolló enérgicamente durante los años sesenta sólo para terminar, en los años setenta, con enormes cantidades de capital excedente. ¿Y qué iba a hacer con él? Japón exploró la posibilidad de un ajuste espacial (spatial fix).
Marx brinda una descripción interesante de cómo funciona este ajuste espacial. El territorio con capital excedente presta dinero en otras partes del mundo, que luego lo utilizan para comprar mercancías del país con excedente de capital. El país de destino puede utilizar las mercancías que compra para satisfacer los deseos y las necesidades de su población —a través del consumismo— o para construir infraestructura y trabajar en proyectos que conduzcan a seguir desarrollando el capitalismo en su territorio.
De esta manera, Japón empezó a “colonizar” el mercado de consumo de Estados Unidos. Esto derivó en la “invasión” japonesa de la economía estadounidense: compró el Centro Rockefeller y se metió en Hollywood mediante la compra de Columbia Pictures. De esta forma, el capital excedente volvió a fluir desde Japón hacia Estados Unidos, pero también se expandió por el resto del mundo, con lo cual el país llegó incluso a asumir una postura minimperialista en muchos mercados emergentes, como los de América Latina. Poco tiempo después pudimos apreciar secuencias similares en toda Asia. Aunque al comienzo lo hizo bajo una dictadura militar y no en el marco de una economía de libre mercado, Corea del Sur se desarrolló. Estados Unidos impulsó este proceso por un motivo muy sencillo: la contención del comunismo.
La Unión Soviética y China planteaban una amenaza. Estados Unidos necesitaba una Corea del Sur próspera y procapitalista para limitar la expansión comunista. Por lo tanto, apoyó el desarrollo de la economía coreana, facilitándole transferencias tecnológicas y ofreciéndole un acceso ventajoso a los mercados estadounidenses. Pero hacia fines de los años setenta, Corea del Sur estaba generando un capital excedente con su gran aparato productivo. Entonces, ¿qué hacer? Intentó hacer un ajuste espacial. Localizó la producción de automóviles en Estados Unidos y compró algunas empresas de electrónica, mientras colonizaba los mercados estadounidenses y organizaba la producción en algunos mercados emergentes al mismo tiempo. El capital excedente salió de Corea del Sur hacia fines de los años setenta. Aparecieron de repente empresas subcontratistas coreanas en América Central y África. Las prácticas de estas empresas en relación con los derechos humanos y laborales eran notoriamente brutales.
Antes de que nos diéramos cuenta, la misma secuencia había ocurrido en Taiwán. Estados Unidos apoyó a Taiwán porque prefería asegurarse un desarrollo económico próspero que permaneciera en su órbita en vez de arriesgarse a una reabsorción por la China comunista. Entonces la industria taiwanesa comenzó a ser muy importante. Aproximadamente en 1982, el problema del excedente de capital volvió a surgir y de repente hubo una corriente de exportaciones de capital desde Taiwán. ¿A dónde iba? Se movía a lo largo y ancho del mundo, pero una parte considerable iba hacia China, que recién se abría al desarrollo capitalista.
Este fue el momento en el que Foxconn, que ahora es uno de los conglomerados de empresas más grandes del mundo, empezó a desplazarse hacia China. Por lo tanto, el desarrollo chino posterior a 1978 se apoyó en gran medida sobre el capital taiwanés, japonés, surcoreano y, por supuesto, hongkonés. Hong Kong es un caso muy interesante. Antes de la apertura de China, la industria textil y de indumentaria de Hong Kong había logrado derrotar al Reino Unido, que en ese momento atravesaba un proceso de desindustrialización. Las fábricas textiles de Mánchester no podían competir con los productos de Hong Kong. El capital de Hong Kong quería expandirse, pero carecía de suficientes recursos, mercados y fuerza de trabajo en su propio territorio. Entonces Shenzhen se abrió de repente y el capital de Hong Kong se desplazó rápidamente hacia China para aprovechar la masa de fuerza de trabajo barata. La industrialización china de los años setenta y ochenta fue el resultado de todas estas importaciones de capital provenientes de Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Japón.
La consecuencia de esto fue la creación de una economía increíblemente productiva al interior de China. ¿Y qué hizo esta economía? Empezó a derrotar a sus competidores. ¿Qué pasó con Japón? La economía japonesa había empezado a desplomarse alrededor de los años noventa. Taiwán estaba en dificultades aun cuando Foxconn, que es una empresa taiwanesa, empleaba a 1,5 millones de personas en China. Ahora Foxconn tiene capacidad productiva también en América Latina y África. Está llegando incluso a Wisconsin. Aquí está en marcha el ajuste espacial. El capital está desplazándose perpetuamente de un lugar a otro.
Ahora es el turno de China de confrontar el problema de qué hacer con el capital excedente.
La orientación general de China parece haber cambiado luego de 2008. Este fue el año en que pudo observarse una enorme crisis del capitalismo global. Durante este proceso, el mercado de consumo más grande de China en Estados Unidos quebró y las exportaciones cayeron drásticamente. Pero en 2008, por primera vez, la inversión extranjera directa en China fue superada por la exportación de capital. Luego de esto, las exportaciones de capital se dispararon y alcanzaron niveles muy por encima de las importaciones de capital. China se convirtió en un exportador neto de capital. En vez de tomar la forma de inversiones directas en la producción, la mayor parte de este capital tomó la forma de crédito comercial, especialmente en los casos de África y América Latina. Los tiempos habían cambiado desde el año 2000, cuando el mapa de las exportaciones de capital de China estaba prácticamente vacío.
Para 2015, el capital excedente chino estaba en todas partes. El mundo entero quedó atrapado en el intento chino de implementar un ajuste espacial. China empezó a orquestar todo esto alrededor de algo denominado la Nueva Ruta de la Seda, un plan de expansión geopolítica que se propone destinar el capital excedente de China a la reconstrucción del transporte y la conectividad comunicacional del continente euroasiático, con ramificaciones que se extienden a lo largo y ancho de África y América Latina.
El ajuste espacial para resolver el problema del capital excedente chino se está convirtiendo en un proyecto geopolítico en el marco del cual, por medio de inversiones en infraestructura, Asia Central está siendo atraída hacia la esfera de influencia de China. Estados Unidos organiza buena parte de su influencia global gracias a su potencia marítima y está emergiendo un grave conflicto entre China y Estados Unidos en el mar de la China Meridional, pero China también le otorga mucho valor a su potencia terrestre en Asia Central, en donde Estados Unidos enfrenta muchas más dificultades para ejercer cualquier tipo de dominio.
China está empezando a reivindicar un control casi completo sobre Asia Central y Estados Unidos no parece ser capaz de disputar ese terreno. Pero el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda es mucho más ambicioso. Está jugando un rol muy importante en África, que en unos pocos años, desde 2008, ha contraído una enorme deuda con China para construir obras de infraestructura, como los ferrocarriles de África Oriental. China está implementando la táctica clásica de prestar dinero a otros países para que compren productos excedentes chinos —acero, equipos de transporte y cemento—, de la misma forma que durante el siglo XIX el Reino Unido sustentó el desarrollo de Argentina para satisfacer sus propios intereses.
El objetivo es reducir radicalmente el tiempo que toma viajar desde China hacia Europa mediante una red de ferrocarriles de alta velocidad que atraviese Asia Central. Esto es lo que está construyendo. Muchos analistas occidentales suelen describir todo esto como una inversión irresponsable, argumentando que no puede ser rentable. Es probable que, en el corto plazo, esto sea verdad, pero en el largo plazo terminará por reconfigurar la forma en que se estructura el mundo en términos geopolíticos. Puede decirse, casi con certeza, que el proyecto chino es más geopolítico que económico.
Por lo tanto, no es un accidente que China, un país que durante muchos años evitó cualquier confrontación con Estados Unidos, esté desafiando en este momento su poderío en el mar de la China Meridional. Pero, al mismo tiempo, ha logrado hacerse de un territorio —Asia Central— en el que no compite con nadie. Cuando estuve en China me advirtieron muchas veces que no debía decir nada negativo sobre Rusia, puesto que claramente existe una alianza de intereses en Asia Central y más allá. Ambos países están apoyando a Venezuela frente a los repetidos intentos de Estados Unidos de derrocar al gobierno de Maduro, sea mediante un golpe de Estado directo, mediante sanciones o mediante el fomento de conflictos internos. Empezamos a percibir la emergencia de una división geopolítica global que pronto podría transformarse en una contienda activa. Pero debe notarse cómo este proyecto de la Nueva Ruta de la Seda converge también con el problema de encontrar un ajuste espacial adecuado para colocar el capital excedente y distribuir la capacidad productiva.
El capital está sujeto eternamente a una tasa de crecimiento compuesto de 3%, lo cual implica, a su vez, una tasa de reorganización compuesta de la geografía del capital y de la acumulación capitalista global. Lo que empezamos a percibir es que el despliegue de estos ajustes espaciales, de Estados Unidos hacia Japón, de Japón hacia China, de China hacia África y Asia Central, es una manifestación geopolítica de la lógica del crecimiento compuesto del capital. Este es el tipo de condiciones que dieron origen a dos guerras mundiales durante el último siglo.
La perspectiva escalofriante de una futura guerra mundial no es evidente, pero el rol que cumplen las rivalidades geopolíticas y las teorías debe ser analizado con cuidado. Considerando todas las tensiones actuales, especialmente en Medio Oriente, sería necio ignorarlas. Cuando la búsqueda de ajustes espaciales para el capital excedente que ha sido acumulado se fusiona con las rivalidades geopolíticas, tal como sucedió durante los años treinta, es tiempo de retroceder y tener mucho cuidado para no precipitarse de cabeza en la vorágine de las guerras mundiales. La geopolítica del ajuste espacial debe ser analizada con seriedad.
Traducción: Valentín Huarte.