El gobierno posdictadura de Raúl Alfonsín había terminado abruptamente. Jaqueado por la hiperinflación, que en 1989 llegaría a 4.600%, y por un estallido social con saqueos a comercios y supermercados cuya represión dejó un tendal de muertos y heridos, Alfonsín adelantó la entrega de la banda presidencial a Carlos Saúl Menem, un peronista que había ganado las elecciones prometiendo la “revolución industrial” y el “salariazo” bajo la consigna “Síganme, no los voy a defraudar”.
Con Menem llegaría a la Argentina la era de la pizza con champán.
La moneda de curso legal, que durante el alfonsinismo se llamaba austral, pasó a llamarse, desde el 1º de enero de 1992, peso convertible, y pasó a valer por ley lo mismo que un dólar.
El entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, fue muy claro al anunciar por cadena nacional que nadie tendría que “temer por la evolución futura de la paridad cambiaria”, ya que “el peso, que a partir del 1 de enero valdrá igual que el dólar”, sería “una moneda destinada a durar con ese valor por muchos años”. “Me atrevo a decir por décadas”, agregaba, y aseguraba: “Si ustedes y nosotros nos lo proponemos firmemente, nos transformaremos en un país estable para siempre”.
Esa medida benefició, ¿cuándo no?, a la clase alta, pero también alentó al consumo a un vasto sector de la clase media y media baja, que se permitió comprarse su casita, el auto, ir a pasear a Disney World o, como buenos piojos resucitados, combinar costumbres propias del populacho con otras que hasta hacía muy poquito eran exclusivas de los ricos, como bajarse una pizza con un buen champán.
La euforia del consumo había llegado a buena parte de los sectores postergados. Muchos laburantes tuvieron acceso a novedosos aparatos caros, como el discman, e incluso a comprar entradas para ver a artistas y bandas de la talla de Joe Cocker, Keith Richards y The B-52s. El tipo de cambio atraía a los representantes de los grandes artistas internacionales y dio inicio a los megaespectáculos: empezaron a recalar en la vecina orilla nombres como Madonna, Paul McCartney, Guns N’ Roses, Iron Maiden y Michael Jackson.
La fiebre del consumo se reflejaba en los avisos de televisión: “Aunque no lo crea, las imágenes que está mirando no son de Miami: esto es el Alto Avellaneda Shopping Mall”; “Ahora la variedad y los precios de Miami están en Buenos Aires: igual que en Miami, pero a diez minutos del obelisco”.
Pero la convertibilidad requería caja... Y por eso, al compás del consumo de una Argentina que realmente creía que estaba entrando en el primer mundo, el gobierno, además de endeudar el país, privatizó casi todas las empresas públicas. Vendió los canales 13 y 11 (este último pasó a llamarse Telefé), Gas del Estado, los Servicios Eléctricos, la telefonía, los ferrocarriles, las líneas aéreas, los Yacimientos Petrolíferos Fiscales y un largo etcétera.
Clink, caja... el menemismo pasó todo a cobre.
Porque Menem, Menem,
Menem se lo gana y no hablemos de pavadas
si son todos traficantes,
¿y si no el sistema qué y si no el sistema qué?
[...]
No me digan se mantiene con la plata de los pobres
eso sólo sirve para mantener a algunos pocos.
Menem era un líder carismático y popular ligado al ala izquierda del peronismo. Portador de unas enormes patillas, fue gobernador de La Rioja antes y después de la dictadura que asoló el país entre 1976 y 1983, durante la cual estuvo preso un par de años. Patillas que se sacó cuando, siendo presidente, cambió su look, cirugías y peluca mediante, para ser el principal protagonista de lo que alguien describió como “frivolización de la política”.
Acompañó su gestión de gobierno con una fuerte exposición mediática y estableciendo un vínculo cercano con buena parte de la farándula. Podía vérselo con frecuencia, con su facha de canchero y exitoso, en programas como Showmatch, de Marcelo Tinelli, o en la mesa de Mirtha Legrand. También visitaba a Gerardo Sofovich en Polémica en el bar y hablaba con Susana Giménez de su “éxito con las mujeres” en el legendario Hola, Susana.
“Soy presidente de Argentina y estoy jugando al lado de estos astros, ¿qué más puedo pedir?”, decía Menem a la prensa antes de jugar, vistiendo la camiseta número 5 de la selección, un partido a beneficio junto a Diego Armando Maradona, Claudio Paul Caniggia y Nery Pumpido. Cuarenta mil personas se juntaron a verlo en la cancha de Vélez. También jugó en el Luna Park otro partido benéfico junto a los ídolos de la selección de básquetbol, corrió una carrera de automovilismo con Carlos Reutemann y jugó al tenis con Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini.
Invitó a la Quinta de Olivos al piloto de Fórmula 1 Michael Schumacher y a los Rolling Stones, con quienes se hizo fotografiar mientras decía sentirse “un quinto stone”. Además de con empanadas y vino tinto de su bodega particular, agasajó a la banda con... pizza y champán.
Se fotografió con Charly García, Pelé y la princesa Diana y se dio el lujo de invitar a la Casa Rosada a Xuxa y Michael Jackson.
Pero en una década en la que literalmente pasó de todo, no sólo fanfarroneó en la tele. También indultó a los responsables del terrorismo de Estado de la última dictadura, estuvo involucrado en tráfico de armas a Croacia y Ecuador, así como envuelto en casos de corrupción, y fue acusado de encubrimiento en el atentado terrorista contra la mutualista judía AMIA, que en 1994 dejó 85 muertos y centenares de heridos. Y... etcétera.
Voy a la cocina, luego al comedor,
miro las revistas y el televisor.
Me muevo para aquí, me muevo para allá,
Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar.
Qué me vienen con chorizo, pero ya va a llegar,
que cocinen a la madre de Cavallo y al papá.
En 1993, en medio de la vorágine privatizadora, el gobierno había privatizado también el sistema previsional, así que los aportes de los trabajadores dejaron de ir a las arcas del Estado y pasaron a empresas creadas por bancos que administraban ese capital. No sé si les suena de algo. Allá se llamaron AFJP: administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones.
El ajuste del menemismo profundizó más la pobreza de un sector de la población que a la pizza y el champán sólo los vieron por la tele. Entre ellos, los jubilados, que desde hacía ya un par de años venían cortando la calle todos los santos miércoles frente al Congreso de la Nación en reclamo de una jubilación mínima de 450 pesos.
A la cabeza de esas movilizaciones había una viejita a la que le faltaban algunos dientes. Norma Plá y un grupo de jubilados que eran ignorados en sus reclamos ensayaron una nueva y original forma de protesta: chorizadas en la calle en lugares que incomodaban, que pronto recibieron la atención mediática. Las cámaras de un nuevo canal de televisión llamado Crónica TV mostraron a todo el país una chorizada frente a la embajada del Reino Unido en ocasión de la visita a Argentina del príncipe Andrés en la que Norma Plá, mientras quemaba una bandera británica, gritaba: “Como quemó a los chicos de las Malvinas, así va a quedar el principito cuando venga”. Cuando les apagaron el fuego, los jubilados, enojados, se abalanzaron hacia el frente de la embajada, pero la Policía les cortó el paso. Las cámaras se dirigieron a Norma, que, plantándole cara a un impertérrito milico de bigotes y casco, le gritaba: “Venga sin arma y sin escudo con un jubilado acá en la esquina, mano a mano, a ver quién gana... ¡Venga si tiene los huevos que tienen los jubilados!”.
Las chorizadas se convirtieron en una emblemática nueva forma de protesta. Las hicieron frente a la casa del ministro Cavallo (a quien también Norma Plá envió una corona mortuoria y amenazó con instalarle una carpa enfrente) y a la Casa de Gobierno, y a menudo los chorizos se convertían en proyectiles que los viejitos tiraban por la cabeza de funcionarios y policías.
“Vamos a quemar a los que están dentro de la Casa de Gobierno, entre ellos el presidente de la nación”, amenazaba Norma a través de la prensa que cubría las protestas, que a menudo terminaban en incidentes con la Policía. Ella misma estuvo veintipico de veces detenida. “Siempre estoy detenida, pero no por ladrona ni corrupta” sino “por decirles la verdad a estos señores que nos están apaleando constantemente... pero vamos a seguir, ¡somos más pueblo que milicos!”.
En una oportunidad, tras escuchar el reclamo de los jubilados, Cavallo dijo que se sentía emocionado y empezó a llorar frente a las cámaras mientras recordaba que su padre también era jubilado. Pero posteriormente acusó a Norma de no ser representativa de ese sector. “Yo me represento sola”, respondió ella. “Yo salí a la calle porque estaba cagada de hambre, como estoy en la actualidad. Yo no quiero comer menuditos de pollo como estoy comiendo, yo quiero comer la comida que come ese señor al cual le pagamos el sueldo nosotros”.
¿Y ahora qué? ¿Qué nos queda?
Elección o reelección para mí es la misma mierda.
¡Hijos de puta en el Congreso!
Hijos de puta en la Rosada y en todos los ministerios,
van cayendo hijos de puta que te cagan a patadas.
En 1994, una serie de reuniones entre Carlos Menem y el líder de la Unión Cívica Radical, el expresidente Raúl Alfonsín, derivaría en el Pacto de Olivos, un acuerdo que impulsó una reforma de la Constitución que, entre otras cosas, permitía la reelección presidencial, algo que sucedería en 1995: Carlos Saúl Menem ganó en primera vuelta con 49% de los votos.
Ese año, en una entrevista con el periodista Horacio Verbitsky, un oficial de la dictadura, Adolfo Scilingo, confesaba la existencia de los vuelos de la muerte y una nueva agrupación conformada por hijos de desaparecidos, HIJOS, realizaba los primeros escraches en las casas de los represores.
Con la industria quebrada y más de dos millones de personas sin trabajo, un editorial escrito por Jorge Altamira, referente, por entonces, del trotskista Partido Obrero, en el que hacía “un análisis internacional de la situación política” inspiró a Hernán de Vega, el Cabra, que por esos días hacía espectáculos callejeros y necesitaba “un tema largo y llamativo para convocar a la gente y empezar a hacer el show”. Fue así que empezó a escribir y componer “Señor Cobranza”, una de las canciones que Las Manos de Filippi tocó ese verano. “Habíamos hecho una gira por todos lados ahí por Rocha”, recuerda el Cabra. “A la Bersuit la cruzamos en Cabo Polonio y ahí conocieron ellos el tema. Les encantó”, asegura.
Una vez de vuelta en Buenos Aires la empezó a hacer la Bersuit, dice. “A veces nos invitaba a cantarla a nosotros, que en ese momento, y como hasta el día de hoy, éramos una banda independiente bastante excluida de los medios de difusión, y la Bersuit en ese momento también era una banda independiente”. Hasta que firma un contrato con el sello Universal, “hacen el primer disco, con Gustavo Santaolalla, y deciden incluir el tema”. Para eso “necesitaban un permiso de los autores, porque cuando vos grabás un tema y el autor aún no lo grabó necesitás un permiso”, explica. Así fue que “vino la Universal con un chamuyo de que también iban a sacar un disco nuestro, que habíamos grabado con dos mangos en un garaje, que era Arriba las manos, esto es el Estado, que incluía el tema ese”. El Cabra dice que fue “con ese chamuyo de que iban a difundir también a Las Manos” que les pidieron “que le firmemos el permiso a la Bersuit”, pero “una vez que les firmamos el permiso para que salga el disco, a nosotros nos devolvieron el contrato y ahí arrancó toda la difusión con ellos”.
En ese entonces, Menem estaba ocupado en otros menesteres y al inaugurar un nuevo ciclo lectivo en Tartagal dejó atónito a todo el mundo al anunciar que se iba a licitar “un sistema de vuelos espaciales” que, desde una plataforma “que quizá se instale en Córdoba”, haría que unas naves salieran “de la atmósfera”. “Se van a remontar a la estratósfera y desde ahí elegirán el lugar donde quieran ir, de tal forma que en una hora y media podremos estar en Japón, Corea o en cualquier parte del mundo”.
Ay ay ay,
uy uy uy,
¿qué me dicen del dedito que le meten en Jujuy?
[...]
Si no lo pueden voltear lo van a querer comprar
con discursos, si no les sale
son capaz de darles acciones a los grandes mercaderes.
Eso no importa, porque el perro
va dejando otro perrito que le mete a este sistema
el dedito en el culito.
A pesar de que buena parte de la población seguía en la nube de pedos primermundista que estaba vendiendo el menemismo, la industria estaba quebrada y la desocupación superaba el 12%. En diciembre del 93, las primeras señales vinieron del norte.
Hacía tres meses que empleados estatales, docentes, municipales y trabajadores de la salud no cobraban el sueldo cuando la noticia de que 10.000 empleados estatales serían despedidos y al resto se le rebajaría el salario 50% hizo que el pueblo entero de Santiago del Estero se lanzara a las calles durante dos días. Una multitud furiosa saqueó la Casa de Gobierno, el Poder Judicial y la Legislatura Provincial, arrojando por las ventanas todos los muebles para luego prenderlos fuego, lo mismo que sucedió con las casas de varios políticos y exgobernadores. El Santiagueñazo obligó a renunciar al gobernador... pero la represión policial dejó cuatro muertos y un centenar de heridos.
Los primeros piquetes y cortes de ruta se dieron, de la mano de la desocupación masiva, en Jujuy, en 1994, cuando se creó la Corriente Clasista y Combativa, en la que confluyeron trabajadores, jubilados y desocupados “para hacer frente al ajuste”. En esas movilizaciones cobró dimensión nacional la figura de Carlos Santillán, el Perro, un obrero municipal que, megáfono en mano, lanzaba discursos incendiarios en las movilizaciones. “Estos lacayos de Menem que se preparen, porque acá se acabó el choreo, se acabó la soberbia, acá la miseria no da para más… no tenemos que permitir ser los siervos de estos señores feudales. ¡Que nosotros pagamos los impuestos para que estos se llenen de guita!”.
El Perro Santillán gritaba, con su pañuelo en la cabeza, a todo el pueblo movilizado que “cuando la ley es el hambre, la rebelión del pueblo es la justicia”.
Próximamente los atrasos salariales y la corrupción también llevarían en Jujuy al saqueo y el incendio de casas de políticos. Las protestas se extenderían por Salta, Tucumán, Catamarca y Río Negro.
Era 1995, muchísimos trabajadores se habían ilusionado y, con sus indemnizaciones, habían puesto un quiosquito, una pizzería o habían comprado una camioneta para hacer fletes. Fue también el año en que se dispararon los casos de corrupción y en que los estudiantes ocuparon las universidades contra la Ley de Educación Superior.
Entre el 96 y el 97 se empieza a consolidar el piquete como forma de protesta. En Cutral Co y Plaza Huincul, en la provincia de Neuquén, la población corta la ruta y, bajo las balas y los gases de la Gendarmería, cae asesinada Teresa Rodríguez, una empleada doméstica de 25 años.
El descontento empezó a llegar a la clase media, así que la cosa empezó a pasar de castaño oscuro.
Tienen el poder y lo van a perder,
tienen el poder y lo van a perder.
En la selva se escuchan tiros,
son las armas de los pobres, son los gritos del latino.
El 1º de enero de 1994, el mundo entero se sacudía la resaca del 31 al enterarse de que un tal Ejército Zapatista de Liberación Nacional había tomado varios municipios de un ignoto lugar llamado Chiapas, en México, y le declaraba la guerra al Ejército Federal. Se empezó a ver desfilar a miles de indígenas encapuchados y armados que hablaban a través del subcomandante Marcos, un líder de pasamontañas que con su pipa contagió de rebeldía a jóvenes de todo el planeta justo en el momento de la historia en que estaba de moda el fin de las ideologías.
Pero volvamos a 1997. Mientras la Bersuit ajustaba los acordes de lo que iba a ser su hit, el reportero gráfico José Luis Cabezas aparecía calcinado dentro de su auto con dos corchazos en la cabeza. Había osado fotografiar, para la tapa de la revista Noticias, a Alfredo Yabrán, un oscuro empresario vinculado al poder del que, al decir del propio Domingo Cavallo, “la gente no sabe qué cara tiene”. La consigna “No se olviden de Cabezas” se volvió un lema de la libertad de expresión en esa Argentina en la que se disparaban los casos de gatillo fácil de la Policía bonaerense contra jóvenes de barrios pobres. Una Policía, además, íntimamente vinculada al tráfico de drogas, el juego clandestino y la prostitución y que incluso exigía coimas a los vendedores ambulantes de los trenes, bajo amenaza de detenerlos y decomisarles la mercadería.
Mientras en Salta la desocupación superaba el 50% y en Tartagal miles de pobladores cortaban la ruta 34, llegaban más señales de que el mundo de Disney se estaba cayendo a pedazos. El justicialismo salió duramente derrotado en las elecciones legislativas. El menemismo había llevado a la quiebra a innumerables empresas y en el 98 muchos trabajadores decidieron, perdido por perdido, poner esas empresas a producir bajo control obrero. Así nació la primera fábrica recuperada: Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentina.
Fue en la antesala de 2001 que se popularizó “Señor Cobranza” como un grito de guerra de los jóvenes. “Cuando la Bersuit lo graba, fue antes de que la gente saliera a la calle a gritar ‘que se vayan todos’”, recuerda el Cabra, pero “cuando toda la gente salió a la calle, el tema llevaba unos cuantos años”. “Fue como el hartazgo final del menemismo”.
Aunque la canción fue censurada por el Comité Federal de Radiodifusión, el Cabra cree que “la censura fue una cuestión más publicitaria, de difusión del disco y del tema, que una censura política”, porque “la censura política la aplican a todas las bandas independientes, que es no tener difusión”. “Cuando la graba la Bersuit con Santaolalla, la censura tenía otro sentido más de publicidad, porque es sabido que cuando algo se censura, la gente lo quiere escuchar”.
Pero, dice el Cabra, “de lo que menos me interesaría hablar es de ese quilombo con la Bersuit, que está recontra superado”. Hoy piensa que, si bien “en ese momento quizá era importante”, a través de los años fueron comprendiendo que “si no lo hubiera hecho la Bersuit con Santaolalla, este tema no hubiera tenido la repercusión que tuvo mundialmente y hubiera sido un tema más de los desconocidos de Las Manos”, así que “pasado el tiempo nos agarramos de lo bueno que tuvo eso, que es que el tema se difundió por todos lados y, de hecho, nosotros fuimos a muchos lados, como Colombia, donde ese tema pegó mucho más, gracias a decir que somos los autores”.
Está hablando de una canción que acompañó una década en la que surgieron muchas nuevas formas de resistencia: chorizadas, escraches, piquetes, puebladas, empresas recuperadas. Y que, si bien fue compuesta varios años antes, formó parte fundamental de la banda sonora de lo que vendría después: el “que se vayan todos” y el 2001. Cosa que en cualquier momento, vaticina el Cabra, “está por volver a pasar”.
¡Y váyanse todos a la concha de su madre!