—Mientras ustedes distraen a los guardias, yo decapito al hechicero oscuro. Así liberamos al bosque de su tiranía y además cobramos la recompensa.

Las palabras de Deckert entusiasmaron a sus dos compañeros de mesa. Abrisa levantó la copa de hidromiel y Gúndor, una gigantesca jarra de cerveza. El espadachín sumó su vaso de vino al brindis.

—¿Cuándo partiremos hacia el bosque? —preguntó el forzudo mientras se sacaba la espuma de cerveza de su bigote.

—Tan pronto como terminemos de almorzar, pero hoy el servicio está tardando más que nunca.

Como si los hubiera escuchado, la moza de la taberna atravesó el salón repleto de gente y dejó tres platos de comida. Al igual que las bebidas, cada uno había pedido un bocadillo diferente, de acuerdo a su personalidad: Gúndor ordenó medio jabalí, la pequeña arquera una ensalada de bayas y Deckert un sándwich de res.

—Si no tuviera que cargar con tantas flechas, llevaría más de estas bayas conmigo.

—Eso te pasa por necesitar armas, pequeñita. Yo me encargaré de esos malditos solamente con mis puños.

—¿Qué es esto? —los interrumpió Deckert—. ¿A esto le llaman un sándwich?

Gúndor y Abrisa coincidieron en que sí, aquel filete entre dos panes podía ser llamado sándwich, pero el líder del equipo no podía disimular su indignación.

—Vean el tamaño de esta loncha de carne. Recuerdo que cuando empezamos a venir a esta taberna los sándwiches tenían el doble de tamaño. ¡Siempre ocurre lo mismo! Una vez que tienen a la clientela cautiva, empiezan a economizar con los ingredientes.

—¿Hemos sido capturados? Es la tercera vez esta semana. ¡Me encargaré de ellos!

El gigantón no era muy inteligente.

—Tranquilo, Gúndor. Somos clientes cautivos porque esta es la única taberna en varios kilómetros a la redonda. Y además es la más cercana a la entrada del bosque, así que pueden retacear la comida sabiendo que seguiremos viniendo.

—Es una buena oportunidad para cambiar tu dieta. ¿Quieres probar las bayas?

—Estoy seguro de que esas bayas también han disminuido en calidad.

Abrisa revisó su plato y comprobó las palabras del espadachín. A esa altura Gúndor había terminado lo suyo, por lo que no se dio cuenta de que, en lugar de medio jabalí, le habían servido un tercio.

—¡Moza! ¡Moza! —Deckert elevó su voz por sobre el griterío generalizado—. ¡Queremos hablar con el cocinero!

La moza, que llevaba una bandeja cargada en cada mano, hizo un gesto para que reconocieran que los había escuchado. Media hora más tarde se acercó un hombre que se limpiaba las manos con un trapo. Era la señal internacional de que un cocinero se encontraba fuera de su hábitat natural.

—¿Me buscaban?

El musculoso y la joven escucharon cómo su compañero presentaba evidencia física y testimonial de la disminución en la calidad de la comida de la taberna. Con su retórica, Deckert intentó acorralar al cocinero, que además era el dueño del lugar.

—¿Y? ¿Qué tiene para decir? —agregó al final de su demoledora alocución.

—Tienen razón.

La respuesta los sorprendió, y el tabernero fue consciente de eso.

—Pero...

—Nada de peros. Están invitados a encontrar una taberna que ofrezca mejores porciones. Espero que tengan un mapa de la región.

Cerró su comentario con una guiñada.

El espadachín golpeó la mesa, se puso de pie y anunció que no volverían a pisar ese lugar. Mientras los otros dos juntaban sus pertenencias, pagó de mala gana por las porciones pequeñas y las bebidas cortadas con agua, aunque este último dato no había sido notado por ninguno de ellos.

Decidir el paso siguiente no les llevó más tiempo que descifrar el enigma del castillo sumergido. Irónicamente, fue el más bruto el que dio la idea de pura casualidad.

—¿Por qué no vamos a esa otra taberna?

—¡Esa no es una taberna! —respondió Deckert, cansado después de una larga caminata—. Es solamente una cabaña abandonada justo frente a la entrada del bosque... Una cabaña amplia, ideal para instalar una taberna.

—Te están brillando los ojos —observó Abrisa.

—Es que es simplemente perfecta. Y será el sitio de nuestro nuevo emprendimiento.

—¿No deberíamos pensar en derrotar al hechicero oscuro?

—Suelta tu arco por un instante y piensa en nuestra dulce venganza contra el tabernero. ¡Y de paso nos volveremos ricos!

La sacerdotisa del camino, que en sus ratos libres era notaria, les dio la identidad del propietario de la cabaña abandonada: un joven que había heredado varias propiedades en la comarca, pero que querría ahorrarse el trabajo de administrarlas. La única forma de convencerlo fue firmando un contrato de arrendamiento por una cifra muy alta en monedas de oro.

—¡Lo logramos, equipo! ¡Tenemos nuestra propia taberna!

—Estuve sacando cuentas y tendremos que trabajar casi todo el día para cubrir los gastos.

—¡Tengo ganas de golpear gente! En general, pero hoy más.

—Tranquilos, ustedes dos. Le demostraremos a aquel tabernero que se puede tratar bien a los clientes y aun así tener ganancias. Los platos no serán muy grandes, pero sí sabrosos. Y quizás tengamos que estirar el contenido de los barriles.

Gúndor abrió la boca para decir lo obvio, pero su compañera lo detuvo justo a tiempo. Sabía que lo mejor era esperar a que Deckert desistiera de aquella idea delirante, como había desistido de fabricar una máquina voladora después de quebrarse las piernas. Sin embargo, no contaba con su renovada tozudez, ni con el hecho de que el contrato había sido firmado por dos años.

Al estar mejor ubicados, llevaron al borde del cierre a la otra taberna, pero la avalancha de clientes llevó a que debieran dedicar todavía más horas por día a preparar las pequeñas porciones y servir los tragos aguachentos. Un día, Gúndor llevó un pedido al salón porque Abrisa había salido a fumar, y regresó a la cocina con el rostro pálido.

—¡Deckert! ¡Deckert!

—¿Qué sucede?

—¡Es el hechicero oscuro! Está ocupando la mitad de las mesas con sus guardias, que tomaron cerveza cortada con agua hasta emborracharse. ¡Es nuestra oportunidad de matarlo!

—Gúndor, Gúndor, Gúndor. Se nota que no sales muy seguido de tu puesto. El hechicero y los suyos son nuestros mejores clientes. ¡Vienen todos los días!

—Pero... ¡la recompensa!

—Apenas cubriría nuestros gastos operativos por unos meses. Toma, olvidaste la panera. Asegúrate de que no les falte nada.

Esa noche el hechicero oscuro dejó una propina miserable. Como siempre.