De las pocas cosas que los uruguayos creíamos inalienables tal vez la más importante haya sido el agua potable. Hasta que no hubo más, y tuvimos que aprender a tomar mate con agua embotellada o recurrir a la generosidad de los conocidos con acceso a perforaciones. Camilo dos Santos recorrió algunas zonas de la costa de Canelones para conocer de primera mano las estrategias solidarias de los vecinos, ya prácticos en eso de actuar cuando las respuestas institucionales demoran o no llegan.
En medio de la crisis hídrica más problemática de los últimos 70 años, con el agua de OSE alcanzando niveles históricos de sodio y cloruros, quedó en evidencia lo poco preparados que estábamos para enfrentar las consecuencias del cambio climático, que muestra sus sombras a pasos agigantados. Y que también actúa como espejo, reflejando nuestras oscuridades como sociedad y señalando un sistema que muchas veces actúa como si no pasara nada.
Pero si algo queda claro es que quienes sufren en carne propia la escasez de agua son los primeros en organizarse para ofrecer ayuda mutua. La movilización de vecinos en los alrededores de laguna del Cisne y la costa de Canelones teje redes y fortalece el vínculo social.
Todo indica que cuando no hay agua potable, el manantial de la solidaridad se hace urgente.
El agua en bidón es cara para gran parte de la sociedad. Y ante eso, juega un rol fundamental José Santillán, de Marindia Norte, que abre la canilla de su pozo al barrio desde hace ya tres meses. Se trata de un pozo de unos 20 metros de profundidad que, según un estudio realizado por un particular, brinda agua en perfectas condiciones. Entre reclamos a OSE y saludos a quienes llegan a cargar de su pozo, José afirma que el agua es de todos.
Hasta allí llegan Robert Cabrera y Karina Icazzetti, que van muy seguido desde Pinamar con sus bidones. Aseguran que el agua es deliciosa y que su sabor no se compara al de las marcas que solemos encontrar en los comercios.
Desde el Remanso de Neptunia, Ximena, Eduardo, Cinthya y Agustín se llevan en una camioneta los bidones vacíos de las familias del barrio. Van hasta Aldea Avati, en Rincón de Pando, donde son recibidos por Agustina y Juan Pablo, que comparten el agua del pozo ubicado en el campo de su comunidad. No es una tarea tan simple: además de coordinar los tiempos de cada uno y contar con el combustible, deben poder dejar a sus hijos con alguna vecina que los lleve a la escuela mientras ellos se ocupan de la carga y el reparto del agua.
La crisis del agua potable fue especialmente intensa en los meses pasados, y mientras se especulaba con la demora de las lluvias y el suministro de un agua que no se sabía si era bebible o potable y los bidones parecían relojes de arena, al costado del arroyo Pando la Policía, sin mediar palabras, mostraba sus armas a los manifestantes, al otro lado de la ruta, entre quienes había niñas jugando, madres conversando y músicos aportando con sus instrumentos. Los vecinos autoconvocados reclaman el derecho fundamental de acceso al agua potable. En el medio, por la ruta, los autos tocan bocina, algunos en apoyo a los manifestantes, otros dejando ver su odio.
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