Tiraron su casa, casi sin piedad, para otro barrio fueron a parar. Él solo y su alma juraron cuidar, su tambor su vida y su identidad. Diego Paredes, Rinoceronte candombero1

El sonido de Palermo es el toque de Ansina. Los Valores, una de las comparsas más populares de Uruguay, se junta a realizar llamadas cada domingo.

La convocatoria es a las cuatro de la tarde, pero a esa hora solo hay viento. De a poco van llegando los músicos con los tambores colgados al hombro.

El fuego, que calienta las lonjas contra el cordón de la vereda de la calle Isla de Flores, se alimenta con papel de diario, cartones y pedazos de madera. No hay candombe sin fuego, dice un dicho popular, por lo que el ritual es sagrado. Los tambores tradicionales con parches clavados son pocos, apenas siete tambores piano, que requieren del calor para su afinación; el resto son tambores con tensores. Diego Paredes, director y jefe de la cuerda Valores de Ansina, dice: “El tambor clavado tiene otra sonoridad y en los pianos les da más consistencia”. De todas formas, quitarles la humedad es algo que mejora el sonido, incluso de los tambores con tensores.

Las conversaciones se animan alrededor del fuego.

—Ahora te dicen “vas cruzado”, antes te daban un palazo —comenta Diego, mientras tira una bolita de papel al fuego que le hace recordar a su niñez.

—Sí, antes tenías que esperar tu turno. Para poder tocar había que caminar y caminar, no te permitían entrar a la comparsa así nomás —dice Fernando con la mirada fija en las llamas, mientras acerca las manos a la fogata.

—Hoy hay mucha falta de información, sabés. Después de la explosión del candombe —a fines de los noventa—, se llenó de gente y muchas personas lo toman como un hobbie. Algunos ni saben qué pasó en el barrio, ni quiénes son el Perico Gularte, el Hurón Silva o Sergio Ortuño.

—Es así, Diego. Antes te decían: “Vení a la cancha”, y te daban un chico, ahora viene cualquiera y dice: “Yo toco el repique” —agrega Fernando con una risa burlona.

—Hoy en día, utilizamos el tambor y el candombe para salir a defender cada uno su postura, pero, en mi opinión —reflexiona Diego, cerrando los ojos por el humo, mientras coloca unos cartones en el fuego—, también tenemos que defender el candombe.

Al otro lado de la calle, en el cruce con Lorenzo Carnelli, la gente del barrio va llegando. Se van formando pequeños grupos, algunos con termo y mate, otros con latas de cerveza o cajas de vino.

El paisaje sonoro se completa con el golpeteo de los parches en busca de la afinación más adecuada, cada músico sabe cuál es el punto justo. “Vos lo golpeás y te da una melodía”, dice el músico y referente de Ansina José Perico Gularte, en su apartamento de la cooperativa Unidad Familiar Mundo Afro (Ufama) al Sur, y agrega: “Es una cosa íntima del tamborilero”. Cada tanto, las lonjas se humedecen con agua o saliva para que no se resquebrajen durante el templado, como se llama a este proceso de calentarlas al fuego.

Barrio Reus al Sur, tranvía del norte. Foto: Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra, Sodre.

Barrio Reus al Sur, tranvía del norte. Foto: Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra, Sodre.

El lugar del viento

Había que tomar una decisión drástica: demoler las murallas. Ese día de 1829 fue tremendamente simbólico. La pequeña villa necesitaba crecer y quitarse el corsé. De esa forma se comenzó con “la ciudad nueva”, el primer ensanche de Montevideo. Hacia el sur, cerca del Río de la Plata, el viento soplaba fuerte, las clases altas buscaron sectores más resguardados y esa zona quedó destinada a los servicios, la industria y sus trabajadores. Así se fue conformando Barrio Sur, que llegaba hasta las inmediaciones de la calle Aquiles Lanza. Para ser barrio, La Nueva Ciudad de Palermo2 tuvo que esperar hasta 1872, cuando un nuevo ensanche continuó la expansión de Montevideo. Muchas personas afro se fueron afincando en estos barrios, tras ser declaradas “libres” con la abolición de la esclavitud en 1842, instalándose junto a numerosas familias de inmigrantes. El conventillo Mediomundo, en Barrio Sur, y el conjunto habitacional Reus al Sur en Palermo, se convirtieron en lugares popularmente conocidos por albergar a una parte de la población afro, que, encontrándose, forjó gran parte de la cultura en torno al toque del candombe.

Pasados 90 minutos de la convocatoria, están todos los tambores posicionados. Son diez filas, la primera de ellas marca la disposición clásica de Ansina: tambores repique en cada extremo y en el medio, intercalados, dos tambores piano y tres tambores chico. Hacia atrás se van mezclando, según la distribución que les da Paredes, de acuerdo a los tamborileros que hayan venido.

Chá chá chá, chachá

La madera marca la clave de Ansina y el inicio del ritual. El chico, el tambor de menor tamaño y registro más alto, es el que lleva la métrica y queda como suspendido en su repiqueteo constante, con un golpe de mano y dos de palo. El otro tambor de base es el piano, que tiene un sonido profundo y resonante, es el sonido de la tierra. Solo con estos dos tambores se podría tocar candombe, pero está el repique, que da vida al conjunto y proporciona una mayor libertad al músico, improvisando constantemente. Para el Perico Gularte, el repique “es un muchacho que juega y que pone alegría”.

El toque de Ansina, que tiene un fraseo diferente al de Cuareim y Cordón, “es ágil y agresivo”, define Diego Paredes; acá el piano repiquetea y el chico tiene más velocidad. “La forma como se toca, ya de por sí, te pone en una postura. No es una música pasiva, te pone en un lugar que es de acción. Es un ritmo de guerra”.

Conventillo Mediomundo, Cuareim 1080. Grupo de Series Históricas (FMH), archivo fotográfico del Centro de Fotografía de Montevideo.

Conventillo Mediomundo, Cuareim 1080. Grupo de Series Históricas (FMH), archivo fotográfico del Centro de Fotografía de Montevideo.

Elefantes blancos

Emilio Reus era un vendedor de quimeras. Tenía 29 años cuando construyó el complejo de viviendas Reus al Sur. Gracias a él, en 1887 Montevideo vio crecer un pedazo de París en los suburbios descampados del barrio Palermo. Un elefante blanco en la sabana. La construcción latía entre las calles Isla de Flores, Tacuarembó (que en ese tramo hoy se llama Lorenzo Carnelli), San Salvador y Minas. La calle Ansina era un río que dividía el conjunto de 96 unidades distribuidas en tres plantas.

Una “arquitectura que, en aquella época, nadie pensaba que iba a caracterizar una zona de músicos y obreros de color que dan vida a un sector de la ciudad, formando un brevísimo ‘Harlem’ uruguayo”, escribía Enrique Estrázulas sobre el barrio Reus al Sur, en el diario El Día, el 10 de diciembre de 1978.

Dos años antes de la aventura de Emilio Reus en Palermo, la familia Risso construía en la calle Cuareim 1080 un conventillo de grandes dimensiones, un pedazo de historia desarrollado en torno a un patio, con 40 habitaciones, distribuidas en dos plantas: el Mediomundo.

Chá chá chá, chachá

Son 70 tambores de pino, cedro o roble, algunos pintados de blanco, otros sin pintar, que aumentan la intensidad a medida que avanza la comparsa. La reverberación es más prolongada cuando llegan a la esquina de la calle Salto y da la sensación de que todo se mueve. En Isla de Flores, con sus casas bajas, estándar o chorizo, como se denomina a las construcciones estrechas y profundas entre medianeras, con sus molduras y postigos de madera, el sonido se vuelve más cerrado, mientras Valores continúa en una larga pendiente que comenzó en la calle Carnelli.

El engaño

La ciudad se venía abajo. El poco mantenimiento, la especulación y la desidia de muchos propietarios de las viviendas populares fueron diezmando las construcciones históricas. Se leía en el diario El País en 1978: “Fue uno de los hechos más estremecedores que se recuerden en la historia de las tragedias montevideanas. A las 5 de la mañana del 6 de octubre de 1978, el viejo edificio ubicado en Soriano 1013 se derrumbó, dejando como saldo 19 muertos”.

Comparsa Valores de Ansina.

Comparsa Valores de Ansina.

Foto: Diego Vila

No fue un hecho aislado. Esa tragedia, a siete cuadras de Mediomundo y a 15 de Reus al Sur, fue parte de una serie de derrumbes que facilitaron la justificación de las autoridades montevideanas para desarrollar una “política de expulsión”, según la historiadora María José Bolaña.3

El 23 de noviembre de 1978 se promulgó el Decreto 656/978, “confiriendo potestades excepcionales” a la Intendencia Municipal de Montevideo, del intendente Oscar Rachetti, que decretó “desocupar de habitantes todas aquellas fincas ruinosas y con peligro de derrumbe que existan en el departamento de Montevideo”.

A partir de esta norma, las denuncias de “fincas ruinosas” en peligro de derrumbe pasaron de tres o cuatro por año a 400. “La gente fue engañada. Se les dijo que si se presentaban en la intendencia denunciando el mal estado de las construcciones, se obligaría a los propietarios a realizar arreglos. Muchos fueron, pero las denuncias se utilizaron para fundamentar que eran edificios ruinosos y decretar la demolición”, dice la directiva de la organización Mundo Afro, Alicia García.4

Chá chá chá, chachá

Más de 200 personas acompañan al ritmo del compás. Algunas filman con celulares al costado de la comparsa, otras bailan al final, algunas llevan bebés en brazos, perros en brazos, van con sus bicicletas y motos al costado.

El peso de los tamboriles cuelga del talig y se carga sobre los hombros, como la historia. “El tambor tiene una simbología muy fuerte”, dice Paredes, “nos conecta con nuestro interior, con los que están acá y con los que no están, tiene que ver con algo muy espiritual”. Por eso, “el tambor es lo más importante para la colectividad”.

Crimen en la ciudad

La consecuencia era obvia. El lunes 4 de diciembre de 1978 un vecino de Barrio Sur leía en el diario El Día: “Mañana al mediodía, un baluarte ya legendario de la raza negra en nuestra ciudad, quedará vacío. El viejo conventillo ‘Medio Mundo’ de la calle Cuareim, debe ser desalojado. Sus casi centenarias paredes han sido declaradas ruinosas por las autoridades competentes y 123 personas, en su mayoría niños, deberán abandonarlo”.

Alicia García recuerda el desalojo de Ansina en enero de 1979 con pesar: “Fue inolvidable para mí. Yo vivía frente a la calle Ansina, estaba a punto de cumplir mis 15, y claro, en ese momento se tuvo que ir parte de mi familia que vivía allí, mis amigas, mis amigos, todo lo que era parte de mi historia desapareció. Cuando había mal tiempo se golpeaban puertas y ventanas, era un espacio fantasma. El dolor no fue solo para los que se tuvieron que ir, también fue para los que nos tuvimos que quedar”.

Pero faltaba más: el 8 de octubre de 1979 el Poder Ejecutivo aprobó la resolución 2570/979, que desafectaba del patrimonio histórico nacional al conventillo Mediomundo y al Barrio Reus al Sur, entre otros edificios. Esto derivó en la demolición total de Mediomundo y parcial de Ansina. El 13 de mayo de 1982, cuando iniciaron la demolición del Barrio Reus, una crónica del diario El País la definió como un “Crimen en la ciudad”.

Esta avanzada sobre la cultura afro y el patrimonio continuó cuando el tradicional Desfile de Llamadas, que se llevaba a cabo desde 1956 en los barrios Sur y Palermo, fue trasladado en 1980 de la calle Isla de Flores a la avenida 18 de Julio, por entender que el toque del candombe deterioraba el estado de las construcciones en situación precaria.

Comparsa Valores de Ansina.

Comparsa Valores de Ansina.

Foto: Diego Vila

José Perico Gularte todavía recuerda las Llamadas de aquel año: “Se hicieron por 18 de Julio. Entonces, los dueños de la comparsa Los Nyanza dijeron: ‘vamos para el barrio’, y pararon la bañadera y los camiones en Isla de Flores y Minas. Empezamos a tocar y cuando entramos a la calle Ansina las cortinas de nailon parecía que saludaban con el viento. Nadie dejó de llorar desde que entramos hasta que salimos, y no teníamos a quién culpar, el culpable era el golpe militar”.

Llegan las primeras variaciones, los “cortes”, que hacen abandonar de forma momentánea el sonido acompasado de los tres instrumentos, unos “llaman” y los otros “responden”. Los golpes de los pianos se sienten en el pecho. Con esas combinaciones llegan los aplausos y los gritos de aprobación del público. Los cortes no forman parte del ritmo tradicional del candombe o toque madre, representado por Cuareim, Ansina y Cordón. “El corte —según Paredes— vino en el año 2000, nace en la comparsa Mi Morena. Lo traen Gustavo Fernández, Daniel Tatita Márquez y Juan Ramos, que eran los jefes de cuerda. Es un arreglo dentro de la llevada del ritmo y es parte del show, es como la coreografía en la danza”.

En su casa del barrio Palermo, y mientras el municipio quita un árbol centenario de la puerta de su vivienda, el músico y referente de Ansina Fernando Hurón Silva comenta: “Acá de lo que se trató, y lo que nadie dice, es de quitar a un montón de gente que había ahí de poder económico muy reducido. ¿Cómo van a estar viviendo a dos cuadras de la rambla y a cinco de 18 de Julio?”.

La antropóloga Alejandra Guzmán agrega desde el Museo de la Memoria, donde trabaja como investigadora: “La especulación inmobiliaria se proyecta en el territorio, sobre una base de segregación racial. Por eso hoy vos encontrás en los censos que la población de Barrio Sur y Palermo tiene una predominancia blanca importante”.

Esos mismos censos también indican que la mayoría de la población afrodescendiente habita los barrios más alejados del centro de la ciudad como Casavalle, Casabó, Punta de Rieles, La Paloma, Nuevo París y Pajas Blancas.

Chá chá chá, chachá

El ritmo del barrio sigue su rumbo, ahora pasan la esquina de Andrés Martínez Trueba. El cuerpo de baile va a la cabeza dejándolo todo, como si estuvieran en las Llamadas de febrero, pero sin trajes, sin luces, sin premios, solo el goce de bailar. Ante los ojos de un retrato del bailarín y director de comparsa Kanela (Julio Sosa), estampado en un muro, las vedettes sin plumas se mueven con gracia, de un lado para el otro, se detienen un instante y vuelven a apurar el paso.

La aurora

Más de 800 personas fueron desplazadas entre el barrio Ansina y el Mediomundo.5 La mayor parte fueron al hogar transitorio Martínez Reina en el barrio Capurro, una ex fábrica textil donde las condiciones eran muy precarias. “Solo pueden llevar lo necesario. Las camas, una mesa y cuatro sillas, un ropero y poco más. Ningún artefacto eléctrico. Tampoco los tamboriles. Y esto es como quitarles el alma”, describía el diario El Día en 1978.

Diego Paredes, jefe de cuerda de la comparsa Valores de Ansina.

Diego Paredes, jefe de cuerda de la comparsa Valores de Ansina.

Foto: Diego Vila

“Estaban los botones, bo, era un campo de concentración y mucha gente no sabe eso. Por favor, era sumamente deprimente. Dividir un salón con bolsas de arpillera. ¿Te parece que está bien eso para la gente? Porque mirá que la gente, en su gran mayoría, laburaba. Gente que aportó al BPS, gente que pagó impuestos y después te pagan de esta manera”, dice Fernando Hurón Silva, que vivió en Ansina hasta poco antes del desalojo.

Desde el exterior de la ex fábrica textil, Sergio Ortuño, otro músico y referente del candombe, que se reconoce como víctima del desalojo de Ansina, señala dónde eran las habitaciones. Entre el ruido de camiones y de maquinaria pesada que circula porque allí se construirán 80 viviendas, Ortuño cuenta que acá vivían seis personas en una pieza de seis metros por cuatro, con cocina y baño compartidos con otras familias: “Los milicos te rompían las bolas para entrar y para salir, y a las diez de la noche te apagaban la luz como hacían en la cárcel, era un horror”.

Olguita Celestino, que tenía 17 años cuando fue desalojada junto con su familia del Mediomundo, comenta: “Las habitaciones de Martínez Reina eran grandes, pero, por ejemplo, si la familia era monoparental, un abuelo con su nieto, una madre con su hija, las ponían en el mismo ambiente, divididos por una cortina. Muchos ancianos o señoras que estaban a cargo de su familia con hijos menores convivieron en esas condiciones, compartieron el mismo ambiente dividido. Con costumbres diferentes, con la intimidad totalmente violada. Después de apagadas las luces, el portero con la custodia policial o militar del momento recorría, y estaba autorizado por el Estado para entrar a las piezas sin pedir permiso, porque ellos tenían otra llave y podían entrar a la habitación para comprobar si estaban los que se decía en el censo de portería”.

En la fábrica La Aurora, de Martínez Reina, un predio que ocupa una manzana entera, con casi 9.000 metros cuadrados construidos en cuatro niveles (planta baja, entrepiso, primer y segundo piso), vivieron familias desplazadas hasta 1995 y se llegó a albergar a más de 100 núcleos familiares a la vez.

Chá chá chá, chachá

Otra cuadra de palo y palo. En la calle Barrios Amorín comienza la subida, el ritmo sigue frenético, se siente potente, parece que la intensidad está en su punto máximo. Desde los balcones salen a ver a la comparsa pasar, algunos miran a través de las ventanas temblorosas, vibrantes por el choque de las ondas sonoras. Llegan otra vez las variaciones, los cambios de ritmo; los cortes se hacen necesarios para bajar un poco la intensidad y ganar algunos aplausos antes de los metros finales, que son a toda candela, a pura fuerza, dejando el resto. En la esquina de Aquiles Lanza se forma un círculo con el cuerpo de baile en el centro y los tambores alrededor, dándole cierre a la primera parte del ritual, 40 minutos después de la salida.

La conquista del oeste

En 1981, una gran cantidad de antiguos habitantes de Mediomundo y Ansina que residían en La Aurora fueron trasladados a la Unidad Habitacional Nº 3, ubicada en Cerro Norte, a diez kilómetros del centro de Montevideo, levantada a principio de los años 1970. Este complejo comprendía 504 viviendas de uno a tres dormitorios con un metraje muy reducido, construidas con materiales de baja calidad. Las tiras de viviendas, que, al igual que las de Casavalle, eran denominadas popularmente como “palomares”, estaban dispuestas en dos plantas y formaban parte de los conjuntos habitacionales ubicados en las afueras de Montevideo.

“Nosotros cuando nos trajeron acá, a Cerro Norte, no teníamos ni agua ni luz. Eso demoró un año. Nosotros íbamos a la canilla que estaba en el frigorífico Artigas, donde hoy es la terminal de ómnibus del Cerro”, recuerda Olguita Celestino desde el pasaje 1720 de Los Palomares, donde vivió hasta 2004, y continúa: “Existía el Estadio de Cerro, el frigorífico enfrente y lo demás era todo campo. A conquistar el oeste”.

“Cerro Norte fue difícil, nosotros veníamos del centro, y esta era una zona descampada. Empezamos a ver mucha gente a caballo, también mucha policía, porque era dictadura, y bueno, ahí como era zona roja había milicaje empila. Ahí fue cuando yo empecé a escuchar los primeros tiros de cerca, detonaciones de 38, había problemas, tajos y puñaladas también —dice Ortuño—. Nosotros tuvimos momentos de altercados y hubo una cosa que nos unió con la gente de ahí, que fue el fútbol y el tambor, llegó un momento que empezamos a tocar ahí en el medio del campo donde se jugaba al fútbol, donde se agarraban a los tiros”.

Comparsa Valores de Ansina.

Comparsa Valores de Ansina.

Foto: Diego Vila

En 1982, un artículo del semanario Opinar relataba: “El inconfundible ritmo del candombe resuena con fuerza a menudo en Cerro Norte, lo que no es de extrañar, teniendo en cuenta que un pedazo grande de los barrios Palermo y Barrio Sur fue ‘trasplantado’ allí”.

“La dictadura ejecutó desalojos compulsivos con rapidez y eficacia, valiéndose del autoritarismo”, escribe Bolaña. La historiadora estima que hasta 1985 se llevaron a cabo más de 500 desalojos de propiedades en el centro y sur de la ciudad, sin contar los de otras zonas, que engrosaron los cinturones de pobreza y segregación de la periferia montevideana.

Chá chá chá, chachá

Cuando llegan los tambores a Isla de Flores y Aquiles Lanza, se forma una larga fila esperando por las tortas fritas que Carmen y Blanca venden a 30 pesos. En la otra esquina, un almacén sin nombre vende cerveza y otras bebidas. Ya con el fuego ritual encendido, Gary, un saxofonista alto, que llegó desde Punta de Rieles para acompañar a la comparsa, empezó a tocar la melodía de “Mi sangre ta’lborotá”, de Jorginho Gularte, con quien Hurón supo tocar.

Alguien tararea:

Cuando yo siento un tambor Ya no sé lo que me pasa La sangre se me alborota y el santo me quiere dar Y en el medio del solar hay un tremendo barullo Suenan los cueros, suenan los parches Y a la China Tomasa el santo le da Baile del candombe...

El regreso

El espíritu de la comunidad persistió y, tras varios años de luchas de organizaciones sociales, en 2010 se logró concretar la cooperativa de vivienda Ufama al Sur en el edificio Viana, antigua construcción fabril de propiedad municipal en la calle José María Roo, cedida como parte de una política de reparación de la intendencia para atender la urgencia habitacional de mujeres afro jefas de hogar.

No sin obstáculos; en abril de 1998, un grupo de vecinos llegaron a juntar casi 1.800 firmas para tratar de impedir la concreción del convenio para construir Ufama. Planteaban que ese programa habitacional iba a “tugurizar” la zona y a traer focos de violencia al barrio. En ese momento se hizo un “acto de desagravio” en la organización Mundo Afro, cuenta Alicia García, que fue multitudinario; “fue impresionante el apoyo para que nosotras tuviéramos ese lugar”.

En agosto de 2010 se entregaron las llaves de las 36 viviendas: “Nosotras decimos que Ufama al Sur fue una acción afirmativa de avanzada para las mujeres afro. Porque esta fue la primera cooperativa de mujeres negras, no solo a nivel nacional, sino también regional e internacional. Para nosotras esto es el orgullo más grande que tenemos”, dice Alicia García.

Años después se recuperaron las construcciones de lo que quedaba del Barrio Reus al Sur, en la esquina de Isla de Flores y Ansina. Gracias a un convenio entre el Ministerio de Vivienda y la intendencia, en 2017 algunas de las familias desplazadas fueron realojadas en 17 apartamentos. Lo consideran una reparación simbólica.

Desde 2019, otro grupo de afectados por los desalojos forzosos, que vivían en Mediomundo y Ansina, denominado Volver a mi Barrio, luchan por una ley de reparación integral que les permita a las familias regresar a los barrios de origen. Todavía no tuvieron respuestas del sistema político.

Comparsa Valores de Ansina.

Comparsa Valores de Ansina.

Foto: Diego Vila

El 3 de diciembre de 2023, Día Nacional del Candombe, la Cultura Afrouruguaya y la Equidad Racial, y a 50 años del golpe de Estado, el Municipio B inauguró tres placas conmemorativas sobre los desalojos en Reus al Sur y los conventillos Mediomundo y Gaboto (Cordón), con la palabra de algunos referentes barriales. “Estas son las lágrimas de los que ya no están y nos miran desde arriba”, comenta Héctor Acuña, que volvió al barrio Palermo con la reparación simbólica de 2017. Lo dice cuando se descubre la placa en la calle Ansina, mientras algunas gotas de lluvia comienzan a caer.

En esa placa se colocaron las palabras de Isabel Correa, también recogidas en un archivo sonoro, Audioguía de la memoria: “No sabíamos a dónde los llevaban, ni ellos mismos lo sabían. Había que sacar a los negros de al lado de la rambla. No fue lo mismo volver. Muchas cosas nos robaron, fue como que nos arrancaron el corazón”.

“La comparsa es realidad y la vida es fantasía”, cantaba Jorginho Gularte en “Desalojo”. Los tambores se vuelven a posicionar en Isla de Flores, pero esta vez rumbo al barrio Ansina. El ritual se repite, pero tiene un sabor distinto, más fluido, con una mayor conexión con la gente, que está más festiva. El toque ya no se escucha de afuera, se siente dentro. Hasta los torpes bailan. La alegría se ve en los ojos, en las caras sonrientes, en las miradas cómplices.

Una marea sonora entra en Ansina y los nuevos muros amplifican el sonido. Los balcones y las ventanas son un observatorio de lujo. Los silbidos y los aplausos se suman a las alarmas de los coches estacionados. Los cuerpos empapados, sudorosos, están en trance, no paran de moverse, conectados con la música, con el sonido de Palermo.

Entre los aplausos finales, dice Fernando Hurón Silva:

—¿Sabés que Palermo es el único barrio que tiene capital?


  1. Canción oficial del documental Semillas de Ansina (2019). Dirección: Diego Paredes. 

  2. Aníbal Barrios Pintos, Montevideo: Los barrios I, Editorial Nuestra Tierra, Montevideo, 1971. 

  3. María José Bolaña, “Racismo, vivienda y segregación urbana (1890-2017)”, en A Frega et al., Historia de la población africana y afrodescendiente en Uruguay, FHCE y Mides, Montevideo, 2019. 

  4. Tomado de J Yolanda Boronat, Laura Mazzini y Adriana Goñi, Síntesis simbólica: Candombe en los barrios Sur y Palermo, Facultad de Arquitectura, Udelar, Montevideo, 2007. 

  5. Lauren A Benton, “La demolición de los conventillos: la política de vivienda en el Uruguay autoritario”, Ciesu Nº 54, Montevideo, 1986.