Se suele criticar al marxismo por su incapacidad para explicar la persistencia del nacionalismo en el mundo. Pero ya en 1900, el austríaco Otto Bauer había desarrollado una sofisticada y esclarecedora teoría que este artículo1 recupera para el debate. En tiempos de terminologías en disputa, puzles identitarios y archipiélagos en construcción, es una llave necesaria en la caja de herramientas del pensamiento.
Una rápida mirada al mundo de hoy revela la importancia crítica del nacionalismo en nuestras sociedades. Ya sea étnico o cultural, desde España a Nagorno-Karabaj, pasando por la cuestión uigur en China o por el desmantelamiento del antiguo Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, lo vuelve cuestión central de la agenda política global.
Cabría esperar que el marxismo, como autoproclamada “ciencia de la historia”, desempeñara un papel importante en el análisis —cuando no en la intervención— de tales situaciones, que están destinadas a multiplicarse a medida que la globalización se deshace y aumentan sus contradicciones. Sin embargo, los marxistas parecen debatirse entre la advertencia de Eric Hobsbawm de no “pintar de rojo el nacionalismo” y el (no tan operativo) principio leninista del “derecho de las naciones a la autodeterminación”.
¿Podría la olvidada obra de Oto Bauer La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (escrita en alemán en 1907, traducida al castellano en 1979, al inglés en 2000 y luego ignorada con rapidez) ayudarnos a desarrollar una teoría del nacionalismo? La comprensión que Bauer tenía del asunto era sutil y sofisticada, y merece plenamente ser rescatada de la oscuridad. Pero solo podemos dar sentido a la contribución de Bauer si dejamos de considerarla una teoría política incorpórea y la situamos en su complejo contexto histórico.
Austromarxismo
Oto Bauer nació en Viena, en 1881, en el seno de una acaudalada familia judía de comerciantes propietarios de fábricas, en una Austria que se industrializaba a gran velocidad. Era un entorno multicultural y multiétnico con un próspero movimiento obrero y socialista, que se hizo célebre en el período de la Viena roja de 1918-1934. Bauer participó de forma activa en el marco de ese movimiento, representando al Partido Obrero Socialdemócrata (Sozialdemokratischen Arbeiterpartei, SDAP) en el parlamento imperial y editando su revista mensual Der Kampf (La lucha).
Cuando el imperio de los Habsburgo se unió a las potencias centrales [Alemania y Turquía] durante la Primera Guerra Mundial, Bauer sirvió como oficial del ejército austríaco y fue prisionero de guerra en Rusia hasta que se le permitió regresar a casa en 1917. Antes y después de la guerra fue una figura destacada de la corriente política conocida como austromarxismo. Tras la Revolución de Octubre [Rusia, 1917], los austríacos intentaron desarrollar una “tercera vía” entre la Internacional Comunista lanzada por los bolcheviques y la socialdemocracia.
La etapa de Bauer como ministro de Asuntos Exteriores de Austria en 1918-1919 tras el colapso del Imperio de los Habsburgo, con su colega del SDAP Karl Renner como canciller, fue seguida de un período de compromiso inútil con las fuerzas ascendentes de la reacción. Su vida acabó en derrota política. El ascenso del austrofascismo y el estallido de la guerra civil en 1933-1934 le llevaron a abandonar Austria, y murió en el exilio parisino en 1938.
Pero si bien en la década de 1930 la contrarrevolución triunfó en su país, la teoría y la práctica de Bauer constituyen un fragmento de la historia del marxismo y de su legado fundamental que no debe ignorarse, en especial en la actualidad.
Aunque a veces se compara con la Escuela de Frankfurt,2 el austromarxismo era una filosofía de la práctica, no de la contemplación. Incluía a figuras importantes de la economía marxista (Rudolf Hilferding), la filosofía (Max Adler) y el derecho (Karl Renner), así como al mismo Bauer. La propia definición de Bauer del austromarxismo lo consideraba una síntesis entre la realpolitik cotidiana y la voluntad revolucionaria de alcanzar el objetivo último: la toma del poder por la clase obrera.
La cuestión nacional
El contexto en el que Bauer escribió La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia, que en un inicio fue su tesis doctoral, fue el estallido de cuestiones y conflictos nacionales en todo el Imperio austrohúngaro. Hacia finales del siglo XIX, el desarrollo del capitalismo había generado una gran agitación social. La población de Viena se cuadruplicó debido a la migración interna en los 50 años anteriores a 1917, y surgió una clase obrera multinacional.
El floreciente SDAP y los sindicatos afiliados a él corrían el peligro de verse divididos entre su núcleo dominante de habla alemana y los miembros de las naciones periféricas (recordemos que antes de su desmembramiento tras 1918, el imperio contenía 15 nacionalidades en un territorio del tamaño de la península ibérica). Ante esta situación, Bauer trató de desarrollar una teoría compleja y sofisticada del nacionalismo, la cual, podríamos añadir, no estaba en absoluto teñida de simpatía hacia su sujeto. Para Bauer, las naciones modernas pueden entenderse como comunidades de carácter (Charakter gemeinschaften) surgidas de comunidades de destino (Sckicksals gemeinschaften).
Se trata de un enfoque mucho más sutil y no reduccionista si lo comparamos con la teoría marxista ortodoxa del nacionalismo, codificada por Iósif Stalin y propagada por todo el mundo [en su tiempo] por el movimiento comunista prosoviético. Stalin había definido a la nación como “una comunidad de personas históricamente constituida y estable, formada sobre la base de una lengua, un territorio, una vida económica y una constitución psicológica comunes que se manifiestan en una cultura común”.3 Una definición que no es de gran ayuda en un contexto multinacional.
Bauer consideraba que la principal fuerza de su obra era su descripción de cómo el nacionalismo derivaba del proceso de desarrollo económico, los cambios en la estructura social y la articulación de clases en la sociedad. Sin embargo, gran parte de su trabajo y de los debates a los que dio lugar se centraron en su definición de “nación” como la totalidad de seres humanos unidos por un destino común en una comunidad de carácter.
En ese sentido, Bauer consideraba la nación como una “comunidad de destino” cuyo carácter era el resultado de la larga historia de las condiciones en las que la gente trabajaba para sobrevivir y se repartía los productos de su trabajo mediante la división social del mismo. Antes de descartar este concepto de nación como una mera forma de idealismo, como han hecho muchos críticos, se requiere señalar que Bauer criticó de manera repetida las formas de “espiritualismo nacional” que describían la nación como “un misterioso espíritu del pueblo”, a la vez que rechazaba, de modo explícito, las teorías psicológicas de la nación.
Producto de la historia
La definición de trabajo de Bauer era un postulado metodológico que planteaba “la tarea de comprender el fenómeno de la nación” como un modo de explicar, sobre la base de la singularidad de su historia, todo lo que constituye la peculiaridad, la individualidad de cada nación, y qué la diferencia de otras naciones, es decir, mostrar la nacionalidad de cada individuo como lo histórico con respecto a él y lo histórico dentro de él.
Para Bauer, solo llevando a cabo esta tarea de desvelar los componentes nacionales podríamos disolver la falsa apariencia de sustancialidad de la nación a la que siempre sucumben las concepciones nacionalistas de la historia.
En su perspectiva, la nación es ante todo un producto de la historia, lo que es cierto en dos aspectos. En primer lugar, “desde el punto de vista de su contenido material, es un fenómeno histórico, ya que el carácter nacional vivo que opera en cada uno de sus miembros es el residuo de un desarrollo histórico”. En segundo término, “desde el punto de vista de su estructura formal es un fenómeno histórico, porque diversos círculos amplios están unidos en una nación por diferentes medios y de diferentes maneras en las diversas etapas del desarrollo histórico”.
En resumen, las formas en que se engendra la “comunidad de carácter” están históricamente condicionadas, es decir, no es una abstracción intemporal, sino que se modifica continuamente con el paso del tiempo. Por eso, para Bauer, las distintas formas de “carácter nacional” son específicas de un período concreto y, por tanto, no pueden remontarse a los orígenes del tiempo, como podría sugerir la mitología nacionalista. [...]
El fin de la no-historia
Una de las principales innovaciones de Bauer fue rechazar de manera abierta la opinión de Friedrich Engels de que las naciones eslavas como los checos eran “no-históricas”, en contraste con lo que llamaba las grandes naciones “históricas” como Alemania, Polonia y Francia. Para Engels, las naciones “no-históricas” eran incapaces de formar un Estado propio y solo podían servir como herramientas de la contrarrevolución si lo intentaban. Bauer estaba de acuerdo en que había pueblos en Europa central y oriental a los que se podía calificar como “sin historia”, pero discrepaba con Engels en la cuestión de sus perspectivas de futuro: los pueblos sin historia, decía, son revolucionarios, luchan también por los derechos constitucionales y por su independencia, por la emancipación campesina: la revolución de 18484 es también su revolución.
Para Bauer, la categoría de “naciones sin historia” no se refería a una incapacidad estructural de la nación para desarrollarse. Más bien aludía a una situación particular en la que un pueblo que había perdido a su clase dirigente en una fase anterior no había experimentado, por tanto, su propio desarrollo cultural e histórico. Mostró, al detalle, cómo el “despertar de las naciones sin historia” fue uno de los principales cambios revolucionarios del pasaje de siglo. Según Bauer, fue uno de los rasgos progresivos del desarrollo capitalista haber despertado de nuevo la autoconciencia nacional de estos pueblos y haber enfrentado al Estado con la “cuestión nacional”. [...]
Bauer también llevó a cabo un examen detallado de la relación entre la lucha de clases y el nacionalismo. En una frase llamativa, escribió que “el odio nacionalista es un odio de clase transformado”. En este contexto, se refería de manera específica a las reacciones de la pequeña burguesía de una nación oprimida al verse afectada por los cambios de población y otras convulsiones engendradas por el desarrollo capitalista. Pero la cuestión es más general, y Bauer, para mostrar cómo se entrelazan las luchas de clase y las luchas nacionales, pone el siguiente ejemplo en el caso de los trabajadores checos:
El Estado que los esclavizaba era alemán; alemanes eran también los tribunales que protegían a los propietarios y encarcelaban a los desposeídos; cada sentencia de muerte estaba escrita en alemán; y las órdenes del ejército enviado contra cada huelga de los obreros hambrientos e indefensos se daban en alemán.
Según Bauer, los obreros de las naciones “no históricas” adoptaron en un primer momento un “nacionalismo ingenuo” a la altura del “cosmopolitismo ingenuo” del proletariado de las naciones más grandes. Solo de modo gradual, en tales casos, se desarrolla una política auténticamente internacionalista que supera ambas “desviaciones” y reconoce la particularidad de los proletarios de todas las naciones.
Aunque Bauer predicaba la necesidad de la autonomía de la clase obrera en la lucha por el socialismo como el mejor medio para tomar el poder, argumentaba que, “dentro de la sociedad capitalista, la autonomía nacional es la exigencia necesaria de una clase obrera que se ve obligada a llevar a cabo su lucha de clases dentro de un Estado multinacional”. No se trataba simplemente de una respuesta de “preservación del Estado”, argumentaba, sino más bien de un objetivo necesario para un proletariado que pretendía convertir a todo el pueblo en una nación.
Bauer en nuestro tiempo
La obra de Bauer representa una importante ruptura con el determinismo económico. En su interpretación, la política y la ideología ya no aparecen como meros “reflejos” de rígidos procesos económicos. El propio contexto en el que operaba la socialdemocracia austríaca la hacía especialmente sensible a la diversidad cultural y a los complejos procesos sociales del desarrollo económico.
El tratado de Bauer sobre la cuestión nacional rechazaba de forma implícita el determinismo económico y el evolucionismo básico del marxismo de la Segunda Internacional. En cuanto a su aportación sustancial, Bauer desarrolló un concepto de la nación como proceso histórico, en páginas de rico y sutil análisis histórico. La nación ya no se consideraba un fenómeno natural, sino relativo e histórico.
Al igual que con la obra mucho más influyente de Antonio Gramsci sobre lo nacional-popular, es posible encontrar en el trabajo de Bauer un bienvenido avance más allá de la (errónea) comprensión de la nación y del nacionalismo como “problemas” —y no solo como un elemento integral de la organización social—, que ha caracterizado tanta teorización marxista sobre el tema. [...]
Hoy en día, la obra de Bauer es relevante y actual para un pensamiento sobre el multiculturalismo, del que puede considerarse precursor. El argumento central de Bauer es rechazar cualquier principio esencialista en la conceptualización de la cuestión nacional, ya que, para él, no es posible pensar en las naciones modernas en términos de “teorías metafísicas” (como las nociones de espiritualismo nacional) o “teorías voluntaristas” (como la teoría de Ernest Renan de la nación como un “plebiscito cotidiano”). Las identidades nacionales no están “naturalmente dadas” ni son invariables, sino que son culturalmente cambiantes.
Sin embargo, el planteamiento de Bauer sobre el Estado-nación es muy distinto del liberal dominante en la actualidad. En el Estado-nación liberal, lo que prevalece es la práctica cultural del grupo nacional dominante. Por tanto, el multiculturalismo siempre está limitado por esta hegemonía y no es fácil construir Estados multiculturales. Cualquier compromiso con el pluralismo cultural puede equivaler a poco más que un compromiso simbólico con la diversidad dentro de estructuras abrumadoramente asimilacionistas.
Bauer criticó la actitud del movimiento obrero “austríaco alemán” de principios del siglo XX como un “cosmopolitismo ingenuo” que rechazaba las luchas nacionales por considerarlas una distracción y abogaba por una ciudadanía mundial humanista como alternativa. [...] Se encontraba fundamentalmente en desacuerdo con la idea de que los movimientos nacionales eran simplemente un obstáculo para la lucha de clases y que el internacionalismo era el único camino a seguir. Estaba convencido de que solo la clase obrera podía crear las condiciones para el desarrollo de una nación, proclamando que “la lucha internacional es el medio que debemos utilizar para realizar nuestro ideal nacional”. En su opinión, era el socialismo el que consolidaría una cultura nacional en beneficio de todos. En resumen —y a sabiendas de lo controversial de la afirmación—, [postulaba que] la conciencia de la clase obrera tiene un carácter de clase pero también, en simultáneo, un carácter nacional.
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Una versión de este artículo fue publicada en la revista Jacobin (que reproducimos con su autorización). Munck, doctorado por la Universidad de Essex, es autor de más de 20 libros de sociología política, en especial centrados en la cuestión del nacionalismo. ↩
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Corriente de estudiosos de la filosofía y las ciencias sociales, de mediados del siglo XX, que vinculó teoría y praxis siguiendo de forma crítica las ideas de Karl Marx, Sigmund Freud y Friedrich Hegel. ↩
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Iósif Stalin, El marxismo y la cuestión nacional, Viena, 1913. ↩
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Llamado Año de las Revoluciones, en 1848 se produjeron levantamientos liberales y populares “en serie” en las actuales Alemania y Austria, así como en Francia, España y los Estados Pontificios (hoy Italia). ↩