“Hip hip hip, ¡hurra!”, se lee en un pizarrón de letras móviles en el comienzo de una filmación fechada en 1928. Dispuesto a registrar el regreso del seleccionado uruguayo de fútbol campeón de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, el camarógrafo sigue a la multitud alrededor de la plaza Independencia y captura los apuros de la gente rumbo al puerto de Montevideo.

Las imágenes insonoras en blanco y negro muestran a hombres trepados a antenas y edificios ajenos, banderas patrias, gestos de júbilo con sombreros en alto y un improvisado bailarín atrevido en medio del clima festivo. La recorrida del lente es generosa: se traslada hasta las embarcaciones y sus movimientos de trabajadores y pasajeros, se detiene en el humo de las máquinas y los banderines sobre los mástiles, repara en la uniformidad de la vestimenta de época, la labor de los oficiales de policía y los turistas con vista privilegiada desde los camarotes de un crucero. Comienza la tarde, el barco que trae a los campeones se hace esperar más de lo previsto. La cámara se entretiene con pequeños botes y gaviotas y acompaña sus trayectorias, el sol se desvanece cuadro a cuadro, la luz casi nocturna convierte el mar en la piel curtida de un animal viejo, las ondas en el agua se multiplican hasta perder la cuenta, el hombre busca el barco en el horizonte hasta que cae la noche, sin novedad.

“Es una época en la que no está muy claro quién es profesional y quién es amateur”, le dice a Lento Julieta Keldjian, doctora en Comunicación, docente, investigadora y experta en cine casero. La película, disparada desde una de las computadoras del Archivo Audiovisual Profesora Dina Pintos de la Universidad Católica del Uruguay, es presentada como “una joya” de archivo por las dos funcionarias del lugar.

Con la vista en el monitor, Julieta no puede evitar quejarse de los estudiantes que “sólo piensan en fútbol”. En una sala contigua, concentrada en su propia pantalla y apenas separada de su compañera de oficina por una pequeña ventana, la joven archivóloga Jazmín Domínguez camisetea su fanatismo por el Club Atlético Peñarol en un intercambio humorístico de su convivencia diaria.

Transcurre otra tarde de trabajo en la oficina menos sofisticada de esta casa de estudios de modernos equipamientos. Escaleras arriba, las paredes están decoradas con rostros impresos en papel, como el que pinta al decano cineasta uruguayo Carlos Alonso, director de El pequeño héroe del arroyo del Oro, de 1929. “Alonso recorría todo el país y filmaba películas en cada departamento. A las intendencias y los negocios de los pueblos les ofrecía promoción y así lograba financiar sus proyectos”, cuenta Keldjian, referente del Archivo Dina Pintos e impulsora del espacio institucional desde su fundación.

“Un poco fue darle forma a lo que ya existía, que era un centro audiovisual”, explica la docente e investigadora sobre el surgimiento de esta repartición universitaria.

“Se fue acumulando material de estudiantes y había que hacer algo con eso. Cuando terminé la carrera de Comunicación me fui a estudiar a España y volví con la idea de armar un archivo. Había mucho material en super-8, con el que se hizo, por ejemplo, el programa de televisión Inéditos”, explica. “Esto arrancó en el edificio viejo de la universidad. La gente traía sus películas familiares, acá se hacía una copia y se les devolvían. Estamos hablando de archivos en riesgo de conservación. Yo ya venía con un interés particular por el cine, así que seguí ese camino. De hecho, mi tesis doctoral fue sobre cine doméstico y amateur como objeto cinematográfico”, explica.

Los escritorios de la oficina tienen tijeras, lápices, lupas, guantes azules y carpetas con más papeles. “Los archivos no vienen separados”, explica Julieta mientras carga en sus brazos una caja grande de cartón para seguir el relato con evidencias: “Si por algún mínimo dato sabemos que existió tal o cual película, nos ponemos a buscar los originales”, resume sobre la esencia de su interés. “Los archivos familiares vienen casi siempre con fotos y películas. Después hay otra parte de lo que hacemos vinculada a películas profesionales como Whisky, que fue de las últimas que se hicieron en Uruguay en 35 milímetros y con foto fija y que está ligada a este lugar por toda una generación de estudiantes que participaron en ese momento del cine”, adelanta.

Jazmín Domínguez y Julieta Keldjian.

Jazmín Domínguez y Julieta Keldjian.

Costumbres uruguayas

“Jacobo Köller [Andrés Pazos, 1945-2010] es dueño de una modesta fábrica de medias y eso parece ser lo único en su vida monótona. Marta [Mirella Pascual] es su empleada de confianza. La relación entre ellos nunca excede lo laboral y está marcada por el silencio y la rutina. Esta monotonía se ve súbitamente amenazada por el anuncio de una inesperada visita: Herman [Jorge Bolani], hermano de Jacobo, viene de Brasil después de más de diez años”, reza la sinopsis de Whisky, todavía disponible en la web de la productora audiovisual Control Zeta, fundada por Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll y su amigo el productor Fernando Epstein, con el fin de distribuir en el mercado su ópera prima 25 watts (2001).

Los directores Juan Pablo Rebella (1974-2006) y Pablo Stoll, dos egresados de la carrera de comunicación de la Universidad Católica, estrenaron su segundo largometraje en cines uruguayos el 6 de agosto de 2004. En tiempo récord, la película que este año cumple su 20.o aniversario se consagró como la más premiada de la cinematografía local, aclamada por la crítica especializada.

En sus primeros 20 días de proyección Whisky fue vista por 22.000 personas. Entre las muchas reseñas favorables alrededor del mundo se cuenta la del periodista francés Serge Kaganski en la revista Les Inrockuptibles, que escribió: “Una gema filmada con un claro sentido del encuadre y el tempo, una de las mejores películas exhibidas en el Festival de Cannes. Una comedia melancólica con depresivos tonos burlescos”. Por su parte, el periodista uruguayo Jorge Traverso, en un artículo para el diario El Observador de agosto de aquel 2004, describió el film y su impacto con notoria claridad: “Hay que celebrar la descomunal composición de Andrés Pazos en un rol dificilísimo y el excelente rendimiento de Mirella Pascual y Jorge Bolani. Los tres muestran que el cine uruguayo, además de descubrir a los narradores de nuestras historias, está encontrando a los intérpretes para vivirlas”.

“Este es un típico archivo histórico”, dice Julieta antes de volver a la historia de Whisky. “Como ven, viene todo mezclado y no se discrimina por soporte”, explica con sus manos hundidas en el interior de una caja de cartón llena de pequeñas latas redondas con etiquetas vistosas y fotos impresas en placas de vidrio de comienzos del siglo XX. “Esto pertenece a la familia Capurro [fundadora de un barrio montevideano que lleva su nombre]. Lo trajo una señora durante la pandemia. Estos archivos suelen estar asociados a familias de cierto linaje, no cualquiera podía acceder a un equipo de filmación”, dice y subraya: “La imagen se lee siempre en muchos niveles”. “En el primer plano tenés a los padres y los hijos”, detalla sobre una foto que tiene entre sus dedos. “En un segundo plano empezás a ver a los trabajadores de la casa, a las lavanderas”, continúa y sigue con una especie de fino cofre de color plateado: “Esto es un daguerrotipo de metal”, explica sobre el antiguo proceso de registro fotográfico. “Otra joya de la colección”, acota Jazmín. “Lo mirás y te genera una visión estereoscópica, como de cierta profundidad”.

Julieta dice que parte del trabajo de digitalización que asume hoy el laboratorio del Archivo Dina Pintos es una responsabilidad estatal que debería recaer en los dos archivos nacionales, el de la Cinemateca Uruguaya y el Archivo Nacional de la Imagen y la Palabra del Sodre.

Para graficar las costumbres uruguayas recuerda su primera experiencia laboral, que fue en el canal 5, la señal televisiva del Estado: “Podías encontrar una cinta con una entrevista a Octavio Paz cortada por un sorteo del 5 de Oro”. “Acá [en su laboratorio] tenemos un expertise más académico, quizás más profesional, pero el archivo sigue siendo una obligación del Estado, que no tiene ningún área especializada en materia de archivos audiovisuales. La Cinemateca hace lo que puede pero no tiene laboratorio y el Sodre está muerto, sus archivos se van deteriorando y nadie quiere invertir en mejoras”, advierte.

En el presente, los pares con los que mantienen un diálogo y un intercambio permanentes son del Archivo de la Universidad de la República y el Centro de Fotografía de Montevideo. “Nos dividimos bastante bien las tareas”, dice. “Los que estamos en esto coincidimos en que la responsabilidad siempre sigue siendo pública, aunque circunstancialmente parte del material esté en manos de instituciones privadas. La conservación de la memoria es una obligación del Estado”, destaca.

Magela Ferrero.

Magela Ferrero.

Julio de 2003. Una instantánea de Magela Ferrero, responsable de la fotografía fija de Whisky, muestra el bostezo de Juan Pablo Rebella y sus manos en los bolsillos de su habitual campera militar. Al otro lado de la cámara, Pablo Stoll coloca un ojo en el lente, enfocado en la fachada de un mayorista de medias de la calle Colón, en la Ciudad Vieja. En el fondo, un negocio ofrece “Todo Nike” y otro cartel más antiguo resalta el domicilio de la importadora de productos plásticos Dirplain.

“Hay un concepto clave para entender nuestra labor que es el de iconosfera, lo tienen muy presente en el Centro de Fotografía de Montevideo y a mí me gusta replicarlo. Es decir, estamos rodeados de imágenes, vivimos en una iconosfera globalizada, pero nos faltan referentes propios. O sea, no conocemos a muchos de nuestros antepasados y referentes. Se puede hacer una analogía con la familia y es como que no tuviéramos una foto de los abuelos: no tenemos imágenes, no sabemos quiénes son y, por tanto, tampoco cómo somos. Tenemos que buscar mucho para conseguir eso”, asegura. “Ahí está nuestra identidad, necesitamos poblar la iconosfera de referentes propios”.

Bichos de laboratorio

“Yo puedo pasar horas mirando fotogramas y fotogramas, tratando de ver detalles de la imagen”, confiesa Julieta, autora de un sinfín de publicaciones sobre el archivo audiovisual uruguayo e integrante del colectivo de investigadores Cine Casero. “Lo que más disfruto de mi trabajo es compartir y publicar imágenes (fotos, películas) que antes estaban guardadas en armarios, cajones, archivadores y que nadie o muy pocos conocían. Me encanta contar las historias y las memorias asociadas a esas imágenes”, dice y confiesa: “Los que hacemos esto somos un poco freaks”.

“Uno puede leer un libro o un documento escrito, pero lo que tiene la imagen es que el impacto es totalmente diferente, te aporta toda una información junta que por ahí no la asimilás de inmediato”, dice Jazmín. “Cuando te tomás un segundo para observar, por ahí te preguntás: ‘¿Por qué en el recibimiento de Uruguay de 1928 prácticamente no hay mujeres?’”, apunta.

“Yo tenía un profesor que decía que la memoria está más cerca del corazón que de lo intelectual. La memoria es multidimensional y multisensorial”, dice Julieta. “A mí me fascina cuando de repente paso por una esquina y siento un aroma que no podría poner en palabras nunca y que me lleva a las milanesas de mi abuela. Con una imagen pasa lo mismo, o con el sonido de un timbre, que te activa una emoción que hace mucho que no sentías”, explica.

“¡Vamos!”, grita Jazmín desde su computadora ante la entrada de un correo electrónico con buenas noticias. “Nos llegó la activación de SilverFast, un software que te permite visualizar toda la tira de negativos y seleccionar la que vos querés y que además trae una extensión para leer los presets de fábrica de cualquier negativo”, explica. “El escáner que tenemos es un poco obsoleto y este software nos facilita nuestro trabajo”.

La caja de Whisky

En otra instantánea, Andrés Pazos y Mirella Pascual se unen en un genuino momento de afecto. La sonrisa del actor contrasta con la parquedad de su personaje, Jacobo. Encima de los artistas, una luz gigante ilumina la escena, en una pausa de la filmación.

“La historia del archivo de Whisky arranca cuando cierra Control Zeta, en 2010. Un día me llama Pablo por teléfono y me dice: ‘Tenemos que cerrar la productora y hay un montón de latas acá. ¿Qué hacemos con esto?’. En ese momento estaban instalados en la calle Joaquín Requena. Fuimos con una camioneta prestada y trajimos todo lo que estaba allá, primero para un salón de clase que no se usaba”. Ese todo incluye material de las películas 25 watts, Whisky y 3 (2012, Pablo Stoll) en latas que guardan cintas de reproducción, VHS con ensayos, pruebas de cámara, castings, negativos y, en el caso de Whisky, una carpeta de fotogramas pegados a hojas de garbanzo.

“A mí todavía me emociona ver este material”, dice Julieta. “Cuando yo estaba estudiando, Pablo estaba un año ‘adelantado’; lo que después llevó al cine con Juan Pablo, Fernando y otra barra más grande de la facultad lo vimos desde el comienzo. Muchos de los ejercicios que hicieron para la carrera con una cámara U-matic terminaron como gags de 25 watts, por ejemplo”, recuerda.

“La memoria ocupa un lugar en la conciencia, pero también en las instituciones”, sentencia con pragmatismo. “Y Pablo tenía que resolver una cuestión locativa”. Ahora el archivo de Control Zeta ocupa varios estantes de una sala del archivo universitario con humedad controlada y aire acondicionado las 24 horas. “Conseguir este espacio nos llevó diez años”, asegura.

Planchas de contacto de la fotografía fija de _Whisky_.

Planchas de contacto de la fotografía fija de Whisky.

La otra película

Durante las 12 horas de las ocho semanas (de seis días) de rodaje, Magela Ferrero se encargó de la foto fija de Whisky. “Esto lo tenía Fernando Epstein en su casa”, cuenta Julieta sobre los negativos del material. Con Jazmín, en el aniversario de la película, preparan una selección de fotos que se exhibirá en la Cinemateca durante la Semana del Cine Nacional (del 5 al 13 de noviembre).

La carpeta analógica de hojas de garbanzo blancas despierta una especial curiosidad. Series de dos o tres fotos están unidas con una fina cinta naranja. “Observá la prolijidad”, señala Julieta sobre el trabajo de Magela. “Estos fotogramas sirven para el contenido de los negativos”, explica. “Hay fotos que son increíbles. En una se ve un cenicero abarrotado de puchos, lo que te habla de la presión con la que estaban trabajando”, dice. En otra, los pies de Mirella Pascual pisan un pequeño cajón que nivela su altura con la de Andrés Pazos. “Ahí te das cuenta de la mirada de Magela”, explica la referente del archivo. “Además de filmar el backstage, hay una propuesta fotográfica. Es como contar otra historia de la película, otro nivel de la trama que está entre la realidad y la ficción”.

Antes y después

En 1995, cuando Julieta entró a estudiar comunicación en la Universidad Católica, “quería hacer cine”, pero a la mitad de la carrera se le ocurrió que era una opción poco viable en relación con el mercado laboral local. “Hacer cine acá no parecía algo real, hasta que aparecieron 25 watts y especialmente Whisky”, señala.

“Te lo voy a graficar con una sola escena”, dice. “A finales de los noventa, cuando iba a un cumpleaños o una reunión familiar y me preguntaban qué estaba estudiando, resultaba complicado. Te decían: ‘¿Y de qué vas a vivir?’. Después de Whisky no tuve que explicar nada. Tenía un ejemplo claro de referentes míos que habían demostrado que se podía hacer una película. Me acuerdo con claridad de mis tías diciendo: ‘Ah, claro, la que ganó muchos premios’. Para mí Whisky fue como ‘bueno, esto es lo que me gusta hacer’. Legitimó el cine como un medio de vida y un espacio de comunicación masiva. Antes el cine uruguayo estaba visto como una cosa que nadie entendía, algo de nicho o muy bajón”.

“Hermoso. Y ahí tenemos la primera foto digitalizada”, anuncia Jazmín. La imagen en su computadora es una de las más icónicas del célebre film: como todos los días, Jacobo levanta la cortina de su negocio acompañado de Marta, en una repetida rutina laboral.

“Hay que hacer un color automático, una corrección y queda”, explica Jazmín sobre el proceso de digitalización de estas fotos. “Ellos van al hueso, respetando el perfil del color de la época y de la película”, dice la archivóloga sobre sus colegas del Centro de Fotografía encargados de los criterios aplicados a este material.

“Creo que hay un equilibrio entre el hiperfetichismo y lo analógico, digamos las cosas como son”, salta Julieta en cuanto al dominio de algunas nuevas tendencias. “Ahora podés reducir el grano de una foto todo lo que quieras, enfocás una zona desenfocada. A veces pienso en la dictadura del foco...”, suelta y deja saber que le dolieron los ojos cuando vio el reestreno de Whisky, en 2024, proyectada en 35 milímetros por primera vez.

Además de su tiempo dedicado a los partidos de Peñarol, el cine y la fotografía, Jazmín hace canciones de música experimental. “Me gusta poder acceder a las joyas que esconden los archivos, buscar estrategias para revalorizar esos archivos y que el resto de la gente también pueda disfrutar ese material”, dice sobre su trabajo.

“Yo arranqué estudiando Archivología, pensando que no iba a poder vivir de la fotografía”, explica. “La carrera tiene una formación muy administrativa, enfocada en el documento en papel. La única manera de aprender este oficio es trabajando en lugares especializados en archivos”, cuenta. “Primero entré a trabajar en el Centro de Fotografía de Montevideo, ahí adquirí todo lo que sé de conservación. Estuve dos años limpiando placas de vidrio y haciendo mapas de deterioros. Me costó, pero terminó siendo mi escuela”, reconoce.

Planchas de contacto de la fotografía fija de _Whisky_.

Planchas de contacto de la fotografía fija de Whisky.

“A Whisky la habré visto cuatro veces”, dice. “Cuando era chica la vi porque a mi padre le interesaba. Durante mucho tiempo la asocié a la imagen del cine uruguayo como algo totalmente deprimente, lento, me parecía un espanto. Después eso fue cambiando. Me empezó a gustar un tipo de cine y vi muchas más películas. En algún momento razoné: ‘Esto es parecido a lo que hace Michael Haneke’. La volví a ver y encontré un montón de detalles en los que no había reparado. Todas las veces me generó cosas distintas; en la última, la del reestreno, me cagué de la risa”.

Julieta confirma el dato: “Fernando [Epstein], que estaba al lado nuestro en la sala, decía: ‘Qué impresionante cómo se ríe esta muchacha’”.

“Es que la película tiene muchas cosas insólitas, tanto desde el ritmo como de la forma”, señala Jazmín y agrega: “Yo siempre la había visto como una historia con el foco puesto en Jacobo y esta última vez lo que más me impactó fue darme cuenta de que en realidad es una película sobre ella [Marta]”.

“Los cambios en la sociedad nos llevan a ver la película de otra forma”, dice Julieta.

“Estamos mucho más sensibles. Cuando la película se estrenó, la invisibilidad del personaje de Mirella Pascual no tenía que ver con la estructura narrativa de la película ni con el guion, eso estaba en la sociedad. Hoy ese personaje, con esa vida, te parte los ojos; en 2004, lamentablemente, no. Lo mismo que algunas femineidades del personaje de Bolani. Es lo que decíamos: ante la falta de referentes en el cine casero, de cosas amateur o del cine más profesional anterior, Whisky es la foto de nosotros; te guste o no, es nuestra foto de familia”.

“Después están los objetos y la uruguayez que encontrás ahí”, dice Jazmín.

“El té servido en un vaso de vidrio, el SUN para calentar el agua”, acota Julieta.

“Los muebles destartalados, los platitos pegados en la pared, la radio General Electric. Es una foto de Montevideo medio bajón que cuesta aceptar, pero un poco somos eso”, resume Jazmín.

Antes de terminar la visita de Lento, Julieta abre un último archivo: dos jóvenes Rebella y Stoll son los protagonistas de un corto titulado 6 de enero (Daniel Hendler y Federico Veiroj, 2001). Tirados en un sillón y aburridos transcurre el siguiente diálogo:

—Bo, ¿tenés algún plan para hoy?

—Nada en particular, ¿vos?

—Tampoco.

Federico Medina es cronista y periodista cultural en la diaria y el portal de la librería Escaramuza.