21 de febrero de 1989. Fue el último encuentro con Nono. Recuerdo su rostro fatigado, pero animoso. Caía la tarde y una niebla espesa iba apoderándose del Canal Grande. Apoyándose en el pretil se ayudaba a superar lentamente el Ponte dell'Accademia. Un amplio abrigo gris, bufanda negra y en su mano la Lucinde de Schlegel.1 Hablamos y seguimos caminando hasta su casa de Zattere.
Aquel año Nono era fellow (académico) del Wissenschaftskolleg de Berlín. Iba y venía, pero esta vez le costaba un esfuerzo infinito regresar. Una y otra noche prometía tomar al día siguiente el vuelo, pero una fuerza interior se lo impedía. No podía, no debía abandonar Venecia. Sólo en las noches, en las largas cenas con los amigos, parecía remitir su melancolía. Después de meses difíciles, fallecerá en Venecia el 8 de mayo de 1990.
Un tiempo después, el 24 de enero de 1991, junto con Massimo Cacciari2 nos acercamos a su casa de la Giudecca. Era una mañana fría y luminosa. Las aguas de la laguna eran tersas y el sol se espejaba en ellas de forma prodigiosa. Al entrar, los balcones abiertos daban sobre el gran mar. Una sensación viva te invadía, poblada de recuerdos, de imágenes ya vistas.
Fotos, programas de conciertos, discos, libros, partituras, recuerdos y más recuerdos. Con Bastiana, su hija, y Massimo seleccionamos algunos materiales para una publicación española. Cada uno de ellos sugería un momento que, sin quererlo, nos hablaba de su ausencia.
Vuelvo una y otra vez a encontrarme en silencio con la música y las páginas de Nono. Desde “Il canto sospeso” (1955-56) a los “Fragmente-Stille, an Diotima”(1979-80), de “Das atmende Klarsein” (1981) al “Prometeo, tragedia dell'ascolto” (1984)... En uno y otro caso, con una voluntad decidida y radical, Nono se define ajeno a todo neopositivismo musical, interesado por explorar la fría forma en sus variaciones seriales. Desde su ruptura con Darmstadt,3 insiste en la necesidad de sacrificar el ideal de la forma para abrirse a otro mundo —ya presente en “Intolleranza 1960”—, que irá afirmando de acuerdo a una búsqueda atenta a evitar toda discontinuidad discursiva.
Cada instante se da ahora como absoluto, cada gesto musical es una intensísima iluminación que emerge del silencio. Este continuado proceso de interrogación de la materia sonora se ve acompañado de una creciente desconfianza de la escritura. Es preciso inventar otro orden, cuya lógica se vea sólo azarosamente afirmada. Nacen así los silencios de Nono, “verdaderos momentos suspendidos”.
“Desde el ‘Canto sospeso’ en adelante —confiesa a Restagno—4 este es un sentimiento que continuamente me asalta. La suspensión produce algo así como un Augenblick rilkeano5 que deriva, anticipa, sueña”. Surge así una escritura fragmentada, hecha de condensaciones, dilataciones o disoluciones de franjas sonoras, apta para expresar la experiencia que en ella se confronta, el potencial utópico del individuo, su complejidad, su racionalidad, su libertad. No se trata de reconocer a través de la escucha un significado o una forma, sino de intentar hacerlo aparecer. Es la tarea y el drama de la escucha. La voz de Prometeo es plural. Cada sonido, en su necesidad, refleja-representa el universo de los sonidos posibles, se transforma en ellos, y al mismo tiempo hace posible aquel orden oscuro de la experiencia. Es la tesis de Robert Musil6 que tanto gustaba citar a Nono: “si existe un significado de la realidad, debe existir un significado de la posibilidad”, y expresarlo es la tarea de la composición musical. Y si la música invita a la contemplación del sonido, a recorrer los ecos, las reverberaciones, las rupturas imprevistas, los contrastes sonoros, es en tanto se siente organizada bajo el signo de una experiencia dolorosa, de una tensión problemática que excluye de su expresión toda concesión consolatoria, pero no el descubrimiento de lo posible, “para no decir adiós a la esperanza”, como decía Hölderlin,7 citado por Nono.
En sus últimas composiciones cita Nono una y otra vez fragmentos de aquellas palabras escritas sobre el muro de un claustro toledano del siglo XIV: “Caminantes no hay camino, hay que caminar...”, que hoy podemos leer en su archivo de la Giudecca. Para el caminante, dice Nono, no hay sendero seguro ni cierto, recorridos precisos, metas fijas: “Es el wanderer de Nietzsche, de la continua búsqueda, del Prometeo de Cacciari. Es el mar sobre el que se va inventando, descubriendo el camino”. Y ahora que celebramos su centenario sigue siendo Nono ese caminante y su motto, el que guio su vida y su obra, las palabras escritas sobre el muro del claustro de Toledo.
Publicado originalmente en Scherzo (enero de 2024), se incluye con autorización de su autor. Fotos gentileza de la Fundación Archivo Aharonián-Paraskevaídis.
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Aparecida en 1799, fue la única novela de Friedrich Schlegel (1772-1829), aporte central a las bases del Romanticismo literario alemán. ↩
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Filósofo italiano, exdiputado comunista y dos veces alcalde de Venecia por formaciones de izquierda. ↩
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De 1950 a 1960, Nono participó en los Cursos Internacionales de Verano de Música Contemporánea en la ciudad alemana de Darmstadt. ↩
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Enzo Restagno lo entrevistó en varias ocasiones. Ver Nono (autores varios), Biblioteca di Cultura Musicale, Torino, 1987. ↩
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Momento rilkeano, en alusión al poeta austríaco Rainer Maria Rilke (1875-1926). ↩
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Novelista austríaco (1880-1942), autor de El hombre sin atributos (1930-1933). ↩
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Friedrich Hölderlin (1770-1843), poeta alemán que llega al Romanticismo desde la tradición clásica. ↩