En Haití, la ambigüedad sobre dónde comienza y dónde termina la ley es uno de los temas más consistentes y preocupantes. Durante la dictadura de François Papa Doc Duvalier, el terror era ejercido por criminales que usaban sombreros de paja, conocidos como los Tonton Macoute. Médico en su vida anterior, Papa Doc se convirtió en presidente del país en sus primeras elecciones libres, en 1957, pero pronto se autoproclamó presidente vitalicio.
Ya entonces, como ahora, los haitianos eran el pueblo más pobre del hemisferio occidental, predominantemente descendientes negros de esclavos africanos. Apelando al orgullo nacional de los haitianos por haberse liberado del yugo colonial francés en las primeras décadas del siglo XIX, Papa Doc se apoyó en su visión de la negritud como un credo negro nacionalista que demandaba la toma del poder. Poder que entonces tenían los mulatos, de piel más clara, que eran la élite del país.
A pesar de la enemistad hacia Estados Unidos, nacida de su experiencia de haber crecido durante las dos décadas de ocupación militar del país por parte de los estadounidenses (1915-1934), una vez en el poder, Duvalier habló de forma repetida de la amenaza cubana. Así consiguió el apoyo de Estados Unidos, que fue tal que esa ayuda financiera representaba, a veces, la mitad de todo el presupuesto nacional de Haití.
La dominación de Papa Doc cambió Haití para siempre. Cuando murió, en 1971, el poder fue transferido a su hijo de 19 años, Jean-Claude Duvalier, llamado Baby Doc, quien gobernó Haití de una manera incompetente y corrupta hasta que una insurrección popular lo obligó a exilarse en 1986. A lo largo de sus años en el poder, el gobierno de Baby Doc fue apoyado por los Tonton Macoute, a los que rebautizó como Voluntarios para la Seguridad Nacional (sin importar su nombre, se calcula que fueron responsables de la muerte de 60.000 haitianos y de haber forzado al exilio a miles).
El colapso de la dinastía de los Duvalier originó una erupción de revueltas populares y asesinatos empujados por la sed de venganza. Los fieles al régimen fueron atacados por las multitudes y asesinados; sus casas, quemadas. En esas revueltas cientos de tiendas y empresas fueron saqueados y destruidos, lo que dejó el centro de Puerto Príncipe en ruinas.
Desde esos días la política en Haití ha sido un tobogán. Algo que nunca cambió desde el tiempo de los Duvalier es la omnipresencia de la violencia y el estado de ambigüedad legal que obliga a los haitianos a vivir en un limbo de pesadillas en el que lo legal y lo criminal se superponen.
Durante su larga carrera política, el actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha demostrado poco interés por Haití. En 1994, el periodista televisivo Charlie Rose le preguntó si había sido sabio intervenir en Haití en un momento de caos, lo que el entonces senador Biden respondió de esta manera: “Si Haití —es terrible decir esto— se hundiera en silencio en el Caribe o se levantara 300 metros, no modificaría para nada nuestros intereses”.
La percepción de Biden sobre Haití no parece haber cambiado mucho desde entonces. Poco después de su toma de posesión, en enero de 2021, me reuní con un alto asesor de la Casa Blanca (Juan S. González). Cuando le pregunté por las nuevas prioridades de Estados Unidos en el hemisferio occidental, mencionó a México, Brasil, Venezuela y algunos otros países. Cuando le hablé de la creciente anarquía en Haití, levantó las manos con aire derrotado.
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En medio del vacío de poder de la presidencia de Jovenel Moïse, que asumió en febrero de 2017 —y tras el éxodo de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas (ONU) ese mismo año—, la fuerza de las bandas haitianas creció de forma drástica. Con el aumento de la delincuencia violenta, los homicidios y los secuestros, y con miembros armados de las bandas ocupando barricadas armadas y participando en tiroteos con la Policía, Moïse prometió mano dura para combatirlas. Sin embargo, parece haber forjado una alianza con el principal líder de las bandas haitianas, un expolicía convertido en fugitivo llamado Jimmy Chérizier, alias Barbecue (Barbacoa).
Barbecue, un hombre corpulento de mediana estatura, unos 40 años y rostro siempre enfadado, sigue viviendo en el decadente distrito central Delmas, donde nació y creció. Su barrio, un laberinto de casas de ladrillo, hormigón y hojalata, no está lejos de un paso elevado construido por Michel Martelly (exmúsico devenido presidente, de 2011 a 2016, con el apoyo de Estados Unidos, luego de unas disputadas elecciones en las que derrotó a su rival de centroizquierda). Barbecue afirma que adquirió su apodo cuando era niño y su madre vendía pollo frito en la calle. Tras ingresar en la Policía, a los 20 años, Barbecue llegó a ser miembro de un cuerpo especial conocido como Unidad de Mantenimiento del Orden, pero durante la presidencia de Moïse, cuando las bandas empezaron a hacerse más fuertes, tomó la decisión de unirse a ellas.
En diciembre de 2018 Barbecue fue despedido de la Policía tras verse implicado en una masacre de bandas a gran escala que había tenido lugar un mes antes en la barriada La Saline, cerca de su casa de Delmas, en la que murieron 71 personas y se incendiaron más de 400 casas. En medio de una violencia continua que incluyó varias masacres más llevadas a cabo por sus hombres, Barbecue adquirió un ascendiente cada vez mayor en el hampa de Haití, así como una reputación aterradora como señor despiadado de los barrios marginales que pretendía controlar.
En junio de 2020 publicó un video en YouTube en el que anunciaba la creación de una alianza de nueve bandas que se autodenominaba Fuerzas Revolucionarias de la Familia G-9 y Aliados (en adelante, G-9). Para entonces, la mayoría de los observadores sospechaba que Barbecue y Moïse eran también aliados tácitos, porque las zonas controladas por las bandas en las que Barbecue llevaba a cabo sus ataques eran invariablemente territorios vinculados a los rivales políticos de Moïse.
Había otras razones para las sospechas. A pesar de su condición de fugitivo, Barbecue seguía viviendo sin ser molestado en su barrio, Delmas, y entre masacre y masacre aparecía de modo ocasional en ceremonias públicas junto a policías en actividad. Con la vista puesta en su creciente reputación pública, Barbecue pronto empezó a aparecer en entrevistas filmadas con periodistas extranjeros. En estas sesiones, a pesar de aparecer junto a jóvenes armados, insistió en que no era en absoluto el jefe de una banda, sino un “líder comunitario” cuya principal preocupación era la gente pobre y oprimida de Haití. Barbecue también negó con vehemencia cualquier implicación en la masacre de La Saline, que le había valido su expulsión de la Policía, y en cualquier otra masacre.
Las organizaciones de derechos humanos que investigaron las atrocidades, sin embargo, dijeron otra cosa. En abril de 2021, la Clínica de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de Harvard publicó un informe detallado sobre tres de las masacres, incluida la de La Saline. El informe, “Matar con impunidad”, documentaba las atrocidades que se habían cometido y acusaba a Barbecue de operar en estrecha coordinación con un par de altos mandos policiales, a los que nombraba. Por último, culpaba al gobierno de Moïse de complicidad con los ataques, señalando que los barrios atacados eran conocidos bastiones de la oposición, y concluía: “A pesar de los indicios que apuntan a que el propio Moïse autorizó los atentados, su papel no ha sido esclarecido por ninguna investigación oficial. Esta falta de justicia ha permitido que crezca una cultura de impunidad, envalentonando a los criminales y dejando a los civiles vulnerables a la violencia por motivos políticos”.
Al final, la cultura de la impunidad resultó ser la perdición del propio Moïse. La noche del 7 de julio de 2021, dos meses después de la publicación del informe de Harvard, fue asesinado en el dormitorio de su casa por un grupo de mercenarios colombianos, cuya entrada en su residencia fue facilitada por hombres de seguridad haitianos sobornados para que participaran en el complot.
Moïse recibió 12 disparos. La mayoría de los colombianos implicados fueron capturados poco después y tres de ellos murieron tras un tiroteo. Los supervivientes han confesado desde entonces su papel, pero la mayoría han dicho que creían que formaban parte de una “operación aprobada por la CIA”, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.
A medida que la turbia cadena de mando de la conspiración se ha ido desentrañando por la investigación de los dos últimos años, se ha descubierto que la operación para asesinar a Moïse fue financiada por un exnarcotraficante haitiano-chileno, Rodolphe Jaar, quien ha confesado su papel en la trama.
Jaar fue detenido en República Dominicana y trasladado a Estados Unidos para ser juzgado. A principios de junio de 2023, en un tribunal de Miami, fue condenado a cadena perpetua. A pesar de la condena de Jaar, siguen sin respuesta numerosas preguntas sobre el caso y en Haití se especula que Jaar no fue el único que planeó el asesinato de Moïse.
Durante mi estancia en Haití, oí acusaciones contra todo el mundo, desde su viuda, Martine, quien resultó herida en el asalto pero sobrevivió, hasta su antiguo aliado Martelly, pasando por Ariel Henry, un neurocirujano reconvertido en político al que Moïse había pedido que fuera su nuevo primer ministro unos días antes y quien ha sido presidente interino de Haití desde entonces.
Dos días después del asesinato de Moïse, Barbecue le rindió homenaje en una ceremonia pública a la que asistieron más de 1.000 personas. El Haitian Times registró la ocasión de la siguiente manera:
Jimmy _Barbecue_ Chérizier, vestido con un traje blanco y una corbata negra, sostuvo coronas de flores mientras miembros de nueve bandas diferentes celebraban un mitin en La Saline, en la zona costera de Puerto Príncipe. Muchos llevaban capuchas que les cubrían el rostro para evitar ser identificados. Cerca de allí, un camión tocaba música mientras Chérizier se arrodillaba ante un gran retrato de Moïse y encendía velas. La multitud, también de blanco luto, cantaba mientras rodeaba una hoguera y arrojaba sal a las llamas como parte de una ceremonia en honor del difunto presidente. Chérizier, exagente de policía que ahora dirige el grupo de bandas callejeras Force Revolution G9 & Family Allies, arremetió contra los defensores de los derechos humanos, los periodistas y los empresarios, a quienes acusó de confabularse para matar a Moïse. “Igual que vosotros habéis invertido vuestro dinero para matar al presidente Jovenel Moïse, nosotros vamos a invertirlo con todas nuestras fuerzas para sacarles de esta tierra”, dijo Chérizier.
Barbecue ha permanecido en la escena y ha hecho varias demostraciones de fuerza, como el bloqueo armado que dirigió contra la terminal de combustible de Varreux, en Puerto Príncipe, de setiembre a noviembre de 2022, que provocó una grave escasez de combustible en la capital haitiana. Y aquí se han producido otras masacres llevadas a cabo por pistoleros de su alianza con la banda G-9, que ha crecido y, según los informes, ahora incluye a una docena de bandas más. Su bloqueo del puerto de combustible tenía como objetivo inicial forzar la dimisión de Ariel Henry, el primer ministro interino —o así lo anunció Barbecue—, y duró hasta poco después de que Henry hiciera su petición de una fuerza de intervención militar internacional, en octubre de 2022. A pesar de la inacción posterior, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución por la que se sancionaba a Barbecue, y también impuso la prohibición, en gran medida simbólica, de transferir a Haití armas pequeñas y munición. Según algunos informes, Barbecue levantó el bloqueo tras llegar a un acuerdo secreto con Henry, después de una insinuación en la que Barbecue pedía puestos de trabajo en el gobierno para algunos de sus hombres y que se levantaran las órdenes de arresto contra otros.
El 6 de noviembre de 2022, de pie en un podio frente a una bandera haitiana y con una boina negra, Barbecue pronunció un discurso anunciando el fin del bloqueo.
Nosotros, las fuerzas revolucionarias del G-9 y aliados, tomamos la decisión por nuestra cuenta de permitir la distribución de combustible y queremos que el pueblo sepa que no es una decisión que hayamos tomado por ninguna negociación con Ariel Henry. La situación en el país es grave y la Familia G-9 y aliados no somos responsables de ella. Nosotros, la Familia G-9 y aliados, somos patriotas. Somos nacionalistas. Llevamos a nuestro país en el corazón. Y es por eso por lo que nunca hemos violado ni asesinado a nadie en nuestro barrio. Luchamos por las condiciones de vida de los que viven en el gueto, en las comunidades. Es nuestra batalla para estar orgullosos de Haití. Somos Haití.
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Una mañana de finales de abril de 2023, Barbecue me recibió en Delmas. Salió a la calle en la que me habían dicho que esperara y se dirigió hacia mí con un grupo de adolescentes a su alrededor que portaban armas semiautomáticas. Llevaba una pistola suelta en una mano, que a distancia parecía una 45, y vestía un pantalón de chándal negro y una camiseta de colores. Tras detener a un joven que llevaba una gran canasta con pan en la cabeza y simular que le daba una bofetada, se acercó y se presentó. De inmediato se excusó diciendo que tenía que ducharse. Se dirigió a la casa de enfrente, donde una mujer se quedó en la puerta.
Cuando Barbecue regresó, 15 minutos más tarde, llevaba un jersey negro de cuello alto, vaqueros negros, zapatillas de tenis con cordones, un gran colgante de oro con un símbolo masónico y un anillo masónico haciendo juego. Había dejado atrás la pistola y llevaba un iPad. Les hizo señas a sus vigilantes guardaespaldas para que se sentaran cerca, a la sombra, y me condujo al otro lado del carril, a un lugar donde habían colocado unas cuantas sillas de plástico, junto a una casita de fachada descascarillada color rosa oscuro y ventanas enrejadas. La reconocí por las entrevistas que Barbecue había concedido en el pasado, en las que decía que era su casa.
Durante varios minutos, Barbecue me ignoró, aparentemente absorto en su iPad. Le pregunté qué estaba leyendo. ¿Seguía las noticias? “Sí, leo las noticias”, respondió, levantando brevemente la vista. ¿Algún tipo especial de noticias? “No”, respondió. “Nada en especial. De todo”.
Cuando le pregunté por las acusaciones de su implicación en masacres, finalmente dejó el iPad y me explicó que su situación era culpa de las mentiras de organizaciones de derechos humanos, y que eso había provocado su despido de la Policía. “Esa es la causa de la desgracia que me ha llevado a donde estoy hoy, pero también me hizo dar cuenta de que había sido esclavo de ese sistema y que tenía que luchar contra él. Pero hoy me siento mucho más útil que cuando era miembro de la Policía haitiana. Hay mucha gente que depende de mí. Beben agua, comen, los más pequeños van a la escuela y tienen casas donde vivir. Todos dependen de mí”.
Barbecue continuó hablando de casos concretos. Mencionó a una anciana, cuyo hijo había sido asesinado, a la que le dio una bolsa de arroz, y a una niña cuya madre había muerto. “Cada dos semanas viene a pedirme comida. Si tengo arroz o guisantes se los doy, y a los niños pequeños les pago la escuela. Y a las chicas jóvenes, de 14 o 15 años, tengo que vigilarlas para evitar que abusen sexualmente de ellas. La comunidad ha estado ahí para mí y yo para ella. Intento hacer lo mejor”.
Sintiendo curiosidad por los talismanes masónicos de Barbecue, le pregunté por ellos. ¿Era masón? Barbecue asintió con recelo. Cuando le insistí, reconoció que había sido iniciado en la orden en 2004, unos días antes de entrar a la Policía. Cuando le pregunté si ambos hechos estaban relacionados, negó con la cabeza y respondió: “Sólo era alguien que buscaba la verdad”.
Una vez que la conversación fluyó, hablamos durante casi dos horas, pero cada vez que su interés decaía, como un adolescente aburrido, Barbecue empezaba a mirar su iPad. Cuando le pregunté quiénes eran sus modelos a seguir, se animó y nombró, como era de esperar, al primer gobernante independiente de Haití, Jean-Jacques Dessalines, al difunto líder revolucionario burkinés Thomas Sankara, a Fidel Castro y a Malcom X. Añadió: “También me gusta Martin Luther [King], pero a él no le gustaba luchar con armas y yo lucho con armas”. Barbecue soltó una carcajada corta y explosiva.
“¿Che Guevara?”.
“¡Sí!”, exclamó Barbecue, en español, y llamó a uno de sus guardias para que le trajera su teléfono móvil. Un momento después, Barbecue me entregó su teléfono y me mostró una imagen pop art de sí mismo como el Che, con una boina, que ilustraba la carcasa de su dispositivo. Barbecue sonrió mientras yo examinaba su retrato.
A partir de sus modelos, le pregunté si se consideraba marxista.
“No, no soy comunista”, respondió. “Simplemente me gusta su filosofía. La gente que ama a su país. Gente que ve la necesidad de desarrollar su país. No me gustan porque sean comunistas. Me gustan porque aman a su país. Porque ven que las condiciones de la mayoría de la población no son buenas. Luchan por cambiar eso. Cuba tiene mucho de lo que enorgullecerse. Mira su sistema sanitario y su educación, todo lo que ha conseguido. Luchó por ello. No sólo por ser comunista”.
Barbecue prosiguió. “Por la misma razón me encanta Dessalines, porque su sueño era compartir las riquezas del país con la gente pequeña. No repartirlas entre un pequeño grupo de personas. Hoy el 5% de la población controla el 95%. Es un grupo minúsculo que controla toda la tierra, todos sus recursos, toda su economía, mientras la mayoría vive en la miseria, en la mugre. Mira este barrio: todos vivimos en la miseria, en la mugre. Hoy tenemos que luchar para cambiar eso [...]. No es el color de la piel lo que debe determinar si te mereces esto o no. Quien es competente debe ser capaz de hacerlo mejor. [...] Somos un país pequeño y todo el mundo debe tener acceso a sus riquezas. Por eso me gusta Dessalines y por eso me gusta Castro, porque Castro vio que toda la gente vivía en la miseria, que eso no era bueno para ellos, y luchó para cambiarlo. Construyó escuelas, hospitales, universidades. Así que ese es el mismo sueño que tengo para mi país. Que la gente pueda vivir donde no haya inseguridad, donde nadie sea secuestrado, donde haya trabajo, universidades, y cuando veas a niños pequeños, que haya una escuela primaria a la que puedan ir. De eso se trata”.
Así que le comenté que estaba evolucionando hacia una figura política. “¿Qué es lo siguiente? ¿Tus aspiraciones se extienden a todo el país? ¿Qué puedes hacer con este perfil político que has alcanzado?”.
Soltó otra breve carcajada entrecortada y señaló hacia el cielo. “Ese es el gran arquitecto, que tiene todo el poder. Yo no tengo poder. Sólo soy una persona que tiene una visión para mi país. Y hoy intento reunir al mayor número posible de personas para ver cómo superar ese sistema que tenemos, un sistema que es racista. Haití es un país de negros, pero Haití es un país racista, es un país de blancos. Hay muchos negros que no tienen esos privilegios. Por ejemplo, nunca hay un negro que pueda tener un supermercado, un negro que pueda tener una casa y un coche; todos esos puestos [gubernamentales], nunca hay un negro que tenga acceso a ellos, hay todo ese dinero, pero nunca vuelve a ellos. Eso es lo que yo llamo racismo, y debemos luchar contra ello para poder vivir en nuestro país. [...] Tenemos que unirnos al máximo y utilizar nuestras armas para una buena guerra. Lo que yo llamo una buena guerra es aplastar ese sistema racista. Para ver un Haití donde todos los pequeños tengan acceso a sus riquezas”.
Barbecue volvió varias veces sobre sus quejas contra las élites haitianas. Se esforzó en culpar a los que denominó “los libaneses”: haitianos de ascendencia siria y libanesa que, en general, constituyen la élite económica del país, que incluye a la mayoría de los importadores de alimentos y combustibles, banqueros y comerciantes.
“Si eres libanés, no eres haitiano”, dijo Barbecue. “Hoy tenemos que crear una burguesía negra, tiene que ser un negro que tenga un mercado, una casa, un coche. Un negro que tenga acceso a un banco que le preste al momento de tener una pequeña empresa. Eso es lo que necesita el país. Pero los blancos eso no es lo que hacen. Toda la riqueza del país está en manos del 5%, de los oligarcas, de los libaneses [...]. Los oligarcas no hacen nada por el país. Mira cómo está el país”, exclamó Barbecue. Ni siquiera había un buen hospital en Puerto Príncipe, añadió, y la razón de ello, prosiguió, “es que cuando los oligarcas enferman, toman jets privados directos a Miami, donde son tratados en el Jackson Memorial Hospital [...]. Hoy es a esa gente a la que tenemos que eliminar y venir con otro grupo a nuestro país, que sea creíble, que sea haitiano, sobre todo. Esa gente no es haitiana y ni siquiera le gustan los haitianos”.
Barbecue culpó a las mismas élites haitianas de haber planeado el asesinato de Moïse. “Intentó que los oligarcas compartieran su riqueza y lo mataron”.
Le pregunté a Barbecue si había conocido a Moïse. “No”, respondió. “Nunca lo conocí, nunca me cayó bien”, rio con aspereza. “Me cayó bien cuando murió”.
Barbecue continuó hablando de los cambios que, en su opinión, necesita Haití. “La primera revolución que necesitamos es una revolución mental. Han zombificado a la gente. Los han zombificado en todos los sentidos. Debemos empezar a luchar contra eso, y mientras luchamos por eso, debemos sensibilizar a la gente y ese es el trabajo que nuestra alianza, G-9 Familia y Aliados, ha estado haciendo en los barrios pobres. No cometemos secuestros, no violamos a la gente en su propia casa. Por eso intentamos ayudar a que más niños vayan a la escuela. Hemos empezado a explicarle a la gente el sistema que la ha mantenido en la miseria, cómo ha llegado hasta aquí y cómo el país la ha hundido aún más [...]. Una vez que la gente entienda que el Estado es responsable de las condiciones en las que vive, nadie querrá seguir en ese Estado. Es cuestión de tiempo”.
En un momento dado, Barbecue dijo algo sobre sí mismo que parecía revelador. “La noción de bueno y malo no existe para mí. Soy bueno para un grupo de gente, soy malo para otro grupo. Hago el bien para un grupo de gente. Hago el mal para otro. Esa es la ley de la vida. El blanco y el negro. El equilibrio”.
“¿Te arrepientes de algo en tu vida?”.
“Sí”, respondió Barbecue. “Me arrepiento de que ciertas personas sigan aquí hoy”. Sonrió satisfecho.
Le pregunté qué quería decir con eso. “Hay gente que no quiero que siga viva”, aclaró, y luego añadió: “No quiero que sigan haciendo daño a Haití”.
“¿Lo han acusado de cosas que son ciertas?”, pregunté. “¿O la mayoría de las acusaciones contra usted son falsas?”.
En respuesta, Barbecue se rio. “De lo que me acusan que crean que es verdad, que lo demuestren. Pero entre las cosas de las que me acusan, como la masacre de La Saline… Falso. Nunca estuve en La Saline. La masacre de Bel Air. Falso. Masacre, masacre, masacre. Falso. Todas estas [acusaciones] se hacen porque no pueden controlarme políticamente. No soy un esclavo que trabaja para ellos. Como me negué a hacer su trabajo sucio, me echaron todos estos casos a la espalda. Pero deben mostrar pruebas de las cosas de las que se me acusa. Me han acusado de matar a gente, de quemarla. [Si eso es cierto, ¿por qué] no hay gente por ahí, gente inteligente con sus teléfonos, que me muestre matando, quemando gente?”.
Al final, a pesar de su adopción de la boina al estilo del Che, Barbecue parecía más un bandido al estilo de los que retrata Eric Hobsbawm1 que un revolucionario cubano. La imagen que presentaba de sí mismo como luchando en nombre de la mayoría negra de Haití, golpeada por la pobreza, contra su minoría rica de piel clara, también recordaba la adopción de Papa Doc de la negritud2 como una lucha de clases teórica que justificaba su dictadura. De hecho, en una entrevista temprana, Barbecue también había hablado de su admiración por el primer Duvalier.
Pero también es posible que Barbecue sea una figura de invención exclusivamente haitiana. Cuando le pregunté qué opinaba de la Policía, de la que ahora era un paria, los rasgos de Barbecue se suavizaron.
“Me encanta la Policía”, dijo.
“¿De verdad?”, pregunté, sorprendido. “¿Seguro que sí?”.
Me miró y me dijo en tono de confidencia: “Una vez policía, siempre policía”.
Artículo cedido especialmente por su autor. Una versión reducida de este se publicó en The New Yorker. Traducción: Ana Luisa Valdés.