Yo tengo la suerte de que, desde los 18 años, que debuté en este estadio, no tengo jefe. Para mí es maravilloso y a esa gente le molesta porque a mí no me pudo controlar nunca. Yo nunca fui ni voy a ser empleado de ellos. Juan Román Riquelme

¿Cómo comenzaría la película o la serie dedicada a Juan Román Riquelme? Porque seguramente, tarde o temprano, su vida va a tener su versión audiovisual, como ocurre con todos los ídolos deportivos argentinos. Algunos pensarán que el mejor comienzo sería por el final: Riquelme consagrándose presidente de Boca Juniors contra el aparato político, judicial y mediático de Mauricio Macri.1 A partir de ahí, avanzar a puro flashback con toda su trayectoria. Otros preferirían un momento deportivo culminante, como fue su actuación frente al Real Madrid en la final de la Copa Intercontinental del 2000. O su debut en la primera de Boca, en 1996, cuando le bastaron unos minutos en la cancha para que las tribunas corearan su nombre, lo más parecido a un amor a primera vista, un amor loco e indestructible. O aquella noche de 2001 cuando le hizo el Topo Gigio a Mauricio Macri, por entonces presidente del Club de la Ribera.

Hay otro comienzo posible, menos fatigado en términos mediáticos, pero que fue fundamental en la historia de Riquelme. No sólo en la suya; marcó para siempre el vínculo que tuvo con Macri, definió el destino de ambos, incluso el de Boca Juniors, el fútbol y la realidad política argentina. Del universo, diría cualquier hincha de Boca. La exageración es algo que define muy bien a los xeneizes.

Corrían los primeros meses de 1998. Boca tenía un nuevo técnico, Héctor Bambino Veira. El anterior, Carlos Salvador Bilardo, había renunciado porque no había conseguido ganar ningún campeonato. Macri apostaba fuerte trayendo a Veira, un DT muy identificado con River Plate y San Lorenzo, algo que a cualquier otro presidente del club le habría hecho ruido. En un Boca poco exitoso, Riquelme se había destacado, aunque no tanto como lo hizo en el mundial sub-20 de Malasia, en el que Argentina salió campeón. No había dudas de su talento, pero todavía le faltaba demostrar todo lo que podía dar.

Algo que caracterizó la gestión de Macri, como la de su sucesor, Daniel Angelici, es el ambiguo interés por los jugadores juveniles. Si bien Macri trajo muchos y apostó a adolescentes que todavía no tenían edad para estar en primera, la intención siempre fue hacer negocios con ellos. Aprovechar la vidriera que da Boca para venderlos al fútbol europeo. Cuando a las oficinas de Boca llegó una oferta por Riquelme del club italiano Parma, Macri decidió venderlo. Lo había pagado barato, lo vendía a un precio importante. Principio básico de un empresario metido a dirigir un club de fútbol. La decisión estaba tomada.

Pero había algo que Macri, con su espíritu ganador y sus gestos de hombre poderoso, no había considerado: que Riquelme no era el empleado de una de sus empresas. El jugador se quejaba de tener un sueldo bajo en comparación a otros jugadores del equipo y lo que quería era que le ampliaran el contrato. Un mejor sueldo y más años en el club. La oferta del Parma resolvía todos los problemas: iba a ganar con la venta y seguramente el sueldo italiano iba a ser superior. El acuerdo contemplaba que Riquelme se quedara un tiempo más en Boca, pero se sabe lo que ocurre con un jugador ya vendido. Bastaría con preguntarles a los hinchas de River cómo le fue a su club cuando dejó jugar a Julián Álvarez y Enzo Fernández ya vendidos a Europa.

Si Riquelme hubiera aceptado y se hubiera ido al fútbol europeo, muchas cosas habrían ocurrido: Boca no habría vivido su etapa de gloria, Román no se hubiera convertido en el jugador más importante en la historia del club, Macri habría fracasado como presidente, lo que tal vez habría sido un escollo en su carrera política.

Pero Riquelme dijo no. Él era de Boca (jugador, hincha) y de Boca no se iba. “La plata es importante, pero salir campeón debe ser inolvidable. Salir campeón con Boca no se puede comparar con nada”.

Aquiles tenía dos opciones: morir joven en la gloria o vivir tranquilo hasta la vejez de manera anónima. Decidió ir a Troya y convertirse en héroe muriendo en el campo de batalla. Riquelme también eligió la gloria, aunque para eso debía ganar de por vida un enemigo poderoso, capaz de todas las artimañas, a quien nadie (o casi nadie) se anima a contradecir. Macri se convirtió en su némesis, el malo perfecto de una epopeya griega o de un teleteatro mexicano. Riquelme tenía 19 años cuando le dijo no al poder. Le dijo no a ser sumiso. La gloria lo esperaba.

Filosofía conurbana

Ese no fue un semestre fácil para Riquelme. Nunca es gratis tirarse contra los poderosos y los medios se lo hicieron saber. Hubo artículos que lo atacaron a él y a su padre; lo acusaron de mentiroso, camarillero, problemático. Un artículo del diario La Nación decía: “Su vida cambió de la noche a la mañana: valía 14.000.000 de dólares y ahora ni figura en el banco de los suplentes de Boca”. Por su parte, Olé publicó el recibo de sueldo que le habían pasado del entorno de Macri. Años después se sabría que desde el riñón macrista lo llamaban “el negro”. Ojo, no como el apodo que tenía su compañero Hugo el Negro Ibarra, sino como una forma de desprecio, de racismo. De lucha de clases.

Román es el mayor de diez hermanos de una familia pobre, como la de tantas futbolistas, como la de Diego Maradona. Nació el 24 de junio de 1978, un día antes de que Argentina ganara su primera copa del mundo y nueve años exactos antes de que naciera Lionel Messi. Se formó en los potreros de Don Torcuato y su propio padre fue su primer DT, tal vez el más duro, el que le transmitió una templanza difícil de deteriorar. El primer club que defendió fue La Carpita, de Villa Libertad. Era esmirriado y tímido, pero habilidoso y vivía pegado a la pelota. No se la podía sacar nadie, mucho menos los que jugaban contra él.

Como Maradona, como el Bichi Borghi, como tantos jugadores extraordinarios, hizo las divisiones inferiores en Argentinos Juniors. La fama de jugador único lo precedía cuando llegó a Boca junto con otros jugadores jóvenes prometedores, aunque con el tiempo él sería el único de esa camada que tendría trascendencia internacional y quedaría en la memoria de los grandes del club porteño.

Antes de su pase a Boca, Riquelme tuvo la oportunidad de decir su primer no futbolero. Un grupo de empresarios quiso llevar al jugador a River, pero él se negó. No iba a traicionar al equipo del que era hincha. Hay fotos suyas de chico con la camiseta de Boca. Son muchos los que terminan jugando en contra de los colores que marcaron su infancia. No todos se animan a decirle que no a la primera oferta importante. Hay excepciones. Maradona y Riquelme fueron y son orgullosamente boquenses.

En todas las decisiones que toma Riquelme, cuando era futbolista y ahora que es dirigente, hay un código común: el del barrio. Nacido y criado en el Conurbano bonaerense, lleva la marca del origen en todo momento. Hay una identidad conurbana, distinta a la del porteño y a la del bonaerense a secas. La belleza del Conurbano es difícil de ver para los ajenos. Las dificultades para vivir, para moverse, para crecer se compensan con la solidaridad, la amistad, la hospitalidad de los vecinos. El Conurbano bonaerense es enorme, descontrolado, puede ser violento, pero también es protector. Román sabía que no le podía pasar nada malo si estaba con sus amigos en un potrero. Son los amigos con los que todavía hoy se reúne a jugar a la pelota, a comer asado, a tomar mate. Román no se cansa de repetir que vive a pocos metros de donde creció. Durante los años que vivió en España, aprovechaba cada oportunidad para regresar al barrio: vacaciones, convocatorias de la selección, lo que fuera. Siempre estaba llegando, habría dicho Aníbal Troilo.

Los del Conurbano saben que todo queda lejos de casa. A los 11 años, Riquelme viajaba solo desde su casa hasta la capital para ir al entrenamiento en Argentinos Juniors. Dos horas de tren y colectivo para ir y otras dos para volver. Cuatro horas diarias en las que Román debía pegar la cara contra la ventanilla y se dedicaba a soñar: con llegar a ser futbolista, cubrir las necesidades de su familia, comprarles una casa a los padres, triunfar en el equipo del que era hincha, mantener cerca a sus afectos. Es lo que todo pibe del Conurbano desea. Y los dioses le cumplieron su sueño.

El Topo Gigio

Los éxitos deportivos de Boca tuvieron su punto culminante en el triunfo frente al Real Madrid a fines del 2000 y continuaron sin interrupciones un año más. Riquelme no sólo había conquistado el amor de sus hinchas, sino que se daban fenómenos extraordinarios en otros países. Su buen fútbol “lo hizo hasta popular en Brasil —cuenta Alejandro Wall en el diario Tiempo Argentino—. Su apellido se convirtió en el nombre de los niños que nacían. Miles de varones fueron bautizamos como Riquelme o Rikelmi en la tierra de los Romario y los Ronaldo. Según el censo de 2010, desde el inicio de esa década la elección de Riquelme creció un 6.894% y la de Rikelmi aumentó un 10.057%”.

Boca contaba con el mejor DT argentino del momento, Carlos Bianchi, el mejor jugador, Riquelme, y el goleador más letal, Martín Palermo. Para cualquier presidente de club era el momento ideal para sostener y ampliar un proyecto deportivo. Para un empresario, era la oportunidad de hacer negocios. Fue lo que hizo Macri. Vendió a Palermo al Villareal por una cifra irrisoria, considerando que era el goleador que venció dos veces el arco del Real Madrid. Palermo no se opuso, aunque había otros equipos más importantes interesados en él. Algo similar quiso hacer el presidente con Riquelme. Una vez más, Román dijo que no.

A comienzos del 2001, la crisis entre el jugador y el presidente era una fractura expuesta que comenzaba a supurar. Declaraciones cruzadas, fricciones de todo tipo, acusaciones sutiles y no tanto complicaban el vínculo, pero no el funcionamiento del equipo, que seguía bajo la batuta de Bianchi. Por entonces, Macri había decidido dar el salto a la política y su carta de presentación era la gestión en el club. No podía permitirse que alguien pusiera en duda sus méritos. Si Boca había ganado todo era porque él había elegido al técnico y a los jugadores.

En abril, durante un Boca-River en la Bombonera, Riquelme decidió darle una respuesta contundente a la postura narcisista y mentirosa del presidente. Después de hacer el segundo gol, Román corrió hacia donde estaba el palco presidencial, se paró de golpe y puso las manos detrás de las orejas, como pidiéndole a Macri que escuche. La Bombonera rugía el “dale, Boca, dale” característico después de cada gol e inmediatamente se oyó la ovación: “Riquelme, Riquelme”. Obviamente, nadie gritaba el nombre del presidente. Román le hizo saber a quién agradecían los hinchas. Fue un gesto en medio de una discusión por salarios y transferencias. Pero indudablemente se convirtió en un gesto político. El futbolista fue el primero en decirle a la sociedad argentina que Macri mentía, que no era lo que decía ser. Riquelme fue antimacrista antes de que la gente y los medios hablaran de macrismo.

El Topo Gigio de Riquelme se convirtió en un gesto que repitieron muchos deportistas en estos años, desde Eden Hazard a Roger Federer, pasando por Luis Suárez, Mohamed Salah y Erling Haaland, entre muchos otros. Aunque el más inolvidable sea el que Leo Messi le hizo al neerlandés Louis Van Gaal en los cuartos de final del mundial de Catar. Fue también un acto de justicia hacia Riquelme, que fue maltratado por Van Gaal en el Barcelona.

Carlos Bianchi terminó renunciando a fines del 2001 en una conferencia de prensa a la que Macri se había colado intempestivamente y en la que quiso obligar al técnico a reconocer que era culpa del entrenador que no llegaran a un acuerdo.

Si alguien quería doblegar a Riquelme, no tenía más que meterse con su familia. Cristian, su hermano, fue secuestrado por delincuentes comunes. Román pagó el rescate. Al poco tiempo, aceptó irse a jugar al Barcelona.

Frienemies

Uno de los vínculos más complejos que tuvo Riquelme fue con Diego Maradona. Tenían un origen común de familias trabajadoras, de muchos hermanos y el pan que nunca alcanzaba para todos. Los dos se iniciaron en Argentinos Juniors y llegaron a Boca convertidos en ídolos. Había una gran admiración mutua. Muchas veces, desde su palco en la Bombonera, el Diego gritó los goles y aplaudió los pases mágicos de Román. El diálogo de ellos (Román en la cancha, Diego en una cabina de transmisión) después de que Boca se consagrara campeón de la Libertadores 2000 es de una ternura difícil de describir.

Los dos bosteros, los dos números 10, los dos enemigos de Macri. Y sin embargo...

Después del mundial de 2006, Riquelme había renunciado a la selección argentina. La prensa local atacaba desmesuradamente a los jugadores y al técnico José Pekerman por la derrota en cuartos de final contra Alemania. Riquelme dijo que iba a priorizar la salud de su madre y que por eso dejaba la selección.

Pero cuando, un tiempo después, asumió como DT Diego Maradona, Riquelme regresó a la selección. La relación fue difícil, explosiva. Los dos tenían opiniones fuertes y un manejo distinto del vestuario. Riquelme huía de la demagogia de las declaraciones futboleras. Al Diego le gustaba dar definiciones grandilocuentes. Tal vez había algo de celos de parte de Maradona, tal vez había vanidad en Román.

Riquelme fue siempre un jugador distinto, dentro y fuera de la cancha. Hay que recordar que su identificación plena con Boca le ganó el rechazo de muchos hinchas de clubes que lo sufrieron. En una selección que históricamente estuvo compuesta por jugadores que se fueron temprano a Europa y no generaron antipatías en el fútbol local, Riquelme era al símbolo del éxito nacional e internacional de un club argentino. Pero nunca fue un tipo fácil. Cuando todos los futbolistas declaraban “somos una gran familia”, él, realista, decía: “Somos compañeros de trabajo”. No se reía muchas veces, pero tampoco se burlaba nunca del contrario ni del derrotado.

Su relación con los técnicos siempre podía complicarse, sobre todo cuando lo querían obligar a jugar en un puesto distinto al de enganche. No sabía o no quería negociar. Maradona, por su parte, lo maltrataba en las declaraciones públicas, les decía a los medios que Riquelme no le servía si jugaba donde el pibe de Don Torcuato quería. Y una vez más Riquelme dijo no. Se bajó de la selección de Maradona.

Por un tiempo, Maradona dejó de ir a la Bombonera. ¿La hinchada de Boca habría silbado al Diego tomando partido por Román? Al menos, eso habrá pensado Maradona, que se ausentó bastante tiempo. No es muy descabellado creer que algo así podía ocurrir. No hay que olvidar que en el partido de despedida de Riquelme, en el que se enfrentaron combinados de Boca y de la selección argentina, la hinchada le cantaba a Leo: “Messi, Messi, Messi, Messi, / me tenés que perdonar: / en La Boca el más grande, / el más grande es Román”.

En esa misma despedida, cuando Riquelme quedó con la camiseta de Diego puesta, la hinchada coreó al Diego y a Román. Los dos mayores ídolos de la historia boquense.

Contra todos

Riquelme dejó el fútbol a comienzos del 2015 en Argentinos Juniors, luego de conseguir el ascenso con el club que lo tuvo en las divisiones inferiores. Se había ido de Boca harto del maltrato de Daniel Angelici, uno de los operadores políticos de Macri, que cumplía a rajatabla con la consigna de su jefe de desgastar al ídolo. Para eso siempre contó con una prensa que repetía en canales deportivos y de noticias que Riquelme era “conflictivo”. Pero Román se fue sin armar escándalo, sabiendo que la venganza es un plato que se sirve frío.

Durante 25 años Macri y sus aliados manejaron el club. Lo utilizaron como usina de dirigentes para la política nacional o para sellar acuerdos con sectores de la Justicia. Fiscales, jueces, una futura gobernadora, legisladores nacionales tuvieron en algún momento un cargo en el club.

Después de varios fracasos deportivos, las elecciones de diciembre del 2019 podían no ser tan sencillas para el oficialismo. Riquelme había manifestado su interés en participar en la vida institucional del club, algo que despertó la preocupación del oficialismo, que prefirió tentar a Román con algún cargo en la presidencia de Christian Gribaudo, el candidato macrista. Después de ilusionarlos vanamente, Riquelme les dijo lo que tantas veces oyeron de parte suya: no.

Riquelme fue de candidato a vicepresidente segundo en la lista opositora que encabezaban Jorge Amor Ameal y el mediático Mario Pergolini. Fue el final del macrismo en la conducción de Boca y una doble derrota para Macri, que había perdido las elecciones presidenciales en manos de Alberto Fernández.

En estos cuatro años Boca soportó muchas campañas en los medios, siempre con el mismo título: “Crisis en Boca”. Ni los títulos locales ni la promoción de jugadores juveniles en el equipo de primera servían para calmar las voces agoreras. No bastaba con ser el equipo argentino más ganador de ese período. Para los medios, sobre todo para las señales deportivas de ESPN y TyC Sports, ese Boca no ganó nada.

Sin embargo, el balance general del club fue muy positivo. Seis títulos nacionales de fútbol masculino y una semifinal y una final de Copa Libertadores. Boca es uno de los pocos clubes de la Argentina que le dan real importancia al fútbol femenino, que lleva ganados cinco campeonatos desde el 2019. Además del crecimiento de otros deportes, como el vóley y el básquet. A todo esto hay que sumarle el trabajo social que el club hace en La Boca, rescatando el espíritu de club de barrio con el que nació hace más de un siglo.

Finalmente, Riquelme decidió presentarse a candidato a presidente de Boca para el período 2023-2027. Mauricio Macri necesitaba recuperar el club después de la estrepitosa derrota electoral que ubicó a su partido tercero en las elecciones presidenciales. Quería convertir a Boca en la punta de lanza de su relanzamiento político. Tratando de imitar la jugada que hizo Cristina Fernández de Kirchner a nivel nacional en 2019, no se postuló a presidente sino a vice primero, aunque todos sabían que el poder pasaba por sus manos y no por su empleado (literalmente, ya que trabajó en el Grupo Macri) Andrés Ibarra. La decisión la hizo pública poco después de que Boca perdiera la final de la Copa Libertadores.2

Pero como las encuestas daban ganador a Riquelme, Macri decidió jugar su juego favorito: la judicialización de la política. Con la ayuda del poder judicial de la Ciudad de Buenos Aires,3 consiguió retrasar las elecciones. La especulación era esperar a que asumiera Javier Milei la presidencia4 y con apoyo político pasar a intervenir el club. Los hinchas de Boca no se quedaron quietos y organizaron un banderazo en apoyo a Riquelme que recorrió parte del barrio La Boca. La manifestación fue un punto importante para que, finalmente, se llevaran a cabo las elecciones.

Riquelme se presentaba contra Macri, el aparato político de su partido, el poder judicial de la ciudad, el presidente Milei, que brindó su apoyo público a Macri, la barra brava de La 12, que se llevaba mal con él desde que se negó a darles dinero en los años noventa. También contra las señales deportivas que apoyaron abiertamente la fórmula Ibarra-Macri. No es un tema menor que Riquelme no le haya querido dar a ESPN la exclusiva de la transmisión por señal codificada de su partido despedida y que haya preferido que se emitiera gratuitamente por la Televisión Pública, para que lo viera todo el país.

El 17 de diciembre de 2023, Juan Román Riquelme se convirtió en el nuevo presidente de Boca, en la segunda elección con más votantes en la historia del fútbol mundial (el puesto número uno le corresponde al Barcelona). Se impuso con 65% de los votos. No fue sólo una elección a presidente, sino a una forma de gestionar la institución. Los hinchas de Boca lo votaron porque quieren seguir siendo los dueños del club. Fue un rechazo a la bandera que agita Macri de convertir a los clubes en sociedades anónimas, tal como el presidente Milei se apuró a autorizar en su controvertido Decreto de Necesidad y Urgencia.5

“Yo tengo la suerte de que, desde los 18 años, que debuté en este estadio, no tengo jefe. Para mí es maravilloso y a esa gente le molesta porque a mí no me pudo controlar nunca. Yo nunca fui ni voy a ser empleado de ellos”, declaró Riquelme poco antes de las elecciones. Seguramente, la guerra con Macri tendrá nuevas batallas. ¿Querrá Riquelme dar también él el salto a la política nacional y disputarle en ese terreno al “neomacrismo” que representa la alianza de Milei y Macri? Esa es la historia que todavía falta escribirse.


  1. Dirigente conservador, presidente de Boca Juniors de 1995 a 2007, presidente de la república de 2015 a 2019. 

  2. El 4 de noviembre de 2023 Boca perdió 2-1 con Fluminense, en Río de Janeiro (Brasil). 

  3. La Ciudad de Buenos Aires está en manos del macrismo desde 2007. 

  4. 10 de diciembre de 2023. 

  5. Decreto con más de 300 medidas que Javier Milei firmó el 20 de diciembre de 2023.