Celebrada a las afueras de la ciudad de Tacuarembó desde hace una treintena de años, la Patria Gaucha, autodenominada “fiesta más criolla”, es la expresión más masiva del tradicionalismo y el folclore gauchesco.
Ambos calan hondo en quienes participan en las actividades, tal como los últimos vestigios de un sol veraniego, del que es imposible escapar y cuyos efectos a lo largo del tiempo se pueden observar en los rostros curtidos de los más veteranos.
A pesar del incesante calor, los integrantes de las diferentes aparcerías —chinas y gauchos por igual— continúan con las actividades a lo largo de la jornada, que comienzan temprano por la mañana y finalizan ya entrada la noche.
Algunos simplemente montan guardia, como esos dos gauchos trajeados con indumentaria de época. Se imponen tanto al calor como a los visitantes y cuidan con recelo la entrada de la aparcería a la que pertenecen.
Otros guían a la gente por el interior de los ranchos y les transmiten conocimientos sobre la vida en campaña: la mayoría de ellos remiten al pasado, pero ¿quién sabe si algunas costumbres aún se estilan en el interior profundo?
Este año la estrella seguramente fue una pequeña estancia ocupada por la sociedad criolla Caraguatá. En primer lugar, porque resulta inesperado encontrar una edificación robusta de techo de chapa y pulcras paredes blancas entre los otros establecimientos, de adobe, chilcas y tacuaras.
En segundo, tal como ostentan sus ocupantes, porque la morada es refugio de una colección de ítems que pertenecieron al caudillo nacionalista Aparicio Saravia, desde su montura, impoluta, hasta algunas armas, un poco más desgastadas. Incluso un poncho que el caudillo usó en algún momento y que, según detalla una guía, no es posible manipular con facilidad ya que “se desintegra”.
La cultura gauchesca también incluye una serie de prácticas recreativas que los organizadores no pasaron por alto. Entrada la tarde, al costado de uno de los ranchos, fue posible avistar a un par de gauchos participando en un reñido juego de tabas, ante la atenta mirada de varias personas.
Tampoco faltaron otras competiciones en las que los más aventurados pusieron a prueba su temple y se propusieron apaciguar los potros más salvajes, ni el tradicional duelo de payadores “a contrapunto”.
Todo el recorrido combina, a ojos urbanos, familiaridad y extrañeza: la cultura gauchesca, después de todo, es uno de los pilares de la construcción de nuestra identidad, y su imagen nunca falta al remitirnos al pasado. Tradición y forma de vida que para varios es tan propia como ajena; y que muchos abrazan con fuerza en los márgenes de la Laguna de las Lavanderas.