La comunidad boliviana, la segunda más grande de Argentina, teje lazos sociales en torno a las llamadas fraternidades. Grupos folclóricos que no solo preservan su identidad y cultura, sino que también se convierten en espacios políticos y religiosos. Este es un recorrido junto a la morenada Real Oruro en el día de la mamita de Copacabana, patrona de Bolivia.1

Son las ocho de la mañana del domingo en el barrio porteño de Flores. Shirley Fernández está muy ocupada hablando por teléfono y enviando mensajes. Los dos ómnibus alquilados esperan para salir rumbo a Luján, a 67 kilómetros. Las puertas del Palacio del Inka todavía están cerradas, aunque unos minutos después llegará alguien con las llaves.

El penetrante olor a comida andina encerrado en el local gastronómico es espeso, casi palpable. En el hall de entrada, un león embalsamado, flaco, polvoriento, malherido por los años y las polillas, no impone ningún respeto. Un monarca lejano con un fatídico destino.

En las mesas circulares, los platos de sopa de quinua se mezclan con delineantes, peinetas y labiales. Un pequeño espejo devuelve la mirada a una chica que, con pulso de acero y sin parpadear, maquilla la línea inferior de sus pestañas.

Un vaso de caña con ruda va pasando de mano en mano. “Para limpiar el cuerpo”, comenta un joven y sonríe. El piso está pegoteado por los brindis con la Pachamama de la noche anterior.

—¿Alguien me pidió tequila? —pregunta doña Esther, que había entrado minutos antes.

Esther Carpio y su esposo, Wilfredo Fernández, llegaron a Argentina en 1991, cuando su hija mayor, Shirley, iba a estudiar Medicina. Llegaron también sus hermanos Angélica, Mario y Oscar. Más tarde nacería José Gabriel, el único de los cinco nacido en estas tierras.

Buenos Aires los atrapó, no pudieron volver, se gastaron el dinero mientras esperaban a la hermana de Esther, que estaba en Bolivia. Renunciaron a sus trabajos en Oruro y comenzaron una nueva vida. En la feria de La Salada, una de las más grandes de América Latina, ubicada en Lomas de Zamora, en el suroeste de Buenos Aires, vendían lencería erótica. “Todo atrevido, sungas, tangas, baby dolls”, recuerda Esther. Compraban en Bolivia, cruzaban a Chile y de ahí para Argentina. “Como vieron que nos iba bien, comenzaron a robarnos —continúa—, así que lo dejamos por el peligro”. Hoy tienen un pet shop, una tienda de accesorios para mascotas, en el barrio de Flores.

En Argentina habitan 658.559 bolivianos, el 21,7% de los inmigrantes del país, según cifras de noviembre de 2022 del Registro Nacional de Personas del Ministerio del Interior. Son la segunda colectividad más numerosa luego de la paraguaya. Si se toma en consideración a los miles de indocumentados y a los hijos de bolivianos —estima el economista y sociólogo boliviano Víctor Vacaflores Pereira—, estas cifras estarían entre 1,2 y dos millones de personas.2

El sol acaricia la imagen de la Virgen del Socavón, que ocupa la primera fila de asientos del ómnibus. Emiliano, hijo de Shirley, entra nervioso y pide que se sienten para poder contar los lugares vacíos. Parten a las 9.16 y algunos minutos después pasa por los asientos una mujer llamada Fresia sirviendo api, bebida tibia a base de maíz colorado, en un vasito de espuma plast. Luego de una oración religiosa, se escucha a doña Esther pedir que vayan “calentando los motores” y aparece con dos petacas de “café al coñac”.

—¡Al que no canta, una caja de cerveza de multa! —remata.

Los Carpio, los Ríos y los López, familiares de doña Esther, fundaron la primera diablada de Oruro, en Bolivia: La Auténtica, del gremio de los “maños”, como se les dice a los carniceros. Mientras que los Fernández son fundadores de la famosa morenada Central, de los “cocani” o cocaleros.

Después de participar en otras agrupaciones folclóricas, Esther y Wilfredo crearon en 2007 su propia fraternidad, la Asociación Civil Morenada Real Oruro de Buenos Aires.

Integrantes de Morenada Real Oruro en el restaurante El Palacio del Inka.

Integrantes de Morenada Real Oruro en el restaurante El Palacio del Inka.

La “entrada” de Luján

Los ómnibus estacionan a la sombra tras un recorrido de poco más de una hora desde Flores a Luján. Un hormigueo de más de 80 personas descarga bolsas repletas con comestibles y bebidas, también sombreros, banderas, parlantes y matracas. A 300 metros de la catedral, un cartel escrito a mano cuelga de un alambre: “Bienvenido, Wilfredo”.

—Hoy desfilamos de civil —comenta Mariano, uno de los miembros de la morenada. El “traje de convite” negro va acompañado con un poncho de vicuña marrón, una pañoleta de seda blanca y un sombrero de ala negro, a diferencia de los trajes coloridos con que participarán en las entradas folclóricas de Avenida de Mayo y Charrúa dos meses después.

El mito de un rey africano, “el rey moreno”, es muy popular en Bolivia y también un símbolo de resistencia y lucha. La danza de la morenada se inspira en este personaje y en el caminar de los esclavos africanos, custodiados por los caporales y obligados a trabajar en las minas del altiplano en tiempos coloniales. Están representados en el bloque de los morenos, que, con el sonido metálico de las matracas, fabricadas a partir del pequeño quirquincho o armadillo andino, imitan el sonido de los grilletes en los tobillos de los esclavos. Otros bloques que componen la morenada son los de las cholitas, las chinas morenas, las cholas antiguas, las figuras, los achachi y los caporales. Esta danza fue declarada, junto con el carnaval de Oruro, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2001.

Angélica y Mario Fernández colocan, con cuidado, la bandera de Bolivia sobre un Volkswagen Gol negro cubierto de adornos folclóricos. Es el cargamento, como se conoce a esta especie de carro alegórico. Está decorado con vajilla que simula plata, billetes falsos, telas andinas, máscaras y quirquinchos. Estos elementos tienen significados diversos, tales como pureza, prosperidad y abundancia. El sincretismo religioso está arraigado con profundidad en la cultura boliviana, en la que los ritos andinos se integran con los íconos cristianos. El vehículo es conducido por don Wilfredo —Willy para los más allegados— y acompañado por la imagen de la Virgen del Socavón. Esta mamita, patrona de la ciudad minera de Oruro en Bolivia, es adorada especialmente por esta fraternidad. “Morenada Real Oruro, devotos de la Virgen del Socavón”, se lee en su estandarte.

Son las 12.26 y comienza la procesión o “entrada” de Luján. La morenada Real Oruro es la primera de las muchas agrupaciones folclóricas que desfilan hoy. Al ritmo de morenada, con bombos y platillos, trompetas y trombones, la banda contratada, Nueva Generación Poopó 100% Buenos Aires, comienza a tocar.

Detrás del cargamento vienen el cuerpo de baile, luego los músicos y por último los morenos, cantando:

Orureño soy
Devoto de la Virgen del Socavón
En el carnaval le ofrendo
Mi danza y devoción
Mi quirquincho le canta
Plegarias de amor
En agradecimiento por su bendición
Con mucho amor los morenos
Caminamos rumbo al socavón.

La temperatura es alta, a pesar de estar en agosto, y la transpiración comienza a mojar los rostros morenos. La plaza está llena y se ve gente con paraguas para protegerse del sol del mediodía. Al pasar por la catedral, donde hay una imagen de la mamita de Copacabana —como se le dice cariñosamente a la patrona de Bolivia—, los morenos se arrodillan y se persignan.

Don Wilfredo, luego de estacionar el cargamento, llega para bailar en el tramo final del recorrido, mientras una mujer lleva la imagen de la Virgen del Socavón con el cuidado que tendría con un niño que acaba de nacer. Detrás del vallado, un chico se tapa los oídos por el golpeteo simultáneo de los bombos. Las matracas giran al grito de “¡Re-al O-ru-ro!”, cuando el humo azul y amarillo de las bengalas que encienden los morenos pinta el aire con los colores de La Real.

Son las 13.42 y la morenada sale de la plaza principal y toma por una calle secundaria, finalizando así el recorrido.

Muchísima gente de otras agrupaciones folclóricas o fraternidades llegadas de distintas partes de Capital o Gran Buenos Aires, donde está afincada la mayoría de los residentes bolivianos, esperan con los trajes característicos según las danzas: morenadas, diabladas, caporales, salay, tobas o tinkus. Lucen expectantes, nerviosos, apurados. El desfile es interminable; sigue hasta la noche.

Virgen del Socavón.

Virgen del Socavón.

Sentir boliviano

El ambiente en el recreo número 4 es relajado. Algunos buscan una sombra arrimándose a los muros. Los árboles escasean en esta parte del solar. Angélica y su sobrino Emiliano ayudan con los preparativos. De las bolsas empiezan a sacar viandas con comida que se van pasando a los miembros de la morenada para ir picando algo, mientras Carlos y José ponen los chorizos y el pollo en la parrilla del fogón. Las cervezas también empiezan a dar la vuelta, con la debida ofrenda “para la Pachamama”.

—Hace poco fuimos de viaje con mi papá al pueblo donde nació, en la provincia de Nor Chichas en Bolivia. Él, que está muy viejito, se fue a Jujuy a cosechar caña a los 14 años y nunca más volvió —comenta Doni, una de las cholas antiguas de la morenada.

Y continúa:

—Cuando se encontró con su hermana, le dijo en quechua: “¿Manachu yuyariwanki?”, ¿no te acordás de mí? Mi tía, que está perdiendo la vista, llorando, le dijo: “Juancito, hermanito mío, ¡pensé que nunca más te iba a volver a ver!”. Fue una alegría tan grande.

Para Vacaflores Pereira, los flujos migratorios bolivianos surgieron como consecuencia de dos momentos históricos. El primero tuvo lugar tras la revolución de 1952, cuando se nacionalizaron las minas, se decretó el voto universal y se abolió el latifundio por medio de una reforma agraria. Según escribe en Los derechos humanos de los migrantes: “Se originó un proceso de liberación de la fuerza laboral, que más tarde, aquejada por el minifundio, precipitó corrientes migratorias”.

Los migrantes bolivianos buscaron oportunidades principalmente en Argentina, en especial en el sector rural, en el que la demanda de mano de obra era alta durante las temporadas de zafra y cosecha.

El segundo momento significativo surgió a partir de 1985, con la implementación del decreto DS 21060 y la adopción del modelo neoliberal en Bolivia, lo que desencadenó una nueva ola migratoria. Según el economista y sociólogo boliviano, ese decreto “comenzó cerrando las minas nacionalizadas, provocó la privatización y la desarticulación de las empresas estatales, con el resultado de miles de trabajadores despedidos de sus fuentes de trabajo”.

Morenada Real Oruro durante la entrada de Luján.

Morenada Real Oruro durante la entrada de Luján.

Estos nuevos migrantes bolivianos tenían como principales destinos Argentina, Estados Unidos, Brasil y Chile, en ese orden de preferencia.

Ema (73) y su esposo Javier (80), quienes también son integrantes de la morenada, llegaron a Argentina con 7 años de edad. Ema se desempeñó como costurera, mientras que Javier trabajó como oficial carpintero en la construcción.

—No me hagas hablar de Bolivia que me pongo a llorar —dice Ema con lágrimas en los ojos.

El “sentir boliviano” está presente en cada miembro de la morenada, incluso entre los más jóvenes, nacidos y criados en Argentina. Para la antropóloga Gabriela Novano, “Bolivia representa un fuerte referente de identificación y de transmisión intergeneracional”.3

A las 18.07 el humo de los inciensos acentúa los últimos rayos del sol sobre la imagen de la Virgen del Socavón. Van pasando de uno en uno los miembros de la agrupación para ser bendecidos. Don Wilfredo coloca el polvo del incienso sobre una pala con brasas, ahumando todo alrededor de la imagen religiosa. El “incensio”, como le dice Esther, ayuda a transmitir el agradecimiento y los deseos a la virgen.

La música suena cada vez más alto y los cajones de cerveza llegan cada vez más rápido. Ya es de noche cuando Wilfredo se lleva a la mamita. Antes, algunos de los presentes se despiden de ella, tocándola con cuidado y persignándose por última vez.

Wilfredo Fernández durante el desfile.

Wilfredo Fernández durante el desfile.

Son las 19.17, la fiesta va llegando a su fin, con todos bailando al ritmo de morenada y cantando a coro:

Con mucho amor los morenos
caminamos rumbo al socavón,
somos la Real Oruro
la mejor de Buenos Aires.

Diego Vila es fotógrafo y cronista uruguayo. En la Lento número 130 (enero de 2024) fue el autor de “El toque de Ansina”.


  1. Trabajo realizado originalmente en 2019 y actualizado en 2024. 

  2. Los derechos humanos de los migrantes, La Paz, Bolivia, 2000. 

  3. Gabriela Novano, “Migración boliviana, discursos civilizatorios y experiencias educativas en Argentina”. Nómadas 45, Universidad Central, Colombia, 2016.