Hasta diciembre de 2023 había 56.405 obreros de la construcción cotizantes en el Banco de Previsión Social, de los cuales sólo 718 eran mujeres.1 Algunas de ellas, integrantes de la Comisión de Género del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos, se esfuerzan a diario para que la cifra de trabajadoras aumente. Además de facilitar el ingreso a las obras, las militantes buscan que los roles que se les asignen sean los mismos que a los hombres y que el ambiente les resulte seguro, pues todavía se genera “un montón de casos” de acoso. La clave, dicen, es que sus compañeros varones se sumen a sus reclamos de equidad.
Apenas han construido dos de los nueve pisos que tendrá el edificio. Desde afuera poco se sabe de lo que vendrá, pero, tras un paseo por la web de la empresa que lo gestiona, una puede confirmar lo que sospechaba al estar parada en el corazón de Punta del Este. El que comienza a erigirse es un proyecto ambicioso. Boutique, según su descripción, el espacio no será un hotel, aunque por sus condiciones lo parezca. Dos piscinas climatizadas, un sauna seco y otro húmedo, un microcine y servicio de mucamas son sólo algunos de los ítems que harán de cada departamento “el lugar perfecto para relajarse y disfrutar al máximo el estilo de vida costero”. Por ahora el panorama es el de una obra común y corriente. Tiene cemento, máquinas, ruido, un parrillero para el asado de los viernes y alrededor de 30 trabajadores. Entre ellos, hay una mujer.
Se llama Patricia Muniz. Ingresó a la industria en 2013, luego de que la dirección departamental del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (Sunca) de Maldonado lograra un acuerdo para la inserción laboral de mujeres en el sector mediante un sorteo. Antes se dedicaba a recorrer quioscos y almacenes vendiendo accesorios que compraba en Montevideo, a donde iba a dedo. “Con eso sostenía la casa”, dice, tras contar que entonces ya se encargaba sola de sus tres hijos. Y agrega: “El trabajo en la construcción me sacó adelante, me ayudó a resurgir económicamente, me dio estabilidad”.
No fue un comienzo sencillo. A su primera obra, la del shopping center OH! La Barra, entró con un poco de miedo. “Me preguntaba qué iba a hacer yo ahí y pensaba que no iba a saber desempeñarme, pero el apoyo de los 200 y pico de compañeros que ya estaban adentro hizo la tarea más fácil”. Ahora que ha tenido diferentes responsabilidades, sostiene que lo que menos le gusta es limpiar, pero en aquel momento se dedicó a hacerlo con compromiso, pues era su única obligación. La prueba de su entrega, asegura, es que un capataz la llevó a otro proyecto y la capacitó para encargarse de la habitación en la que se encuentran todos los materiales y las herramientas, conocida como pañol. “Yo no sabía ni lo que era una tuerca para andamio, pero él me empezó a enseñar y más adelante la empresa me tomó confianza y me mandó a estudiar cursos de computación”. Más adelante, gracias a la misma empresa, aprendió a maniobrar la grúa utilizada para transportar elementos por el aire. Guiada por el operador principal, Patricia practicó durante semanas hasta estar lista para realizar una serie de exámenes físicos y psicológicos en Montevideo. Pese a que fue capacitada para ser suplente, durante el último tramo de la obra terminó siendo la titular porque el otro operador fue despedido.
“En aquel momento estaba chocha de la vida”, comenta, no sólo porque “estaba aprendiendo una tarea que era imposible aprender en otro lado”, sino porque “hay muchos compañeros varones muy capacitados y eso hace que sea difícil llegar”. En definitiva, en el mundo de la construcción ascender depende, más que de uno mismo, de los compañeros y los superiores, en especial cuando se trata de mujeres. Patricia se considera una persona responsable y entiende que eso le ha permitido hacerse un lugar, pero también señala que la confianza que se ganó fue producto de la apertura de otras personas. Mientras conversa, el encargado del área en la que trabaja la contempla en silencio, con una leve sonrisa en el rostro. Minutos más tarde, ella pondrá su nombre como ejemplo: “Si en todas las obras hubiera un Diego Colmán, esto sería más fácil para nosotras”.
Una vez que finalizó el proyecto en el que se convirtió en gruista, la trabajadora volvió a formar parte de proyectos en los que se le asignaron roles de menor escalafón. Recién en agosto de 2023, cuando comenzó la construcción que la ocupa hoy, se reencontró con la máquina de la que se enamoró. Si bien fue contratada para trabajar en la herrería, Patricia ocupa el rol de gruista suplente.
“Tuve suerte de tener esta segunda oportunidad”, plantea. “La grúa es el motor de la obra, pero es un arma también, muy peligrosa”, y por eso maniobrarla “es una tarea superemocionante”. Ante su magnitud (“la mirás, ella es una cosa grande ahí, al lado tuyo”), aparece la pregunta: “¿yo puedo con esto?”, pero las inquietudes desaparecen con el correr del día. “Perdés la noción del tiempo; es tan entretenido que las horas pasan muy rápido. La verdad es que es lindo”.
“No nos quieren”
De las 718 mujeres cotizantes en el Banco de Previsión Social que había hasta diciembre de 2023, 227 trabajaban en Montevideo, 186 en Maldonado y 103 en Canelones. Con la excepción de Paysandú y Florida, en donde se registraban 27 y 25 obreras respectivamente, en el resto de los departamentos las cifras oscilaban entre una quincena, menos de diez y hasta menos de 5. Algunos de estos datos fueron citados por Laura Pereyra, presidenta del Sunca en Florida, la primera mujer en llegar a la presidencia de una dirección departamental en todo el país,2 y por Noelia Di Paula, integrante de la Comisión de Género del sindicato, al conversar sobre la desigualdad que aún caracteriza su presente y el de sus compañeras.
“Todavía falta un montón”, resalta Noelia. Para empezar, porque las pruebas demuestran que las resistencias al progreso existen. Además de a los números presentados, las obreras se refirieron a un logro del último convenio colectivo: la obligación de que un porcentaje de los ingresos en las categorías peón y medio oficial sea por sorteo. El mecanismo establece que se sorteen el doble de los trabajadores que serán contratados, para que las empresas tengan un margen para elegir. Esto fue pensado para la inserción laboral tanto de mujeres como de personas mayores de 50 años, a las que también “les cuesta mucho conseguir trabajo”. Hasta el momento la cláusula fue aplicada en Artigas, Salto y Paysandú, pero, pese a que en los tres departamentos salieron sorteadas mujeres, ninguna de ellas fue seleccionada.
“Esto dejó en evidencia algo que nosotras ya sabíamos: no nos quieren adentro de las obras”, continúa Noelia. Dada la frecuencia de la pregunta lógica, ¿por qué?, varias respuestas han sido esgrimidas. “La excusa más boba es que tienen que poner otro baño”, plantea Laura. Esa es, según ambas, una de las explicaciones más repetidas. Después suelen decirles que necesitan algo de tiempo, que las tendrán en cuenta más adelante e incluso que ya tienen a mujeres trabajando. “Cuando hablamos de compañeras en obra, nos referimos a compañeras en la producción. Por supuesto que ya tenés prevencionistas, administrativas, técnicas e ingenieras, pero nosotras queremos que las contraten para el oficio”, explica Noelia. Hecha esta aclaración, la entrevistada señala que tampoco les interesa que las incorporen para dedicarse a la limpieza, que, de hecho, es lo más común. La idea, insiste, es que las mujeres tengan “las mismas oportunidades que tienen los compañeros, que estén en la cancha y que puedan aprender un oficio que les va a servir para enfrentar su vida y llevar un plato de comida a sus casas”.
“Venimos tratando de hacer un trabajo serio, de poner el tema arriba de la mesa”, agrega. Con la campaña contra el acoso callejero impulsada por el Sunca en 2016, luego de que una periodista denunciara haber sido hostigada durante una cobertura, como punto de partida, la Comisión de Género ha embarcado al sindicato en un camino de debate y formación. La vía para hacerlo ha sido una serie de charlas y talleres sobre masculinidades impartidos por especialistas de la Intendencia de Montevideo, cuyo objetivo fue darles a obreros, delegados de obra y directores “herramientas para afrontar situaciones que se dan en los centros de trabajo”. Dado que la experiencia tuvo muy buena receptividad, el plan es ampliar las propuestas. Ahora, por ejemplo, las integrantes de la comisión están planificando un taller enfocado en la normativa legal vinculada a la violencia de género con una cooperativa especializada en el asunto. “Nos parece que es la única manera de que haya compañeros que aborden esta temática en las asambleas” y “que hablen de ella como hablan de seguridad, de salario, de reivindicaciones”.
Estar aporta
“El relacionamiento entre compañeros y compañeras no ha sido un problema”, asegura Noelia tras ser consultada al respecto. Su postura es compartida tanto por Laura como por Patricia, a quien no conoce. Si en algo coinciden los testimonios de las tres mujeres es en que una vez que logran entrar, que tienen la suerte de quedar sorteadas o de que el currículum que repartieron por todas las obras habidas y por haber sea tenido en cuenta, los varones que tienen a su alrededor resultan, más que una preocupación, una compañía agradable. Su presencia guía y suma. No desde siempre, claro está, porque han ido desprendiéndose de prejuicios con los años, y tampoco siempre, pues “ha habido situaciones”.
“Por lo general nos pasa con mandos medios o con personas de confianza dentro de la empresa”. A Noelia le cuesta nombrarlo, pero finalmente lo dice: el “montón de casos” que registra la comisión que integra tiene que ver con el acoso. Algunos son “más leves” (“palabras de más, que te pidan lo mismo que a tus compañeros pero que te digan ‘reina’ o ‘princesa’”) y otros alcanzan niveles para los que se ha creado un protocolo de denuncia y acción dentro del sindicato. “Ha pasado que las arrinconen contra un contenedor o cosas más graves”. El problema, además de los hechos, es que luego de que la situación se expone y se toman las medidas correspondientes, las mujeres siguen siendo las más perjudicadas. “A la compañera nadie la toca ni se va, porque las leyes nos amparan, pero es real que después de que termina la obra no la vuelven a llamar y que el empresario decide contratar sólo a hombres”.
“Lo que nos pasa es injusto, muy injusto”, lamenta Noelia. “Seguimos siendo castigadas en muchas ocasiones por situaciones que no son nuestra responsabilidad, que no generamos nosotras y que nos juegan en contra a la hora de entrar al mercado laboral”. Aunque la reiteración de estos casos podría ser un motivo de desaliento, para las trabajadoras termina siendo lo contrario. Las dificultades también las animan, las impulsan y las motivan a avanzar. “Nosotras seguimos laburando para tirar estas paredes. Sabemos que, con el apoyo de nuestros compañeros, es una lucha que se puede dar”.
“El Sunca es mi casa”
Laura recién pudo subirse a los andamios pasando los 30, pero quiso hacerlo desde que era una niña. Dado que su padre era albañil, las obras le resultaban cercanas, aunque un poco menos de lo que ella deseaba. “Un amigo de mi viejo siempre se acuerda de cuando me escapaba de casa e iba a donde estaban porque quería comer el asado de los viernes con ellos”, cuenta entre risas. La emoción que experimentó después, muchos años más adelante, cuando por fin se animó a sumarse a la construcción pese al rechazo del padre de sus hijos, se estaba gestando desde entonces.
Patricia también es hija de un obrero. En su relato la figura de su progenitor aparece al mencionar el avance en materia de derechos. “Tengo fotos de él agachadito, poniendo el piso, con alpargatas. Me acuerdo de verlo con el pantalón todo roto”, dice y celebra: “Eso hoy no pasa. Tenemos el pantalón un poco roto y vamos al pañolero y pedimos otro. Se nos rompió un zapato y nos entra un poco de humedad y vamos y pedimos otro. A mí alcanzó a caerme un balde de mezcla en la cabeza y no me lastimó. Si hubiera sido en aquella época en que no usaban casco, estaba muerta”.
El cambio no vino solo. Para alcanzarlo hubo que pelear. Por eso valen la pena las jornadas eternas en las que van del trabajo a la sede del sindicato y de la sede del sindicato a sus hogares, directo a dormir apenas cinco o seis horas, hasta volver a empezar. De hecho, la diferencia entre uno y otro espacio a veces no es tanta. “El Sunca es mi casa”, enuncia Laura. A sus palabras se suman las de Noelia, a quien su experiencia como militante le “abrió la cabeza” y la llevó a encontrarse con compañeros que “siempre están para dar una mano”, e incluso las de Patricia, para la que el vínculo con la asociación está marcado por una actitud de “amor y pasión”.
El manto del orgullo las cubre a las tres y es sostenido por diversas razones. “A mí me llena de alegría ver todo lo que tienen conquistado los jóvenes que entran”, resume Patricia. Al observarlos “siento la satisfacción de saber que estamos luchando por dejar un legado que es para todos”. Por su parte, Noelia resalta que el sindicato le ha enseñado mucho, principalmente “sobre solidaridad”. En su reflexión, la trabajadora se refiere a la Brigada Solidaria Agustín Pedroza, una iniciativa mediante la cual los trabajadores del Sunca les ofrecen su mano de obra a organizaciones que la necesitan. “Ayudar a personas que no tienen nada, ni baño, y poder dejar algo, ayudar en lo que pueda, en mi vida fue un antes y un después”, concluye. Al respecto, con lágrimas en los ojos, Laura afirma: “Muchos de los compañeros y las compañeras que van a las brigadas están sin changa y no les pesa ir. ¿Cómo no decir que esa gente es mi familia?”.
Agustina Tubino es periodista freelance.