“Vivo este espacio como si fuera una plaza o un bar... a veces sigo de largo, a veces me siento a charlar. Soy antifascista, ecofeminista, elegantemente punk”. Con esta frase me presento en Tinder, una red social de citas. Con este sí, con este no, con este like me caso yo... En un deslizamiento horizontal de imágenes personales, en un te quiero a la derecha, no te quiero a la izquierda, cada usuario selecciona sus posibles matches...

El consumo de la imagen es, en esta app, casi pornográfico, la prueba máxima de cuán superficial pueden volver la emotividad las redes sociales, consumiendo cuerpos, emociones, sueños y frustraciones. Ahí las fotografías de las personas son un escaparate que me recuerda al Barrio Rojo de Ámsterdam, donde vi por primera vez a las trabajadoras sexuales detrás de una vidriera, esperando a sus clientes. Visité ese barrio en la época de Indymedia, mientras formaba parte del movimiento Don’t Hate the Media, Be the Media (No Odies los Medios, Sé los Medios). Nacida en Seattle, Estados Unidos, con el movimiento No Global, Indymedia fue una red internacional de contrainformación alternativa. Cualquiera podía publicar noticias que los medios tradicionales ignoraban o trataban de ocultar.

Es probable que Indymedia haya sido la primera experiencia de publicación libre que luego se perfeccionó hasta el actual scroll infinito en el que vivimos hoy. Fue una red creada por hackers del No Global, definitivamente open source (código abierto), para brindar un espacio de noticias en el que cada territorio tuviera voz: genios nerds, hippies y punks intentando hacer la revolución. Esa experiencia de programación, que permitía la publicación a usuarios que no eran diseñadores ni programadores, terminó allá por 2005, pero la herramienta tuvo un crecimiento estrepitoso. En su herencia hubo un punto de inflexión en 2006, cuando el ingeniero Aza Raskin inventó el scroll infinito que hoy nos libera de morir en un 149 lleno de gente, nos hace más breve la espera en el dentista o nos acerca a ilustradores que usan Instagram como bitácora, haciendo nuestra vida un poco menos miserable.

“Las redes sociales, en su retorcida democracia, a veces alimentan la crueldad, los comentarios reaccionarios, la desinformación y el nacionalismo, pero también pueden ponerse a nuestro servicio”, escribe Patti Smith en el prólogo de El libro de los días (Lumen, 2023), un banquete poético fotográfico que reúne 366 publicaciones que la gran poeta punk estadounidense hizo en Instagram durante todo un año. “La mano que escribe un mensaje, que acaricia el pelo de un niño, que tensa el arco y lanza la flecha. Aquí están mis flechas, dirigidas al corazón cotidiano de las cosas”, escribe la autora de “People have de power” y del legendario disco Horses (1975), quien junto con los fotógrafos Robert Mapplethorpe y Nan Goldin hizo público el mundo underground de Nueva York con imágenes que marcaron la historia.

Hoy los secretos del mundo cultural subterráneo no vienen únicamente de Nueva York: usar una cámara fotográfica en un encuentro under montevideano y subir las fotos a las redes dejó de ser un tabú y hay relatos que no sólo justifican su uso, sino que nutren la memoria colectiva con pequeñas grandes historias.

Fue en La Casa de la Filosofía, un espacio alternativo montevideano, que una foto se convirtió en flecha, en recuerdo, en vida eterna. Allí, en 2014, fue fotografiado Santiago Maldonado mientras pintaba. Santiago fue un joven punk, artista, tatuador, que habitaba espacios under porteños y montevideanos, asesinado por la gendarmería mientras apoyaba la lucha mapuche cerca de Chubut, Argentina. “¿Dónde está Santiago?” fue el grito que recorrió las calles y las redes durante los larguísimos 77 días que duró su desaparición. Alejandro Núñez, vocalista de la banda punk uruguaya El Umbral, lo retrató en 2014 mientras pintaba un cuadro durante una jornada en apoyo a una radio comunitaria, subió las fotos de la fiesta a las redes y se olvidó. Tiempo después, desde Argentina, los amigos de Maldonado que lo buscaban vieron el retrato en Facebook y contactaron al autor de la fotografía: se han visto muchas fotos de Santiago, pero casi ninguna lo muestra pintando.

Santiago ilustraba, sobre un fondo blanco, a un personaje de un cómic. El arte, una vez más, se hace memoria, inmortalizando a quien el mismo capitalismo que guía las redes quiso cancelar. Santiago hizo el cuadro para donarlo y que se vendiera en una rifa para financiar la radio. ¿A cuánto se vendería hoy ese cuadro si se ofreciera en internet?

¿Ser o no ser?

Hoy Hamlet, en vez de cuestionarse “ser o no ser”, se preguntaría “publicar o no publicar”. Descartes ya no diría “pienso, luego existo”, sino “publico, luego existo”. Las redes sociales y la cultura están en conflicto de forma permanente.

En un mundo tan lleno de imágenes, cabe preguntarse si publicar es un aporte cultural o una forma de alimentar un agujero negro de contenidos en el que todo se diluye en un deslizamiento infinito que no nos lleva a ningún sitio. ¿Qué opina Joan Fontcuberta, teórico y referente fotográfico catalán?

El único español ganador del premio internacional de fotografía de la Fundación Hasselblad plantea que estamos en la era de la posfotografía, en la que el verdadero gesto fotográfico revolucionario es crear con las fotos que se publican en las redes. Fontcuberta afirma que seguir subiendo imágenes es contaminar. Entonces, crea sus googlegramas, obras murales que realiza con fotografías que descarga de Google.

Sobre estas existenciales y actuales cuestiones conversé con tres ilustradores, cada uno con su especial forma de vivir las redes sociales: María Luque, Jorge Mato (ca_teter) y Graciela Munguía (Grace Mun).

María Luque, ilustradora rosarina que vive en Buenos Aires, ganadora del Premio de Novela Gráfica Ciudades Iberoamericanas 2023, vino a Montevideo a dar un taller de ilustración. Luque, que lucía un vestido al estilo mexicano bien combinado con cómodos championes, me cuenta que gran parte de las ofertas de trabajo las recibe gracias a las redes sociales, “sobre todo de Instagram, que es una red que siento que me tiene un poco cautiva, de la que no puedo escapar”. En ese taller de arte frente al Museo Nacional de Artes Visuales, la ilustradora me confiesa que, cuando se siente perdida, intenta no buscar inspiración en las redes; prefiere hacerlo en un libro o algo que ve en la calle. “En general internet no es un lugar que me resulte muy fértil, aunque estoy ahí todo el tiempo, como la mayoría de las personas. Intento que ese escroleo sea en un lugar un poco más amable, como la página de un museo o el perfil de alguien que me gusta mucho”. Para Luque, es recomendable evitar el sector de búsqueda en las redes sociales, porque “la lupa te muestra lo que el algoritmo piensa que querés ver, porque el algoritmo me conoce bien y me muestra cosas que me capturan la atención, como gente cocinando o cosas así, que me puedo quedar horas mirando, por eso intento no ir a esa parte de las redes”. Quizá es la misma línea de pensamiento que hace que durante el taller comparta impresiones de utensilios cotidianos (sillas, cocinas, muebles de dormitorio) para que las participantes ilustren en sus cuadernos exentos de rayas.

Sobre cómo funcionan los algoritmos y las burbujas que encarcelan nuestra mirada se puede ver en Netflix el documental El dilema de las redes sociales (Jeff Orlowski, 2020), que aborda la adicción a las redes de forma contundente, dando espacio a quienes han creado este monstruo (así lo llaman los entrevistados en el documental) para que expliquen cómo funciona y por qué han dejado de trabajar en ellas. La escena del adolescente que baja de noche a la cocina, donde está el teléfono que su madre le prohibió usar, luego de un ataque de abstinencia a las redes, es sintética y perfecta. El algoritmo, preocupado por la falta de actividad del protagonista, hace que el celular suene avisándole de una nueva publicación en la que su exnovia publica que tiene una nueva pareja.

Al ganador del Premio de Ilustración de Uruguay 2018 y 2023, Jorge Mato (que utiliza el seudónimo ca_teter), tuve que entrevistarlo a través de WhatsApp porque se encuentra realizando una residencia artística de tres meses en España, Francia y México en el marco del festival de ilustración Irudika, uno de los encuentros profesionales de la ilustración más importantes del mundo. Ca_teter está haciendo la gráfica de Irudika 2024, que se desarrollará en el País Vasco en octubre.

Al preguntarle si considera que la nueva forma de ver, escroleando una imagen tras otra, ha cambiado la ilustración, me responde mediante un audio que graba sentado en el pasto durante una feria veraniega en Bolonia: “La experiencia digital transforma la manera de percibir la realidad y la manera de vincularte con el mundo real. Yo sigo habitando el mundo de las experiencias más concretas y el mundo virtual sigue siendo para mí un lugar al que voy como turista; curioseo y regreso a mi lugar conocido, que no es la virtualidad”. El artista uruguayo me cuenta durante su viaje-residencia que su forma de mirar ha cambiado, pero al mismo tiempo el impacto de las redes sociales le ha generado cierto fundamentalismo en defensa de herramientas artísticas totalmente artesanales: “Quizá si todo este bombardeo digital no existiese yo no estaría tan atrincherado en lo manual, siento que es como una batalla personal en la que uso mi cuerpo al crear; me da un placer infinito trabajar con cosas que tienen olor, textura, peso o volumen”. Al escucharlo, recuerdo verlo trabajar en un taller que compartimos en Ciudad Vieja, en el que ca_teter abría rollos de papel de metros y metros en el piso, tiraba pintura y agua, movía el soporte, dejaba que secara y generaba colores y líneas que se bifurcaban y hacían dibujos al azar. Él corría de una punta a la otra de la obra, cinco, seis, siete metros, y el olor se mezclaba con los óleos de Carlos Musso y con la serigrafía de Juanito Conte; toda esa realidad artística nunca pudo llegar a una red social.

“Cuando me equivoco es una oportunidad”, continúa contándome ca_teter desde Guadalajara, “en la experiencia uno siempre va para adelante: te equivocaste y tratás de seguir, arreglarlo, pasás a otra cosa; no podés volver al punto cero, no hay un control zeta”, reflexiona el autor de La gran carrera, obra premiada en 2018 con el mayor galardón uruguayo en ilustración.

Otros espacios

Elijo salir de las redes y visito a Graciela Munguía (Grace Mun), ilustradora, tatuadora, docente que expone en espacios de cultura alternativa, proyectando sus imágenes y leyendo sus poemas. Vive en una zona rural de Canelones. Charlamos en el campo, bajo un árbol, en el jardín de su casa, un domingo a la mañana, con el tibio sol de otoño. Grace Mun reflexiona sobre el tema en cuestión y me dice: “Hay quienes manejan las reglas con inteligencia metódica, controlada y acompañada de profesionales que se encargan de orientarlos, convirtiéndose en productos; hay gente que de forma intuitiva y autodidacta ha aprendido a sacar provecho y utilizarlas para su beneficio y hay gente, como yo, que utiliza el espacio como una bitácora y que no lo ve como un lugar de crecimiento y expansión de su obra. Respeto a muchos artistas que comparten sus obras por esta red social; aun así, pienso que las han desarrollado y las han compartido en otros ámbitos y que, en definitiva, también usan este espacio como bitácora y acercamiento a la gente, porque desde sus inicios la ilustración contiene en sí popularidad y actualidad en su mensaje. De hecho, las obras de arte más primitivas surgen con este sentido. Aquí he visto a muchos militantes del lápiz, he conocido a artistas brillantes que me inspiran desde su obra y forma de trabajar y les estoy muy agradecida porque vivo en el medio del campo y gracias a esta red y su exposición puedo aprender de ellos”.

En la obra de Grace Mun la presencia femenina es protagonista, cada dibujo está lleno de colores que parten de una definida línea negra en la que se originan mujeres en diferentes fases, como la luna. Grace Mun es una artista cuya esencia está a flor de piel, como el árbol floripón en la entrada de su casa de madera, donde también tiene su taller.

Allí está su bellísima serie Casihumanas, una secuencia de ilustraciones y poemas en la que integra arquetipos y mitos de diosas pertenecientes a diferentes culturas. Son 21 obras en las que aparecen la identificación y la desidentificación respecto de las narrativas que construyen el femenino: Artemisa, Gaia, Freya, Tara, Yemanya, Nu Kua y muchas más. Se trata de un trabajo artístico de excelente calidad, un estudio de la naturaleza femenina que en Instagram sería un éxito, pero Grace Mun nunca lo subió a las redes, quizás porque, tratándose de diosas, espera darles un lugar sagrado.

“La ilustración”, explica Grace Mun, “nace en espacios populares, hay mucho de lo urbano y callejero en este rubro. Y en las redes hay urbanidad, una urbanidad a la que no accedo porque evito ir a la ciudad; de otra manera no conocería a artistas de Bella Unión, Suecia, España, Argentina, entre otros. La ilustración no es una obra de museo, lo maravilloso de la ilustración es la cercanía que tiene con todas las clases sociales; su producción tiene otro ritmo y velocidad. Algo que me llega como común denominador de los ilustradores es que su obra sucede de forma cotidiana, comunica lo cotidiano de forma visual, dialoga, denuncia, transforma, muestra el inconsciente colectivo en formatos muy diversos”.

La foto de Santiago Maldonado, el libro bitácora de publicaciones de Patti Smith, los googlegramas de Fontcuberta hechos con fotos de los chefs Michelin, los retratos de una red en busca de una cita, las ilustraciones de artistas reconocidos, la bitácora digital de una artista que elige la materialidad son fuente y espejo de nuestra cotidianeidad, como lo es desde siempre el arte de la ilustración.

El escroleo de publicación “libre” que habita nuestro cotidiano y que comenzó de forma tímida con el sitio web de contrainformación Indymedia, creado por el movimiento No Global y los hackers alternativos, se ha transformado en el desafío opuesto a lo buscado por sus creadores. Aquello que debía ser una herramienta de emancipación pasó a ser la zanahoria del capitalismo intelectual.

Cabe preguntarse si sólo en los museos, las galerías y los muros callejeros sucede el arte, cabe preguntarse si sólo en bares y plazas se encuentra el amor...

Quizás no importe si es Instagram, Tinder, Facebook, TikTok o WhatsApp. Quizás lo importante sea encontrarse, emocionarse, crear. Dar la lucha desde adentro aportando contenidos para encontrar esa chispa que nos lleva al contacto real, que nos trae hacia el más acá.

Manuela Aldabe (Montevideo, 1975) es artista plástica y periodista. Tiene un posgrado en Arte, Memoria y Comunicación.