Que no actúe más como si fuese una niña. Ahora es una señorita y debe guardar compostura. Se terminó lo de corretear por la playa y hablar con los pescadores y la gente del bajo. Es tiempo de quedarse en casa, como una auténtica mujer de rango. La rama que se tuerce ha de ser enderezada mientras es tierna. No hay que olvidar que todo cuanto se diga de ella se dice de nosotros.
Las palabras se apresuran dentro de la familia Montesinos, como queriendo alcanzar a Cecilia. La joven descarriada es una huérfana criada por sus tías Fulgencia, Elvira y Asunción, sus tíos Agustín y Manolito y su abuelo Javier “en una pequeña ciudad de pescadores y marinos, llena de tradiciones y antiguas costumbres”. El patriarca, un hombre “soberbio y autoritario” apasionado por el mar, ha dispuesto que Cecilia se case con su primo Jaime, pero ella no quiere. “Antes muerta”, asegura mientras conversa con Rosa, la nodriza del hogar. Estar con él “sería el vestido siempre largo y el encaje de bolillo y cuidar siempre los dineros. Y las cuatro paredes de mi casa como una sepultura”. Cecilia anhela otras cosas. Para empezar, no sacrificar su personalidad al convertirse en la esposa de alguien. “No cambiaré, ándalo tú sabiendo”, continúa. “Cuando sea una señora me iré a la playa con mis críos y como seré dueña de mí misma me descalzaré y les enseñaré a saltar entre las rocas y a coger cangrejos vivos y almejas”.
“Todo saldrá a mi gusto, que será también el gusto de él. Y como estaremos de acuerdo, seremos felices”, piensa Cecilia. Desde sus ojos, la vida parece sencilla. Para sentirse dichosa le basta con poder “andar, meter los pies en el agua, sentir el viento en la cara”, pero las razones de su alegría no se condicen con las de su entorno. Respetar los valores heredados es cosa seria para los Montesinos; al fin y al cabo, gracias a sus antepasados habitan la tierra que los ha visto crecer. Tras la llegada del tatarabuelo de Cecilia, sus parientes se encargaron de construir cada una de las casas que ahora la rodean. Si no fuera por los hermanos de Javier, que, enceguecidos por el arte de hacer negocios, vendieron algunas tierras a la familia Mercante, los Montesinos todavía serían los dueños de la ciudad entera.
Pero la libertad en el andar de Cecilia no es lo único que la perjudica. El asunto son los destinos a los que llega con esa libertad. Durante sus escapadas a la bahía, en la que ha forjado amistades con personas de orígenes muy distintos a los suyos, la joven se ha enamorado de uno de los Mercante, Miguel. Aunque ha logrado encontrarse con él sin que la descubran sus tutores, su pretendiente tomó una decisión que tiró por la borda lo poco que quedaba de intimidad. En los días previos a la Santa Ana, una competencia de remo clásica en el pueblo en la que se enfrentarán los Montesinos y los Mercante, el muchacho le cambió el nombre a la lancha de su clan. Pese al enojo de su tío y sus primos, borró la leyenda “Rosalinda” y escribió “Cecilia”. La noticia llegó a los oídos de Javier, quien terminó enterándose del romance e intentando convencer a su nieta de que lo abandone, sin éxito. Ante la terquedad de Cecilia, el líder de la familia definió darle un plazo: debe decidir qué hacer antes del día de la regata.
La belleza original
La historia de Cecilia y Miguel es el núcleo de El desafío, una obra dramática escrita por Clotilde Luisi Janicki y José María Podestá presentada en el concurso de arte de los Juegos Olímpicos de 1948, celebrados en Londres. La pieza, que obtuvo una mención honorable —la distinción más alta dentro de su categoría en aquella edición—, llevó a Luisi a convertirse en la primera mujer uruguaya en obtener un diploma olímpico.
El Comité Olímpico Uruguayo (COU), institución que facilitó el acceso a la obra, declaró a Lento que “Luisi no es considerada por el Comité Olímpico Internacional como participante de los Juegos ya que no participó en ningún deporte”. En cambio, el grupo de historiadores, estadísticos e investigadores olímpicos OlyMADMen sí contempla a los artistas como tales. El colectivo, que recurrió para su investigación a reportes oficiales de cada edición olímpica, recopiló, digitalizó y centralizó en la base Olympedia los datos de la participación de cientos de artistas. Gracias a este registro fue posible conocer la existencia de El desafío. Que las competencias de arte no se hayan mantenido hasta nuestros días no invalida el hecho de que durante algunas décadas sus participantes fueron reconocidos y galardonados como olímpicos.
Fue a impulso del barón francés Pierre de Coubertin, el padre de los Juegos de la modernidad, que las artes aparecieron en el programa olímpico por primera vez en 1912, mediante competencias de literatura, escultura, arquitectura, pintura y música. La iniciativa, que no tuvo mucho éxito en aquel entonces, había sido promovida por Coubertin varios años atrás. “Ha llegado el momento de dar un nuevo paso y devolver a la Olimpíada su belleza original. En la época del esplendor de Olimpia, las letras y las artes combinadas armoniosamente con el deporte aseguraron la grandeza de los Juegos Olímpicos. Debe ser lo mismo en el futuro”, escribió el barón en el periódico Le Figaro en 1904. Su pensamiento fue consignado en la investigación “Competiciones de arte en los Juegos Olímpicos”, compartida con Lento por su autor, el periodista francés Alain Lunzenfichter. En su trabajo Lunzenfichter recordó antecedentes históricos: los Juegos Nemeos, los Juegos Ístmicos y los Juegos Píticos, de la Grecia antigua, fueron los primeros en incluir el arte dentro de sus categorías. Por otro lado, en los Juegos Olímpicos de la antigüedad la única competencia no deportiva fue el concurso de heraldos y trompetas, añadido en el año 396 a. C., durante la 96.a Olimpíada. Uno de sus participantes fue Nerón, emperador de Roma, quien ganó como heraldo en el 67 d. C.
En su versión moderna, “el pentatlón de las musas” —como lo llamó Coubertin— aumentó su convocatoria en el período de entreguerras. Las ediciones de apogeo fueron las de Ámsterdam 1928 y Los Ángeles 1932; en cada una de ellas se presentaron más de 1.100 trabajos. En los desarrollados en Alemania 100.000 personas acudieron a la exposición de las obras, que se realizó en el Museo Stedelijk. En los de Estados Unidos, donde las piezas se exhibieron en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles, los visitantes fueron 384.000.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la de 1948 fue la última edición de los Juegos Olímpicos que incluyó las artes. Si bien al momento de los primeros Juegos tras la guerra el arte olímpico había ganado prestigio, su inclusión fue abandonada. “Las críticas a estos eventos, al contrario de lo que podría suponerse, no se centraban en el hecho de no ser deportes, lo que se cuestionaba y era foco de tensiones, era el carácter profesional de la mayoría de participantes”, pues el movimiento olímpico reivindicaba el amateurismo como un valor central, según lo expuesto por el investigador español Fernando Arrechea en un material cedido a Lento.
En Londres 1948 los trabajos fueron exhibidos en el Museo Victoria y Alberto y el alto costo de las entradas fue motivo de crítica del público. Entre otros obstáculos que encontró aquella edición de los Juegos, recordada por su austeridad, en una ciudad que había sido bombardeada pocos años antes, se recuerda que algunos comités olímpicos nacionales reportaron la falta de interés de sus artistas por presentar trabajos, “en particular, aquellos de América y Oceanía”.
El intercambio epistolar de aquel año entre el COU y el comité organizador londinense es un testimonio histórico que apunta en tal dirección. El 7 de abril de ese año el director de Arte de los Juegos, Alfred Longden, firmó una misiva en la que dio cuenta de haber recibido la obra El desafío para el concurso de literatura. “Confiamos, con el mayor interés, en que lleguen a nuestro poder las solicitudes que ustedes envíen para participar en los concursos de arquitectura, pintura y escultura”, manifestó. Raúl Bove Ceriani, periodista recordado por su participación en transmisiones deportivas de CX 24 La Voz del Aire y por entonces secretario general honorario del COU, respondió el 4 de mayo: “A pesar de nuestros deseos, la escasa cantidad de participantes nos ha impedido seleccionar obras para las otras secciones, por lo que, lamentándolo, Uruguay no tendrá representaciones en las mismas”.
Durante el período en el que existió la competencia, Uruguay solamente presentó dos obras literarias. Antes de El desafío, en 1924, L. A. Fernández, de quien figuran las iniciales pero no su nombre completo en los registros, compitió con la pieza Saludo al olímpico. Por otra parte, Pedro Figari expuso cinco pinturas en 1932, pero fuera de concurso.
“Ser mujer era eso”
Además de la primera uruguaya en participar en los Juegos Olímpicos, Luisi fue la primera mujer egresada de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Udelar). Nacida en Paysandú en 1882, obtuvo su título universitario en 1911 y se convirtió, junto con sus hermanas, Paulina —la primera médica y mujer universitaria del país— y Luisa —pedagoga y crítica literaria—, en una precursora del movimiento feminista por su trabajo a favor de la equidad de género. De hecho, el mismo año en el que se recibió fue convocada por el presidente de la república, Claudio Williman, para integrar una delegación en Bruselas. Así, se convirtió también en la primera mujer en el mundo en ocupar un cargo diplomático, una noticia que fue consignada incluso por The New York Times. Asimismo, fue docente en la Udelar y decana de la Sección de Enseñanza Secundaria y Preparatoria para Mujeres, creada en 1912 y conocida como la Universidad de Mujeres.
Por su parte, José María Podestá, nacido en 1898, fue profesor de Historia y uno de los primeros críticos de cine de Uruguay. De acuerdo con el portal Autores del Uruguay, perteneció a la generación del 900, caracterizada por el modernismo, fue corresponsal en Roma para periódicos uruguayos de principios del siglo XX y presidió el jurado del Primer Festival de Cine de Punta del Este, desarrollado en el año 1951. Junto con Luisi escribió al menos seis obras dramáticas. Aparte de El desafío, la pareja cocreó Juguetes (1938), La fragua (1938), Sinfonía de los héroes: el artista y el hombre (1943), Una mujer que se asoma por la ventana (1949) y Reencuentro (1955). Motivados por un interés por la poesía que también compartieron —ambos tuvieron tiempo para darles vida a sus propios versos—, tradujeron una serie de poesía italiana que compilaron en el libro 30 jóvenes poetas italianos, de la colección Cuadernos Julio Herrera y Reissig.
Según el formulario de inscripción de la obra en el concurso de arte de Londres 1948, al momento de la presentación de El desafío la pareja residía en un apartamento de su propiedad ubicado en Colonia 881. Inés Trabal, descendiente de la familia Luisi Janicki, contó a Lento que Luisi y Podestá le rentaron esa propiedad a Margarita Xirgu, actriz y directora teatral española, la primera directora de la Escuela Municipal de Arte Dramático, con quien Luisi “tenía un vínculo estrecho”.
“Por el contexto en el que fue escrita, creo que todo lo que rodea a la obra podría llamar mucho la atención”, dijo Yanina Vidal, escritora, docente de Literatura y magíster en Teoría e Historia del Teatro, luego de ser consultada sobre la pertinencia de poner en escena El desafío en la actualidad. “A veces podemos estar acostumbrados a que todo se ciña en la obra y a veces lo que tiene alrededor puede ser interesante y darle un plus”, consideró.
Para Vidal, el centro de la historia está en la figura de las mujeres. “Hay algo para destacar, por lo menos en el papel de Cecilia: pertenece a esa generación que quiere romper con una tradición, con una forma de ser que viene dada de antes que no se podía esquivar bajo ningún punto”, planteó. La esencia de su personaje tiene tanta vigencia como las características de su relación con Javier. “Yo me preguntaba, cuando estaba leyendo, qué tan verosímil podría ser el hecho de que todavía un abuelo tomara decisiones sobre una nieta”, relató Vidal, y agregó que luego se contestó que “no era algo tan alejado de la realidad” en ese tiempo.
Más allá de Cecilia, la trama de la historia se apoya en sus tías. A través de ellas “se repite un modelo de teatralidad que lo encontrás en William Shakespeare, en Florencio Sánchez, en Gregorio de Laferrère: ese hogar lleno de mujeres de todas las edades”, explicó la docente. “Sobre todo la figura de la tía solterona, de la que poco se sabe”, que en este caso es Asunción. “En la obra dice que quedó solterona y desgraciada porque no se la pudo jugar por amor y los hombres de la familia decidieron por ella. Lo primero que pensamos es que en esa época ser mujer era eso”, agregó.
“No sé si es tan fácil distinguir qué es de uno y qué es de otro en el proceso completo”, manifestó Vidal al reflexionar sobre la coautoría de Luisi y Podestá. De todos modos, “en la perspectiva de los personajes, en cómo se configuran los hombres, los varones de la historia, cuáles son los motivos por los que surge el conflicto, que tienen que ver más que nada con el honor”, es posible percibir una mirada masculina. Mientras tanto, “en el caso de las mujeres, lo que veo es que terminan acatando decisiones de otros y que eso, esa sensibilidad de lo femenino, también está”.
Otro de los aspectos característicos de la trama es la presencia del deporte, que era un requisito fundamental para participar en la competencia artística de los Juegos Olímpicos. Al evaluarlo, Vidal señaló que “toda su representación termina del lado masculino”. Ni siquiera Cecilia, con toda su disrupción, participa en la regata que es tan importante para su familia. “Los que se van son los hombres”, lamentó la escritora. “Las mujeres están en el lugar del cuidado, de la espera, del recibimiento. Sí en la pasión, pero no en la acción”.
Lo mágico
En el entorno de los Montesinos y los Mercante, Vidal resaltó similitudes con la estructura de una tragedia griega. Marineros, mozos y peregrinos componen una figura típica de coro, que “es mucho más definido, delineado, pero es un coro y es la voz del pueblo”. Estos personajes, explicó la magíster, tienen una función panorámica, que sirve para mostrar dónde se encuentran los protagonistas. “Es un conflicto, el de las familias y el hecho de competir en las embarcaciones, que sostiene la identidad del lugar. Lo popular, la voz del pueblo, refleja eso”.
En su análisis también aparece la referencia a Federico García Lorca. “Hay un pueblo rodeando a una virgen, yendo a la romería, atento a lo que pase con las embarcaciones, sobre todo porque es la virgen del mar, entonces ella de alguna manera es la que decreta el destino”, recordó. Ese culto, similar al del ambiente gitano, “enrarece mucho la atmósfera”, en un escenario al que califica como propio de Lorca: “perturbador e inquietante”.
“Con Lorca nunca estás tranquila”, concluyó Vidal. “Vos sabés que, más allá de las rivalidades de las familias, hay un factor que podría ser de orden psicológico, que es el que va a desencadenar o resolver el conflicto. La virgen y la presencia de lo mágico son lo que termina de resolver eso que las personas no pueden”.
Agustina Tubino y Facundo Franco son periodistas. Firmas habituales en la diaria, han incursionado en temas culturales, sociales y deportivos.