El 15 de marzo de 2019, en muchas ciudades del mundo, un millón de niños marcharon bajo la consigna “Huelga por el clima”.

“¿Por qué deberíamos ir a la escuela? ¿Por qué deberíamos prepararnos para un futuro que no vamos a tener? Queremos que entren en pánico. ¿Y después qué? Este movimiento es una rebelión contra la extinción. [¿Se puede uno rebelar contra la extinción?]. Al mismo tiempo, es el comienzo de una cultura de transitoriedad y de rabia contra los que nos engendraron”.

Zain, el protagonista del film Cafarnaúm (2018), dirigido por la cineasta libanesa Nadine Labaki, es un niño sirio de 12 años que vive con cinco hermanos en un campo de refugiados en el caos metropolitano de Beirut. Zain no marchó con Greta Thunberg y otros jóvenes activistas el 15 de marzo de 2019. Llamado a comparecer ante el juez, pide que sus padres sean procesados por el delito de haberlo traído al mundo.

Zain es el símbolo perfecto de la cruzada de los niños que crece en todas partes: una enorme masa de víctimas inocentes que quieren saber por qué han sido obligados a abandonar el vacío inmortal de la Nada eterna, por qué han sido convocados, congregados en esta peligrosa ciudad de violencia, en la triste oscuridad de la precariedad y la angustia. “¿Por qué me obligaste a salir de mi espacio de desapasionado no ser hacia la niebla y la furia del agotamiento?”.

No es el mundo lo que se hunde, sino el revoltijo de mis circuitos sinápticos. La entropía se expande allá abajo, nublando la visión, enturbiando el significado, obstruyendo cualquier vía de escape. No estamos lidiando con la desintegración del universo o con la disolución de las bases sociales, sino con la degradación imparable de mis células nerviosas. Pero al final del día, la realidad no es más que la proyección dinámica de incontables experiencias de decadencia mental.1

Cronos y Cosmos

Se dice que la relación entre Cronos y su hijo Zeus era problemática. Cronos, rey de los dioses en la Edad del Caos, se comió a sus propios hijos porque le habían dicho que su destino era ser destronado por uno de ellos. Sin embargo, la diosa Rea lo engañó haciendo que se tragara una piedra y escondió a Zeus en una cueva en la isla de Creta. Finalmente, Zeus encadenó a su padre Cronos, se convirtió en rey de los dioses y arquitecto del universo y convirtió el Caos en Cosmos.

El Tiempo, el Gran Destructor, debe ser encadenado para que un orden eterno se imponga sobre el mundo.

El Orden se derrumba sin cesar en el Caos. Con el tiempo, la mente reconstruye las estructuras y restaura el orden mental, de modo que el Caos conduce al Cosmos. Luego el Cosmos vuelve a colapsar. Este ciclo es bien conocido: es así como se despliega nuestra experiencia en el tiempo.

El Tiempo y la Estructura juegan su juego infinito en dos planos diferentes: el Tiempo no puede existir en un mundo gobernado por la Estructura, porque las Estructuras son inmutables y eternas. Pero el Tiempo es el destructor de todas las Estructuras y el agente de extinción de todas las cosas. En el universo estructural, la temporalidad no existe: Cronos está encadenado. En el universo vivo de la temporalidad, las Estructuras se disuelven sin cesar: Cronos desencadenado. La mente es el único lugar en el que estos dos universos coexisten: el universo de la abstracción y el universo de la vida.

Mefistófeles digital

En el ámbito de la materia, y en particular en el ámbito de la materia biológica, la extinción es el destino de todas las entidades, tanto de las particularidades individuales como de las multiplicidades colectivas. Sin embargo, a lo largo del curso de la evolución, la mente humana ha perseguido la duración eterna para hacer posible la inmortalidad. La mente humana tuvo éxito en esta búsqueda de la eternidad creando la esfera de la abstracción: la relación matemática pura, independiente de la materia física y, por lo tanto, fuera del alcance de la muerte. La mente, en efecto, es la única dimensión en la que reside el orden y donde se puede hallar lo inmortal: el orden matemático.

Pero no debemos olvidar que la mente humana está encarnada. Esta naturaleza corporal implica que la mente individual está sujeta a los efectos del tiempo: la decadencia y la extinción. La mente es la fuente de abstracción (inmortalidad), pero también el dominio de la duración sensorial; la arquitectura orgánica vive y muere, como todas las sustancias materiales perecederas.

Es por eso que la razón matemática no puede coexistir indefinidamente con un organismo sensorial. A largo plazo, la inserción de entidades matemáticas en el continuo de la vida social engendra perturbaciones letales, colapsos nerviosos. La matemática es la dimensión mental en la que la extensión es reemplazada por la relación, el reino de la inmaterialidad, donde el tiempo es irrelevante.

Para alcanzar la inmortalidad, Fausto hizo un pacto con Mefistófeles. Pero Fausto no se dio cuenta de que el mejor camino para alcanzar la inmortalidad era la matematización del mundo. Ya que quieres vivir para siempre, le dice el Mefistófeles digital al transhumanista Fausto, serás recombinado en la abstracción inmortal del autómata.

“Miren, acá arriba, estoy en el cielo / Tengo cicatrices que no se ven / Tengo drama, no pueden robarme / Ahora todos me conocen / Mira, acá arriba, estoy en peligro / Ya no tengo nada que perder / Estoy tan arriba que me da vueltas el cerebro / Dejé caer mi celular allá abajo / ¿No es típico de mí?” (David Bowie, “Lazarus”, del álbum Blackstar, de 2016).

Matematización

El autómata cognitivo global está siendo construido en el campo de la computación. El proceso de construcción del autómata es asintótico, está en expansión permanente y no acaba nunca. Su genealogía tiene sus raíces en la historia de la matematización moderna del mundo. Galileo estaba convencido de que la filosofía está escrita en el gran libro del universo, que tenemos siempre abierto delante de nuestros ojos, pero no puede entenderse si no aprendemos el lenguaje en que está escrito. Está escrito en la lengua de las matemáticas y sus caracteres son triángulos, círculos y otras formas geométricas. Si los ignoramos, no entenderemos ni una sola palabra del universo y estaremos condenados a deambular en vano en un laberinto de oscuridad.2

La matematización no es sólo una metodología para la formalización teórica de los fenómenos naturales. También es un proceso de determinación técnica: la digitalización de los procesos lingüísticos y físicos en la modernidad tardía procedió a insertar las funciones matemáticas en el cuerpo viviente del lenguaje y el intercambio social.

El establecimiento de un estándar convencional para medir el espacio y el tiempo y la consiguiente reducción de todas las entidades a la conmensurabilidad son la base de la ciencia moderna. Son también el prerrequisito para el capitalismo, un sistema social basado en la ecualización convencional de todos los bienes producidos, tanto materiales como semióticos.

Ya que la medida común del valor se basa en el tiempo de trabajo socialmente necesario, el tiempo mismo ha sido reducido al cómputo. El cómputo mecánico del tiempo estaba en el núcleo de la Revolución Industrial. La objetivización del tiempo como una extensión computable es la base de las dinámicas sociales, económicas y culturales del capitalismo.

Gracias a la matematización del mundo y al cómputo del tiempo, la esfera mental se emancipa de las dimensiones de lo perecedero. La abstracción no está sujeta al dominio de la muerte.

“Fuera de los muros del Círculo, todo era ruido y pugna, fracaso e inmundicia. Aquí, sin embargo, todo se había perfeccionado. Las mejores personas habían construido los mejores sistemas, y los mejores sistemas habían cosechado fondos, unos fondos ilimitados que hacían posible aquello: el mejor lugar para trabajar” (Dave Eggers, El Círculo).3

Abstracción, eternidad, extinción

Sin embargo, paradójicamente, la inserción de la abstracción en la vida social y los ciclos del medio ambiente está llevando a la extinción de lo concreto y de la vida misma. La perdición (¿o salvación?) de la muerte está negada en el ámbito de la abstracción; la extinción no es una posibilidad en la esfera de las relaciones matemáticas puras. Es por eso que el capitalismo es eterno y es por eso que (lamentablemente) la humanidad parece condenada.

La eternidad del capitalismo, de hecho, se basa en la aniquilación de la vida a través del proceso de abstracción: el valor abstracto ha sacado ventaja y subyugado a lo concreto de la vida, de la producción, el consumo y el lenguaje.

Gracias a las redes digitales, el capitalismo financiero ha separado la economía de la esfera de las cosas perecederas. La actividad concreta de producir cosas útiles ha sido subsumida, recodificada y finalmente abolida por el dominio matemático del capitalismo financiero. La consecuencia involuntaria de esto es la aniquilación de la vida. La eterna supervivencia del capitalismo se hace posible por la expansión de la muerte, de modo que, al final, habitamos dentro del cadáver de la abstracción.

“Pero nosotros nunca / —ni un solo día— / tenemos el espacio puro ante nuestros ojos / —donde las flores infinitamente / se abren. Siempre en el mundo / y jamás todo aquello / que no está en ningún lado y que nada limita; / lo puro y sin custodia / que se respira en todo, que uno sabe infinito / y que no se codicia. Allá, en la infancia, / se pierde uno en silencio, / en ello y queda en ello conmovido” (Rainer Maria Rilke, “La octava elegía”).4

Zeitgeist oscuro

El subconsciente contemporáneo está marcado por dos poderosas fuerzas gravitacionales que se retroalimentan: la extinción y la inmortalidad. La inserción de la exactitud matemática en el continuo vivo del organismo vibracional ha llevado al anquilosamiento de la biodiversificación. La inserción de la conexión digital en el continuo de la conjunción corporal ha llevado al anquilosamiento sintáctico de la ambigüedad creativa de la sensibilidad.

El atractivo de la extinción y la inmortalidad polarizó el inconsciente social. Una pulsión nihilista emerge en la estética y en la política: la decadencia y el miedo a la extinción alimentan en todo el mundo culturas etnonacionalistas y, en particular, una ola de agresivo supremacismo blanco. Es la reacción del macho blanco cuando percibe que está a punto de ser reemplazado.

Pero el macho blanco, en su dominación histórica, es quien ha producido las condiciones para una extinción mayor: el cambio climático, la guerra civil global y el colapso psicótico. Todo esto puede llevar a la extinción real de la vida en el planeta (a diferencia de la extinción imaginada de los supremacistas blancos).

Al mismo tiempo, una inmortalidad congelada emerge bajo la forma del autómata cognitivo global. Esta inmortalidad resulta del florecimiento de la abstracción semiocapitalista y de la inserción de dispositivos bioinfotecnológicos en el lenguaje y la vida. La inserción de inteligencia inorgánica en la unión entre cuerpos orgánicos actúa como un extinguidor de la vida y de la conciencia viva. De este modo, la extinción acecha en el horizonte como destino último de la historia.

“Yo no tenía intención de que pasara nada de esto. Y está yendo demasiado deprisa. La idea del Cierre va mucho más allá que lo que yo tenía en mente cuando empecé todo esto, y también mucho más allá de lo que está bien. Hay que devolverles un equilibrio a las cosas [...]. Yo estaba intentando que la red fuera más civilizada. Estaba intentando hacerla más elegante. Eliminé el anonimato. Combiné un millar de elementos dispares en un solo sistema unificado. Pero no me imaginé un mundo donde ser miembro del Círculo fuera obligatorio, ni donde todos los gobiernos y toda la vida estuvieran canalizados por medio de una sola red [...]. Antes existía la opción de quedarse fuera. Pero esa opción ha desaparecido. El Cierre es el final. Estamos cerrando el círculo alrededor de todo el mundo. Es una pesadilla totalitaria” (Ty Gospodinov en El Círculo, de Dave Eggers).

¿De qué extinción estoy hablando? La respuesta a esta pregunta no me resulta clara. ¿Es una extinción que concierne a la raza humana, o al constructo cultural que llamamos “civilización humana”? La integración social está colapsando, pero al mismo tiempo el proceso de civilización ha culminado en la autoconstrucción del autómata, que impasiblemente toma forma en el espacio conectivo de la computación digital.

El colapso ambiental, la guerra civil global, la proliferación nuclear y la epidemia de pánico y depresión son pasos hacia la extinción. Pero esto no es el fin del mundo, ya que la abstracción ha creado un mundo propio, incorporando el lenguaje social y prescribiendo las formas de interacción social.

“La medicina del siglo XX aspiraba a curar a los enfermos. La medicina del siglo XXI aspira cada vez más a mejorar a los sanos [...]. La medicina del siglo XX benefició a las masas porque el siglo XX fue la época de las masas. Los ejércitos del siglo XX necesitaban millones de soldados sanos y la economía necesitaba millones de trabajadores sanos” (Yuval Harari, Homo Deus. Breve historia del mañana).5

La expansión y la aceleración han sido fomentadas por el borramiento cultural de la transitoriedad. Invertir tiempo en el valor económico fue un modo de simular la eternidad: la propiedad privada, la acumulación y el sacrificio del presente en el altar del futuro. Este ciclo de sacrificio, inversión y expansión ha sido el punto fuerte del capitalismo.

Ahora ha llegado a su fin. Los recursos físicos del plantea y las energías nerviosas de la sociedad se encaminan al agotamiento final. El colapso de las visiones del futuro ha allanado el camino para la reflexión sobre un tema antes prohibido: la extinción.

Las utopías transhumanistas, por su parte, se regodean en fantasías sobre promesas inminentes de inmortalidad high-tech.

Tanto la tecnoalgarabía hipócrita como el nihilismo contemporáneo se basan en una visión compartida de lo ineludible: es demasiado tarde para frenar la devastación y el cambio climático, así como para detener el colapso psicótico de la mente hiperconectada.

Esto ayuda a explicar el aumento sin sentido de las desigualdades que determina la distribución de la riqueza en nuestro tiempo: los depredadores creen que es imposible detener el proceso de extinción. Según sus cálculos, lo único que pueden hacer es protegerse a sí mismos y a sus familias, y esto sólo puede ser enormemente caro. El pánico y el cinismo prevalecen en la psicoesfera terminal.

Coda

¿Hay salida a este final? Sí, claro: eres tú, lo impredecible. En 1983, luego de tres años de inmersión total en el laboratorio de las sensibilidades futuras, volví a mi país y junto con un grupo de amigos puse en escena Game Over, un poema videoelectrónico, en un espacio de arte llamado Secreto Público.

La Banda de los Cuatro estaba siendo juzgada en Beijing: Jiang Qing, Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen simbolizaban la derrota de nuestra generación. Yo me pasaba horas en un café de Nápoles jugando videojuegos. La primera generación de videojuegos venía en grandes cajas de metal con pantallas. Luchaba contra hombrecitos verdes en un juego llamado Space Invaders.

Estaba impresionado por esos primeros artefactos electrónicos, en especial porque al final del juego, luego de la inevitable derrota, aparecían dos palabras en la pantalla: Game Over.

Hoy en día ya no aparecen estas dos palabras en la pantalla, porque los jugadores de las nuevas generaciones ya conocen al autómata: lo han internalizado. Pero tarde o temprano serás derrotado.

Escribí un poema junto con el poeta Enzo Crosio. Basado en el poema, mi hermano compuso luego la música para un concierto de cuatro voces. La Banda de los Cuatro juega videojuegos delante de pantallas electrónicas y canta: “La función exponencial de la velocidad electrónica derriba una a una las funciones de la reacción biológica. Tarde o temprano vas a perder. La máquina siempre gana. Ahora comienza el juicio. La condena está asegurada. Se declara la guerra, y será una guerra de exterminio”.

Entonces Zhang Chunqiao, el intelectual dogmático de Shanghái, grita: “¿Qué es un crimen? ¿Qué es un crimen? ¿Qué es un crimen?”.

¿Es el crimen inductor del Caos o generador del Orden?

Franco Bifo Berardi es filósofo, artista y docente universitario italiano. Es integrante de Movimiento Autónomo, una corriente política posmarxista. Trabajó con Félix Guattari en el campo del esquizoanálisis. La versión original de este artículo se publicó en inglés en el número 100 de_ e-flux_, de mayo de 2019. Se reproduce con autorización del autor.Traducción: Virginia Higa.


  1. F. Berardi y Massimiliano Guareschi, de la novela Morte ai vecchi (Muerte a los viejos), Baldini e Castoldi, 2016. 

  2. De El ensayador (Il saggiatore), de Galileo Galilei. 

  3. Traducción de Javier Calvo Perales, Literatura Random House, 2014. 

  4. Traducción de Juan Rulfo, en R. Maria Rilke, Elegías de Duino, Sexto Piso, 2015. 

  5. Traducción de Joandomènec Ros, Debate, 2017.