Es temprano, aún no salió el sol y el cielo plomizo combina con el lago Mascardi, una maravilla natural dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, en la provincia de Río Negro. El 14 de enero de 2024 María Nahuel y Betiana Colhuan se preparan para entrar al territorio del lof (comunidad mapuche) Lafken Winkul Mapu para realizar una ceremonia espiritual. En el lugar donde hasta hace dos años había una entrada a la comunidad, ahora hay dos agentes de la Policía Federal que saludan.

—¿Qué tienen que ver ellos? ¿Quiénes son ellos para dejarnos pasar? Es territorio nuestro, es nuestro rewe —dice María Nahuel.

María es una mujer mapuche de baja estatura y pocos pelos en la lengua. Tiene mucha vida detrás, varios nietos y el atípico privilegio de ser la madre de Betiana, la única machi de este lado de los Andes. Los machis pueden ser hombres o mujeres y cumplen el rol más importante de la espiritualidad y la medicina tradicional mapuche. Su püllü, espíritu, les da la capacidad de aprender ciertos saberes y entrar en trance ceremonial, con lo que brindan consejo o sanación.

Betiana Colhuan Nahuel llega al rewe, su rewe, con su vestido tradicional negro y azul, un pañuelo en la cabeza y dos hijos pequeños. El más chico aún está en pañales. Se mueve con soltura mientras sube la ladera de cipreses y coïhues enormes. Habla con tranquilidad. Con 23 años, tiene el aplomo de una abuela en el cuerpo de una mujer muy joven. No cambia su cadencia ni cuando cuenta las injusticias más terribles. Como cuando se despertó con una bomba de estruendo que explotó dentro de su casa a metros de su hijo bebé. O el día en que la Prefectura Naval Argentina mató a su primo Rafael Nahuel por la espalda, en 2017. O los ocho meses que estuvo detenida, primero encarcelada y luego bajo arresto domiciliario, después de que la Policía desalojara su comunidad y destruyera su rewe, el 4 de octubre de 2022. Desde ese día sólo pudieron volver de a ratos.

La ceremonia de este enero es la primera a la que se suman vecinos de otras comunidades desde aquel operativo militar violento que terminó con siete mujeres mapuches detenidas y volvió a poner a Betiana en el centro de la persecución política, judicial y mediática, una estigmatización con la que vive desde su adolescencia.

El espíritu que despierta

Hace un cuarto de siglo, en otra ceremonia a orillas de este mismo lago, la machi Teresa Painequeo, que había viajado especialmente desde Chile, dijo:

—Aquí algún día pronto se va a levantar una machi y de nuevo va a haber machis en estas tierras.

Ese día María Nahuel estuvo allí. “Nunca imaginé en ese momento que iba a ser yo la madre de esa machi”, dice a Lento.

Dos años después, en San Carlos de Bariloche nació Betiana, una niña que creció con dos tumores y una serie de trastornos anímicos.

—Tenía una enfermedad espiritual, un no encajar dentro de la vida cotidiana, pero físicamente también tenía problemas. Siempre había enfermedades, malestares, cosas a las que los médicos occidentales no podían darles solución, remedios ni explicación.

En la espiritualidad mapuche, cada persona nace con un püllü, un espíritu o un rol que tiene que descubrir. Sólo los y las machis reconocen a quienes podrán ser machis. Pero en Argentina, por lo menos desde mediados del siglo XX, no había machis. Aunque en Chile también se despojó brutalmente al pueblo mapuche, allí se pudo resguardar la transmisión cultural porque el número de sobrevivientes fue mayor en un territorio menor. En Argentina, quienes sobrevivieron a la colonización y la persecución quedaron desparramados por la vasta estepa patagónica. Si bien había machis y otras personas que trabajaban con la sanación y la espiritualidad, fueron perseguidos y obligados a practicar su oficio en secreto. Con el pasar de los años, la trama cultural se deshilachó bastante. Sin machis, no podía haber nuevos machis.

Betiana Colhuan Nahuel corta plantas medicinales alrededor de su _rewe_.

Betiana Colhuan Nahuel corta plantas medicinales alrededor de su rewe.

Foto: Denali Degraf

Explica Mauro Millán, longko (autoridad) del lof Pillán Mawiza: “¿Cuántas personas de nuestro pueblo habrán nacido en todos estos años con un püllü que nadie supo reconocer? Y terminaron medicados, o presos, o perdidos, o cayeron en adicciones. Y es una pérdida no sólo para ellos, sino para toda la gente a la que pudieron haber ayudado”.

Muchas veces lo que la salud occidental ve como un trastorno de salud mental la medicina mapuche lo encauza en un rol espiritual. Se guía, se entrena, y quienes son capaces de entrar en trance son las figuras más importantes en la espiritualidad.

Hace 13 años, María y Betiana asistieron a una ceremonia guiada por un machi de Chile, Cristóbal Tremigual Lemuy. Cuando él vio a Betiana y se enteró de sus dolencias, anunció: “Esta niña va a ser machi”. Ella tenía 10 años y un largo camino por delante.

—A partir de ese momento el machi Cristóbal me acompañó en un proceso de fortalecer el espíritu y fortalecer el cuerpo, nuestra vida. Y claramente cambió todo —cuenta Betiana a Lento.

Después de cinco años y medio de formación y de cruzar la cordillera para aprender de remedios naturales y sanación, así como sobre su rol como guía espiritual comunitaria, llegó un punto de inflexión: la conciencia política y la lucha por la reivindicación territorial.

—Estábamos en la warría, en la ciudad, y nos tocó ver esta otra cara de la lucha. Nos han empobrecido, nos han dejado sin tierra para poder vivir, para poder desarrollarnos, y nos han sacado también el conocimiento de nuestro pueblo. Nos han impuesto una religión occidental ajena a la propia, nos han impuesto un idioma, una forma de vida, una vestimenta, un idioma, nos han impuesto todo. También una forma de salud occidental. Como jóvenes mapuches, nos toca recuperar lo que nos han arrebatado —dice Betiana.

Recuperar territorio: el lof Lafken Winkul Mapu

Hasta ese momento, Betiana y su familia vivían en la ciudad, en un barrio de la periferia de Bariloche de calles de tierra y casas precarias conocido como El Alto. Como casi todos los mapuches, durante generaciones fueron obligados a dejar sus territorios, despojados o malvendidos, e instalarse en las ciudades, en la mayoría de los casos en los cinturones suburbanos, barrios humildes en los que no siempre hay acceso a agua, que contrastan con los hoteles de lujo y los restaurantes que rodean el lago Nahuel Huapi.

—Asumimos en conjunto la responsabilidad de volver a vivir como mapuches, entonces ahí surge la necesidad de encontrar una conexión con el territorio del cual fuimos despojados. No vimos otra forma de poder tener nuestro territorio sin más que recuperarlo a lo bruto. Obviamente, hubo que cumplir un proceso, porque nosotros entendemos que sí tenemos que rendirle cuentas, pedirle permiso a la verdadera dueña del lugar: la naturaleza, las fuerzas y los espíritus que ocupan el espacio donde hoy vivimos. No había opción, era recuperar ese territorio o quedarnos en la ciudad —cuenta Betiana.

El 10 de noviembre de 2017 el lof Lafken Winkul Mapu dio a conocer que habían recuperado un predio cerca de Villa Mascardi, dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi. El propósito de esa recuperación territorial: levantar a una nueva machi, la primera al este de los Andes en más de medio siglo.

—Fue una necesidad espiritual de la comunidad. Nos adentramos en el bosque a buscar nuestro huincul, como decimos nosotros, para poder habitar en ese espacio y convivir con la naturaleza. Antiguamente nuestra gente mapuche vivió en ese territorio y fue despojada. Nosotros somos descendientes de esas generaciones. Decidimos recuperar el territorio que fue robado y cedido para la creación posteriormente de lo que fue el parque nacional. Nos plantamos en ese espacio para decir: “Estamos acá, aún seguimos vivos, este territorio nos pertenece”. Y bueno, tuvimos que resistir balas, detenciones, prisión —cuenta la machi.

El Estado actuó rápidamente. El día 23 del mismo mes, el juez federal Gustavo Villanueva ordenó desalojar el predio. La Policía cortó la ruta 40 desde las cuatro de la mañana y entraron cientos de efectivos con la primera luz del día, disparando gases lacrimógenos y bombas de estruendo. Varias personas se escaparon montaña arriba, pero fueron detenidas cinco mujeres y cinco menores de edad, entre ellas Betiana, quien en ese momento tenía 16 años. Antes de llevárselas, los policías las obligaron a comer tierra. “¿Quieren tierra?”, les gritaron. “¡Aquí está!”.

El asesinato de Rafael Nahuel

Al día siguiente del operativo, algunas personas entraron al territorio y caminaron varios kilómetros para llevarles comida y abrigo a quienes permanecían escondidos en la montaña. El 25, a media tarde, se encontraron con efectivos de la Prefectura Naval Argentina, a quienes el juez había encomendado la tarea de patrullar la zona. Los prefectos abrieron fuego y tres jóvenes mapuches sufrieron disparos: una bala pasó por el antebrazo de Gonzalo Coña; a Johana Colhuan Nahuel, hermana de Betiana, le perforaron el hombro; Rafael Nahuel, primo de Betiana, recibió una bala en la nalga izquierda que le atravesó el torso en diagonal y se le alojó bajo la axila. Rafael tenía 22 años y murió mientras sus compañeros lo bajaban a la ruta en busca de auxilio.

Betiana Colhuan Nahuel en un encuentro de huerta e intercambio de plantines en la comunidad Lof Huala Hue, en noviembre de 2021.

Betiana Colhuan Nahuel en un encuentro de huerta e intercambio de plantines en la comunidad Lof Huala Hue, en noviembre de 2021.

Foto: Denali Degraf

El asesinato de Rafael va a pesar siempre sobre este territorio. “Sentimos en carne propia toda esa historia que nos contaban de los antepasados, de los antiguos”, dice Betiana.

Lautaro González Curruhuinca, quien cargó a Rafael en camilla para bajar de la montaña, relata: “Él se daba cuenta de que se iba y nos decía: ‘Déjenme acá, sálvense y no abandonen el lugar’. Pero no queríamos que pasara con él lo que pasó con Santiago. Así que lo sacamos, porque había que hacer saber lo que pasó”.

Y se supo. Si bien los prefectos siempre dijeron que fueron atacados por un grupo numeroso que usaba tácticas militares avanzadas, máscaras de gas y armas de calibre tan grueso que arrancaban ramas de los árboles, nunca se encontró ninguna de esas armas ni tampoco una sola vaina servida. Lo que sí se encontraron fueron los casquillos de sus balas.

Con el asesinato de Rafael Nahuel, el gobierno de Mauricio Macri agitó la idea de la existencia de grupos violentos que ocupan territorios de forma ilegal, nada nuevo en el contexto de la historia de permanentes choques entre originarios y wingkas (blancos invasores). Sus funcionarios venían envalentonados por el operativo en Cushamen cuatro meses antes. Aunque allí, en lugar de la foto del “mapuche terrorista preso”, obtuvieron la de un tatuador anarquista desaparecido y asesinado: Santiago Maldonado.

Hasta el juicio oral por el crimen de Rafael Nahuel, en 2023, en el que se condenó a cinco prefectos con penas leves, las autoridades repitieron que los mapuches estaban armados. Organizaciones sociales, organismos de derechos humanos, algunos partidos de izquierda y buena parte del pueblo mapuche insistieron con que la muerte del joven fue causada por la histórica actitud represiva del Estado hacia los pueblos originarios.

La historia de hostigamiento de las comunidades mapuches en la Patagonia va hilvanando episodios en el tiempo, nunca se detiene y su denominador común es estigmatizarlas como enemigas internas. El origen de estos conflictos se remonta a casi un siglo atrás. Hay litigios con el Estado argentino desde la conformación de los parques nacionales, ocurrida hace casi 90 años.

Para Betiana y el resto de su comunidad, el asesinato de Rafael significó un arraigo potente y doloroso.

—Rafa me enseñaba a andar a caballo. Él quería venir para acá y hacerse una casa, salir del barrio y tener donde andar por el territorio, criar animales. Su asesinato nos reafirmó. Ahora teníamos una razón más grande para no irnos del espacio.

A pesar de la represión y el asesinato, el desalojo no se concretó y durante casi cinco años la comunidad se mantuvo en el territorio. Betiana se levantó como machi en una gran ceremonia que contó con la presencia del machi Cristóbal Tremigual Lemuy, quien la guio en su proceso de aprendizaje, además de varias personas de comunidades de la zona. Fue un tiempo de menor conflictividad, aunque la tensión estuvo siempre presente. Seguía pesando la causa judicial por usurpación y se mantuvo una campaña mediática constante que buscaba instalar la imagen del mapuche violento, a pesar de que los únicos heridos y el muerto han sido todos mapuches.

—Los medios hegemónicos, los medios que responden a una sola voz nos estigmatizan como indios, ignorantes, terroristas. Somos los delincuentes, somos los borrachos, somos los sucios, somos los malos. Siempre han puesto eso negativo hacia nosotros. Le hablan a una gran parte de la sociedad que no es consciente de nosotros, que no sabe sobre los pueblos originarios porque desde la escuela se les dice que los pueblos originarios ya no existen. Entonces, ven hoy que hay gente originaria del pueblo mapuche que está reclamando un territorio y nos dicen “extranjeros” o “criminales”.

En medio de campañas mediáticas en su contra, Betiana empezó a atender a pacientes y a oficiar ceremonias grandes que reunían a personas de Neuquén, Río Negro y Chubut. Hasta que llegó un nuevo intento de desalojo, esta vez durante el gobierno de Alberto Fernández.

Presas políticas

El 4 de octubre de 2022, un comando unificado entre fuerzas federales y provinciales irrumpió en el territorio. De nuevo, cortaron la ruta 40 entre Bariloche y El Bolsón. Quienes intentaron llegar para ver qué pasaba, entre ellos, organismos de derechos humanos, esperaron diez horas, hasta la noche, cuando se pudo sacar a los menores que habían quedado escondidos en el bosque. Fue casi un calco del operativo de noviembre de 2017. Entraron 250 efectivos disparando gases lacrimógenos desde la ruta. De nuevo algunos pudieron escapar por la montaña y de nuevo las detenidas fueron mujeres y menores, entre ellas Betiana y su segundo hijo, de cuatro meses de edad, otra mujer con un bebé de apenas un mes de vida y otra que cursaba un embarazo de nueve meses. La diferencia es que esta vez no hubo que lamentar ningún muerto. La primera casa atacada fue la de Betiana.

A las mujeres detenidas y sus hijos los trasladaron de forma ilegal al penal federal de Ezeiza, en Buenos Aires, hasta que sus abogados lograron que volvieran a Bariloche. Después de unos días, fueron liberadas tres, y tras un par de semanas las otras cuatro pasaron a arresto domiciliario. Romina Rosas, quien fue detenida al final de su embarazo, dio a luz en cautiverio. Esa detención duró ocho meses.

Diez días después del desalojo del _lof_ Lafken Winkul Mapu, en octubre de 2022, integrantes de varias comunidades mapuches se preparan para una ceremonia a orillas del lago Mascardi, lo más cerca que se pudo llegar al _rewe_ de la comunidad.

Diez días después del desalojo del lof Lafken Winkul Mapu, en octubre de 2022, integrantes de varias comunidades mapuches se preparan para una ceremonia a orillas del lago Mascardi, lo más cerca que se pudo llegar al rewe de la comunidad.

Foto: Denali Degraf

La orden había sido emitida por la jueza federal Silvina Domínguez en el marco de una causa abierta contra los integrantes de la comunidad de Villa Mascardi como presuntos autores del incendio de una casilla de la Gendarmería ocurrido a finales de setiembre de ese año. Más tarde, a través de sus abogados, sabrían que la magistrada había unificado en forma arbitraria ese expediente con otro por usurpación originado por la denuncia de Parques Nacionales, en el que también estaba imputada Betiana. Esa causa lleva siete años paseando por el laberinto de la justicia federal. Algunos terrenos en conflicto fueron “restituidos” a privados; otros, incluido el principal asentamiento de la comunidad donde está el rewe, se devolvió al Parque Nacional Nahuel Huapi. De un parque de 717.261 hectáreas, la comunidad ocupaba 15.

Uno de los terrenos privados que restituyó la orden de la jueza fue el del Obispado de San Isidro (Buenos Aires), que tenía allí una colonia de vacaciones. Fue cedido por la Agencia de Parques Nacionales en 1962. Para el desarrollo espiritual de jóvenes católicos en un suburbio adinerado de la capital, a 1.500 kilómetros de distancia, el Estado cedió lugar. Para el desarrollo espiritual del pueblo mapuche, en este caso encarnado por jóvenes que vivían a pocos kilómetros, en Bariloche, no.

—No nos reconocen como pueblos originarios. No nos reconocen a veces ni siquiera como personas. Esta lucha de nuestros pueblos originarios, del pueblo mapuche, nunca ha acabado. Nosotros somos en estos tiempos el nuevo brote, las nuevas generaciones que reafirman su identidad dentro de la modernidad —explica Betiana.

Intereses políticos y económicos en la Patagonia

Según la abogada Laura Taffetani, integrante de la gremial de abogados que defiende a la machi, “armaron el incendio de la casilla de Gendarmería para justificar el allanamiento posterior. Fue un desalojo encubierto, el desalojo que no habían podido hacer antes”.

Esta modalidad es lo que en Chile denominan “montaje”. De este lado de la cordillera podrían denominarse “atentados de falsa bandera”. Así los define el grupo de profesionales que asesora a la Coordinadora de Neuquén y al Consejo Indígena de Río Negro. Los denunciantes son empresarios de la zona, nucleados en el denominado Consenso Bariloche, que ven en las comunidades originarias un obstáculo para sus emprendimientos, sobre todo inmobiliarios. La sospecha sobre la autoría real de estos atentados recae en grupos de tareas de los agentes de inteligencia, el partido PRO y la propia Gendarmería, con la protección de la exgobernadora de Río Negro Arabela Carreras, el ariete principal contra las comunidades en defensa de los intereses inmobiliarios de la sociedad rural de la zona patagónica y las empresas extractivistas. La actual ministra de Seguridad argentina, Patricia Bullrich, hizo campaña con caravanas en la Comarca Andina y no se privó de exigir el “inmediato desalojo” de la comunidad Lafken Winkul Mapu y “que las autoridades actúen, porque si no vamos a perder parte de nuestro territorio en manos de extremistas”. También tuvo el atrevimiento de sugerir que las causas contra los mapuches sean unificadas bajo la figura de violación a la ley antiterrorista.

Durante la detención de las mujeres mapuches se inició una mesa de diálogo con el gobierno y se firmó un acuerdo en el que el Estado reconocía a la comunidad como parte de ese territorio. Parques Nacionales prometió y firmó que iba a construir tres casas para la machi y sus pacientes y a devolver el rewe, el lugar que le permite a la machi hacer su trabajo: sanar y estar en salud y armonía con el territorio y con otras comunidades.

—El acuerdo nunca se cumplió, el Estado falló, el territorio no ha sido devuelto, las casas nunca fueron construidas y el rewe sigue bajo custodia policial, atropellado en lo cotidiano, mientras nosotros estamos a punto de ir a juicio acusados de usurpadores.

Con la llegada al gobierno de Javier Milei, ese acuerdo, que tuvo carácter oficial y debería sentar un precedente, se dio de baja por orden de las nuevas autoridades, que responden a La Libertad Avanza. Parques Nacionales se transformó en querellante en todas las causas por usurpación. Además, en los últimos seis meses se recrudeció la criminalización de las comunidades, que son acusadas de estar detrás de los incendios forestales, e incluso se les ha prohibido izar la bandera mapuche.

En este marco de persecución, el 17 de febrero la Policía detuvo en Bariloche a Matías Santana, padre de dos hijos de Betiana. Él, que tiene un recorrido en la militancia estudiantil, barrial y mapuche, está imputado en dos causas vinculadas a la recuperación territorial —una es la misma que la de Betiana—; desde entonces cumple prisión preventiva en el penal federal de Esquel y espera un juicio para el que no hay fecha.

—El Estado les da a privados, terratenientes, muchos extranjeros, acceso a territorios que luego se usan para proyectos de minería, forestales, hidroeléctricas, que tienen ganancias millonarias destruyendo la tierra. Nuestra comunidad tuvo que volver a la ciudad, empobrecida nuevamente. Nuestros hijos fueron expuestos a la violencia estatal. Es difícil para ellos porque extrañan vivir en libertad, correr en la naturaleza, respirar aire puro, tomar el agua limpia y cristalina que sale de los cerros; sin eso se están enfermando.

Betiana Colhuan Nahuel toca su cultrún frente a la línea policial que impide la entrada al territorio durante la inspección ocular, con presencia de jueces, testigos y algunos imputados, en el marco del juicio por el asesinato de Rafael Nahuel.

Betiana Colhuan Nahuel toca su cultrún frente a la línea policial que impide la entrada al territorio durante la inspección ocular, con presencia de jueces, testigos y algunos imputados, en el marco del juicio por el asesinato de Rafael Nahuel.

Foto: Denali Degraf

La vuelta al rewe

El 14 de enero de 2024 se pudo realizar la ceremonia porque la Policía dio permiso para hacerla. “Es muy doloroso”, cuenta Betiana, “que sólo nos dejan venir de a ratos, no nos podemos quedar, ni trabajar en el lugar, ni levantar nada”. Lo que habría que levantar es lo que derribó el Estado después del desalojo.

Para llegar al rewe hay que subir entre los escombros de las casas que tiró abajo la Policía por orden judicial. No queda ni una. Lo único que hay en pie es una especie de esqueleto de palos con ramas entrecruzadas para dar sombra. Allí, en un claro del bosque se erige un tronco de ciprés tallado, de unos cuatro metros de altura, con cañas colihues y otros elementos ceremoniales. Pero hay algo que desentona. Una cinta rodea el lugar: “Escena del crimen - No pasar”.

En esta mañana de verano se vuelve a hacer la ceremonia. Para ello, quienes participan tienen que cruzar la cinta policial y todo sucede circunscripto a ese cordón.

Durante los largos meses que las fuerzas policiales prohibieron que entrara gente mapuche con un despliegue militar importantísimo, el lugar fue profanado dos veces con pintura arrojada sobre los elementos ceremoniales. Algunos sí pudieron entrar.

Para Betiana, para el resto de su comunidad y para el pueblo mapuche entero, el lazo inquebrantable con ese lugar pasa por dos cosas entonces: el rewe y la sangre derramada de Rafael. El rewe de una machi no es simplemente un lugar dispuesto para actividades espirituales, es su ancla, única en el mundo. “Levantarse” machi no es igual que cuando un católico toma los hábitos o un judío se hace rabino. Un machi se levanta en un punto preciso sobre la faz de la tierra. Su rewe es su rewe para siempre; no hay traslados, como sucede cuando un cura se cambia de parroquia.

—El rol de machi que hoy me toca asumir no es simplemente ser una guía espiritual. No es algo individual, es algo colectivo que me toca asumir como responsabilidad y como forma de vida. Hay que cuidar los territorios porque nosotros somos parte del territorio, somos mapuches y estamos en defensa de los espacios naturales. No estamos luchando contra la gente común, contra las ciudades, contra el vecino. Nuestra lucha no es contra las personas, sino en defensa de los territorios, que aún siguen vivos porque queremos que ese río, que ese mar, que ese lago siga vivo y que no lo sigan contaminando. Hemos llorado bastante. Pero entiendo que mi rol es estar fuerte para mi pueblo, no me puedo quedar en esa tristeza. Lloramos y seguimos para adelante —dice Betiana.

Antes de retirarse del lugar, cruza de nuevo la línea policial, cuchillo en mano, y se pone a cosechar plantas silvestres.

—Para esto se necesita el territorio, para el lawén. En el barrio, en Bariloche, no hay de esto. Hay que seguir haciendo remedios.

Denali DeGraf es periodista, escritor y fotógrafo y sigue de cerca los conflictos por tierra en la Patagonia desde 2006. Vive en Lago Puelo, Chubut, con su familia. Adriana Meyer es periodista y docente argentina. Escribe en el diario Página/12 y colabora con la agencia Presentes y la revista Cítrica, entre otros medios. Es autora del libro Desaparecer en democracia (Marea).