En un escenario chico frente a una sala colmada de Ensayo Abierto, un espacio autogestionado de la Ciudad Vieja, la murga argentina La Ermitaña hace su debut en tierras uruguayas con su espectáculo La reunión. Entre el público hay personas de todas las edades e integrantes de otras murgas que festejan a carcajadas el cuplé “Poliamor propio”. Podría ser una escena de cualquier espectáculo murguero, pero tiene una particularidad: en el escenario de Ensayo Abierto hay una sola persona. La Ermitaña está participando en el Primer Festival Internacional de Murgas Solistas, que se celebró en junio a dos orillas, en Buenos Aires y Montevideo.

La murga es un género que parece atravesar una contradicción. Mientras que la historia nos muestra que la única constante parece ser el cambio, su público más fiel tiende a querer detenerla en el tiempo, a atraparla en afirmaciones categóricas; a determinar, de una vez y para siempre, lo que la murga ha sido, es y deberá ser en un futuro. Desde el “¿Qué es una murga, mamá?” hasta la realización del Primer Congreso Académico Interdisciplinario sobre Carnaval Uruguayo, hay personas pensando la murga uruguaya, sus alcances, su esencia y sus límites. También hay gente que no se pregunta nada, que simplemente hace el género, lo reproduce, lo respira. Y hay gente que hace y se pregunta y que va tomando la pregunta como motor de su accionar.

Existen algunos acuerdos mínimos que podríamos establecer a la hora de definir qué es una murga. Un intento: es un espectáculo que se hace a partir del contrafactum —se les cambia la letra a canciones que ya existen, aunque también hay espectáculos con canciones originales— que busca la crítica, la sátira o la denuncia, que intenta generar identificación con el público y que a través de esa identificación vehiculiza un mensaje. Hasta hace no demasiado se daba por obvio que la murga era un coro, o sea, un grupo de personas cantando, pero eso también cambió y este festival celebrado a dos orillas es una prueba de ello, aunque, hasta ahora, en el Río de la Plata hay sólo dos exponentes de ese género: Murga Independiente de Uruguay y Murga Solista de Mujeres La Ermitaña de Argentina.

Pero hay un antecedente. En Montevideo, hace un par de décadas, un músico callejero autodenominado el Unimurga presentaba un espectáculo del género en los ómnibus de la ciudad. Indiferente a su legado —que nadie recogería a conciencia—, fue un precursor de este juego que se erige rioplatense y que abre la cancha a otro tipo de diálogo entre la murga y otros universos artísticos, como el stand up y el clown.

Murga Independiente.

Murga Independiente.

Foto: Martín Balliva

No tan solos

“Solito en un rincón” empezaba cantando Leonardo Martínez, en 2013, en el 16.o Encuentro de Murga Joven. Era el debut de Murga Independiente. El telón se abría y en escena aparecía una línea de personas vestidas de traje y lentes negros, mientras un murguista les tiraba los tonos. Al momento de dar el tres, esas personas se retiraban hacia el fondo del escenario, formando una línea de guardaespaldas, y allí Leonardo tomaba el micrófono y comenzaba a cantar el clásico solo de Agarrate Catalina. El espectáculo jugaba con diversos chistes en torno a la evidente soledad del integrante de Murga Independiente e incluía un cuplé del Llanero Solitario, solicitudes al sonidista de que les subiera el micro a los primos e indicaciones a la batería (en off) por estar tocando cruzados.

Si bien Murga Independiente muestra a un único murguista, hay una labor escénica colectiva. En aquel primer espectáculo, además de la presencia de los guardaespaldas —que iban cumpliendo diversos roles, desde agruparse para que el murguista se cambiara de traje hasta frenar a un fan desacatado que se subía a escena—, también aparecía la figura de Nacho, el dueño de la murga, que en un momento entablaba un diálogo con el murguista desde fuera del escenario y recibía una canción homenaje y todo.

Leonardo Martínez e Ignacio Salgado se conocieron en una murga joven. “Siempre estuve interesado en los bordes y los límites de las cosas y desde que entré a hacer murga estuve todo el tiempo rompiendo esos límites”, cuenta Leonardo, que es actor egresado del Instituto de Actuación de Montevideo y hace años viene desarrollándose en clown y teatro físico. “De hecho, cuando nos conocimos con Nacho fue porque él entró a la murga en la que estaba yo, porque él tocaba el violín y justamente entró para tocar el violín en una murga”, dice y se ríe.

El punto de encuentro entre Leo y Nacho no sólo tuvo que ver con compartir casualmente la misma murga joven, sino con la coincidencia en la búsqueda de los límites y el humor. Nacho explica respecto de su propia trayectoria: “En un momento descubrí que artísticamente no me interesa nada. Me interesa solamente lo humorístico”.

A diferencia de Leo, que tuvo un vínculo con la murga en la época del surgimiento de Murga Independiente y no volvió a participar en otra propuesta murguera hasta diez años después, Ignacio viene haciendo murga ininterrumpidamente desde 2009. Actualmente integra Queso Magro y cuenta con una nutrida trayectoria como letrista, técnico y componente tanto en propuestas de Carnaval como en Murga Joven e incluso en experiencias como Villa Pereza, una obra que mixturaba la murga con el teatro, sin microfonía y con el humor como investigación escénica primordial.

Tanto los bordes como el humor estuvieron presentes a conciencia desde el inicio del proyecto de Murga Independiente. “Es que todo empezó como un chiste”, recuerda Leo. “En la noche de fallos de Murga Joven 2012 nos quedamos con un grupito jugando con la idea de cómo sería una murga que en realidad es uno solo y los demás sólo están ahí como guardaespaldas”.

En 2013 algunas murgas se juntaban para coordinar festivales; Leo iba a esas coordinaciones pero no tenía murga, entonces al presentarse siempre era “Leonardo, de Murga Independiente”. Un día Nacho cayó con la retirada de Murga Independiente escrita, y así fueron estirando el chiste hasta que el último día de inscripciones decidieron presentarse. “Originalmente nos íbamos a inscribir como una murga de Artigas para zafar de recibir un monitor y tener que presentarnos en el ensayo abierto”, instancias que la organización de Murga Joven pone como requisitos para la participación. “Lo gracioso era lo absurdo del límite en aquel momento. El límite era: hay un monitor que te obliga a hacer ciertas cosas, hay un ensayo abierto en el que tengo que presentar tal cosa, hay unos mínimos con unas bases que me obligan a tal cosa. ¿Cómo puedo jugar dentro de ese límite para ponerlo en evidencia? El absurdo del límite fue un poco el motor inicial en aquel chiste”, reflexiona Nacho.

Diez años después, Murga Independiente volvió a participar en Murga Joven. “Eran los diez años de aquella experiencia y era la última vez, por edad, que podía presentarme al encuentro; los dos lo pensamos por separado, lo hablamos y lo definimos”, cuenta Leo. “Esta vez el chiste era que volvía la decana de las murgas al Encuentro”, relata Nacho. El espectáculo se llamó Diez años de soledad y pasó al Teatro de Verano, con un fallo que, como buena murga de dueño, no dejó de causar polémicas. Unos meses después supieron de la existencia de La Ermitaña en Argentina y surgió la idea de realizar un encuentro a dos orillas.

Murga Independiente.

Murga Independiente.

Foto: Martín Balliva

El chiste que quedó

“Danos un ratito que vemos quién de nosotras puede responderte”, contesta el Instagram de la murga La Ermitaña cuando uno quiere ponerse en contacto. Detrás de todas las identidades de la murga está Antonella Scalia, Pachina, una murguista oriunda de la ciudad de Buenos Aires.

“Mis papás son payasos. Para mí no es un dato menor; como que estuve siempre en esa vuelta del espectáculo, la gorra y la calle. Entre la música que escuchaban en casa estaba Jaime Roos y el coro de la murga ya me atraía por aquella sonoridad”, recuerda.

El padre de Antonella era el payaso Pachín, por lo que a sus hijas les decían las Pachinas; es así como la mayoría de la gente del circuito murguero porteño conoce a Antonella: Pachina.

“La Ermitaña era un chiste y quedó”, relata Pachina, en un paralelismo casi idéntico al del origen de Murga Independiente. Ella, que conoció la murga y fue parte de una por primera vez en un colegio de monjas de Buenos Aires, se integró a la murga de mujeres Baila la Chola en 2016. “Con las cholas siempre estuvimos haciendo chistes de murgas posibles a inventar. Una murga reality virtual, por ejemplo, o una murga tributo a Bandana. Tuvimos un montón de formatos de murga en nuestra cabeza, que eran un chiste que nos alimentábamos mentalmente”, recuerda. De esos chistes surgió La Ermitaña, que terminó haciéndose realidad en el Encuentro de Murguistas Feministas del año 2020. “En el viaje de ida [a Montevideo], que fuimos dos micros enteros llenos de pibas y pibis de murgas, se generaban como cánticos de guerra entre una murga y la otra, y en esos cantos apareció a bardear la murga La Ermitaña”, relata. “Después vino toda la etapa de pandemia y La Ermitaña empezó a ser un delirio de redes: como soy una murga solista, puedo ensayar mientras el resto de las murgas no puede. Y hacía videítos en mi departamento haciendo que ensayaba murga y jugando con eso”, relata Pachina. La pandemia finalizó y el público de La Ermitaña empezó a reclamar que la murga se presentara. “Fue un chiste que quedó, se instaló y empezó a crecer hasta que tuve que hacerme cargo”, cuenta Pachina, que preparó un espectáculo de 15 minutos y lo presentó en el encuentro de murgas estilo uruguayo del Espacio Cultural Nuestros Hijos, en Buenos Aires, en 2023.

No sólo el chiste que perdura tienen en común La Ermitaña y Murga Independiente. “Hay algo que a mí me convoca mucho, que es la forma de habitar el absurdo y lo ridículo”, afirma Pachina. “Ya la murga de por sí habla en un lenguaje absurdo, ¿cómo puedo hacer para llevar el absurdo un poco más allá? Y hay algo de ese juego que teníamos de pensar en cosas que serían imposibles: una murga virtual, un reality show para armar una murga, una murga solista, que fue como esta idea de ir llevando todo más al extremo”, explica. “Ir corriendo el límite hasta que da la vuelta es lo que hace la murga en sus letras y en el desarrollo de sus espectáculos, y ahí es que surge La Ermitaña. También en tratar de hacer algo que es imposible, que es hacer murga sola, querer cantar a coro sola, con una batería y con una dirección pero sola: sin instrumentos, sin guitarra, sin tener ni siquiera conocimiento sobre arreglos, sobre música”, desarrolla. “Es la ambición de querer hacer eso, de querer llevar el absurdo, lo ridículo, lo imposible hasta lo más lejos que pude”.

Murga Solista de Mujeres La Ermitaña.

Murga Solista de Mujeres La Ermitaña.

Foto: Langostina Fotografía

Andá a chequearlo

Si la murga funciona por identificación, ambas murgas encuentran un público fiel en las personas que disfrutan de propuestas disruptivas y humorísticas dentro del género. En el Primer Festival Internacional de Murgas Solistas, las risas del público son constantes. Pachina reflexiona: “La Ermitaña es pensada para gente que hace murga, porque la gente que hace murga ve todo eso despojado, ve a la sobreprima haciendo los coros despojada completamente del resto de la murga, sin batería, sin nada; lo ve como si estuviese solamente amplificando ese recorte y lo que se ve es ridículo. La Ermitaña en un momento les pone el zoom a cosas de puesta, a esos quiebres que se hacen desde la puesta con el cuerpo, pero sin que se escuche la batería, sin que se escuche el coro, sin nada, y vos lo ves y es ridículo, pero si hacés murga lo entendés”, afirma.

El Primer Festival Internacional de Murgas Solistas también empezó como un chiste y ahora es una realidad. Ninguna de las dos murgas supo de la existencia de la otra al momento de fundarse, así que cuando La Ermitaña —que se enteró de Murga Independiente por gente en común— se comunicó con el dueño de Murga Independiente terminaron ideando esta presentación a dos orillas. Los dos espacios, el Taller de Arte Popular de Buenos Aires y Ensayo Abierto de Montevideo, se colmaron de personas que hacen y consumen el género en ambas orillas.

En América Latina existen casi 200 murgas a la uruguaya distribuidas en 70 ciudades de Argentina, Chile y Colombia. En el encuentro con culturas diferentes la murga va mutando, y en esa transformación sus límites se reconfiguran. Mirando ese panorama, la existencia de murgas solistas es sólo una más de las muchas singularidades identitarias de este género. Es de esperarse que algún gurí o alguna piba ya ande craneando letras para profundizar el chiste. Cuando se trata de humor, la creatividad no respeta límites. Ni fronteras. Y, como dice Murga Independiente en su bajada, finalizando el festival: “Si pensás que esto no es murga, ¿yo qué sé?, andá a chequearlo”.

Andrés Alba es gestor cultural en el Ministerio de Educación y Cultura y locutor en la diaria. Investiga y escribe sobre la cultura comunitaria y las manifestaciones carnavalescas.