Elli Medeiros es una de las figuras más relevantes de la música popular francesa desde mediados de la década del 70, una actriz con importante trayectoria y un ícono del punk mundial. Con el grupo Stinky Toys compartió escenario con The Clash y Sex Pistols en el primer festival de ese género musical en Inglaterra y fue la primera música que usó alfileres de gancho en la ropa, lo que luego se convirtió en señal de identidad del punk. Su música con el dúo Elli & Jacno fue —además de muy popular— una relevante influencia en el tecno pop de la década del 80, sumado a sonidos latinos y africanos que desarrolló en su carrera solista, a lo que en paralelo desarrolló una extensa y variada carrera en el cine y un activismo vegano y a favor de diversas luchas sociales.
Lo que pocos saben es que Elli Medeiros —autora e intérprete de un megaclásico en Francia como es la canción “Toi mon toit” (que incluye una clave de candombe)— nació en Montevideo, más precisamente en San José y Cuareim, en enero de 1956, y se siente tan uruguaya como francesa, aunque en su país natal pocas personas conocen su destacada trayectoria artística.
Elli vivió sus primeros años en Montevideo, desde pequeña acompañaba a su madre a ensayos de obras de teatro y los tambores del candombe sonaban a unas cuadras de su casa. Luego, con su familia, se mudó a Buenos Aires y, en la adolescencia, a Francia, donde aprendió el idioma y se fue integrando rápidamente a esa sociedad.
A mediados de la década del setenta fue cofundadora y cantante de la banda Stinky Toys, pionera del punk en Francia, con la que marcó época, lo que volvió a hacer luego con el dúo Elli & Jacno y en su carrera en solitario. Imbuida del ambiente parisino, desconectó en buena medida en lo social de su pasado uruguayo. Pero Uruguay aparece en su música en canciones como “Uruguayan Dream”, “Tango salvaje”, la versión del himno uruguayo con Elli & Jacno y “Toi mon toit” con clave de candombe. Luego algunos hechos la hicieron reconectar más fuerte con sus orígenes, primero al retomar el idioma español y después de manera más intensa con la música uruguaya, en especial, el candombe, tras ver y escuchar a Waldemar Cachila Silva (fallecido en 2021 y que fue director de las comparsas Morenada y Cuareim 1080) junto a sus hijos en París.
Momento y lugar justos
Elli dice que los Stinky Toys eran la única salida que veían: tener una banda y tocar, “no era un proyecto profesional o artístico, era sobrevivir”.
En París, a mediados de los 70, no había una escena de rock. “Como no había nada y estaba todo por hacer, todo era posible. Por ejemplo, no había clubs o lugares para tocar, cuando venía una banda tocaba en salas donde había todo tipo de música o lugares grandes cuando era un grupo muy conocido”.
Recuerda que comenzaron a ensayar en un sótano, y tenían entre 18 y 19 años cuando se preguntaron dónde tocar y empezaron a buscar lugares por París, como salas dedicadas a baile (“dancings”) o a otros géneros de música en las que los ignoraban o despreciaban. “En algunos lugares directamente nos echaban a patadas o nos mandaban a la mierda”. Pero dieron con un café-théâtre, Théâtre des Blancs Manteaux, que contaba con una pequeña sala de espectáculos en el subsuelo, en la que se hacían conciertos, en general de jazz o cantautores. El dueño les dijo que podían tocar ahí una vez por semana durante un mes.
“No teníamos un peso, hicimos afiches fotocopiados y nuestros amigos los pegaban por la calle”. La autogestión, algo muy característico del punk, pero no habitual en ese momento en Francia, era parte esencial de Stinky Toys.
En ese primer concierto estuvo Maxime Schmitt, que trabajaba con Kraftwerk (de las primeras bandas en hacer música electrónica que se volvieron populares en Europa y Estados Unidos). Ese recital fue corto, fuerte y rápido; “los vecinos llamaron a la policía para protestar por el ruido, llegó la policía y se cancelaron el resto de los toques”. Pero a Maxime Schmitt le había gustado su presentación y los invitó a la fiesta de lanzamiento del disco Trans Europe Express de la banda alemana para presentarlos a la discográfica. “Armamos tanto relajo que no quisieron saber nada de nosotros”, cuenta.
En 1976, los Stinky Toys iban siempre a Les Halles. El barrio queda en el centro de París y en ese momento era un lugar donde convivía la prostitución callejera con expresiones under. Ellos en particular visitaban la disquería Open Market, donde pasaban horas escuchando discos que solo se encontraban ahí. La estética de Elli llamaba la atención, se vestía con mucha ropa rota y desgarrada de los 50 y 60 comprada en mercados de pulgas. Cuando algunas prendas se rompían, les iba poniendo alfileres de gancho, que llegaban a ser muchísimos. A esto sumaba elementos que generaban rechazo o risa, como moscas y arañas de plástico que se cosía en la ropa.
Un día se le acercó una persona en la calle que le preguntó por qué estaba vestida así, ella respondió: “La moda no me dicta lo que me gusta o no, lo que es hermoso o feo... lo que me interesa es ser yo misma, encontrar belleza en las cosas que la gente desprecia y tira a la basura”. “Para mí era una expresión artística y una declaración respecto del consumo y la moda. Esta persona me pregunta qué hago, le digo que tengo una banda con esos tipos que están ahí en la esquina. Y me dice que organizaba el primer festival punk en Londres al siguiente mes y que vayamos a tocar. No teníamos idea quién era ese tipo”, relata.
Así fue que en setiembre de 1976 viajaron a Londres y en el 100 Club participaron en el primer festival punk de la historia. “En el afiche estaban los Sex Pistols, Siouxsie, The Damned, The Clash y nosotros”.
La persona con la que había conversado en una calle parisina y que los invitó al festival era Malcolm McLaren, personaje fundamental en el comienzo del punk inglés, en la creación de Sex Pistols y mánager de la banda.
“Llegamos al lugar, decimos que somos los Stinky Toys y los técnicos nos preguntan dónde está el camión con nuestros equipos. Nosotros nos miramos y dijimos que teníamos las guitarras y el bajo, y el batero solo los palillos en el bolsillo. Los Sex Pistols estaban haciendo la prueba de sonido, les digo que podemos usar ese equipo. Los Sex Pistols: ‘Na, na, de ninguna manera, blabla’, otro tipo que estaba parado ahí me dice: ‘Pueden usar nuestro equipo, no hay problema’. Era Joe Strummer [cantante, guitarrista y cofundador de The Clash], uno de verdad. ¡Así que tocamos con los equipos de The Clash y la batería de The Damned!”. Al participar en ese festival se metieron en la historia del punk.
Elli cuenta que en vivo los Sex Pistols eran divertidos, “pero no era una banda de verdad, era una boy band armada por McLaren”. The Clash, sin embargo, “era otra cosa, musicalmente súper interesante y socialmente también, era un proyecto y una conciencia, y cuando ves las entrevistas de Strummer, de qué quiere decir ser punk, él decía: ‘tratar de ser lo mejor persona posible’, y era lo que ellos hacían con respecto a lo social y político, la situación social y económica en la época y el racismo, cómo introducían ciertos tipos de música, por ejemplo, el reggae, era una declaración importante, además de efectivamente ser buena gente”.
Tras participar en ese festival, volvieron a París. A la semana llegó a los quioscos parisinos prensa musical internacional y en la portada de la revista Melody Maker había una foto de Elli. “Ahí se armó un relajo bárbaro, aquello de que nunca sos profeta en tu país se dio y de repente como que existíamos y las discográficas nos querían firmar un contrato”. Grabaron dos discos, uno de ellos incluye la canción “Uruguayan Dream”, “porque llevo al país en el corazón, es parte de mi mitología personal”, resalta.
Sobre su influencia con respecto al uso de alfileres de gancho en la ropa, que se transformó en una señal de identidad del punk en el mundo, Elli dice que en París a McLaren le había llamado la atención cuando la vio usándolos en su pantalón y en los suéteres con agujeros. McLaren y Vivienne Westwood tenían en Londres una boutique llamada Sex y empezaron a vender suéteres desgarrados y ropa con alfileres de gancho.
Jacno (nombre artístico de Denis Quilliard, fallecido en 2009 y uno de los artistas más influyentes en la música popular francesa contemporánea), su pareja de entonces y guitarrista de Stinky Toys, contaba años después en las entrevistas sobre ese primer encuentro. “Amigos franceses iban a Londres seguido a comprar discos y ropa. Al tiempo los veíamos volver con ropa desgarrada y con alfileres de gancho y buzos con agujeros que fueron a comprar en la boutique Sex. Cuando vi que la gente empezaba a vestirse así como una nueva moda y una cosa de consumo, aunque apreciaba la estética, no quise vestirme más así y pasé a otra cosa. Seguí comprando ropa de segunda mano, manteniendo mi estilo más sobrio, andrógino, camisa y corbata, más como la cold wave que vendría después. Y ahí fue la época de la campera roja y el pantalón negro ajustado y corto con zapatos negros en punta; después Michael Jackson tuvo ese look, ja, ja, pero ya le había regalado la chaqueta a Etienne Daho que usó en su primer disco”. Daho era fan de los Stinky Toys y luego se convertiría en una de las máximas figuras del pop francés.
La era de los hits
“Hacíamos géneros antes que tuvieran nombre”, dice Elli, y pone como ejemplo el dúo Elli & Jacno con el tecno pop y sus discos solistas desde 1986 como world music, “aunque aún no se llamaba así”.
“Yo hacía música con Stinky Toys porque eran mis mejores amigos y cuando se separó la banda no sabía qué hacer sin ese colectivo, pensaba que iba a volver al dibujo y que la música quedaría en esa única experiencia. Pero Jacno estaba explorando musicalmente y no se sentía pronto para cantar ni escribir, quería hacer una música diferente, pero quería una voz y letras, e hicimos el dúo”.
Con ese dúo tuvieron mucha repercusión y editaron tres discos de estudio; el último fue la banda de sonido de la película Las noches de la luna llena, del prestigioso director Éric Rohmer, y luego comenzaron sus carreras solistas.
En esa ruta como cantante solista, Elli consideraba importante tener el sentimiento de banda con quienes compartía grabaciones y conciertos (entre ellos, el uruguayo Jorge Trasante y otros latinoamericanos y africanos como Guillermo Fellove y Claudio Araujo, más franceses como Ramuntcho Matt y Yannick Top).
“Toi mon toit” (1986) y “A bailar Calypso” (1987) se convirtieron en superéxitos en Francia y ella recuerda ese álbum, Bom Bom, como un trabajo apasionante de colaboración con los músicos. “Aprendía a comunicar con imágenes evocadoras y era completamente mágico cómo lo llevaban a sonidos. Por ejemplo, para un solo de saxo de Cacau [Claudio Araujo] le dije que era como salir del agua y volver a entrar, ¡y me dio lo que yo sentía! Son esos momentos en que las cosas tienen sentido o son encuentros perfectos”.
Valora como muy importante y emocionante que un tema suyo como “Toi mon toit”, “que tiene uruguayez” por la clave de candombe que incluye, haya tenido ese recibimiento del público en Francia, “se haya vuelto lo que en Francia dicen un clásico y que sigue sonando”. Recuerda que en 1986 y 1987 sonaba todo el día en las radios y que sigue siendo escuchada. Días atrás, una amiga chilena le comentó que apenas llegar a Francia se subió al auto y estaba sonando la canción en la radio.
“Lo que yo hacía a partir de 1985 era lo que después se llamó world music y tuve la suerte de estar acompañada profesionalmente por un tipo excepcional que entendía. Philippe Constantin, que dirigía la discográfica Barclay, y que era una persona apasionada con una cultura musical impresionante, conocía la música africana y latinoamericana, popularizó en Francia la música africana y logró que fuera mainstream. Fue un aliado esencial. Él conocía mi historia musical desde Stinky Toys, siguió mi evolución, en Bom Bom hay influencias: América Latina, África, hasta Japón”, comenta.
Sobre “Toi mon toit” se acuerda de que la compuso con dos acordes de guitarra, aunque no es guitarrista. “Toqué una cosa rítmica, empecé a cantarla, luego le sumamos una guitarra más sofisticada, el doble bajo, vientos y percusión, obviamente. Años después, les canté “Toi mon toit” a Mathías, Welly y Guille Silva [los hijos de Cachila], y se mataron de risa: ‘eso es candombe de pasta’, decían. Fue increíble, una gran alegría y una emoción muy grande también darme cuenta de que esa rítmica de guitarra era la clave del candombe clásico, que era parte de mi ADN, de mi inconsciente”.
Bajo los focos
Elli Medeiros tiene también una extensa trayectoria en el cine, participó en muchas películas y opina que “cada una fue una experiencia única y especial” en la que aprendió cosas diferentes y conoció personas interesantes. “Me doy cuenta ahora de que me ha pasado mucho de ser parte de comienzos, en primeros cortos o primeros largos, con directoras y directores que después han hecho muchos más. Hay una energía muy especial cuando uno empieza y aún no está establecido, cuando busca su lugar, como una necesidad que la entiendo y me gusta. Con cada experiencia se aprende y crece”. Considera que actuar es ser parte de un sortilegio, que ser actriz es un gran desafío y aprendió a cómo ir formando cada personaje.
A finales de los setenta las películas en las que ella participaba generaban repercusión en el ambiente artístico parisino. Ella y sus amistades consideraban importantes los films de Brian de Palma, a quien conoció en un festival de cine años después y luego fueron pareja durante algunos años. “Éramos bastante cinéfilos, íbamos seguido a la Cinémathèque, a ver pelis americanas de los 40 y 50, cine francés de esa época también, también la nouvelle vague, y me apasionaba el cine japonés, Ozu, Mizoguchi y Kurosawa”, rememora.
Agrega que para ella ser artista no depende de tu actividad, “sino de cómo la practicás, que seas músico o cocinero o electricista. La creatividad está en todo, y si le ponés todo, también. Todo lo que hago no siento que lo elegí o decidí; es una necesidad, es respirar o sobrevivir, y donde sentís que podés dar algo”.
Otro aspecto de su vida fue ser una sex symbol en Francia en la década del 80 —tapa de la revista Playboy incluida—. Sobre eso dice que siendo joven para ella era “un juego” que se la viera sexy, algo que no tomaba en serio. “Me vestía de cierta manera, no lo veía como sexy, era más la estética, me gustaba la ropa vintage, me inspiraban actrices o cantantes de los años cincuenta y sesenta, y para mí era como un juego, podía ser lindo o cómodo, o que fuera ‘desvestido’, porque si bailás y hace calor es mejor, pero me vestía y me visto siempre en general con ropa andrógina o más bien masculina, tomboy. La ropa muy femenina [la uso] en ciertas ocasiones, como el Festival de Cannes, para interpretar un personaje o en ciertos momentos es como un juego, podría ser drag, pero como soy una mujer cis pasa desapercibido. Yo creo que tengo más fluidez”.
“Es también la mirada de los otros, que te definen y te quieren ver así, que encierran a las mujeres en el aspecto sexy o atractiva. Las cosas cambian o queremos que cambien, pero desgraciadamente lleva tiempo. Fijate las entrevistas a músicas o actrices, les preguntan sobre la ropa, el cuerpo o la edad, y a los hombres en la misma situación, no”, añade.
Primeros tambores
El candombe siempre estuvo presente en su vida, incluso sin darse cuenta. Sus primeros recuerdos musicales son de tambores, antes que The Beatles, la bossa nova o el jazz, Motown o el tango, la música a la que estuvo expuesta en su infancia. Décadas después, en Francia, conoció a Waldemar Cachila Silva y a sus hijos, con quienes generó un gran vínculo y en 2010 había empezado a grabar un disco con ellos junto a músicos franceses, que ahora desea terminar y editar.
En París en 1999 se había editado el álbum Uruguay - Tambores del candombe, un trabajo de compilación de Mirtha Pozzi y Pablo Cueco que presentaba los diferentes toques (Cuareim, Ansina y Cordón), que Elli escuchaba con atención, y cada vez que decía “ah, ese me gusta” miraba la portada y era Cuareim, como si el toque de Cuareim fuera el que le correspondía. Pero lo pensaba como “un universo inaccesible”. Hasta un día, en 2003 o 2004, cuando su padrastro Miguel la llamó para avisarle que le había llegado una invitación de la embajada uruguaya en Francia a un toque de candombe en París. Se lo comentó a último momento, pero ella igual fue y esa noche le cambió el rumbo a sus siguientes pasos.
“Era Cachila con los chicos, Mathías, Guillermo y Wellington. Estaban los cuatro en el escenario, cuando llegué estaba lleno, empezaron a tocar y fue tremendo, la felicidad total. Yo estaba en el fondo bailando y no podía creerlo. Al final me presentaron a Cachila, que me dice: ‘¡Te vi gozando al fondo de la sala!’. Fuimos a tomar algo a un café que estaba cerca [se emociona] con Cachila y los chicos, que eran adolescentes y súper divertidos. Varios meses después volví a Montevideo, lo fui a ver, siempre estaba a full con ganas de hacer muchos proyectos. Me preguntó cómo viniste, caminando, le dije. Me cuidaba mucho, me paseó por todo el barrio y comentó: ‘Es para que todos te vean conmigo y vuelvas tranquila’”. En esa temporada en Montevideo fue a ver todos los ensayos de Cuareim 1080. “Sus procesos creativos revolucionaron el género, fue hermoso presenciar eso”.
Rememora con particular afecto cuando en 2010 reunió en Montevideo a músicos franceses y uruguayos para grabar un disco, “mezclando los elementos, poniendo todo sin que me falten pedazos”. Su idea era terminar de editarlo en Francia, pero un accidente en un rodaje en Argentina le generó hiperacusia y pérdida de audición, por lo que debió parar actividades durante varios años. Aunque sea irreversible, poco a poco fue encontrando cómo volver a grabar y hasta cantar en el escenario, así que ahora podría volver al estudio de grabación.
A dos orillas
Elli se integró rápida e intensamente a París al llegar siendo adolescente y el español dejó de estar presente en su cotidianidad. Un día, muchos años después de instalada en Francia, unos turistas latinoamericanos en la calle le preguntaron en español cómo ir a un lugar y cuando les fue a contestar quedó trancada, no le surgió naturalmente responder en castellano. “Respiré, retomé y pude, pero me quedé pensando qué estaba pasando. Conscientemente empecé a conectarme con latinoamericanos, uruguayos o argentinos, pero también cubanos o colombianos, y entonces ¡se me pegaban acentos que no eran los míos! Me reconecté con mi cultura, porque no se pierde el idioma, pero si no lo usás es una parte de vos que dejás dormida”.
Por trabajo y por la crianza de sus cuatro hijos, entre otras razones, estuvo 15 años sin venir a Uruguay y entonces decidió volver junto a su familia en 2001. “Estar en Montevideo fue como darme cuenta de que todo ese tiempo era como si me hubiera faltado una pierna o un brazo, y que trataba de andar por ahí como si estuviera entera, pero no... era una parte de mí que me estaba faltando. Me sentí entera tras haber reconectado con esa parte. Ahora voy y vengo, mantengo el lazo y me llevó tiempo aceptar que en Montevideo soy la francesa y en Francia la uruguaya, que es parte de mi identidad, más allá de que desde los 15 estoy en París y está la gente con la que compartí la vida, la familia que te vas armando con el tiempo”.
“Tuve que vivir estas experiencias de ir y volver para darme cuenta de que soy una persona de los dos lados, uruguaya y francesa, y no puedo estar solo con mi gente de un solo lado, que soy la suma de todo eso. Aceptar que puedo ser una planta que no tiene raíces o que va volando, que tengo herencias, historias y experiencias diferentes ahora”, reflexiona.
Bailarina a los 60
Elli siempre bailó en sus conciertos, pero sin coreografía, de manera espontánea e improvisada. Pero de forma inesperada tuvo un contacto intenso con la danza a los 65 años. “Una cosa mala nunca sabés qué resultado da al final”, afirma, al recordar que en 2022, debido a un accidente, una fractura del platillo tibial la dejó inmovilizada varios meses. “Estuve confinada y en silla de ruedas, sabía que iba a volver a caminar, pero no si iba a poder bailar, hacer yoga y recuperar todo lo que amo hacer. El terror que un accidente estúpido, como el problema de los oídos, te da vuelta la vida”.
Vio una publicación de la compañía de danza del prestigioso coreógrafo Angelin Preljocaj, con un llamado a audiciones para un nuevo proyecto para bailarines tanto profesionales como amateurs, en el que el único requisito era tener mínimo 65 años. “Yo justo tenía 65, no tenía idea si podía llegar a algo, iba a empezar la reeducación en la pierna, pero no sentía la motivación necesaria para hacerla y de repente esta idea loca de estar en un espectáculo de danza contemporánea me entusiasmó”.
Se postuló con un video de un minuto de danza en su silla de ruedas con una canción de The Stooges y la convocaron a las audiciones en el Théâtre du Châtelet de París. Recién dejaba las muletas, no estaba recuperada del todo y cuando vio a 250 personas en la puerta casi vuelve a casa, pero la curiosidad fue más fuerte. La selección fue dura, las personas iban pasando por grupos, unos quedaban y otros se iban. Al final del primer día ella seguía en carrera y al segundo día quedó entre los finalistas. Casi dos meses después recibió una llamada de Preljocaj, quien le preguntó si le interesaba ser parte del espectáculo. Ella, sorprendida, contestó que sí y entonces él le dijo: “Bueno, nos vamos el viernes a Italia”.
“Fue un grupo increíble con los otros siete bailarines y bailarinas. Yo era la más joven con 65 y la más grande tenía 79, todos con vidas diferentes y recorridos y temperamentos muy diferentes, fue súper interesante todo el proceso”. Destaca el trabajo con Preljocaj, su talento, su compromiso y la exigencia, que le dio seguridad y espacio para aprender y evolucionar. “Fue como cuando soy actriz, voy a lugares donde nunca podría ir sola”.
A impulso del coreógrafo volvió a cantar en una parte de la obra. “Pasé de la silla de ruedas a bailar y gracias a él también a cantar sobre el escenario, lo que pensé que jamás iba a volver a pasar tras la hiperacusia”.
Memoria punk
Con la colaboración de PIND, un grupo académico de la universidad de Tours que investiga sobre el punk francés, Elli está abocada a una tarea que tenía pendiente: ordenar sus archivos personales. “Trabajar sobre tus propios archivos emocionalmente no es fácil, pero hacerlo con personas apasionadas que lo aprecian de otra manera me ayuda a gestionarlo. Siento que es positivo que se vuelva un elemento de estudio para quienes trabajan en ello, que pueda derivar en libros y exposiciones”.
A esto se suman proyectos de reediciones de discos de Stinky Toys, de Elli & Jacno, de su carrera solista, la publicación de material inédito y terminar el disco que había empezado con músicos uruguayos y franceses. “Quiero retomar y terminar ese trabajo, porque es un proyecto con gente hermosa que amo, amo lo que habíamos empezado, y también queremos hacerlo en homenaje a los que ya no están y que habían aportado tanto, como Waldemar Cachila Silva, Toto Méndez y Félix Sabal Lecco”.
Espera poder presentar en Uruguay películas recientes en las que ha participado y tiene dos proyectos con el director y productor uruguayo Andrés Varela, coproducciones francouruguayas de documental y ficción.
Con un pie en Montevideo y otro en París (puede ser un día en una reunión en el rooftop del Centro Pompidou con sus privilegiadas vistas de diferentes partes emblemáticas de la capital francesa y otro en un ensayo de la cuerda de Cuareim 1080 en Barrio Sur), la uruguaya más famosa de Francia sigue su camino.
Eduardo Delgado es periodista. Trabaja en TV Ciudad y escribe en la diaria. Fue encargado de prensa de las bandas de rock Buitres, Trotsky Vengarán y Hereford, y del sello discográfico Koala Records.