Con su equipo de protección, su casco con linterna, las rodilleras y las botas de uso rudo del número 13, Ximenita hace de guía por una inexplorada cueva inundada que acaban de descubrir. Ayuda a mapear esa gruta y a registrar con el celular de su papá la biota existente como parte de un proyecto de ciencia ciudadana conservacionista en Playa del Carmen, al sureste de México, el codiciado polo turístico, construido a pesar de todo entre la selva y sobre un complejo y delicado sistema cavernoso y de ríos subterráneos. Y ahí va Ximenita y sus nueve años adentrándose en la oscuridad de la cueva para iniciar la actividad.
—Cuidado con la cabeza —advierte una mañana de diciembre Ximena Juliet Mosqueda García, mejor conocida en el mundo de la espeleología como Ximenita, que va acompañada de su hermana de cinco años, Elena, su papá, Adolfo, y su mamá, Ana.
La cueva está a un costado de un terreno baldío, lleno de palmas chiit, árboles de chacá y chechén y demás vegetación nativa. La boca de entrada es pequeña, de poco más de dos metros de largo por uno de alto. Hay que entrar a la rastra. Luego hay una breve superficie empedrada y enseguida una pendiente que termina donde nacen los ríos subterráneos característicos de la Península de Yucatán.
Adentro ya se encuentra Roberto Rojo y el resto del equipo de Cenotes Urbanos, un colectivo dedicado a ubicar, explorar y mapear estas fallas geológicas de Playa del Carmen que, según sus cuentas, suman 300 cenotes y cuevas dentro del perímetro urbano, sobre los que se han construido hoteles, restaurantes, oficinas de gobierno, residenciales, sin la mínima consideración medioambiental. “Imagínate, cuando empezamos la autoridad decía que solo había 17”, se ríe Rojo, un conocido biólogo, fundador de la iniciativa que ha despertado una devoción particular entre las infancias y adolescencias del Caribe mexicano.
—Venimos porque quieren poner una cancha de fut encima y vamos a hacer el mapa para conocer el lugar y así poder tener una opinión informada. En cada actividad procuramos que todos, no importa si son niños, tengan un trabajo asignado dentro de la cueva. Eso les da una responsabilidad, los empodera y los incentiva a generar información importante. Hoy a Ximenita le toca hacer el censo de la biodiversidad que hay aquí —completa.
Antes de venir, para entender lo accidentado de este territorio, leí La península que surgió del mar, de Juan José Morales, un libro de referencia sobre la historia geofísica de esta porción del mundo, que resulta ser parte de una placa tectónica que emergió en el cenozoico. Básicamente, el autor dice que aquí no ha pasado nada en millones de años, ninguna explosión volcánica, ningún terremoto ni algo intempestivo que haya cambiado radicalmente la placa continental. Más bien, todo ha ido lento. Esa losa de hasta 40 kilómetros de grosor se formó por sedimentación, es decir, por la lluvia fina y despacita de esqueletos de organismos marinos. La tierra que luego la cubrió es delgadísima porque no han pasado suficientes períodos geológicos para que se acumule el material vegetal. Las enormes rocas que lo conforman se desmoronan poco a poco a fuerza de sol y agua, dando lugar a la formación de cavernas por las que luego corren estos ríos subterráneos. Y las estalactitas de la cueva que recorre Ximenita escurren a ritmo de tres décimas de milímetro por año. Todo aquí parece exigir paciencia.
—¿No te has aburrido? —consulto a Ximenita al darme cuenta de que han pasado horas desde nuestra llegada.
—No, ¿por qué? —responde extrañada, y se va a seguir fotografiando al ciempiés albino, a los grillos y polillas.
En algún momento Ximenita le pide a su papá que las acompañe al agua, a ella y a su hermana, para registrar los bichos que hay más allá.
—Cuidado porque el lodo de abajo, cuando pisas, se va para abajo tu pie. Es como arenas movedizas —le dice a su hermana mientras la toma de la mano.
Llegan hasta donde el agua les pasa la cintura, caminan hacia un pasadizo y las sorpresas siguen, con una pequeña cámara dentro del cenote adornado todo de estalactitas, arañas violinistas en las paredes y hasta un tlacuache, ese marsupial que según leyendas mayas trajo el fuego al mundo, de ahí la apariencia de su cola, como quemada.
“Si no se aburren aquí adentro es porque todo les detona la curiosidad, que sacian con información, con sentido de comunidad que da identidad, con un trato que no los infantiliza y que les da una sensación de hacer algo importante”, me dice Rojo.
La infancia y la adolescencia son etapas con mucho aburrimiento. En decenas de artículos y libros se recomienda a los padres dejar que sus hijos se aburran lo suficiente, que es algo saludable para ellos en tanto que estimula la creatividad porque los arrastra al punto de querer tomar riesgos e impulsos para salir de este sentimiento. Josefa Ros Velasco, investigadora de la Universidad Complutense de Madrid, estudiosa del aburrimiento, ha dicho que el problema en la niñez es que tienen en blanco el catálogo de estrategias para desaburrirse. Y lo que menos necesitan, dice Velasco, es que hagas del payaso, sino que les ayudes a descubrir opciones significativas. Y es más fácil encontrar esos nuevos horizontes debajo de la tierra que en los dispositivos móviles.
En cinco años (de 2017 a 2022) el uso de las redes sociales en los menores de edad en México creció 30 puntos, de acuerdo con el Instituto Federal de Telecomunicaciones. El 69% de los infantes gastan hasta seis horas al día en Tiktok, Youtube o Facebook. Es la única estrategia que esta generación Alfa ha encontrado para matar el aburrimiento, según alertó recientemente la Asociación Estadounidense de Psicología. Contra eso se ha enfrentado Ximenita cuando invita a las cuevas a sus amigos de la primaria, que no se separan de sus celulares.
—Mis amiguitos son muy chocosos. “Ay, no, yo soy de ciudad y no quiero tocar ese lodo de la cueva”. Que la tapen, me dicen, pero a mí me gustan mucho.
Cenotes Urbanos
Como método de educación ambiental, para sensibilizar a las infancias sobre la biodiversidad existente en las cuevas y cavernas, el colectivo Cenotes Urbanos da charlas en escuelas de Playa del Carmen, organiza eventos en centros comunitarios e invita a cualquiera a participar en la exploración de las cuevas.
Todo inició hace seis años, cuenta Rojo, cuando él estaba al frente del Planetario de Playa del Carmen y llegó un niño espantado a contarle que había visto un monstruo en una cueva cercana a su casa. Le ofreció regresar al lugar, ahora bien equipados, para descifrar el misterio. No era un monstruo, sino una anguila ciega, una especie nunca antes avistada en México. “Ahí fue cuando me di cuenta del potencial que tenía como proyecto para ellos. Los niños que fueron llegando invitaban cada vez a más amigos y esto fue creciendo. En el chat de Whatsapp de Cenotes Urbanos, donde nos coordinamos para venir al menos cada domingo a mapear una cueva diferente, hemos llegado a tener 1.000 voluntarios de todas las edades y con proyectos bien interesantes”, dice Rojo.
Entre ellos, está Talismán Cruz, aquel niño que descubrió la anguila ciega, hoy de 20 años y estudiante de Biología, quien se ha especializado en el estudio, registro y conservación de esta especie en peligro de extinción. También está Sabrina Delgado, de 17 años, quien ha gastado no sabe cuántas horas en las cuevas, dibujando la biota que ve alrededor, como las hormigas Acromyrmex octospinosus, esas que practicaban la cultura fungi antes de que estuviera de moda, aquellas que cubren moras, rosas y frambuesas con hojas para cultivar los hongos que tanto les gustan. Sabrina quiere que en un futuro cercano esto tome la forma de un libro de ilustraciones de divulgación científica. O Erick Moreno, de 17 años, adorador de las arañas de cola oxidada, esas que rebotan colores cuando las iluminas, las que se ha encargado de reproducir y liberar para aumentar su población, hoy amenazada. Y Ximenita, a quien su conocimiento sobre murciélagos la ha llevado a congresos científicos.
Curiosidad infinita
Después de cuatro horas, la jornada de exploración de la nueva cueva ha terminado y Rojo hace el resumen con el mapa recién dibujado en sus manos.
—Bueno, pues terminamos, equipo. Aquí está el mapa. Lo estamos viendo desde arriba. Esto que ven es la entrada, el desnivel, que es por donde bajamos para llegar a este bloque de rocas. La orilla del agua. Todo lo que tiene rayitas es agua. Y aquí, la cámara principal. Luego hay otra cámara, que termina en rocas, con poca agua y una continuación subacuática. Por último, nos metimos acá, a este otro salón muy bonito. Yo pensé que iba a ser una cosita así y resultó ser muy grande para el tamaño de la cueva. Hay bloques de roca, de colapsos; estalagmitas, estalactitas y columnas. Y aquí se termina. La cueva se llama Morpho por las mariposas azules que encontramos afuera al llegar.
El resto de los participantes hace su informe y toca el turno de Ximenita, que desaprieta el puño y muestra las semillas de tres frutas que atesoró todo este tiempo. Y enseguida explica que son evidencia de que nos rodean murciélagos.
—Uno es frugívoro. Ay, no me acuerdo su nombre... ¡Artibeus! Vi ese, el nectarívoro y el carita de perro menor. Son bien bonitos.
“Si prestas atención, el suelo está lleno de evidencia”, me dice. Hay semillas de chicozapote, alas de escarabajo, libélulas y mariposas: alimentos para estos animales, los mayores polinizadores del planeta, pero de los que 85 especies corren peligro de extinción.
—Los murciélagos salen por frutas, llegan a la cueva, se cuelgan y, cuando ya terminan, tiran las semillas. Eso les ayuda a los pececitos y a otros bichos que se comen los restos —dice.
Ximenita lleva tres años estudiando a los murciélagos, fue de las primeras cosas que le interesaron cuando entró por primera vez a una cueva. Dieron con esta actividad porque la pareja de Roberto Rojo y Adolfo, el papá de Ximenita, trabajan en el mismo sitio, en la Fiscalía General del Estado de Quintana Roo. “Un día ella me platicó lo que hacían en Cenotes Urbanos y me invitó, me dijo que trajera a mi hija. Y fuimos a uno que está justo frente a la Fiscalía, debajo de una iglesia. Es chistoso porque esa iglesia quería rellenar el cenote y no fue hasta que lo exploraron y encontraron ahí un adoratorio maya. Solo así evitaron que se tapara”, cuenta Adolfo, jefe de peritos de la zona norte de Quintana Roo, quien a diario va a escenas del crimen, muchas veces de homicidios violentos, en una de las zonas más peligrosas de toda la península, disputado por las grandes organizaciones criminales, según documentos de análisis de la Secretaría de la Defensa Nacional.
A partir de aquel día, cada fin de semana, luego de una noche de peritajes, de levantar evidencia para resolver crímenes, Adolfo acompañaba a Ximenita a recolectar las semillas y los restos de bichos que dejaban tirados los murciélagos. Fue tanto el empeño de esta niña que fue una de las invitadas al Congreso Nacional Mexicano de Espeleología, celebrado en Playa del Carmen, en 2022, donde presentó una exposición titulada “¿Qué comen los murciélagos?”.
Desde entonces ha participado en otras charlas en el Planetario de Playa del Carmen, en escuelas y demás. Se informa leyendo libros, con videos en Youtube y escuchando a sus compañeros de Cenotes Urbanos. Como es muy inquieta también entrena box y tres veces por semana taekwondo. De hecho, acaba de iniciar el período de eliminatorias, en las que concursará, por segunda vez, para un campeonato nacional.
En un breve y hermoso ensayo, el filósofo y matemático Bertrand Russell convocaba a encontrar equilibrio. Demasiada poca excitación puede provocar ansias morbosas y en exceso, agotamiento. Después de darle varias vueltas al mundo, Charles Darwin se pasó el resto de su vida en casa y Karl Marx, luego de varios llamados a la revolución, decidió terminar sus días en el Museo Británico, ejemplifica Russell. El detalle con el exceso de estímulos y de actividad física en la infancia, redondea, es que cada vez se buscan actividades más significativas, retos más difíciles y agotadores que, de no conseguirlos, llevan a la frustración, al círculo de la autoexigencia y a un fracaso más escandaloso. Pero Russell también fue el que hizo aportaciones a la lógica que ayudaron a desarrollar los sistemas de las primeras computadoras, que evolucionaron en los celulares a los que ahora todos somos adictos. Nunca se sabe en qué acabará lo que iniciamos.
“Es difícil que se esté quieta. En sus momentos de pereza se pone a ver a veces el teléfono, la tele, pero no se enfrasca mucho en ella. La tele se la hemos prendido y lo más que ha tardado sentada viéndola es una media hora. Y ahí la deja. Se pone a caminar con su hermana en la casa. Entre semana es más complicado que se aburra: va a clase, llega al mediodía, come, se empieza a preparar para entrenar, normalmente termina a las siete, se pone a jugar con sus amigos de la calle y su mamá ya hacia las 11 le grita para que se meta y se bañe”, dice Adolfo.
Ximenita es una niña que no ha aprendido a aburrirse.
Ricardo Hernández es un periodista mexicano que hace crónica, podcast, fotografía y documental. En los últimos años se especializó en contar historias sobre infancias, lo que le valió varios premios en su país.