“¿Sabe usted lo que es el tedio?”, le pregunta Gustave Flaubert al vizconde de Cormenin en una carta fechada en 1844. “No me refiero al tedio banal, el que proviene del ocio o de la enfermedad”, prosigue, “sino a ese tedio moderno que consume las entrañas de los hombres y convierte a un ser inteligente en una sombra que anda, un fantasma que piensa”. Con mucha puntería, el autor de Madame Bovary distinguía así entre distintos tipos de tedio y dejaba al descubierto la relación, bastante íntima, entre este y la modernidad. No fue, sin embargo, el único literato agobiado por el aburrimiento. Unos años después, en 1862, Víctor Hugo se lamentaba así: “Hay algo más terrible que un infierno de sufrimiento: un infierno de ocio”, mientras que Goethe, ya en 1833, sentenciaría en Máximas y reflexiones que “si los monos lograran sentir aburrimiento, podrían volverse hombres”. Imposible, en este rápido racconto, no evocar al más maldito de los poetas, ese que hizo del spleen una sinfonía de ferocidad y belleza en sus flores del mal: Charles Baudelaire.
Hoy, en tiempos de hiperestimulación a través de las redes sociales y un sinfín de servicios que intentan captar nuestra atención, el del aburrimiento se ha vuelto un tema clave de los estudios académicos. Tal es el caso del libro La enfermedad del aburrimiento (Alianza Editorial, 2022), de la española Josefa Ros Velasco, una suerte de historia cultural del fenómeno, que insumió un esfuerzo de diez años y que aborda distintas aristas del problema. Recorrerlo implica, por ejemplo, descubrir que Goethe podría estar equivocado, ya que los animales también se aburren (sí, también nuestro adorado minino), algo que bien saben los zoólogos aplicados a la tarea. Las líneas que siguen, entonces, proponen una conversación sobre esa y otras curiosidades de este mal tan molesto como democrático. De más está decir que si el lector lo necesita, está en libertad de bostezar mientras lee, e incluso de dejar esta lectura y disponerse a otras tareas. Pero en todo caso y parafraseando a Séneca, recuerde que en esto del aburrimiento, al parecer, siempre es mejor hacer algo —saludable, desde luego— que no hacer nada.
¿De qué hablamos cuando hablamos de aburrimiento?
El aburrimiento es una sensación de malestar, algo que sentimos que no está bien, y esto sucede cuando tenemos la impresión de estar empleando nuestro escaso tiempo y energía en actividades que no son suficientemente valiosas o significativas. No solo me refiero al tiempo del ocio porque uno puede estar empleando su tiempo en obligaciones o deberes en los que también puede surgir el aburrimiento si las tareas son repetitivas o poco estimulantes o no demandan ningún ejercicio intelectual. Entonces, de forma muy simplificada, el aburrimiento es una insatisfacción con la situación, porque esta no cumple con tus expectativas y te hace sentir que estás perdiendo el tiempo. Esa situación puede darse tanto en algo tan concreto como leer una novela como en algo tan abstracto como la política. E incluso algo mucho peor: que estés aburrido de la vida.
En el libro se señala que el aburrimiento no es una patología en sí, sino un síntoma: ¿de qué exactamente?
Sí, efectivamente, el aburrimiento patológico es un síntoma de que hay un desajuste entre tus expectativas y lo que estás recibiendo del entorno. Tú tienes una necesidad de estímulo que puede ser distinta para ti, por ejemplo, en diez años, y que incluso puede ser diferente a lo largo del día. Pero la necesidad de estímulo en una persona también viene determinada por factores genéticos, biológicos, sociales, culturales, y lo realmente patológico es que, en algunas situaciones, esa necesidad de estímulo no se encuentre satisfecha, es decir, lo que nos está ofreciendo el entorno no está en equilibrio con nuestra necesidad de estímulo. Por un período determinado, pues estupendo, no pasa nada. Ahora, cuando no existe ese equilibrio y siento que desde fuera no se me está proporcionando el nivel de estímulo que yo necesito, ya entramos en un terreno patológico. Porque esa falta de estímulo está indicando en términos neurofisiológicos un descenso de la excitación cortical. Y esto viene aparejado de una sensación de dolor que tratamos de evitar. Por eso es una patología, pero no en términos de jerga psiquiátrica. Es simplemente una situación anómala que, si es puntual, no hay ningún problema, pero si es crónica, empezamos a experimentar problemas.
¿Qué pasa con el aburrimiento en una época de hiperestimulación como la nuestra?
Estamos desarrollando una tolerancia al estímulo elevadísima: es como cualquier otra droga. Recibimos tantos estímulos de tantos frentes distintos que para sentir realmente algo los estímulos tienen que ser cada vez más intensos y excitantes. Es muy evidente que ya no nos sirve una opción de entretenimiento cualquiera, porque queremos hacer algo completamente exclusivo, que nadie más haya hecho. Entonces es una cuestión crucial que hagamos un esfuerzo por pensar acerca de cómo queremos llenar nuestro tiempo. Obviamente, siempre nos vamos a aburrir: cuando lo conocido ya no representa un reto, siempre está el riesgo de que entre en juego el aburrimiento. Ahora bien, ¿la solución es simplemente llenar el tiempo con esas opciones de entretenimiento que nos pone a disposición la industria del entretenimiento masivo? ¿Debemos llenar nuestro tiempo a base de pequeñas píldoras, pasatiempos, matatiempos que no nos reportan nada, no nos hacen crecer como personas? Ahí está un poco la cuestión. No tenemos que empacharnos de estímulos porque sí, porque al final eso lo que nos deja es un retrogusto amargo.
¿Qué importancia tiene, entonces, en esta época conocer quiénes son estos proveedores de entretenimiento que se esfuerzan en captar nuestra atención?
Es que, al fin y al cabo, detrás de ese entretenimiento hay multinacionales que tienen ciertos intereses. También es importante que tú hayas reflexionado, que hayas hecho el esfuerzo de conocerte a ti mismo, como diría Sócrates, o de atreverte a pensar, como diría Kant, pues ya que vas a decantarte por el camino, estaría muy bien que supieses que no estás engordando las arcas de una multinacional que apoya determinadas causas políticas que quizá estén totalmente en contra de tus valores.
En el libro realizás una tipología del aburrimiento, y una de las variantes es el aburrimiento sencillo, ese que todos padecemos en algún momento. ¿Es así?
Sí, no hay ningún problema con ese tipo de aburrimiento. Uno puede ensayar cualquier cambio y el aburrimiento desaparece. Es pasajero.
En segundo lugar, aparece el aburrimiento situacional cronificado, ese que proviene de una situación que no cambia.
Efectivamente. Ese es un término acuñado por mí. Es decir, hasta el momento en el que diseñé el marco teórico para mi investigación solo se distinguía entre el aburrimiento situacional y el crónico. El aburrimiento situacional cronificado está dado por el rechazo de la sociedad capitalista racionalista. Muchas personas hoy se encuentran abatidas, completamente hastiadas en una rueda de tedio que parece imposible romper. Y esto sucede a causa de las estructuras en las que vivimos. O sea, es un aburrimiento social frente al capitalismo. A lo mejor tenemos ideas de cómo podríamos construir otro tipo de sistema bajo el que vivir, pero no sabemos cómo llevarlo a la práctica.
O las mismas estructuras capitalistas (o poscapitalistas) te impiden pensar en una alternativa, tal como afirmaría Mark Fisher.
Eso tiene ya más que ver con un aburrimiento profundo. Es ese punto en el que te has encontrado aburrido tanto tiempo de una determinada situación que todo pierde el sentido. Al final, bueno, una sociedad entera puede estar rechazando el sistema capitalista, pero eso es una suma de muchos individuos. Creo que darte contra un muro constantemente al ver que es imposible escapar o romper la rueda —porque estos son poderes que están muy por encima de todos nosotros— hace que se llegue a un punto en el que seas incapaz siquiera de identificar ese futuro o esa opción más deseable.
¿Podríamos concluir que este aburrimiento profundo es el peligroso?
Peligrosos en realidad son todos, porque el aburrimiento no es un estado en el que uno se pueda quedar. A diferencia de lo que sucede con otros estados como la soledad, que puede ser deseada o no, el aburrimiento nunca puede ser deseado. Y a veces se confunde. Confundimos aburrimiento con el descanso o el relax, y eso no tiene nada que ver. Entonces, cuando uno se encuentra en esa situación de aburrimiento, estás empujado a hacer algo para dejar de sentir malestar. Y en ese estar empujado entran en juego muchos factores tanto personales como colectivos. Y a veces podemos responder a cualquier situación de aburrimiento, ya sea pasajera o crónica, de las formas más desadaptativas. Hay personas, por ejemplo, que para no caer en el aburrimiento del fin de semana beben, consumen drogas. Entonces es cierto que el aburrimiento en sí no es peligroso como tal, pero la respuesta que damos puede serlo. Ahora bien, el aburrimiento al final nunca es el culpable. Donde radica la culpa es en aquello que lo ha fomentado, y sobre todo en cómo decidimos reaccionar frente a eso: si tomamos agencia de ese malestar y decidimos actuar o, en su lugar, nos dejamos llevar por la masa. El aburrimiento profundo es el más doloroso de todos, porque hay momentos en los que uno ni siquiera reconoce ya la raíz del problema. Es un tipo de aburrimiento que en muchos casos es irreversible. En el momento en que entras en ese estado ya más existencial en el que la vida se ha despojado de sentido, la única reacción suele ser de carácter bastante virulento o extremo. Y las reacciones explosivas suelen tener consecuencias explosivas.
El aburrimiento es una insatisfacción con la situación, porque esta no cumple con tus expectativas y te hace sentir que estás perdiendo el tiempo.
¿Qué rol juega allí entonces el deseo? ¿El deseo es la contraparte del aburrimiento?
Eso decía Schopenhauer. Él decía que siempre nos movemos en un péndulo que va del deseo al aburrimiento y del aburrimiento al deseo. Yo no creo eso. Porque no todo lo que uno consigue y no todo lo que deja de representar un reto deriva necesariamente en aburrimiento. Es decir, hay cosas que yo sé perfectamente cómo van a ser y aun así no me aburren. Hay gente, por ejemplo, a la que le apasiona correr todas las mañanas por el mismo lugar. Corren siempre por los mismos sitios, escuchando siempre la misma playlist y eso no les aburre. Entonces, no creo que el aburrimiento sea la otra cara del deseo. Sí me doy cuenta de que gran parte del aburrimiento que experimentamos en la actualidad está fomentado por un deseo incesante. Estamos muy hambrientos de experiencias, pero a un nivel que no se ha experimentado nunca jamás. Es como si tuviésemos una barra de tiempo-espacio que necesitamos ir llenando de experiencias. Como si tuviésemos un álbum de cromos [figuritas] y tuviésemos que completarlo con todas las experiencias posibles.
No solo vivir las experiencias, sino también mostrarlas, ¿verdad? Parecen muy atadas las dos variables.
Claro, tenemos que enseñarlo en redes sociales. Y cuando estoy a punto de completar el álbum, de repente veo en Instagram que ha salido la nueva experiencia de no sé qué y se me genera un nuevo deseo. Y eso, al final, nos reporta aburrimiento. Pienso que la solución a ese problema pasa por buscar la satisfacción en acciones que estén encaminadas al cuidado mutuo. Esto es algo que suena muy cursi, lo sé, pero no es nada nuevo. Es el mensaje de Jesucristo: “Amaos los unos a los otros”. Es el punto de arranque de toda la civilización, pero claro, ha llegado un momento en el que lo hemos dado por supuesto. Y ese tiempo compartido, quizás hoy lo destinamos a otra cosa. Por ejemplo, a chequear las redes. Es como si tuviésemos una checklist donde vamos marcando “deseo, cumplido; deseo, cumplido”, y al final no te das cuenta de que en el momento en el que termines con esa checklist te vas a sentir completamente vacío y vas a necesitar añadir varios puntos más a ese listado. Con eso no se puede dar significado al tiempo de vida.
Señalás en tu libro que el aburrimiento ha sido un fenómeno central de la modernidad. ¿Por qué?
El aburrimiento es atemporal y es ubicuo. Pero lo que pasa con la modernidad es que es un caldo de cultivo perfecto para el aburrimiento. Porque al final donde se encuentra toda la raíz de esa persecución desmedida para conseguir una acumulación de capital es en la modernidad. Es esta escisión protestante que es el calvinismo, de donde surge toda esa necesidad de acumular, producir, para demostrarse a uno mismo y a los demás que se está en estado de gracia. Ahora mismo, lo que tenemos es una variante de eso: ya no nos interesa producir y acumular capital para demostrar que hemos sido tocados por la divinidad, pero sí invertir el dinero de una forma tal que sintamos estar explotando el tiempo al máximo. Y se lo demuestro a los demás para demostrarme también a mí mismo, gracias a los likes que recibo, que estoy en un estado de gracia no ante Dios, sino ante la perspectiva de llegar a los 80 años y al echar la vista atrás poder decir: “Lo he hecho bien, he vivido todas las experiencias que había que vivir”. ¡Pero cuando llegues a los 80 años y eches la vista atrás, te vas a sentir muy vacío! Uno sigue en esa rueda pensando que es la recompensa que va a obtener, la satisfacción de que has aprovechado tu tiempo en esta vida llenándolo al máximo.
Ahora que mencionás lo divino, ¿ese malestar se incrementa cuando la religión deja de ser una variable importante en la vida de las personas?
Absolutamente. De hecho, si hay un momento de la modernidad en el que esto se empieza a notar es en el siglo XIX, cuando ya la muerte de Dios se está anunciando a bombo y platillo, algo que siempre se atribuye a Nietzsche, pero que ya se había anunciado antes. Es el momento en el que esas raíces religiosas se secan y lo único que te queda es perseguir el dinero por el dinero. Trasladando esto a la sociedad actual, esa muerte de Dios lo que nos ha hecho es ser híperconscientes de la brevedad de nuestro tiempo de vida, porque ahora ya no tenemos esa promesa de seguir viviendo en otro reino luego de la muerte. Matar a Dios ha supuesto que ahora seamos híperconscientes de que más allá de esta vida no hay nada, y eso hace que tengamos una presión tremenda por sentir que hemos aprovechado el tiempo. Y eso está asumiéndose ahora más que nunca. Claro que después de haber puesto tanta confianza en el cristianismo, y de haber acabado desencantándonos de él, es muy difícil volver a llenarnos de espiritualidad para dar significado a nuestra vida. Soy muy consciente de que quienes más contentos están, quienes menos sufren, quienes menos miedo tienen a la muerte y menos se aburren y menos solos se sienten son las personas creyentes. Pero somos una generación muy grande de personas que ya somos incapaces de creer en nada, somos ateos puros. Y creo que si queremos volver a llenar nuestro tiempo de forma significativa vamos a tener que hacerlo apelando a algo terrenal, algo que podamos hacer aquí, en este mundo.
A finales del siglo XIX el aburrimiento fue llamado el mal del siglo, ¿por qué?
Porque esta desazón que tenemos hoy no es algo propiamente nuestro. En el siglo XIX muchas personas empiezan a escribir sobre el aburrimiento: los literatos aprovechan ese tedio en el que se encuentran y lo sacan a relucir en sus personajes, mientras que los médicos escriben acerca de casos de pacientes que declaran estar siempre aburridos. Entonces es un momento en el que muchas personas se expresan sobre ese tema y se le llega a considerar así el mal del siglo, porque todo el mundo dice estar aburrido: el que trabaja porque está harto de trabajar, el que no trabaja porque tiene mucho tiempo libre; y las opciones para llenar ese tiempo a través del ocio son también repetitivas: los mismos bailes de salón, las mismas reuniones de negocios... entonces se aburre todo el mundo. Y precisamente a raíz de esa situación nace la industria del entretenimiento masivo, la cultura de masas. Se intenta llegar a todo el mundo, el rico y el pobre, creando mucho estímulo que, al final, es siempre lo mismo. Muchos sonidos, mucho ruido, pero al final siempre es igual, porque ya sabes a qué experiencia te vas a exponer. Entonces, cuando ya nos hemos dado cuenta de aquello que han sufrido nuestros antepasados en el siglo XIX, hay que analizar el asunto, ¡porque es que nos aburrimos en todos los entornos! En el trabajo nos aburrimos, en el colegio nos aburrimos, en los matrimonios nos aburrimos... ¿Qué pasa? Hay demasiado de todo y al mismo tiempo hay demasiado de nada.
Parece algo muy de la posmodernidad, esa esencia líquida en la que todo es más inestable y breve. Los trabajos, las relaciones... cambiamos constantemente.
Claro, y yo creo que tiene que ver mucho con la percepción del tiempo. Creo que somos muy celosos de nuestro tiempo y no estamos dispuestos a permanecer en un trabajo o en una relación en la que empezamos a experimentar algo de aburrimiento y echamos a correr a la mínima de cambio porque no queremos dedicarle nada, ni una pizca de nuestra energía, a algo que no estemos completamente convencidos de que nos va a satisfacer. Y a raíz de esto surge lo que se conoce como el síndrome FOMO (fear of missing out). Es el miedo a acabar invirtiendo tu tiempo en algo que tú creías que te iba a gustar, pero al final no. O sea, es el miedo a estar haciendo algo y decir: ¿y si me estoy perdiendo de algo mucho mejor? Pues es una obsesión con ocupar el tiempo.
Esto recuerda un poco los planteos de la sociedad del cansancio de Byung-Chul Han, eso de sentir que todo tiene que rendir, llevándonos a la autoexplotación.
No es en esos términos tradicionales tardomarxistas, porque ahora se trata de llenar tu álbum, de completar todos esos espacios temporales con experiencias que sientas que merecen la pena. Yo me peleo mucho con el coreano, creo que no ha estudiado el aburrimiento en términos científicos y que habla de él desde lo que es el conocimiento más puramente humano. Él habla del aburrimiento como algo que hay que recuperar, los momentos en blanco, la pausa, el ir más lento, y a mí todo ese tipo de discurso no me encaja.
¿Por qué no te encaja?
Porque creo que es una de esas personas que defienden el hecho de que tenemos que tolerar el aburrimiento y yo no estoy de acuerdo con eso. El aburrimiento no está aquí para que se lo tolere, sino para decirte que algo está fallando. Tú sabrás si quieres ir al médico a ver qué está pasando, si quieres ahondar en la causa de este malestar, o si quieres inflarte a pastillas y adormecer el síntoma para pasarlo más rápido. Entonces, bueno, no coincido con esa perspectiva.
¿Hay algo bueno en el aburrimiento? ¿Qué pasa con ese extendido tan común de que el aburrimiento es disparador de la creatividad?
¡Ya nos encantaría que fuese así! Pero no lo es. Sí hay algo bueno en el aburrimiento, siempre y cuando estemos en condiciones de escapar de él. Los seres humanos huimos del dolor y buscamos el placer, y el aburrimiento genera dolor, así que de alguna manera siempre te insta a cambiar de situación para dejar de sufrir. Entonces algunas personas interpretan esto como una motivación hacia la creatividad. Pero el aburrimiento solamente te dice “cambia”. Y normalmente cambiamos hacia realidades que ya hemos experimentado. Es decir que muy rara vez el cambio que introducimos en el contexto para dejar de aburrirnos se traduce en algo novedoso, innovador, original. Entonces decir creatividad me parece demasiado.
¿Cuándo te empezó a interesar tratar este tema del aburrimiento? ¿Cuál fue el germen?
La cuestión del aburrimiento llega a mí a través del libro Descripción del ser humano, del filósofo alemán Hans Blumenberg. Allí Blumenberg explica que el aburrimiento es una capacidad que adquirimos en algún momento de nuestro desarrollo como especie antes de ser Homo sapiens. Y lo desarrollamos para evitar que nos quedemos estancados. La capacidad de aburrirnos es una ventaja evolutiva que jugó un papel muy importante en nuestra evolución y sin la que quizá no seríamos lo que somos actualmente. Pero el punto de inflexión en el que decido dedicar el resto de mi vida al aburrimiento es cuando me doy cuenta de que hay personas que lo pasan verdaderamente mal por este tema y que el aburrimiento no siempre es tan positivo como Blumenberg lo pintaba. Me preguntabas por el germen y, bueno, debo decir que soy una persona que se aburre con mucha facilidad, ¿eh? Soy muy exigente [risas].
Si te busco en Instagram, entonces, ¿tu perfil va a estar lleno de experiencias?
¡Ahí no me vas a pillar! Yo soy carne de X [ex Twitter]. Me gusta hablar y conocer el pensamiento de los demás. No quiero ver los álbumes de cromosajes [risas].
Ángeles Blanco es periodista cultural, maestranda en literatura y estudiante avanzada del Instituto de Profesores Artigas.