En nombre de su bisabuela, en realidad, escribió Jaime Ross "Victoria Abaracón". Doña Victoria, "cruza de india con gallego" y que era de Tacuarembó, fue la abuela de la madre de Jaime. "Lo que pasa es que la palabra bisabuela no me gusta", le explicó una vez el músico a la historiadora Milita Alfaro.1 Ross escribió esa canción en 1983, en Ámsterdam, y se grabó por primera vez en Montevideo, a mediados de 1984, con la voz solista de Eduardo Mateo y para el disco Mediocampo, le precisó el músico a Lento.

Algo estaba pasando por entonces con aquella idea de que los uruguayos somos un pueblo nacido de los barcos. En mayo de 1985 se estrenó Salsipuedes, de Alberto Restuccia, acerca de lo que todavía se llamaba "el exterminio" de los charrúas, y permaneció en la cartelera hasta diciembre. Luego vino la novela ¡Bernabé, Bernabé!, de Tomás de Mattos, que en sus primeros diez años vendería 23.000 ejemplares y era aún más inquietante. Entre otras cosas, porque el coronel Bernabé Rivera, sobre quien discurría, fue ultimado por charrúas sobrevivientes de la masacre. Los indígenas seguían vivos y no sólo en la literatura. Por esos años, en la fecha de Salsipuedes, muchos muros de la avenida Rivera amanecían con una impresión en esténcil que recordaba el crimen.

Las organizaciones de quienes se reconocieron descendientes de indígenas lograrían después cosas importantes, como la repatriación de los restos del cacique Vaimaca-Perú y la institución del 11 de abril —el día en que sucedió aquella masacre— como el Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena.

Estaba sucediendo algo que sacudía los moldes habituales de la etnografía, que tenía que movilizar todavía más en un pueblo educado para creerse trasplantado.

Mariela Eva Rodríguez nació en la Patagonia y es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y profesora de la Universidad de Buenos Aires. Tenía publicados numerosos trabajos sobre los tehuelches de la provincia de Santa Cruz cuando, hace 12 años, se conoció con algunos uruguayos que integraban organizaciones de descendientes de indígenas. Lento le preguntó por las categorías para describir qué sucedió con el pueblo charrúa en Uruguay.

"En el ámbito académico, el término reemergencias indígenas alude a casos particulares de pueblos considerados extintos (o desvanecidos) por los dispositivos de poder-saber, que en el presente se organizan cultural y políticamente bajo etnónimos generalmente discontinuados", explicó. Y quiso dejar claro que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa: "No significa que han desaparecido, sino que se volvieron invisibles para las narrativas hegemónicas".

Pero también dijo que hay otras palabras. "En Uruguay, algunos colectivos indígenas han optado por hablar de resurgencia (agua subterránea que vuelve a fluir hacia la superficie, según la geología)”, comentó la investigadora. En todo caso, aluden a procesos de etnogénesis, término que recuerda que la identidad es un devenir, no un dato dado de una vez y para siempre.

Los lectores de la columna sobre investigación científica que publica Leo Lagos en la diaria saben de qué modo la arqueología y la antropología vienen enriqueciendo la imagen de esa herencia escamoteada. Saben, por ejemplo, que dos años antes del último censo las investigaciones genéticas del equipo de Mónica Sans permitieron estimar que en el departamento de Tacuarembó casi la cuarta parte de las personas (24,6%) tenía ascendencia indígena.2

Por eso los resultados del censo pueden resultar un poco decepcionantes: sólo 6,3% de los habitantes de Uruguay reconocía que tenía algún antepasado indígena; en Montevideo era un 6,6%.

El historiador Nicolás Duffau, que integró el equipo curatorial de la muestra "Pasados, presentes y futuros de la independencia", exhibida a propósito del bicentenario de los hechos de 1825 en la Casa de Rivera, mencionó otra decepción. "No teníamos nada de los indígenas hablando sobre sí mismos; encontramos sólo referencias sueltas de lo que podían estar haciendo entonces", le explicó a esta revista. Quien lo oyó recordó una frase fuerte dicha hace unos meses por el antropólogo José López Mazz: "Acá aún no hay una historia indígena, se está escribiendo" (la diaria, 30-11-2024).

¿El problema será entonces que falta la narración, el arte de la "maestra de la vida" para reponer el trayecto de los seres concretos que hicieron esa historia?

Las otras cautivas

La frase de López Mazz continuaba así: "Hasta que apareció el historiador Diego Bracco, poca gente iba a los archivos". La producción de Bracco, por suerte, es extensísima; se concentra en el devenir de los pueblos que habitaron el oriente del Uruguay desde la llegada de los europeos hasta la revolución de la independencia. Podría decirse que su libro Charrúas, guenoas y guaraníes (2004) es el tronco central de un árbol de muchas ramas. Una de ellas es Cautivas entre indígenas y gauchos (2016), en el que narró el trayecto de un manojo de mujeres que tuvieron ese destino. Ese libro hablaba de mujeres blancas, "pero por cada blanca cautiva de los indígenas hay un millar de historias de indígenas cautivas en la sociedad colonial", afirmó el historiador en su conversación con Lento.

A principios del siglo XVIII, las disputas entre las misiones jesuíticas y los "indios infieles" por el ganado de esta banda se exacerbaron. Los misioneros iniciaron una gran campaña contra los charrúas cuya acción decisiva fue la batalla del Yi, que comenzó el 6 de febrero de 1702.

"Al amanecer, les dimos un albazo", narró el conductor del ejército misionero. Los charrúas dejaron muertos a "casi todos sus hombres de pelea, que serían como 400". Pero además los vencedores cautivaron a "mucha chusma de mujeres y niños, que pasan de 500 almas", que fueron repartidos en los pueblos de las Misiones con la precaución de que "en ningún tiempo puedan volver a sus tierras".

Algunos vencidos lograron huir hacia el norte, pero numerosas mujeres se ahogaron intentando cruzar el río Negro. La composición de uno de los grupos que sobrevivieron a la masacre grafica la inviabilidad a la que el secuestro de su "chusma" los redujo: quedaban "80 indios de 14 años para arriba y 18 indias grandes y dos pequeñitas", enumera una de las fuentes citadas por el historiador.

Cuenta Bracco que, más de dos décadas después, intentando convencer a los suyos de que no atacaran Montevideo, un anciano cacique guenoa argumentaba: "Esto os digo, porque soy el más viejo de todos, y luego me he de morir [...]. Mirad a lo menos esas criaturas, que aunque vosotros no temáis al español, ellas, y nuestras mujeres padecerán como suelen".

Sin embargo, en 1751 la consigna de los montevideanos en su campaña contra los guenoas fue pasar a cuchillo a "todo indio mayor de 12 años, reservando el todo de las mujeres y los niños que se cogiesen". Así, a fines de enero, cautivaron a "82 almas entre grandes y pequeñas"; otras 121 "piezas" fueron secuestradas en abril tras la batalla del Tacuarí.

Leandro Bustamante Reina, descendiente charrúa, artista visual y diseñador industrial, en su taller-atelier de Ciudad Vieja, Montevideo.

Leandro Bustamante Reina, descendiente charrúa, artista visual y diseñador industrial, en su taller-atelier de Ciudad Vieja, Montevideo.

Esta vez las mujeres y los niños fueron conducidos a Montevideo. El 8 de mayo "se juntó la gente, y después de haber cogido los oficiales algunas piezas, mandé echar cédulas para contentar la gente, soldados y vecinos de los que llevaron los sujetos, a quienes les tocó la suerte", le explicó al virrey el gobernador montevideano José Joaquín de Viana.

Bracco lamenta no haber encontrado documentos que le permitan narrar qué significaba la experiencia de cautividad para las indígenas. Algo halló sobre los varones, como el charrúa Juan Manuel Herrero, cautivado por José Artigas, que entonces integraba las fuerzas dirigidas por el capitán Jorge Pacheco. El muchacho, que se fugó de la estancia en la que Artigas lo dejó, estuvo preso dos años, acusado de haber raptado a una criolla. Pudo saberse que la imputación era falsa cuando la mujer fue rescatada por las fuerzas de Pacheco el 1º de mayo de 1801, tras la batalla del corral de Sopas.

Esa jornada dejó una evidencia indirecta del significado de la cautividad para las indígenas. En el momento del rescate "se advirtió que las indias mataron porción de niños de pechos por no ser descubiertas en el monte por los que lo registraban, en caso de llorar", narró Pacheco en su diario.

Hace más de medio siglo que Eduardo Acosta y Lara documentó el reparto entre las familias montevideanas de las 300 "piezas" capturadas en Salsipuedes. En su obra La guerra de los charrúas consta la carta enviada al diario El Universal acerca del "estado lastimoso en que se hallan las infelices madres de los desgraciados chinitos repartidos en el cuartel de Dragones el martes último". "Estas desdichadas [...] han sido despojadas del modo más bárbaro de sus inocentes hijos. No hay corazón que pueda soportar el objeto de ver una de aquellas infortunadas llorar las horas enteras, clamar por sus chiquillos, y a veces hasta arrancarse los cabellos", denunciaba el anónimo corresponsal.3

¿Qué razones aducían las autoridades para justificar estos secuestros? "Seguramente esto fue conceptualizado desde distintas perspectivas a través de ese largo período", le comentó Bracco a Lento. Sin embargo, no tiene dudas de que "la sociedad colonial católica es una sociedad etnocida, no sólo con el mundo indígena, sino con cualquier cosa que se sitúe fuera del catolicismo. Por ejemplificar, un joven sobrino de Francis Drake naufragó en 1578 en donde ahora está Maldonado. Fue capturado por los indígenas e iba a ser negociado para rituales de antropofagia pero consiguió escaparse y llegar a Buenos Aires. Uno diría “¡uf!, después de todo esto se salvó”. Le fue peor. Por su condición de hereje anglicano, terminó en las cárceles secretas de la Inquisición en Lima, de las que salió siete años después diciendo que finalmente se había dado cuenta de que el catolicismo era la única religión".

"Hay numerosos ejemplos de indígenas que, sin que mediara una violencia excesiva, buscaron integrarse a la sociedad colonial", matizó Bracco. "Pero también hay muchos ejemplos en los que la sociedad colonial tiene una victoria militar, los guerreros mueren o se escapan y las mujeres y los niños quedan prisioneros. ¿Por qué quedan prisioneras las mujeres, tan hábiles como los hombres, por ejemplo, para evadirse en el monte? Porque la opción es entre quedar prisionero o abandonar a un chiquito de 6 meses, otro de 2 años y otro de 4. Y eso hace que demográficamente la sociedad colonial crezca y que decrezcan las culturas indígenas. Y eso es especialmente agudo en nuestro territorio, en este espacio que era de frontera interimperial. En Argentina el mundo indígena tenía un territorio al que retirarse, aunque fuera crecientemente hostil desde el punto de vista climático. Lo mismo les pasaba a los apaches. Pero en lo que terminó siendo Uruguay no existía esa posibilidad. El espacio se fue achicando y en 1830 ya no había tierras de nadie en donde, a cambio de una obediencia teórica, las autoridades estuvieran dispuestas a conceder un predominio práctico a las naciones indígenas".

Los otros charrúas

Con distintos modales serían invisibilizados los que cierto sargento, en una carta al general Fructuoso Rivera, llamó "los otros charrúas": los indígenas cristianizados en las misiones jesuíticas, los tapes, mayormente guaraníes.

Para el Estado Oriental, formalmente, eran libres. Pero, como los afrodescendientes, muchos de los varones tuvieron que servir en el Ejército como soldados de línea. Los apellidos guaraníes eran mayoría, por ejemplo, en el Regimiento de Dragones de la Unión.

Los investigadores han probado que su presencia fue abrumadora al norte del país. Para hacerlo se han valido de los registros parroquiales, que son el medio para conocer de nacimientos, matrimonios y defunciones antes de la creación del Registro Civil. La antropóloga Isabel Barreto y el historiador Andrés Azpiroz, por ejemplo, revisaron los libros de Paysandú, Salto, Belén y Tacuarembó de la primera mitad del siglo XIX. Encontraron que 76,7% de los bautismos salteños y 73,8% de los sanduceros fueron de indígenas. En Tacuarembó el porcentaje fue de 42,8%. Sólo en Belén puede hablarse de una presencia minoritaria (9,6%). Los investigadores señalaron que alrededor de 80% de los casos correspondían a indígenas misioneros.4

En el sur también estaban, aunque su presencia era menor. La antropóloga Joanna Vigorito revisó las actas de San Carlos entre 1771 y 1850 y encontró que 7% de los matrimonios, 4% de las defunciones y 2% de los bautismos identificaban a los sujetos como misioneros o mestizos.

Mónica Aragonés Padilla, en Piriápolis. Mónica es socióloga y descendiente charrúa y colabora con la Comunidad Charrúa Basquadé Inchalá.

Mónica Aragonés Padilla, en Piriápolis. Mónica es socióloga y descendiente charrúa y colabora con la Comunidad Charrúa Basquadé Inchalá.

Vigorito observó que, como han documentado también otras pesquisas, la presencia indígena se va volviendo menos frecuente hacia la mitad del siglo XIX.5 Una explicación de esto es el mestizaje. Pero no puede ser la única, pues, salvo que todos los varones misioneros fueran estériles, tendrían que haber sobrevivido muchos más apellidos guaraníes.

Además, hay pruebas de que los misioneros quisieron mantenerse unidos como comunidad y no sólo en San Borja del Yi, el pueblo levantado por los guaraníes que vinieron con don Frutos cuando la Convención Preliminar de Paz obligó a entregar a Brasil el territorio que habitaban.

Azpiroz y Barreto encontraron que en Paysandú, por ejemplo, 74,9% de los matrimonios ocurrieron entre indígenas. Azpiroz compartió con Lento un trabajo suyo de próxima publicación sobre las relaciones de compadrazgo en esa localidad que fortalece esta idea.

Allí los misioneros no sólo se concentraban en una zona determinada de la ciudad, sino que preferían a otros tapes para padrinos de sus hijos. Crisanto Suárez, que era músico en la iglesia, había venido de un pueblo misionero junto a su esposa, María Ignacia Yayú. Fueron convidados a ser padrinos en 15 ocasiones y todos los ahijados de los que se conoce su condición étnica también eran tapes.

Habrá que buscar otras razones para explicar cómo se borraron los apellidos indígenas. Vigorito encontró que las actas bautismales de los hijos de los "indios infieles" apropiados no dicen nada sobre sus padres, como tampoco las de las "chinas" que fueron "traídas" para ocuparse de tareas domésticas. Y también halló casos de personas que en algunos papeles llevaban todavía su apellido auténtico y que más tarde aparecieron con uno español. "La anotación del color de los bautizados da cuenta de una negociación local, una relación social", escribió Azpiroz.6

La lengua de Inalivor

Victoria Abaracón era de la cuchilla de Haedo, del norte de Tacuarembó, le contó su bisnieto a Lento. En esa zona 10,6% de las personas censadas en 2023 dijo que tenía sangre indígena. Y hay localidades tacuaremboenses con porcentajes mayores. En Sauce de Batoví fue 17%.

Pensándolo mejor, quizá ese 6,3% de todo el país no signifique tan poco. Cuando el censo de 2011, 159.000 y pico de personas se reconocieron de linaje indígena. Ahora serían más de 220:000, una población mayor que la del departamento de Maldonado, por ejemplo.

Habrá que ver si la política se entera. “En el país más progresista de la región se habilitó el matrimonio igualitario y la legalización de la marihuana, pero no se reconocen derechos a los pueblos originarios porque resulta intolerable cualquier situación que amenace la imagen del país blanco, más cerca de Europa que de América Latina”, le dijo Rodríguez a Lento comentando el hecho de que Uruguay aún no ha reconocido el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que establece los derechos de los pueblos indígenas.

Martín Delgado, militante del Consejo de la Nación Charrúa.

Martín Delgado, militante del Consejo de la Nación Charrúa.

Para Bracco, la historia también tiene mucho por decir y no descarta que un día se llegue a escribir el relato de aquellas “chinas” cautivas de las familias blancas. “El asunto es que hasta hoy la búsqueda en los archivos es absolutamente artesanal. En la provincia de Corrientes, por ejemplo, hay un archivo importante. Estuve allí y volveré en octubre. Pero hoy no tengo ninguna otra manera de conocer el contenido de un legajo de ese archivo que leyéndolo, y hay cientos de legajos solamente ahí. Si la inteligencia artificial leyera eso, cosa que seguramente hará en algunos años, entonces yo le podré preguntar sobre cuándo aparecen las palabras clave que a mí me importan”, se explicó.

Entre los documentos que espera encontrar están los catecismos en charrúa que sabe que escribieron los franciscanos de la reducción de Cayastá. “En algún lugar tienen que estar”, dijo. “Y a veces”, añadió, “el azar te trae descubrimientos donde no los esperás. Hace unos 15 años apareció en Entre Ríos un semihablante en lengua chaná, y el chaná y el charrúa, según un autor del siglo XVIII, se diferencian menos que el portugués del español”.

Una pena que el padre de este periodista no haya vivido para saberlo. Inalivor Presentación Machado se llamaba su abuela. Su nieto siempre estuvo convencido de que era charrúa. Contaba que algunas tardecitas, desde la altura de las casas del campo de las costas del arroyo Malo (Tacuarembó), donde ella vivía, se veía de lejos llegar al hermano que le quedaba. Que venía del noreste, desde la sierra de Gauna. Que los hermanos conversaban bajito en la cocina en una lengua que mi viejo siempre lamentó no entender.

Salvador Neves (Montevideo, 1966) es periodista y editor en el semanario Brecha. Escribió Seregni. Un artiguista del siglo XX (Ediciones de la Banda Oriental, 2024) junto con Gerardo Caetano y Pepe Mujica: de tupamaro a presidente (Le Monde, 2010) junto con María Esther Giglio. Además, fue el responsable de la investigación histórica para el documental de Aldo Garay En busca de Artigas (TNU, 2011).


  1. El sonido de la calle (1987), Trilce, Montevideo. 

  2. “Ancestría genética y estratificación social en Montevideo, Uruguay”, en Revista Argentina de Antropología Biológica, Vol. 23, n.o 1, https://doi.org/10.24215/18536387e029

  3. “Charrúas, guenoa minuanos y rapto”, História Unisinos, vol. 24, n.o 3, pp. 379-389, 2020, Universidade do Vale do Rio dos Sinos, São Leopoldo (Rio Grande do Sul). 

  4. “Familia y movilidad social en la frontera al norte del río Negro (Uruguay) durante la primera mitad del siglo XIX”, HISTOReLo, Vol. 13, n.o 28, setiembre-diciembre de 2021, Universidad Nacional de Colombia, https://doi.org/10.15446/historelo.v13n28.92358

  5. “Estudio de la presencia indígena misionera en el área sureste del actual territorio uruguayo: abordaje de documentos eclesiásticos de la jurisdicción de San Carlos (fines del siglo XVIII-mitad siglo XIX) desde la antropología histórica”, tesis para defender el título de Magíster en Ciencias Humanas, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República, Montevideo, 2022. 

  6. “Padrinos y compadres en la frontera de Paysandú, 1805-1870”.