Etimológicamente, la palabra tío o tía deriva del griego θεῖος, theios, que significaba "divino", "respetable" o "venerable".
Son casi las ocho de la mañana del 13 de octubre de 2009 en San Miguel de Tucumán, la capital de la provincia norteña Tucumán, Argentina. En el edificio donde funcionó el Banco de la Provincia, ubicado frente a la plaza Independencia, la principal de la ciudad, un joven de casi 40 años es el primero de una fila improvisada que sumará después muchas otras personas. Todas llegaron allí para despedir a Mercedes Sosa, la cantora tucumana que murió nueve días antes.
En el lugar se preparó una especie de capilla cuyo altar tenía la urna con las cenizas de la Negra Sosa para ser despedida por sus comprovincianos. “¿Cómo no voy a venir? Ella nos canta a nosotros, a los que trabajamos. Desde muy chiquito mi papá me enseñó las canciones que ella cantaba, así aprendí a tocar", dice el joven señalando la guitarra que cuelga de su hombro. Después cuenta que quiere entrar primero porque llegó desde El Bracho (localidad que está a 50 kilómetros de la capital tucumana) y que tiene permiso de su trabajo por unas horas. Antes del mediodía tiene que estar de regreso.
"Si lo escuchara mi tía", pensé con un nudo en la garganta. A esos trabajadores les cantó toda la vida.
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A los 5 años no sabía quién era Mercedes Sosa. En el jardín, recuerdo que me preguntaron si yo era su sobrina. Yo decía que no, el nombre no me sonaba de ninguna tía. A todas las tenía identificadas: Lilia (mi madrina) y Eva, las hermanas de mi mamá, Juana, Silvia y Ángela, sus cuñadas. Mi papá tenía una hermana, Marta, pero no la conocía porque ella vivía afuera del país y mandaba postales hermosas desde algún lugar de Europa, la mayoría de Francia.
“¿Por qué me preguntan por una tía Mercedes?”, indagué un día y me explicaron. Mi tía Marta en realidad se llamaba Mercedes, era cantora (eso creo que lo sabía) y estaba viviendo afuera porque "los milicos" —a quienes toda mi familia detestaba— la habían echado y además, no la dejaban volver. También me dijeron que era mejor no responderle esa pregunta a nadie. Algo de eso debe de haberme quedado porque mi tía para siempre fue Marta.
La aproximación a Mercedes cantora vino en un casete que mi papá trajo un día a casa después de haber viajado misteriosamente a Buenos Aires. "Esta es tu tía Marta", me dijo y como carta de presentación recuerdo haber escuchado "El cosechero", de Ramón Ayala. Recuerdo también los aplausos, que me parecían de millones de manos. Tiempo después, supe que esa había sido una grabación directa de consola en un recital que ella había dado en Alemania. Y que esos aplausos venían de muy, muy lejos, como mi tía.
No pasó mucho tiempo hasta que la conocí. Fue cuando volvió a Tucumán a cantar en la cancha de San Martín, el 6 de noviembre de 1982. Todo fue épico. Su llegada, la gente esperándola en el aeropuerto, las calles repletas de personas que la aplaudían. Regresaba después de su exilio y traía en sus recuerdos la experiencia de 1975, cuando ya estando en el estadio recibió una amenaza de bomba. Suspendieron el recital y la sacaron a escondidas del lugar. Nadie de la familia, hasta hace ocho años, supo dónde pasó esa noche. Yo ni había nacido. Regresó a la provincia dos años después y me conoció. Las únicas y poquitas fotos que tengo de beba me las sacó mi tía Marta.
Mi tía Marta nació el 9 de julio de 1935. Mi abuela Ema Girón contaba que a minutos de nacer se escucharon las tradicionales bombas de estruendo con las que se celebra el Día de la Independencia, que se declaró en Tucumán, precisamente, el 9 de julio pero de 1816. Y también que la partera, casi como un mandato, le dijo: "Esta niña va a ser grande". El nombre que ella había pensado para la hija que acababa de nacer era Marta.
"Mi mamá dice que mi papá se olvidó de mi nombre adrede cuando me fue a inscribir al Registro Civil. Y me puso Haydée Mercedes en vez de Marta Mercedes. Mi mamá quería que de primer nombre yo me llamara Marta. Así, sin hache: Marta. Claro, como es lógico, en mi casa mandaba mi papá, pero claro, como es lógico, siempre se terminaba haciendo lo que quería mi mamá. Y entonces todos desde que me acuerdo me vienen llamando Marta. Soy la Marta, y me gusta mucho más ser la Marta que Mercedes Sosa [...]. En mi casa definitivamente soy la Marta. Para la gente definitivamente soy la Negra".
Mi abuela tenía un carácter muy fuerte y era terminante ante cualquier cosa. Fue mamá de su primera hija, mi tía Chocha, a los 14 años. Una vez me contó que después de aquella noche en que concibió a su hija nunca más volvió a ver a "ese tipo". Venía de un padre que la había abandonado, y cuando su mamá formó una nueva familia la dejó a ella y a su hermana al cuidado de un tío. El embarazo de mi abuela disgustó profundamente a su tío, tanto que la puso a servir a toda su familia. Ahí empezó la vida de empleada doméstica de mi abuela. Y así conoció a mi abuelo Tucho. Cuando se casaron ella ya tenía una hija, al poco tiempo quedó embarazada de otro hijo que murió de bebé. Mi tía Marta era la tercera de mi abuela. Dicen que era rebelde, traviesa e intrépida. Su historia lo confirma.
Con el equipo de técnicos durante una gira por Argentina que incluyó el Festival de Cosquín, año 1985.
La crianza de mi tía (y la de mi papá) fue la misma que la de cualquier familia humilde de Tucumán. Vivían muchísimas personas en una casa pequeña que hoy es un museo: el Museo Mercedes Sosa-Casa Natal. Está a una cuadra del parque 9 de Julio, el más importante de Tucumán, y ese fue el patio donde mi tía, mi tío y mi papá crecieron. Allí jugaron, allí llegaron los primeros artistas que vieron en vivo, allí aprendieron de artes plásticas (una pasión para mi tía a lo largo de toda su vida), allí conocieron a Hugo del Carril, a Jorge Cafrune y a otros grandes artistas de Tucumán. Sin saberlo, ese espacio fue el que nutrió de cultura y arte, gracias a las políticas públicas de aquellos años (la década del 40), a una de las artistas más importantes de todos los tiempos en Latinoamérica.
En ese barrio, además, mi tía participaba en competencias de atletismo. Un día, contaban sus hermanos, volvió contenta porque había salido tercera. “¿Cuántos competían?”, le preguntaron. "Tres", respondió. La anécdota era un clásico familiar, como muchas otras de travesuras entre hermanos. Hasta 2009, cuando murió mi tía, la costumbre cada vez que se encontraban era encerrarse a charlar, a contar anécdotas y a reír sin parar. Nadie podía acercarse a esa habitación, no porque nos echaran sino porque las risas se convertían en un silencio absoluto cuando alguno de nosotros llegaba. Códigos de hermanos.
Cuando tenía 14 años mis abuelos viajaron a Buenos Aires a participar en los festejos del Día de la Lealtad Popular, un 17 de octubre. Mi tía aprovechó el viaje para sumar travesuras y se anotó en el concurso de la emisora LV12, hoy una de las radios históricas de la provincia, con otro nombre: Gladys Osorio. Apenas la escucharon la dieron por ganadora y terminaron el concurso. Como premio tenía que volver a cantar en la radio. Para entonces, mis abuelos ya habían regresado. Estaban los dos tomando mate y la escucharon en la radio. “¿Esa no es la Marta?”, le preguntó mi abuelo a mi abuela. Era. Mi abuelo se enojó muchísimo porque ser mujer y cantora en esa época estaba muy mal visto. Finalmente lo convencieron de que firmara un contrato que le permitía cantar en distintos escenarios provinciales. En esos primeros años, mi tía actuaba en compañía de mi abuelo y sus hermanos. Así nació mi tía la cantora.
Mi tía se enamoró intensamente de Oscar Matus, un compositor y cantor mendocino que había venido a Tucumán con sus canciones. "Era un negro ordinario y feo", dirían años después en Mendoza. Y ella, a sus 23 años, era hermosa. Se casaron y partió de su Tucumán para no volver a vivir allí nunca más. Hacia el final de su vida, mi tía dijo que ese hombre que tanto la había hecho sufrir fue el autor de las mejores canciones que cantó en su vida.
Ángeles Mastretta en el libro Mujeres de ojos grandes comienza el relato de la tía Daniela diciendo: "La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota". Al parecer, así se había enamorado mi tía de Matus. Me pregunto si mi tía se hubiera ido de Tucumán si no lo hubiera conocido. La respuesta no la tengo. Ella no me la dio. Pero sí me doy cuenta de que ese amor tan pero tan intenso que ella misma describió se mezclaba con su pasión por el canto. Ese hombre la hizo sufrir mucho. Años después, en mi adultez, en unas de las tantas tardes que compartimos mirando televisión sin mirarla, me contó sobre Matus. Era tan bruto como talentoso e inteligente. Nunca le pude tener ni una pizca de cariño. Pero sí supe que por él mi tía logró encauzar su canto comprometido y su oficio de cantora.
Con su pareja y mánager Pocho Mazzitelli, año 1974.
Esos sentimientos encontrados también los tenía con el canto. Sufría horrores antes de subirse al escenario, verla así era terrible. Mis deseos más profundos eran decirle: "Vamos, tía, volvamos a casa, ¿para qué?”. Pero empezaba a cantar y era otra. Sabíamos cada vez que iba a cantar, ya fuera dentro de la Argentina o fuera del país. A la hora aproximada, mi papá fumaba un montón. "Hoy canta la Marta", decía. El alivio llegaba cuando sonaba el teléfono desde algún lado y era ella. "Me fue hermoso", contaba.
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Las madrugadas en la casa de mi tía ya de grande eran hermosas. Una de las cosas que siempre nos unieron fue el amor por las noches. Yo sabía que ella estaba despierta en su cuarto escuchando música. Ella sabía que yo hacía lo mismo pero en el living escuchando las decenas de discos que traía de todas partes. Muchos venían recomendados por ella. A veces se levantaba y charlábamos de cualquier cosa, pero muchas otras veces eran momentos de confidencias. Fue allí que me confesó que sentía miedo de estar sola en ese living. Que sentía la presencia de su gran amor, Pocho Mazzitelli, y que eso la asustaba. Pocho fue su representante, también su salvador cuando no lograba acomodar su carrera musical después de que Matus la abandonara. A principios de 1978 le detectaron un tumor en la cabeza y tiempo después murió. Con ese duelo terrible, mi tía partió a su exilio. Un doble exilio, de patria y de amor. Cuentan que las discusiones con Pocho eran terribles, que ambos eran muy intensos y apasionados, pero también que eran grandes compañeros.
"Cuando murió Pocho yo no sabía cuánto cobraba, nunca me dediqué a eso", contaba siempre con un dolor que no era sólo profesional.
Me dolía mucho escucharla. La sensación de soledad en sus palabras, en sus ojos, que se volvían más pequeños para retener las lágrimas, me atravesaba el alma. Yo no la abrazaba. Ella tampoco buscaba un abrazo. Mi tía abrazaba como nadie pero sólo cuando tenía ganas. Heredé eso de ella.
Cada vez que teníamos esas charlas volvía mi intriga. ¿Por qué mi tía habrá insistido en este oficio de cantora, que para ella fue destierro, fue soledad, fue dejar a su hijo lejos para que su mamá lo criara por un tiempo, fue dolor? ¿Cómo logró transformar todo eso en canto? Nunca se lo pregunté y calculo que mi tarea es respondérmelo.
Las visitas a la casa de mi tía Marta eran hermosas y a veces largas. Le costaba que nos fuéramos y nos engañaba para que nos quedáramos unos días más. “¿Cómo vas a viajar un sábado? Es horrible la ruta el sábado", llegó a decirme. Sabía que era un engaño y me sigo riendo de esa ocurrencia, absurda, por cierto. Pero raramente viajo un sábado. De esas estadías me quedan las visitas a lugares a los que no hubiera podido acceder jamás. También haber conocido a algunos artistas en la intimidad y sobre todo haber compartido más de un momento con mi eterno gran amor, Charly García. Una de esas veces, recuerdo que tenía pensado volverme un martes; cuando se lo dije a mi tía, me respondió: "Qué pena, porque el jueves viene a cenar Charly". Por supuesto que me quedé y que fue una noche que recordaré para siempre.
Con su hermano Chichi Sosa, su papá, Tucho Sosa, su mamá, Ema Girón, y su hermano menor, Cacho.
Ver a mi tía llegar a Tucumán era hermoso. Había una alegría que sólo la veíamos quienes teníamos ese privilegio de estar cerca. Caminaba descalza por la casa de mi abuela, se reía a carcajadas, veía tele todo el día, pedía comidas: guiso de su mamá, humitas de la mía y empanadas de nuestra provincia. Los sabores caseros que necesitaba para recuperarse de escenarios y viajes. Casi como al pasar contaba anécdotas que mostraban su grandeza como artista popular y política de su época. Mi tía se relacionaba con presidentes y con referentes políticos, sociales y culturales, pero cuando lo contaba era en forma solapada o casual. Así, nos enteramos de que en 2008, cuando fue de gira a Perú, antes de recibir un ramo de flores del entonces presidente, Alan García, lo retó: “¿Por qué ustedes la dejan sola a la señora de Kirchner? Está sola enfrentando a los oligarcas, ustedes no la defienden porque es mujer", le dijo. Después recibió las flores y la reunión siguió con cordialidad.
También nos enteramos de que en los setenta, cuando fue a cantar a España, le pidieron que abriera un concierto que organizaba el Partido Comunista. Ella dijo que no, que correspondía que abriera un artista español, pero no la dejaron negarse. Era porque había una sorpresa para ella: iba a verla nada más y nada menos que Pasionaria, la histórica dirigente del Partido Comunista. Creo que esa sencillez de mi tía impidió que hasta su muerte nosotros, su familia, dimensionáramos su grandeza.
Campesino, cuando tenga la tierra
Sucederá en el mundo el corazón de mi mundo
Desde atrás de todo el olvido, secaré con mis lágrimas
Todo el horror de la lástima y por fin te veré
Campesino, campesino, campesino, campesino
Dueño de mirar la noche en que nos acostamos, para hacer los hijos
Campesino, cuando tenga la tierra
Le pondré la luna en el bolsillo
Y saldré a pasear con los árboles y el silencio
Y los hombres y las mujeres conmigo
Desde abajo del escenario, la tía con la que vinimos en auto desde Tucumán a Cosquín, Córdoba, era otra y se la veía gigante. Sobre todo cuando llegó el recitado de "Cuando tenga la tierra" y la plaza Próspero Molina, donde se realiza desde 1961 el Festival Nacional del Folklore de Cosquín (el más importante de la Argentina), pareció explotar. Yo tenía 6 años y era la primera vez que iba a esa ciudad en la que todavía hoy cuando regreso me siento en casa. Recuerdo los aplausos, los gritos, pero sobre todo la emoción, que en mi pecho era como una vibración. Lloré a escondidas, como muchísimas otras veces en mi vida. El regreso de mi tía al escenario Atahualpa Yupanqui y su enormidad los volví a sentir así muchos años después, cuando ella ya se había muerto.
Mi tía Marta murió la madrugada del 4 de octubre de 2009. Mi hermano y yo llegamos el día anterior, fuimos los últimos en llegar a compartir ese momento que ya sabíamos que se venía. Ya estaba inconsciente, pero todas las luces de los aparatos de los que pendía su vida se encendieron cuando escuchó entrar a mi papá y a mi sobrino Iván. Ellos se fueron y quedé ahí con mi prima Araceli, su nieta. Pasamos toda la tarde las tres juntas con un canal gastronómico de fondo. Casi como en casa pero despidiéndonos.
Recital en Montevideo el 12 de marzo de 2008, cuando fue declarada ciudadana ilustre de la ciudad.
Foto: Pablo Porciúncula, AFP
"Muere una grande. Nace una historia", decía uno de los carteles colgados alrededor del Congreso de la Nación, donde, por decisión de mi padre, mi tío y su hijo, mi primo Fabián, se realizó el velatorio. La cantidad de gente era abrumadora, no paraban de entrar, no paraban de llegar, no paraban de llorar. Al otro día, yendo al Cementerio de la Chacarita, desde una aseguradora de la calle Córdoba un montón de trabajadores de traje y corbata estaban en la vereda aplaudiéndola. Casi al lado, los obreros de una obra en construcción habían frenado sus actividades para despedirla con una reverencia y aplausos. De nuevo mi pecho vibró profundamente con lágrimas que ya no se escondían. Todos despedían a Mercedes Sosa, a la Negra, a mi tía Marta.
Epílogo
Mi tía fue cremada y sus cenizas se esparcieron entre Mendoza, Tucumán y Buenos Aires. La despedida en Tucumán nos la delegó mi primo y estuvimos nerviosos. Fue increíble. La relación de ella con su provincia natal fue conflictiva, sobre todo cuando, en 1995, decidió no cantar allí mientras gobernara el dictador Antonio Domingo Bussi, electo con apoyo del menemismo 19 años después de la dictadura civil militar. Volvió recién en 1999.
La charla con el trabajador de El Bracho me tranquilizó esa mañana. Después fueron llegando fanáticos, amigos, seguidores, músicos, y con ellos anécdotas y el amor para mi tía que ahora nos tocaba recibir a nosotros.
La urna con las cenizas que se arrojaron en el cerro San Javier de Tucumán la trajeron mi papá y mi tío en auto. El viaje lo hicieron ellos dos solos. O ellos tres. Contaban que cada tanto, en el largo viaje, entre charla y charla, decían: “¿O no, Marta?”, y lanzaban una carcajada. Mi familia siempre tuvo mucho humor negro.
Maby Sosa es editora de género e integrante del consejo editorial de Tiempo Argentino, editora de la agencia Presentes y coautora del libro Mercedes Sosa, la Mami, junto con Fabián Matus.