Sentados en el centro vasco Haize Hegoa, en Pérez Castellano, Enrique Poittevin y Maite Bengoa, dos referentes de la cultura vasca en nuestro país, nombran presidentes y personajes históricos uruguayos que caen uno sobre otro como ladrillos que edifican la identidad, la política y la cultura. Todos ellos fueron vascos originarios o descendientes y quizá no lo sabían: "El fundador de Montevideo, Bruno Mauricio de Zabala, era vasco. Mujica, vasco. Larrañaga, vasco. Lacalle, vasco. Fructuoso Rivera, que en realidad era Perafán de la Rivera, también era vasco. Oribe, Berro, Ellauri, Idiarte Borda, Viera, Campistegui, Juan José de Amézaga, Martín Echegoyen, que estuvo en el Colegiado, Pacheco Areco, Iparraguirre, Ordeñana; todos vascos. Si pintás de verde en el mapa de Montevideo las calles que tienen apellido vasco, te puedo asegurar que te vas a sorprender".

Pero no sólo los apellidos hablan de migraciones; los caminos personales y familiares son, en sí mismos, relatos de búsqueda. "Los vascos llegaron con las expediciones de la conquista de América, mucho antes de que fuera un territorio uruguayo", explica Poittevin. En su relato alternan la primera y la tercera persona del plural, los vascos a veces son "ellos" y otras veces son "nosotros". Ambos sienten que su casa es más que Uruguay, pero no por eso justifican lo que otros denominan "descubrimiento": "El encuentro de dos mundos y todas esas cuestiones, en definitiva, fue una invasión europea a este territorio que ya existía sin que lo tuvieran que inventar".

Así, entre nostalgia de una tierra en la que no vivieron pero sienten suya, narran historias de una vida que escucharon desde niños. Generaciones atrás, sus antepasados cruzaron el océano Atlántico huyendo de la invasión de Napoleón, de las guerras carlistas o de la guerra civil española, o quizá acompañando a Colón, a Solís, a Magallanes o a otros tantos aventureros patrocinados por la Corona.

Derrotero

"La cantidad de vascos que llegaron en las expediciones tuvo varios motivos, uno es la relación que tenemos con el mar", apuntó Bengoa, que disfruta rescatar la mitología vasca siempre que tiene la oportunidad. Contó que muchos barcos que viajaron en esa época fueron hechos en los astilleros del País Vasco y con roble local, de destacadas cualidades. "También la tradición familiar y cultural de no separar las tierras familiares hace que en una familia con cuatro, seis o diez hijos únicamente herede la casa y las tierras el hijo mayor, por el mayorazgo", completó la referente.

Este aspecto parece anecdótico, pero llevó al desplazamiento del resto de los descendientes a destinos inusitados: "El resto de los hijos e hijas tienen que salir, así es como los vascos estamos en todos los lugares del mundo. Uno se queda con la tierra y el resto sale, se casa o se va para otro lado. Los primeros se irían cerca, a Madrid, luego a Cádiz y finalmente a América", confirmó Bengoa y su compañero reafirmó: "Algunos hijos iban para cura, algunas hijas para monja y otros venían a América".

Poittevin marida la cultura con la historia y como en una clase describe que hubo tres oleadas de vascos: a la primera inmigración masiva la llama "de vela", por los barcos en los que viajaron, la segunda es "a vapor", a fines del siglo XIX, por la revolución industrial, y la última es la de la guerra civil española. "Que fue incivil, fue una cosa espantosa y liquidó las diferencias que había en lo que pueden llamarse las Españas. Se hizo contra una república incipiente, que tenía ganas de ser algo más que un reino y lamentablemente terminó en eso. Después hubo 40 años de Franco que liquidaron las esperanzas de todo el mundo", resumió el referente vasco.

"Las razones por las que las personas vinieron son tan variadas como seres humanos existen: por amor, siguiendo a una pareja, o por odio, porque no querían saber nada con lo que pasaba allá”, acotó Bengoa. "Entre ellos mi familia, que vino en 1862, y la familia de Maite, que vino en 1949", enumeró Poittevin. Incluso la abuela de Martín, quien sacó las fotos que visten este reportaje, llegó a Uruguay en 1951 desde Pamplona.

Otra casa

Al otro lado de lo desconocido, en los territorios de destino se formaron los centros que nuclearon a las comunidades que se animaron a emigrar. En el caso de los vascos, a fines del siglo XIX se fundó la primera casa vasca fuera de su territorio, en Uruguay, pero tuvo una vida muy efímera y así como nació, murió, cinco años después. Enseguida surgió una casa en Argentina con el mismo nombre, que aún sigue funcionando.

Marcha del Filtro, bajo la consigna "Ningún crimen del Estado prescribe", el 24 de agosto.

Marcha del Filtro, bajo la consigna "Ningún crimen del Estado prescribe", el 24 de agosto.

"Hubo otros intentos, no solamente en Montevideo, sino también en el interior. En 1911 surge el Centro Euskaro y en 1912 surge Euskal Erria, en la calle San José. El primero recogía a vascos únicamente del sur y ante eso se creó Euskal Erria con el fin de recibir a vascos de las dos vertientes de los Pirineos", desarrolló Poittevin.

Empezaron a formarse como centros de ayuda para quienes venían; allí se les facilitaba vivienda, trabajo o al menos una referencia a los recién llegados. "Muchos no sabían ni leer ni escribir y en el registro de entradas en el puerto de Montevideo decían que su apellido era Echeverry, pero no sabían cómo se escribía", relató Poittevin, y explicó que en ese registro se modificó la escritura de varios nombres y apellidos, por esto hoy "muchísima gente ni siquiera sabe que su apellido es vasco" o "se encuentran variaciones del mismo apellido con te o con zeta".

"Los centros vascos se forman originalmente para recibir a ese nuevo aluvión que llegaba, para darles cobijo", señaló Poittevin, y continuó: "Luego se transformaron en lugares de encuentro, donde los hijos de la generación que llegó realizaban sus actividades sociales". Por su parte, Bengoa apuntó que también "funcionaban como núcleos culturales, porque era donde podían hablar su idioma, escuchar su música y bailar sus danzas. Eran un lugar para conocer a las parejas, para ayudarse, protegerse y conocer a otras personas".

Acto homenaje a 88 años del bombardeo de Guernica, el 26 de abril.

Acto homenaje a 88 años del bombardeo de Guernica, el 26 de abril.

Según la Federación de Instituciones Vascas de Uruguay, actualmente hay ocho centros vascos en funcionamiento: tres en la capital y uno en San José, Florida, Colonia, Flores y Salto. Todos tienen entre sus actividades clases de euskera, el idioma que comparten los siete territorios que componen el País Vasco —Vizcaya, Álava, Guipúzcoa, Alta Navarra, Baja Navarra, Lapurdi y Zuberoa—, y lucen orgullosamente la ikurriña, que es la bandera oficial de la comunidad, diseñada con una cruz blanca vertical y una cruz verde en diagonal sobre un fondo rojo.

En simultáneo a estos centros se fueron formando las canchas de pelota. "Como no existía el fútbol acá o aún no había llegado, la cancha de pelota era un atractivo por el deporte y porque propiciaba un lugar de encuentro. Era común que se situaran cerca del almacén de ramos generales, donde se hacían bailes", remarcó el referente.

Pelotaris

El término pelotaris viene del vasco y es por definición toda persona que juegue a la pelota en un frontón. En el centro vasco Euskal Erria hay un trinquete, una cancha cerrada de pelota. Y es allí, en el Centro de Montevideo, donde nos recibe Fabián Hernández, socio que durante este último año se ha encargado de gestionar y remozar las instalaciones para recuperar el lugar donde supo pasar toda su infancia, porque su padre gestionaba la cantina. "Yo vivía acá, estoy agradecido por todo lo que disfruté. El club se abría a las ocho de la mañana, todos los días, sí o sí. En el año 77 los domingos de febrero mi padre tenía que pedir permiso si quería cerrar. La cancha se llenaba, venían los ministros de la corte y gente de todo el país", comienza a contar sin preámbulos su historia y se encarga de resaltar cada tanto que "las cosas cambiaron por todos lados".

Hernández comenta que estuvo gestionando una pensión en el mismo edificio por 20 años después de su padre y resalta: "Conozco los caños, la eléctrica y todos los recovecos. En un año se juntó algo de plata, pero estaba todo muy desordenado. Entonces nos pusimos a ordenar e hicimos contratos nuevos. Vamos despacio, pero vamos andando".

En Uruguay, la cultura del juego de pelota está arraigada en la historia deportiva del país y tiene vigencia. Fuimos anfitriones en 1955 del segundo mundial de pelota vasca, en 1966 del quinto y en 1974 del séptimo. El uruguayo Néstor Iroldi fue campeón mundial en 1966, 1970, 1978, 1980 y 1981, durante nuestra época dorada. No obstante, para demostrar que lo mejor puede estar por venir, los uruguayos Braian Ramírez y Manuel Pelúa, oriundos de Rodó y Minas respectivamente, lograron campeonar en setiembre por primera vez en la historia en paleta cuero en trinquete. También se destaca la trayectoria de Leonella Acosta, pelotari procedente de Mariscala, Lavalleja, que ha conseguido varias medallas en los últimos Panamericanos y ha ganado torneos en suelo europeo. Y es imposible olvidarse de la gesta de los uruguayos Gastón Dufau, Andrés Pintos, Pablo Baldizán y Felipe Spinoglio en 2015, cuando se coronaron campeones mundiales en pelota vasca ante España. Pasa el tiempo, pero hay algo que sigue vivo en la tradición pelotari uruguaya.

Partido en el trinquete de Euskal Erria.

Partido en el trinquete de Euskal Erria.

De vuelta al trinquete del Centro, fascinado por la habilidad de los vascos para elaborar la pelota con la que se competía originalmente, Hernández describe paso a paso la artesanía tradicional como una receta: "Tienen un molde para cada herramienta; después de que tienen la base hacen dos ochos y empiezan la costura. Luego mojan para que el material se estire, se pinchan con unos clavos y ahí se sigue cosiendo. Lleva mucho tiempo, no hay cómo imitarlo. Y cuando las pelotas se rompen cambian el sonido y el pique; cambia todo. Los vascos, los tipos que las hacen, tienen una mano bárbara y logran que la pelota lastime menos, así podemos jugar con la mano directamente, como se hacía originalmente", valoró.

Un sábado como tantos, en el centro vasco Euskal Erria se amuchan aficionados de todas las edades en las gradas rectangulares que rodean el trinquete mientras dos equipos castigan la pelota contra la pared por turnos y en parejas ante la mirada atenta de un árbitro. La Federación Internacional de Pelota Vasca describe el trinquete como "una estructura cerrada de 28,5 metros de largo por 9,3 metros de ancho, con una altura uniforme de 9,5 metros". Allí se pueden practicar las distintas variaciones de pelota vasca, como mano, paleta cuero, paleta mano, xare —con una herramienta similar a una raqueta de tenis, pero más pequeña— y pelota olímpica. Esta última, por más contradictorio que suene, no es un deporte olímpico.

Volviendo al terreno de juego, desde arriba la acción se ve completa y no se corre el riesgo de sufrir un pelotazo. Tanto en las gradas frontales como en las laterales, la gente comparte mate y bizcochos mientras comenta el punto a punto cómodamente. Desde abajo, el ruido de la pelota contra la pared es fuerte e incesante y entre los pelotaris se mezcla el árbitro, que observa desde la cancha la acción en primera persona. Acá no hay VAR y el único elemento digital es el tanteador que anuncia el marcador. En el búnker enrejado lindero al trinquete, unos barrotes protegen a las duplas que competirán próximamente.

Entre ellos, Marcelo Mundell anota en una libreta los resultados y llena formularios mientras supervisa que la jornada se desarrolle con normalidad. Mundell es el encargado de la Comisión Pelota Vasca del centro organizador del torneo, donde esta tarde 28 personas repartidas en 12 parejas y ternas de siete clubes diferentes luchan por la gloria. Este campeonato es organizado por la Federación Uruguaya de Pelota, que congrega a todos los pelotaris de Uruguay en todas las disciplinas. La disciplina en la que están jugando tiene siete divisiones de hombres y una de mujeres. Cada partido dura 20 minutos aproximadamente. Gana quien logre 16 tantos.

Sobre la cultura deportiva, el encargado del torneo valoró que "afortunadamente, es una práctica extendida por todo el país. Creo que no hay nadie que no tenga un abuelo que haya jugado de mano. Es un deporte que tiene más de un siglo acá, desde que en 1900 apareció un vasquito del otro lado del Río de la Plata y, como nadie quería jugar con la mano, él agarró un omóplato de vaca y así formó el primer concepto de paleta; él hizo la primera paleta, que de hecho se llama vasquito".

Tras esa anécdota le sigue otra incluso más pintoresca: "Poco a poco la pared del costado de las iglesias se transformó en una cancha, de hecho, hay muchas fotos de los curas y los monaguillos jugando de mano en la pared de la iglesia vistiendo la sotana", contó Mundell, quien llegó a este deporte gracias a su tío, que a los 9 años lo metió dentro de una cancha.

Enrique Poittevin y Maite Hegoa, integrantes del centro vasco Haize Hegoa.

Enrique Poittevin y Maite Hegoa, integrantes del centro vasco Haize Hegoa.

Al compás

Entre los espectadores de la fecha de pelota vasca está Melody Auchaín, que es puro entusiasmo y contagia con su tono amable que invita a escucharla. Mientras recorremos los salones del centro donde baila con su grupo, cuenta que hace 22 años que dedica buena parte de su tiempo a los grupos de danzas vascas. Hace poco se incorporó a Euskal Erria y antes bailaba en otra institución. Al grupo que coordina actualmente asisten 11 integrantes con edades que van desde los 24 años hasta su propio padre, que tiene 69.

"Vienen todos a bailar. Cada uno baila a razón de lo que puede, de sus capacidades, pero bailamos todos juntos. Hay bailes que no son para todos y otros que sí, pero bailamos todos juntos. Y es lo lindo que tiene. Incluso hay unos bailes que los más grandes lo hacen un poquito más al piso y los más jóvenes lo saltamos un poco más, pero bailamos todos juntos", reiteró la tallerista, que, con su mantra, deja entender que en la danza vasca no hay lugar para individualismos.

En esas danzas se enseña a contar, los oficios, las partes del cuerpo y hasta los números.

"Existen bailes puntuales que se realizan según la época del año, según el pueblo o, por ejemplo, los bailes de carnaval, que son más alegres y tradicionales. Creo que los bailes de plaza engloban a toda la cultura vasca en general", resumió la bailarina, y completó: "Aunque vayas a un pueblo vasco o a otro, siempre vas a encontrar en una plaza una banda tocando y gente bailando. Pueden cambiar detalles como si a un mismo paso le llaman de una manera o de otra, pero todos hacen más o menos los mismos pasos". Y agrega: "Hay muchos elementos mitológicos de los personajes del carnaval que se ven reflejados en el baile: están las brujas, los momotxorros, que son personajes vestidos con cueros, pieles y cuernos. También en época de vendimia la ropa que se usa se refleja en la danza y en la vestimenta con las cintas del pelo de las mujeres, que siempre están relacionadas con la época del año".

Un truco rápido

Así como la danza une, también lo hace el juego. En la misma grada del trinquete, observando otro partido de pelota vasca un poco más tarde nos encontramos con Fabián Orradre, joven presidente del centro vasco Euskero, lugar al que se acercó por su familia desde muy chico “más que nada por el mus”, confiesa.

El mus es un juego de cartas vasco con más de 200 años de historia. Se juega con cartas que acá identificamos como clásicas o españolas, comúnmente se enfrentan dos parejas y tiene varios aspectos en común con el truco. “Ambos juegos comparten la modalidad de los envites o apuestas; la diferencia más marcada es que en el mus no se puede mentir, únicamente engañar, y en el truco sí”, comparó el presidente del centro.

Aunque en torno al juego se ha formado una comunidad interesante que incluso atrajo a los más jóvenes, Orradre reconoció que “el recambio generacional está costando bastante. Es algo de lo que se habla siempre, que las nuevas generaciones se acercan menos a los centros. No es mi caso, pero de mi generación para abajo es complicado encontrar. Creo que a todos los centros les está pasando lo mismo, no solamente a los centros vascos, porque hay cada vez más actividades”.

La herencia vasca se transforma y se proyecta, tejiendo puentes entre generaciones, cuestionando lo que permanece y lo que cambia. Más que nostalgia, es impulso: el deseo de recordar, de celebrar y de seguir buscando nuevos modos de pertenecer a dos tierras al mismo tiempo.

Facundo Verdún es periodista en la diaria y escribe historias en las que el pasado reciente se cruza con el deporte, la memoria y la política.