"Un pueblo de buena raza con pocos hijos tiene un boleto de ida hacia la tumba", dijo Heinrich Himmler, el jefe de la Policía alemana en 1937, en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Diez años antes, en su discurso de ascensión, Benito Mussolini hablaba así: "Todas las naciones y todos los imperios han sentido el azote de su decadencia al ver disminuir sus tasas de natalidad".
Casi 100 años después, los gobiernos de ultraderecha actuales recogen el guante. Primero lo hizo Francesco Lollobrigida, funcionario y cuñado de la primera ministra Giorgia Meloni, en la Italia en la que Mussolini no logró su objetivo de aumentar la población de 40 a 60 millones de personas para 1950. "Los italianos están teniendo menos hijos, están siendo reemplazados por otras personas", dijo en abril de 2023, apuntando contra la inmigración. En 1937, Himmler había usado otro enemigo para hablar de la caída de la natalidad: la homosexualidad. Y en este 2025 el presidente argentino, Javier Milei, eligió a los feminismos: "Se les pasó la mano en atacar a la familia, atacar a las dos vidas, y lo estamos pagando con caídas en la natalidad".
En Europa y Asia, la caída de la natalidad hace décadas es un problema principalmente de los países con ingresos altos. "Italia está desapareciendo", dijo Elon Musk en 2022, cuando se registró un descenso de 0,3% de la población de ese país. Pero en el último medio siglo se está viendo algo inédito: un descenso abrupto de la fecundidad en países de ingresos medios, muchos de ellos de América Latina.
En 1950, las mujeres latinoamericanas tenían en promedio casi seis hijos. Un fuerte contrapunto con la situación actual de la región, que registra 1,8 hijos por mujer, cifra que se espera que siga bajando: a 1,68 en 2050 y 1,65 en 2100, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. La mínima está en Chile (1,03, según el Instituto Nacional de Estadística) y la más alta, en Haití (2,63).
Esta caída coincide con la disminución de las tasas de fecundidad a nivel global. Un informe sobre el estado de la población mundial realizado en 2024 por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) registró a nivel global una tasa de 2,3 hijos por mujer. La media global aún es más alta que el mínimo necesario para que exista el reemplazo generacional, es decir, el promedio de hijos que una mujer debería tener para que la población se mantenga de una generación a otra, que se ubica en 2,1. Sin embargo, se espera que las cifras demográficas del planeta toquen techo a lo largo de este siglo y entonces comiencen a reducirse. Actualmente, una de cada cuatro personas vive en países que ya alcanzaron su punto máximo de población.
¿Tenemos que alarmarnos? ¿Desaparecerán sociedades?
"La situación es bastante inédita dentro de la historia de la humanidad. Si bien lo demográfico siempre convoca algún miedo atávico y discursos alarmistas, como la desaparición de una cultura o que nuestra comunidad real o imaginaria cambie radicalmente, no me resulta sorprendente que ahora sea un tema central. La fecundidad está en los valores más bajos de la historia", introduce el demógrafo uruguayo Ignacio Pardo, coordinador del Doctorado en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, en una conversación con Lento.
Campos de batalla
La fecundidad se considera baja cuando está por debajo del umbral de reemplazo, que es dos hijos por mujer. Algunos países de Europa y Asia lo alcanzaron en las últimas décadas del siglo XX, mientras en América Latina esto sucedió a principios del siglo XXI. "Lo que es muy llamativo es que en los últimos ocho, nueve años cayó a números ultrabajos, es decir, debajo o cerca de 1,3. Ahí está la fecundidad hoy de Uruguay, Chile, Argentina. Están muy cerca de 1 y eso pasó en muy poco tiempo", subraya Pardo, especialista en fecundidad, familia y políticas de población.
La socióloga chilena Martina Yopo Díaz, especialista en natalidad, género y maternidad, coincide con el veredicto: "La baja de natalidad es hoy uno de los desafíos demográficos más importantes que están enfrentando las sociedades en el mundo".
Una preocupación compartida es el impacto que la caída de la natalidad tiene, inequívocamente, sobre el envejecimiento y el decrecimiento de la población. "Pone una presión muy grande sobre la organización de sistemas sociales clave, como el trabajo, la economía, el cuidado, la salud, la educación y las pensiones. Toda la organización social de aquellos sistemas está basada en el principio de que va a haber nuevas generaciones que reemplacen a las generaciones anteriores que van envejeciendo y muriendo. Eso supone desafíos sociales importantes", dice Yopo Díaz.
Sin embargo, los especialistas consultados para esta nota advierten sobre los usos políticos y la valoración que se le da a la baja de la natalidad: "Lo demográfico muchas veces es un campo de batalla en el que se discuten otros temas", reconoce Pardo.
La preocupación por la natalidad tiene muchos antecedentes. Durante el siglo pasado encontró una especial resonancia en países que proponían un crecimiento poblacional para tener un mayor poderío militar, como fueron la Italia de Mussolini y la Alemania nazi. También estuvo asociada con el desarrollo económico: aquellos países con mayor crecimiento económico eran los que contaban con una industria más desarrollada, la cual requería un incremento de la mano de obra, es decir, más población.
La natalidad, además, fue un foco de atención de la Iglesia católica. Esta corriente más moral del natalismo promovió políticas para oponerse a la planificación familiar, que a mediados del siglo XX se extendió por el mundo. Rápidamente, esta preocupación se asoció con el avance de los derechos sexuales y reproductivos. A fines del siglo pasado, entre 1994 y 1995 surgieron textos en respuesta a lo que se considera la tercera ola feminista, que expande el concepto de género. En 1995, durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Pekín, se adoptó finalmente el enfoque de género para pensar la estructura social, es decir, reconocer las desigualdades, las violencias y las discriminaciones que existen basadas en el género, lo que fue un hito en la lucha por la igualdad de género.
En ese marco, grupos conservadores contratacaron bajo el concepto de ideología de género. "Este discurso es movilizado por una serie de actores organizados para hacer frente a las agendas feministas y LGBTI. La politización del cuerpo y de la sexualidad llevada adelante por estos movimientos, a partir de la segunda mitad del siglo XX, marcó la constitución de una renovada reacción conservadora, que vio en estas dimensiones una amenaza a sus ideas y a su cosmovisión", explica José Manuel Morán Faúndes, doctor en Estudios Sociales de América Latina especializado en sexualidad, religión y política, en ¿De qué hablamos cuando hablamos de "ideología de género"? La construcción del enemigo total (2023).
El concepto de ideología de género fue desarrollado por el sacerdote belga Michel Schooyans, el mismo, curiosamente, que acuñó el concepto de invierno demográfico. Ambos los desarrolla en El Evangelio frente al desorden mundial (1997), con un prólogo del entonces cardenal Joseph Ratzinger (luego papa Benedicto XVI), un texto con el que la Iglesia católica respondió al contexto mundial de avance de la agenda de derechos sexuales y reproductivos, dos años después de la conferencia de Pekín. En él culpa al aborto, el "rechazo a la vida", el "terrorismo anticonceptivo" y la homosexualidad de la posibilidad de que exista un "invierno demográfico", es decir, la disminución extrema de la población por la caída de la natalidad.
En la actualidad, las ultraderechas se están encargando de hacer resurgir y consolidar estas ideas en todo el mundo.
Para Morán Faúndes, la nueva oleada conservadora —como llama al auge de las actuales ultraderechas a nivel mundial— tiene la particularidad de centrarse en la batalla cultural, no sólo en la económica. Y no reacciona frente a los derechos sexuales y reproductivos, sino que adopta un carácter ofensivo contra ellos. Para esto defiende una idea "correcta" de la familia: blanca, heterosexual, conyugal y con muchos hijos.
"En mi opinión, no es el sistema neoliberal en sí mismo el culpable de promover un sistema tradicional y patriarcal de familia. Creo que es la combinación actual, que ocurre sobre todo en Latinoamérica, entre una ultraderecha que propone un modelo neoliberal en lo económico y un modelo conservador en términos morales. Cuando se hace esta conjugación se producen este tipo de propuestas y políticas que derivan en una idea de engrosar la familia con roles tradicionales", dice Morán Faúndes.
Sin embargo, este autor reconoce que existen otras vertientes de pensamiento que consideran el neoliberalismo como conservador desde su origen. "Una de las cosas que decía [Margaret] Thatcher explícitamente y que esta nueva oleada de ultraderecha latinoamericana está trayendo a flote es la idea de que un Estado presente debilita a las familias: cuanto más se agranda el Estado, más pierde la familia heterosexual, conyugal, reproductiva, monogámica. Eso tiene que ver con una lógica subyacente que es la que asume que cuando el Estado está presente, por ejemplo, para brindar cuidado a las personas mayores, para hacerse cargo de personas con discapacidad, para garantizar la educación de los niños, lo que se está debilitando es el rol de las familias en esas tareas de cuidado, educación, etcétera".
El enemigo afuera
"Los avances en igualdad de género no son responsables de la caída en la natalidad. Hay que pensar en factores estructurales, no necesariamente en decisiones que son individuales. Que las mujeres se hayan incorporado progresivamente a la educación superior y al mercado laboral es una buena noticia desde todo punto de vista. El problema es que como sociedad no hemos logrado que las mujeres puedan asumir esos nuevos roles y a la vez que puedan tener las familias que quieran tener", resalta Yopo Díaz.
El feminismo es uno de los enemigos que construye actualmente la ultraderecha global, pero también hay otros que atentan contra el modelo de familia blanca esperado, como la inmigración. En algunos países, principalmente europeos, así como en Estados Unidos, el fenómeno de la baja natalidad trajo consigo la proliferación de teorías conspirativas de todo tipo. Algunas de ellas, como la "teoría del gran reemplazo" y el "genocidio blanco", comenzaron en foros muy marginales de internet y hoy son parte del discurso oficial de gobiernos.
"En Europa está muy en boga la teoría del gran reemplazo, que es una teoría conspirativa que dice que Europa se está quedando sin gente “nativa”, sinónimo de personas blancas, producto de la baja de la tasa de natalidad y además porque están siendo “reemplazados” por inmigrantes árabes, africanos, etcétera. En Estados Unidos se habla de “genocidio blanco” y está asociado con el supremacismo blanco", dice Morán Faúndes.
Atentados como el que ocurrió en una mezquita de Christchurch (Nueva Zelanda), en 2019, cuando un joven australiano mató a 51 personas, y la masacre de 2022 en Búfalo, Nueva York, donde un hombre mató a diez personas negras, fueron inspirados en estas teorías. Además, esta paranoia demográfica impulsó a los gobiernos a adoptar políticas natalistas para engrosar la población blanca "nativa", combinadas con más barreras de entrada a inmigrantes. En Hungría, por ejemplo, existe un plan de acción con siete puntos para la protección de las familias, que incluye el otorgamiento de préstamos a las familias para que tengan hijos, exención fiscal de por vida para mujeres con cuatro o más hijos y licencias maternales con duración de tres años, entre otros puntos.
"En muchos países se vuelve a poner a las mujeres en el hogar a criar a un precio carísimo y con un efecto mínimo. Lo que está estudiado sobre las políticas pronatalistas, que son, por ejemplo, las de Viktor Orbán [primer ministro de Hungría], es que gastan un montón para incentivar nacimientos y la aguja de los nacimientos se mueve mínimamente o no se mueve. Hay una dilapidación de recursos bastante irracional. Tienen que ver con la posición ideológica de esos gobiernos: “Tengamos hijos por la patria”", subraya Pardo.
Tiempos de incertidumbre
Lento salió a buscar testimonios de personas en edad reproductiva de clase media, que respondieron lo que viene a continuación.
Cecilia, de 29 años, camarera y estudiante de Psicología, dice: “Dudo muchísimo de si ser madre o no. Más allá de mis ganas o no ganas, lo dudo por el contexto en relación con el tema climático o ambiental. No veo un futuro muy positivo y eso me da miedo. También lo dudo por la economía. Hoy es difícil mantenerme a mí sola, no me quiero imaginar a otra personita”.
Pablo, 38 años, profesor de Artes Visuales: “Tuve muchos vaivenes respecto de esa idea. Hasta no hace mucho creía que ya no sería padre, que no tenía sentido traer a este mundo una vida porque es mucha la crueldad que impera. A eso se le sumaba lo difícil de sostener una vida, en el amplio sentido de la palabra [...]. Hoy, no sé si tiene que ver con mi edad y con la de mi pareja, pero vuelve a rondar el deseo de paternar”.
Laila, 28 años, licenciada en Ciencias de la Comunicación: “Siempre pensé que quería ser madre y que prefería adoptar a tener hijes biológicos. Desde chica siempre me asustó mucho la idea de traer más personas a un mundo que ya está superpoblado y en el cual probablemente falten el agua y muchos recursos naturales, entonces pensaba en por qué traer a más gente a este mundo si ya hay un montón de niñes que no tienen familia y deberían tenerla”.
Agus, 33 años, trabaja haciendo soporte técnico y estudia Medicina: “En este momento y de cara al futuro no me imagino viendo al mundo volverse hacia las comunidades, la sororidad, la crianza compartida, el cuidado del entorno y la solidaridad, que es el único contexto en el que me imagino estar de acuerdo con que se siga reproduciendo el humano”.
El reciente informe del UNFPA “La verdadera crisis de fertilidad: la búsqueda de agencia reproductiva en un mundo cambiante”, publicado en junio de 2025, se enfocó en las respuestas de unas 14.000 personas de 14 países para entender las razones de la baja de la fecundidad. Un 39% de las personas encuestadas sostuvo que las limitaciones financieras afectan su capacidad para tener la cantidad de hijos que desean. Entre los motivos más citados estaban también la falta de acceso a una vivienda digna, la precariedad laboral y el alto costo de la educación y del cuidado de las infancias. Pero también nombraron otros: la preocupación por los conflictos armados, el medioambiente, el clima político. Un 31% afirmó que tenía menos hijos de los que hubiera deseado.
¿Cuál fue la conclusión? Millones de personas no tienen hijos o no tienen tantos como quisieran porque se enfrentan a barreras económicas y sociales que se lo impiden.
Desde Chile, donde se dedicó a estudiar estas tendencias en el país que tiene la tasa de fecundidad más baja de la región y una de las más bajas del mundo, la investigadora Yopo Díaz trabaja sobre el concepto de infertilidad estructural.
“Estamos viviendo una falta de condiciones sociales, políticas, económicas y medioambientales para poder tener hijos y criarlos en condiciones dignas y sostenibles. Es lo que vemos con el aumento de los costos de vida, la erosión de la seguridad social, lo difícil que es para los jóvenes poder optar por una vivienda. También porque se mantienen las desigualdades de género en el cuidado y la crianza. Y por último esta idea del futuro distópico, las crisis climáticas, los conflictos armados. Los auges de las ultraderechas están configurando imaginarios sobre el futuro muy distópicos en los cuales las personas no ven posible reproducirse y traer hijos al mundo”, explica.
En América Latina una cuestión no menor en la caída de la natalidad fue el descenso del embarazo adolescente. En 2023 en Argentina la tasa de fecundidad adolescente fue de 11,5, 64% menor en relación con el año 2005. Se logró, sobre todo, gracias al Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia, hoy desmantelado por el gobierno de Milei.
Más allá de la decisión de querer o no ser madres o padres, un factor clave en la caída de la natalidad es la decisión de no tener más de uno o, a lo sumo, dos hijos. “La fecundidad toda la vida estuvo compuesta por una parte buscada y otra no buscada. Ahora la parte no buscada tiende a ser mínima en los países de fecundidad más baja, entonces se empieza a vislumbrar la cantidad de hijos que efectivamente las personas deciden tener. Quizás no hay que mirar lo más llamativo, que son las personas sin hijos, sino la desaparición de las descendencias altas. Este descenso de natalidad está compuesto sobre todo por personas que deciden no tener un segundo o tercer hijo porque la experiencia con el primero ya les resulta exigente”, explica desde Uruguay el demógrafo Pardo. En este sentido, aborda la idea de “parentalidad intensiva”. “El concepto trata de reflejar la idea de que un hijo en esta época implica para los padres una concentración mayor de recursos de tiempo, emocionales, económicos que lo que era tradicionalmente. Eso necesariamente lleva a no elegir tener cuatro hijos, porque eso implicaría brindarles menos recursos per cápita. La decisión de las personas se ha volcado no a la cantidad de hijos, sino a brindar todo a un hijo único”.
¿Y ahora qué hacemos?
“Quizás la mejor política demográfica tiene que ver con las personas que ya nacieron y no con el incentivo de nacimientos”, dice Pardo. Algo similar sugiere el informe del UNFPA. Propone cambiar el enfoque de lo cuantitativo a lo cualitativo: “Como respuesta a esta situación, todos nosotros, sin olvidar a los responsables de la formulación de políticas, hemos de preguntar qué es lo que la gente quiere y necesita. No debe ser una idea a posteriori, sino la primera reflexión y la más importante al abordar cuestiones demográficas”, argumenta Natalia Kanem, directora ejecutiva del UNFPA.
Más allá de las preocupaciones asociadas a la baja natalidad, cabe preguntarse si este contexto trae, también, oportunidades.
“Cuando hablamos de crisis de natalidad siempre hay una mirada al problema, muy distópica, de los desafíos y las dificultades, que son reales y que hay que abordarlos. Sin embargo, es importante analizar y poder determinar si es que esta nueva realidad demográfica también supone ciertas oportunidades”, dice Kanem. Y asume una realidad: “Es vital que como sociedades produzcamos evidencia para entender estas tendencias, sus causas y consecuencias, pero también para adaptarnos a una realidad demográfica que llegó para quedarse”.
Agustina Ramos es periodista argentina y se dedica a temas vinculados al género y de interés general. Trabaja en la agencia Presentes y en medios públicos.