La gente de los llanos de la cuenca del Orinoco le dice "el sol de los llanos" al atardecer porque es cuando estos animales salen a pastar. Esto lo cuenta el antropólogo Daniel Vidart —que pasó sus años de exilio entre Colombia y Venezuela— y lo confirma el guardia de seguridad, casualmente venezolano y llanero, desde la garita del complejo Zapicán, en el Reducto de Montevideo.

El tema salió naturalmente pues la visita al complejo ocurrió precisamente bajo ese sol. Estoy allí para avistar otros animalitos que se asoman cuando menudea la luz, como los murciélagos cola de ratón, que tienen una importante colonia en los ductos de ventilación del edificio.

Quien sugirió esa recorrida fue el mastozoólogo Enrique González, del Museo Nacional de Historia Natural. Derivó de una conversación acerca de la fauna silvestre que sale a recorrer la ciudad cuando se pone el sol. En griego mastos es mama. González se especializa en mamíferos y les pasó lista a los noctámbulos y crepusculares.

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En el subsuelo, el suelo y a veces un poco más arriba está el mundo de los ratones. "Los que habitan la ciudad propiamente son exóticos, fueron introducidos en América, llegaron con los colonizadores. En la periferia —sobre todo, en los baldíos— tenemos otro conjunto de ratones de cuatro o cinco especies autóctonas", precisó el zoólogo.

A nivel del piso y trepando a los árboles, Montevideo cuenta con un marsupial, la comadreja mora. "Está apareciendo cada vez más, como los caranchos y los gavilanes mixtos", comentó. Llegando al arroyo Carrasco hay un representante de los mustélidos: el hurón. Y no es del todo imposible que en el extremo opuesto del departamento aparezca otro, pero foráneo.

Cuenta González que en Melilla hay un criadero de visones del que desde hace 15 años se vienen escapando bichos. Ya hay 36 registros de visones sueltos en un radio de hasta tres o cuatro kilómetros del criadero. "En Chile ya sucedió una invasión de este tipo. Y recién la detectaron 20 años después de que cerraron los criaderos. Lleva tiempo que se multipliquen, pero sucede. Nosotros comunicamos el riesgo al Ministerio de Medio Ambiente ya hace como cinco años. Pero de momento no hay novedades".

Finalmente, atravesando los cielos nocturnos, hay un conjunto variado de murciélagos. En Montevideo están presentes 12 de las 23 especies que hay en el país. Se los encuentra en pequeñas colonias que habitan los domicilios, en sitios como la caja donde se arrolla la persiana o el espacio entre el cielorraso y el techo, o en conjuntos de viviendas que agrupan centenares, como el del complejo del Reducto. Pero están también de los que duermen colgados de las ramas de los árboles e incluso una especie que prefiere las palmeras.

Más alto que estos quirópteros ya no hay mamíferos, sino sus plumíferos predadores. Al caer la tarde, en el cielo del Zapicán aparece alguno de los caranchos que anidan en las alturas del hospital Vilardebó. Sobrevuela atento a la eventual aparición de algún murciélago tempranero. Pero en la ocasión de la visita de Lento tuvo que acostarse sin cenar, porque sus eventuales presas salieron algo después de la caída del sol.

Y a esa hora manda la lechuza de campanario. En sus inspecciones nocturnas González cuenta que ha visto también algún lechuzón orejudo, algún ñacurutú, algún tamborcito.

La comunidad

No hace falta pedalear mucho para visitar otro punto caliente de la fauna capitalina desvelada. Se baja por San Fructuoso hasta la rambla Baltasar Brum y se tuerce el manillar rumbo al oeste, hacia la ruta 1, atendiendo el cordón de la vereda y las bocas de tormenta.

Las cajas de los camiones del progreso tienen su aura. Los que han conducido tras ellos saben que no es de naturaleza metafísica. Se trata de una nube de granos de arroz, de sorgo, de soja, que se levanta desde los camiones que traen la cosecha al puerto. Luego, los granos se acumulan contra el cordón.

El verbo acumular no es accidental. El alimento que se junta es un montón. Lento juntó medio kilo de soja en media cuadra, recogiendo sólo los granos caídos del lado norte. ¿A alguien se le ocurre que Rattus norvegicus no lo advertiría?

¿Hay que presentarla? En Montevideo se llama rata nomás. Pero se llama igual su pariente, la trepadora, Rattus rattus, que desafía la ley de la gravedad buscando nidos, y come huevos y pichones. Le dicen también rata negra y a veces es así de oscura, pero no siempre, como prueban las pieles que el zoólogo guarda en la colección que subsiste en la sede de Ciudad Vieja, mientras espera que algún día aparezcan los recursos para mudarla a las instalaciones adecuadas que la esperan en la reformulada cárcel de Miguelete.

En las bocas de tormenta de la ruta, las ratas noruegas —o grises o de caño o de albañal— comen en grupo. Por eso a Lento se le ocurre preguntar por las "comunidades" de estos roedores. Pero el zoólogo repara en que habría que precisar qué entendemos por comunidad.

"Una rata puede tener entre ocho y 14 crías. Pero una vez que estas se desarrollan, se independizan. Entonces, no forman grupos como podríamos decir, yo qué sé, los ciervos; no forman rebaños. Las ratas son más bien solitarias. Se las puede encontrar comiendo juntas, pero no forman comunidades organizadas como otros animales. El macho y la hembra se juntan solamente para la cópula y, concluida esta, se separan. La hembra va y hace su nido, tiene a las crías y las alimenta", explicó González.

A pesar de su versatilidad metafórica, de las tantas páginas que los humanos hemos llenado a pretexto de estos roedores, la vida de las ratas no parece demasiado interesante. "Los depredadores, como los felinos, a veces matan un animal grande y lo consumen de a poco. De repente están tres, cuatro, cinco días, una semana sin cazar. Pero los animales como las ratas, que se alimentan de semillas, de insectos, de cosas pequeñas, nunca tienen un botín tan grande. Entonces, pasan su jornada buscando comida, salvo en la época reproductiva. En esa etapa, la búsqueda de pareja puede desplazar completamente la búsqueda de comida. Pero no hay mucho más para contar que se sepa", desengañó el investigador.

Quizá algún día se sepa más. Sería raro que su larga convivencia con nuestra especie no haya grabado en alguna de sus moléculas, en alguno de sus comportamientos, rastros inesperados de las experiencias compartidas. Puede que las ratas negras hayan extendido su imperio desde el sur de Asia a Europa de la mano de la expansión del Imperio romano en sentido inverso. Las grises habrían llegado desde las llanuras del norte de China pocos siglos después, durante la Edad Media, quizá en equipaje de Genghis kan o en el de Marco Polo.

Para el zoólogo, estas especies ya tenían entonces las capacidades que les permitieron prosperar junto a los seres humanos. "Son animales sumamente agresivos, de aspecto desagradable, son grandes luchadoras, son sufridas. Imaginate cómo habrá sido viajar en aquellas carabelas de los conquistadores. Pasar dos meses metidas en la bodega sin tener más para comer que madera, cuero o papel, sin agua. Cuando una rata de campo cae atrapada en alguna de mis trampas, se queda ahí, esperando su suerte, tranquila. Si la atrapada es una rata de ciudad, la cosa cambia. Mientras me voy acercando, la bicha ya está gritando agarrada a los garrotes; parece un monstruo, parece el demonio de Tasmania. El murciélago puede colonizar tu casa, pero sin que te enteres. Se va a quedar escondidito. Si las colonizadoras son las ratas, inmediatamente te vas a dar cuenta de que anduvieron merodeando tu alacena. Son muy atrevidas".

Longevidad

De todos modos, con los murciélagos es otra historia. Quizá eso tenga que ver con su inverosímil longevidad. "Un ratón minerito doméstico, por ejemplo, vive un año en promedio. Un murcielaguito del mismo tamaño vive 40 años. Entonces, son los mamíferos más longevos en relación con su tamaño. Otro mamífero muy longevo en relación con su tamaño somos nosotros. Por nuestro tamaño, deberíamos vivir 40 años y vivimos 70, 80, 90, 100. Entre las 20 especies de mamíferos más longevos en relación con su tamaño, 19 son murciélagos y la otra es el Homo sapiens. Y durante esa larga vida, los murciélagos desarrollan diversas interacciones sociales", explicó González.

Las tienen de distinto tipo. "Hay enseñanza y aprendizaje entre los más veteranos y los más jóvenes. En realidad, no podría asegurar si hay una voluntad de enseñar de parte de los más viejos, pero sí puede decirse que los más jóvenes imitan las prácticas de caza de sus mayores".

También hay conductas que entre los humanos calificaríamos de solidarias. "En algunas especies hay sectores de las colonias destinados a guardería. Los machos se juntan por un lado y las hembras por el otro, o bien en determinadas especies hay colonias que son solo hembras. Entonces, sucede que de 100 hembras, 80 salen a cazar y las 20 restantes quedan al cuidado de las crías".

"Y te va a parecer que entramos en el campo del delirio", se atajó el investigador, "pero incluso está documentada la amistad entre ellos". La afirmación supone, por cierto, acordar una definición de lo que, hablando de animales, podríamos calificar como amistad. En el caso, se concibió amistad como una relación extendida en el tiempo entre dos ejemplares que no tuvieran vínculo de parentesco.

El hallazgo se hizo en una colonia instalada en una cueva de Alemania. Fueron colectados todos los animales y los investigadores les instalaron un microchip subcutáneo. La entrada de la cueva tenía la particularidad de que permitía instalar allí un lector que detectase el pasaje de cada uno de los 500 individuos de la colonia. "Así pudieron saber que el número 215 siempre salía con el 301 y regresaban juntos también; que el 173 hacía lo propio con el 290 y así. Sistemáticamente se iban de juerga juntos".

Estas capacidades sociales explican uno de los grandes logros de los quirópteros: ningún otro mamífero, a excepción del ser humano, logra constituir colonias tan populosas. En la frontera de México con Estados Unidos hubo una que llegó a contar con 30 millones de individuos. Actualmente, la más poblada tiene 20 millones y está en la cueva Bracken, en Texas.

Los del complejo Zapicán son unos cuantos menos, pero igual admira verlos volar juntos sobre la placita que hay al final del pasaje F. Una vecina comentó que, cuando está por descargarse una tormenta eléctrica, se reúnen en el cielo y vuelan en círculos.

Amenaza led

El paisaje que habitan estos bichos enfrenta un riesgo radical. Florencia Reichmann obtuvo su título de grado en gestión ambiental con una tesis sobre contaminación lumínica y sonora en el área metropolitana de Maldonado y su costa oceánica, y explicó a Lento que el ancestral empeño humano por iluminar la noche se ha vuelto una amenaza descomunal desde que —en torno al 2000— se desarrolló la tecnología led.

"Esa tecnología está buenísima, porque nos permitió emitir mucha luz con muy poca energía. Entonces lo que se esperaba era que hubiera una reducción del gasto asociado con la iluminación. Sin embargo, lo que sucedió fue que seguimos gastando lo mismo y contaminamos lumínicamente mucho más. Es un proceso muy bien estudiado y documentado. En la última década hay un incremento del 10% anual en el brillo del cielo. Hemos iluminado aproximadamente el 23% de la superficie terrestre", describió.

El impacto del fenómeno sobre la vida es muy profundo, porque "la inmensa mayoría de los organismos que habitamos la Tierra evolucionamos con un ciclo natural de luz y oscuridad, el ciclo ambiental más estable a nivel planetario", argumentó. En consecuencia, "nuestros relojes biológicos nos sincronizan con esos ciclos y, no solo sincronizan nuestro comportamiento, sino un montón de funciones fisiológicas. Cómo manejamos la energía, cómo consolidamos el aprendizaje, cómo descansamos, cómo reparamos tejidos, todo eso está mediado por la luz y la oscuridad".

Hay alteraciones por donde se mire. Hay árboles que florecen antes o después de lo que acostumbraban, con el resultado de que terminan desencontrados con sus polinizadores. Entonces la flor nunca llega a fruto y sin fruto no hay semilla que asegure la supervivencia de la especie. Hay aves migratorias que navegaban los cielos orientadas por la luna y las estrellas y que ahora son confundidas por las luces de la ciudad. En la noche del 4 al 5 de octubre de 2023 más de 900 aves encandiladas se estrellaron contra las ventanas del McCormick Place Lakeside Center en Chicago.

Sin bichos de luz

En la primera línea de fuego está cayendo uno de los escasos insectos bienqueridos por los seres humanos: las luciérnagas. “La bioluminiscencia que emiten tiene una función reproductiva. Las distintas especies de bichos de luz emiten distintos tonos de luz y con distintas frecuencias de prendido y apagado. La contaminación lumínica impide que se reconozcan y se encuentren”, explicó la investigadora.

La importancia del problema impulsó la constitución, en marzo, del Núcleo Interdisciplinario de estudios en contaminación lumínica, alojados en el Centro Universitario Regional del Este de la Universidad de la República. Otro grupo interdisciplinario, el que trabaja en el ámbito de la Facultad de Ciencias acerca de la cronobiología, venía advirtiendo sobre algunos de estos problemas hace ya varios años.

Probablemente, el lector ya oyó a Ana Silva y Bettina Tassino —rostros más visibles del grupo— explicando en algún medio en qué medida la vida tal como la conocemos está indisolublemente unida al ciclo de la luz y la oscuridad.

También las oyeron en la Unidad Técnica de Alumbrado Público (UTAP) de la intendencia capitalina, que tenía ante sí la tarea de renovar la luminaria de la ciudad y entonces terminó de entender los alcances ambientales de esa renovación. El biólogo Andrés Olivera, integrante del grupo de cronobiología, que se había posgraduado en políticas públicas, hizo el nexo.

Hace siete años que la UTAP trabaja con los investigadores. En 2021, según narró Olivera a Lento, se convenió una investigación “que busca abordar de forma integral la evaluación de impacto en la transición de las luminarias en Montevideo sobre la biodiversidad y sobre el cielo oscuro”.

La hoja de ruta de los investigadores debía resultar en conclusiones orientadoras. Los ángulos desde donde mirar el problema podían ser muchos. Se definió que había que comprometer a los astrónomos para evaluar la contaminación lumínica desde el punto de vista físico. En el ámbito de las ciencias de la vida se consideró estratégico abordar el efecto de la luz urbana en el arbolado, los insectos y las aves. Empieza a haber resultados.

Artificial Light and Night (ALAN) se llama la conferencia científica internacional sobre el problema, que a fines de octubre concluyó su novena edición. El enfoque de los investigadores montevideanos fue valorado por esa organización como el mejor de los propuestos. Reichmann, entretanto, cursa su posgrado trabajando sobre el continente entero y contó lo que está viendo: “Las grandes ciudades —San Pablo, Buenos Aires, Lima— están muy comprometidas; muchísima contaminación lumínica, y de luz blanca, la más parecida a la del día, la más desorientadora. Después hay un eje que reúne San Pablo, Córdoba, Buenos Aires y Montevideo donde se concentran la luz y las rutas de tal manera que valdría la pena saber lo que esa barrera significa para las aves que necesitan atravesarla en sus migraciones o para todos los mamíferos de todos los tamaños, que huyendo de las temperaturas del cambio climático intentan emigrar hacia el sur”.

Trabajando en un modelo que pueda ofrecer un mapa de la contaminación lumínica en América del Sur, Reichmann encontró que —así como sucede en Uruguay— en el continente todavía hay “noche oscura”, “parches de oscuridad”, “corredores oscuros”, sitios donde la biodiversidad puede aún guarecerse y andar. Es decir, una situación esperanzadora si logramos mantenerla.

La zoóloga Verónica Quirici, por su parte, que integró el equipo que midió el riesgo de virar de sodio a led en Montevideo, llegó a una conclusión emparentada: la profusa vegetación montevideana, el arbolado, defiende a las aves de los cambios.

Desde la cumbre del árbol más alto, el más sabio de los plumíferos debe estar atento al tema. Como sabía el filósofo de la dialéctica, la lechuza del conocimiento vuela recién al atardecer, un instante después de que se apaga el sol de los venados.

Salvador Neves (Montevideo, 1966) es periodista y editor en el semanario Brecha. Coautor, con Gerardo Caetano, de Seregni. Un artiguista del siglo XX (EBO,2024); con María Esther Giglio de Pepe Mujica: de tupamaro a presidente (Le Monde, 2010), y responsable de la investigación histórica en el documental de Aldo Garay En busca de Artigas (TNU, 2011).