La policía había enrejado todos los cruces de la avenida Abancay, una de las más grandes del centro de Lima, cuando empezaron a lanzar las lacrimógenas. Las decenas de miles de personas que habían salido el 15 de octubre solo podían retroceder. Miranda1 empezó a calmar a sus compañeros de universidad pasándoles pañuelos con vinagre. No era la primera vez que sentía la irritación y la sensación de ahogo. Su miedo era a una estampida causada por la desesperación que generan esas lacrimógenas que la policía no dejaba de disparar. Debían salir en grupo y apurar el paso, pero no correr. Mientras se alejaban, vio a una vendedora de frutas en medio del gas, tapándose la cara, sentada junto a la carretilla que no podía abandonar. Dos semanas después, Miranda Rodríguez, estudiante de sociología de 18 años, no se saca la imagen de la cabeza.

En los últimos años, el grito más escuchado en manifestaciones suele ser: «¡Que se vayan todos!». Es muy poca la gente que se ve representada por las autoridades que se eligen. El país ha tenido siete presidentes desde 2016 y 54 civiles muertos en protestas a manos de policías y militares desde 2020. En esa cotidianidad, la olla a presión estalla cada cierto tiempo y los jóvenes son llamados a impulsar un cambio. Luego, son expuestos a la violencia, la estigmatización y la precariedad sobre las que se sostiene la crisis permanente, y todo parece quedar en el mismo lugar.

Durante el último año de colegio, Miranda sabía que la educación que había recibido en su institución pública era insuficiente para ingresar a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la universidad pública más grande de Perú. Su papá es obrero textil y desde pequeña percibía los problemas económicos en casa cuando no estaba en planilla o no le pagaban a tiempo. Quería estudiar sociología para entender y actuar. Tuvo que prepararse en una academia y hoy está en segundo ciclo.

La delegada de su promoción es Claudia López, de 20 años, a quien sus amigos llaman la teniente coronel Oñá porque cada vez que entra a un aula a dar un anuncio saluda diciendo «oñaaa» (una forma de saludar de las nuevas generaciones). Llegó a Lima desde Juanjuí, en la selva nororiental, hace dos años, y le tomó un año y medio prepararse para ingresar. Antes de eso, ayudó a su papá a vender las naranjas que cosecha. Lo primero que pensó cuando confirmó que había entrado fue: «Un día sin preocupar a mis padres». Como estudiante puede acceder al comedor gratuito y ahorrar pasajes trepando al «burrito», el bus de la universidad.

En Perú conviven hoy la crisis política, que parece eterna, y la de inseguridad, que ahoga el día a día. En las ciudades más grandes, las bandas criminales extorsionan a vendedores en mercados, a bodegueros, mototaxistas, empresarios. Las denuncias por extorsión se han triplicado en los últimos tres años y los asesinatos se han vuelto cotidianos. A fines de octubre, dejaron una granada en un colegio particular en la calle donde vive Claudia, en el barrio de Mayolo, en San Martín de Porres. A eso se suman los robos de siempre. Miranda quisiera quedarse más tiempo en la biblioteca o con amigos, pero regresa antes de que anochezca. Sabe que siendo mujer y joven está más expuesta. Su trayecto en bus toma entre una hora y media y dos horas.

Lima y su trastorno, siempre hay un trasfondo / La zona está tan roja que combina con mis ojos -Trvko

Mucho antes de que Miranda o Claudia ingresaran a San Marcos, Andrea Cier comenzaba su camino político. Tiene 31 años, pero más de una década de participación y liderazgo, sobre todo en San Martín de Porres, el distrito obrero y de migrantes que sus abuelos ayudaron a fundar. Cuando era estudiante, veía grafitis que se oponían a la intervención policial en el barrio, a la altura de la 36 de la Avenida Perú. Jóvenes como ella que daban talleres en parques y canchas de fulbito, que usaban capuchas, fumaban marihuana, hablaban de política y, sobre todo, que rapeaban. Uno de ellos era Eduardo Ruiz, conocido como Trvko, quien más adelante tendría una productora con su hermano y sería vecino de Andrea y sus amigas.

Familiares de las víctimas de la matanza de Ayacucho de 2022 se manifiestan a un año de sus muertes, Ayacucho, diciembre de 2023.

Familiares de las víctimas de la matanza de Ayacucho de 2022 se manifiestan a un año de sus muertes, Ayacucho, diciembre de 2023.

Foto: Alfonso Silva-Santisteban

Esa forma de hacer política era distinta a la que ella conoció en la Universidad Agraria, donde estudiaba ingeniería ambiental y llegó a presidir la Federación de Estudiantes. Los chicos del colectivo SMP031 la animaron a postular para dirigir el centro comunal de su zona, que gestionaron por nueve años desde 2015. Hacia el final, los desencuentros con adultos y dirigentes partidarios que querían controlar el espacio se hicieron constantes. «Los adultos nos destruyeron un poco», dice. La pandemia terminó por desgastarlos.

Mi rap no es de tarima / mi rap es del obrero que construye Lima -Trvko

Generación del Bicentenario

La generación de Andrea tuvo un hito hace una década. A fines de 2014, el gobierno promulgó una ley para fomentar el empleo juvenil, flexibilizando normas de contratación para menores de 25 años. Los jóvenes protestaron. Sus detractores los llamaron «pulpines», en referencia a una bebida para niños, para ridiculizar sus demandas. Eso fue combustible al fuego. Se organizaron por zonas, formaron asambleas y eligieron voceros. Marcharon, se enfrentaron a la policía, hicieron plantones, se reunieron con congresistas y ganaron la simpatía de la población. Luego de cuatro marchas, la Ley Pulpín fue derogada en enero de 2015. A nivel político y simbólico, fue una derrota del sector empresarial que dominaba a un gobierno que se hizo elegir confrontándolo.

Andrea formó parte de la Zona 12. Elena Mejía, actriz y activista feminista de 36 años, formó parte de la Zona 5. Con el tiempo, esa organización se diluyó. No había espacios de militancia, más allá de los partidos, de quienes los pulpines no querían saber nada. La cotidianidad apretó. «La falta de empleos dignos no deja tiempo para una vida política saludable», dice Elena.

Miranda y Claudia entraron al mundo político desde un lugar más incierto. Sus primeras marchas como universitarias fueron en abril, en solidaridad con los choferes de buses que están siendo asesinados por sicarios por no pagar cupos.

Cuando el pobre roba es incorrecto políticamente / Para mi hijo un juguete, para usted un susto fuerte / Para un juez son más de 12 y menos de 20 / para mi madre un calvario, para el mundo excelente -Trvko

En 2020, los jóvenes lideraron otro ciclo de protestas. Esta vez a nivel nacional. Era noviembre y el Congreso destituyó al presidente Martín Vizcarra, de un momento a otro. Manuel Merino, su reemplazo, intentó armar un gobierno ultraconservador, en una demostración de fuerza que la gente no aceptó y derrocó en seis días. Los jóvenes lideraron las protestas contra los llamados «viejos lesbianos», con un estallido que empezó en las calles, se retroalimentó en redes sociales y se viralizó en casi todas las ciudades del país. Claudia también salió en Juanjuí, cuando aún estaba en el colegio. «Fue una clase maestra del poder del hartazgo en las calles», dice Elena. Los jóvenes fueron bautizados como la «Generación del Bicentenario». Pero ese levantamiento costó la vida de Inti Sotelo y Bryan Pintado, anunciando la violencia estatal que vendría después.

La Generación del Bicentenario se rompió a los pocos meses con la elección de Pedro Castillo, quien marcó una división del país entre quienes se identificaban con el profesor de escuela rural, serrano y campesino, y quienes lo veían como la amenaza del comunismo. Tras meses de errores, indecisiones y confrontación, Castillo fue destituido y arrestado el día que quiso cerrar el Congreso en diciembre de 2022.

Dina Boluarte, su vicepresidenta, entró al poder y selló una alianza con sus enemigos, generando un estallido en el sur andino que reprimió con balas. A los dos meses, el gobierno contaba con 50 muertos en protestas a manos de la policía y el ejército, casi todos ciudadanos quechuas y aimaras. Cuenta Andrea que las matanzas y la violencia durante las protestas de 2023 la sumieron en la depresión. Le afectó mucho que tanta gente no viera el racismo subyacente.

Esa sonrisa torcida de los limeños / No me compadezcas, tengo sueños / Hoy han matado 17 compas puñenos / ¿Qué mierda me quieres decir limeño? -Flipown

Después de este período, el deterioro político e institucional fue profundo. La desaprobación de Boluarte fue casi unánime y la del Congreso llegó al 90%. La gente los responsabiliza de la crisis de inseguridad porque en el último año promulgaron un paquete de normas que, según expertos nacionales e internacionales, fomentaron el crimen organizado.

Represión policial durante manifestaciones en rechazo al gobierno de Dina Boluarte, Lima, julio de 2023.

Represión policial durante manifestaciones en rechazo al gobierno de Dina Boluarte, Lima, julio de 2023.

Foto: Alfonso Silva-Santisteban

Degeneración Z

Las marchas en los últimos dos años se volvieron constantes, pero con poca gente y sin mayor impacto mediático y político. Hasta que en setiembre el gobierno publicó una reforma que afectaba a los trabajadores independientes, obligándolos a aportar a fondos privados de pensiones sin garantizar una pensión digna. Como con la Ley Pulpín, fue un detonante para sacar a algunos jóvenes a las calles, aunque con menos organización. Eran unos cientos, pero los enfrentamientos con la policía captaron la atención de la prensa, desde la que hicieron un paralelo con el estallido de la generación Z en Nepal. El ministro de transporte los llamó «degeneración Z». El Congreso eliminó las reformas, queriendo desmarcarse del ejecutivo, aunque ellos aprobaron la ley. Por eso las marchas continuaron. «¡Que se vayan todos!».

La precariedad atraviesa la vida cotidiana de muchos de los jóvenes que salen a marchar, pero que no dejan de buscar su bienestar. Como Luis Reyes, de 28 años, conocido como Flipown. Llegó a Lima desde Cajabamba hace seis años para dedicarse a la música. No podía pagar la escuela, así que trabajó en un hostel donde aprendió inglés, que le sirvió para entender los videos de Youtube de los que aprendió teoría de producción musical. La práctica la hizo con músicos a los que conoció trabajando como «plomo» o utilero en conciertos. Sus letras fueron cargándose de denuncia, a medida que el establishment se iba degradando.

Durante esas semanas, en San Marcos los estudiantes ocuparon la universidad por unos días en rechazo a unos cobros extras planteados por la rectora. Miranda apoyaba con donaciones porque no podía quedarse y Claudia controlaba una de las puertas. En la prensa, volvía el terruqueo y algunos políticos pedían intervención policial. Una tarde Claudia tuvo un altercado con una señora que la insultó, diciéndole «estudiante eterna», que solo sabía protestar y que no valía. Impotente, Claudia sacó su teléfono y escribió: «Formación sin causa es solo ego ilustrado. Que es esa mierda de quejarse por clases que no se dan, pero no quejarse y normalizar la violencia sistemática y estatal». Desde ahí, decidió apropiarse del apelativo rojete, peyorativo de alguien de izquierda.

Octubre había iniciado con más convocatorias a marchas y paros de transportistas, enfocados en la inseguridad. Dina Boluarte recomendó no abrir mensajes o no contestar llamadas de extorsionadores como medida de prevención, mostrando una capacidad especial para irritar a la población. El atentado del 8 de octubre, en un concierto de la orquesta de cumbia Aguamarina, una de las más conocidas del país, fue un parteaguas. Dos sicarios hirieron a cuatro músicos en pleno concierto. La indignación fue general.

A los dos días, se presentaron en el Congreso cuatro mociones de vacancia contra Boluarte. Octubre marcaba el inicio de la campaña electoral de 2026 y los congresistas necesitaban desmarcarse de la presidenta más impopular del mundo. En menos de ocho horas, Boluarte fue destituida con 122 votos a favor y 0 en contra. El viernes 10, José Jerí era el nuevo presidente. El séptimo desde 2016.

Colectivos sociales, sindicatos, estudiantes y transportistas siguieron preparándose para marchar. «Salimos porque nos están matando, porque el miedo no puede ser la normalidad», decía el comunicado de la convocatoria, a la que se fue plegando más gente en las redes sociales. Fueron decenas de miles de personas las que salieron el 15. Esta vez la organización fue mayor. Miranda fue con los sikuris, la agrupación de bombos y zampoñas de San Marcos; Claudia estuvo en asambleas previas interuniversitarias y se inscribió en la comisión de salud. La protesta fue pacífica hasta que el bloque delantero llegó al Congreso en la avenida Abancay. Algunas personas intentaron sacar las rejas colocadas por la policía. Luego prendieron fuego a un violín gigante de cartón en alusión a Jerí, quien tiene una denuncia por violencia sexual. A partir de ahí, la policía empezó a disparar bombas de estruendo y lacrimógenas.

El operativo policial fue un guion repetido: piloteado en 2020, perfeccionado en 2023 y consolidado en 2025. La policía cargó contra los manifestantes sin dejar de disparar. Algunos jóvenes con escudos buscaban frenarlos lanzando lo que tuvieran a la mano. Las miles de personas que estaban más atrás intentaban salir, pero las calles estaban cerradas. «Que aparezcan tantos policías en las marchas y luego no los veas donde se los necesita es feo», dice Miranda, quien define a la policía como decadente.

Estudiante de San Marcos en una marcha en el centro de Lima, noviembre de 2025.

Estudiante de San Marcos en una marcha en el centro de Lima, noviembre de 2025.

Foto: Alfonso Silva-Santisteban

Un grupo grande retrocedió hacia la plaza San Martín. La policía llegó disparando lacrimógenas desde varias esquinas, muchas casi paralelas al piso. Una de ellas le fracturó el cráneo a Flipown, quien esperaba a un amigo a quien había llamado minutos antes para encontrarse. Trvko fue una de las personas que lo auxiliaron. Otros compañeros lo llevaron al hospital Loayza, en donde lo indujeron a un coma y donde, un mes después, sigue hospitalizado. Aún no habla y su eventual recuperación requerirá de cirugías, terapia y mucho dinero que sus amigos buscan recaudar por medio de rifas y conciertos.

Un frío menos, un frío más / Honor y gloria y libertad / Un marrón menos, un frío más -Flipown

El grupo del SMP031 se alejó unas cuadras de la San Martín hacia la plaza Francia. Unos manifestantes reconocieron a un policía de civil, más tarde identificado como Luis Magallanes, y lo persiguieron. Magallanes corrió, se alejó del grupo y disparó. Trvko, a unos 20 metros, cayó a la pista. Magallanes siguió corriendo hacia la avenida Uruguay y disparó al menos cinco veces más, hiriendo a otro joven en la mano. Andrea había vuelto a casa cuando recibió dos mensajes casi simultáneos por Whatsapp: «han matado a un chico en plaza Francia», decían en un chat de Lima Norte, y «han disparado a Trvko» en uno de sus amigos. Salió directo al Loayza. «Nunca pensamos que podía pasar eso», dice.

En el hospital, la policía intentaba llevarse el cuerpo y no dejaba entrar a los abogados. Los compañeros del SMP031 forzaron la puerta. Otros fueron a resguardar los casquillos en la escena y a recoger testimonios y videos. Andrea acompañó a la familia de Trvko, quien tenía un hijo de 10 años.

Mi rap se hará presente cuando llegue la muerte / Mi rap narra lo malo, pero es consecuente -Trvko

Un salto de conciencia

En los días siguientes, la policía fue cambiando de versiones. El ministro del Interior, Vicente Tiburcio, dijo que no había policías sin uniformes en la marcha, aunque había órdenes que los autorizaban. Magallanes declaró que disparó al suelo y que luego le robaron el arma. El jefe de la Policía, Óscar Arriola, confirmó que Magallanes había disparado a Trvko en el tórax, pero luego dijo que fue en defensa propia y que era inocente. El camino contra la impunidad será largo para la familia.

El gobierno y el Congreso reaccionaron como lo han hecho los últimos años después de muertes en protestas. El presidente entregó canastas con víveres a los policías que participaron en la marcha y los felicitó. El presidente del Congreso declaró: «Lamento mucho la muerte de este señor que se hacía llamar Terruco». El ahora jefe de gabinete había escrito antes de la marcha que esta reclutaba a «estudiantes eternos, barras bravas y a desocupados de la ciudad y del campo».

Para el colectivo SMP031, la tarea ahora es defender el legado de su amigo. «En nosotros ha habido un salto de conciencia», dice Andrea. Para ellos, Trvko no es un héroe; es alguien que había ido a una marcha, que estaba por volver y que fue asesinado. Por el momento no saldrán a más marchas ni buscan convocarlas. Se han organizado para volver a lo barrial y mostrar, en acciones, quién era él y quiénes son ellos.

Un agradecimiento a esta coyuntura de mierda por inspirarnos a hacer un arte pacharaco basado en lo no vanal y chicha que es este hermoso y terrible país en el que vivimos llamado Perusalén. -Flipown

La prensa nacional e internacional contó que la generación Z había despertado en Perú. Miranda ve esa narrativa con escepticismo. Sabe más que una estructura organizada, ha sido rabia. No marcha para identificarse con una etiqueta, sino por la necesidad de cambios profundos que siente que no llegan. A Claudia le parece absurdo que las reduzcan a un rango de edad, como si eso explicara su presencia en la calle. «Son chicos y chicas que son parte del país y lo leen como tal», dice Elena, quien cree que es dañino aislar a una generación y pretender reducir el contexto a la agenda joven.

Manifestaciones en Lima, noviembre de 2025.

Manifestaciones en Lima, noviembre de 2025.

Foto: Alfonso Silva-Santisteban

El próximo año habrá elecciones generales y, hasta el momento, hay 39 agrupaciones que pueden presentar candidatos a la presidencia. Miranda, quien votará por primera vez, se siente perdida frente a ese escenario. «Son las mismas caras detrás de cada nuevo partido que pueda existir», dice. Siente que debe involucrarse más, aunque percibe que dentro de la universidad la organización estudiantil también atraviesa una fase de desencanto y poca cohesión. Pero como dice: «No se aprende únicamente en las aulas. El aprendizaje es constructivo y está en todas partes».

Claudia también quisiera ser docente. Piensa en su futuro y se defiende diciendo que es «el producto de un fracaso histórico» y que tal vez fracase en la vida. Más relajada, confiesa que en el fondo solo quiere un trabajo que le permita cubrir sus necesidades básicas, sin tener que estar contando monedas para saber si puede o no salir de casa.

Pónganse en mis zapatos antes de criticar, / esos que están hablando viven con su mamá / mientras que uno está tratando de evadir la realidad -Trvko

Alfonso Silva-Santisteban es médico investigador en salud pública y periodista freelance radicado en Lima, Perú.


  1. Los nombres de esta nota fueron cambiados por motivos de seguridad.