“Qué asco, por favor”, “yo me muero, ¡que no me toque!”, “¡se movió, me voy, chau!”, son frases que se escuchan usualmente dentro del reptilario de Alternatus Uruguay, un centro educativo de cría y rescate de reptiles y anfibios ubicado en Piriápolis, en el parque La Cascada. Un grupo de adolescentes que acaba de ingresar grita con adrenalina cada vez que alguno de los animales hace algún tipo de movimiento. En la puerta, Gonzalo Rodríguez —un estudiante del profesorado en Biología que acaba de llegar de Artigas para una pasantía de verano en el centro— ofrece desinfectante de manos para aquellos que quieran tocar o tomarse una foto con Lucrecia, la pitón bola (Python regius) que Mauricio Etchandy —parte del equipo de Alternatus e hijo de Ignacio Etchandy, uno de sus fundadores— sostiene alrededor de su cuello. La mayor del grupo dice: “Ni loca, sáquense ustedes”. Preguntan si muerde, si es venenosa, si va a crecer mucho más. Solo una de ellas se anima a sacarse la foto. Tan pronto como ellas se van un nuevo grupo vuelve a ingresar al reptilario, y así sigue el movimiento por el resto de la tarde.

El centro alberga en la actualidad más de un centenar de animales nativos y exóticos, y realiza, en promedio, unos 200 rescates al año en la zona. Los ejemplares están, durante estos meses, en un reptilario provisorio mientras esperan que finalicen las obras del nuevo centro, que quedará también dentro del parque y tendrá, además, espacio para realizar actividades de investigación y divulgación. Detrás de este proyecto están Ignacio Etchandy e Irasema Bisaiz, sus fundadores, Mauricio y Yara Etchandy, la más joven del equipo. Yara tiene nueve años y es una de las voces didácticas de la cuenta de Instagram de Alternatus. Su presencia en redes sociales les ha permitido viralizar el mensaje de #YoNoMatoSerpientes y #ConvivenciaResponsable, y crear una comunidad de más 215.000 seguidores interesados en la herpetocultura —cría, cuidado y reproducción de anfibios y reptiles—, en la conservación de fauna autóctona, y en el aprendizaje y desmitificación de especies que han estado durante mucho tiempo estigmatizadas, principalmente por su aspecto.

La entrada al reptilario cuesta 200 pesos para mayores de 12 y 100 para menores de 12. Los menores de cuatro años no pagan entrada. Junto a este aviso, se especifica que “con tu entrada colaborás con la construcción de nuevos recintos, mantenimiento de los animales, rescates y otras actividades de educación y conservación”. Irasema y todo el equipo se alegran del flujo constante de visitantes. En verano, con el movimiento turístico del balneario, logran financiar gran parte de sus actividades anuales, que incluyen rescates, capacitaciones, charlas, gastos veterinarios, de alimentación, entre muchas otras cosas. En invierno, alguna visita de escuelas también ayuda, pero su principal fuente de ingresos se da en esta época. También es el momento en el que se solicitan más rescates. Serpientes en alquileres temporarios, lagartos overos tomando sol en algún patio, yaras, cruceras atrapadas en palets, pozos, porches.

Ignacio con una boa albina.

Ignacio con una boa albina.

Bichero se nace

Levanta una piedra y después otra buscando lo mejor: una araña lobo con sus crías sobre la espalda. No hay caso, pero no se aburren porque ese es el premio mayor. Con su hermano levantan dos serpientes negras que vinieron en camalotes a la playa, en Malvín, y se las llevan a su casa. Los niños las observan. Fue en esa búsqueda exploradora que Ignacio Etchandy empezó a cultivar su “corazón bichero”, a pesar de que, dice, “uno nace con esa condición”.

De niño, en el barrio Malvín de Montevideo, esas horas revisando bajo las piedras para ver qué animales podían habitar en esa humedad y oscuridad derivaban en llevar los hallazgos a su casa para mirarlos de cerca, estudiar, aprender de esa naturaleza no humana que estaba tan cerca, física y emocionalmente. Cuando tuvo la edad suficiente para moverse por su cuenta, comenzó a visitar el Parque Villa Dolores. Iba los días en los que la entrada era gratuita y con un cuaderno y una lapicera replicaba las fichas de todos los animales, los dibujaba, y más tarde volvía a su casa a repasar lo que había aprendido. Para ese momento, sus padres se dieron cuenta de que el corazón bichero latía cada vez más fuerte y decidieron alentarlo comprándole revistas Natura y una enciclopedia de animales, un sueño para cualquier niño bichero. Ahí, dice Ignacio, hubo un comienzo.

Irasema, por otro lado, creció alejada de los animales. No hubo en su infancia ni perros, ni gatos, ni pitones, ni arañas lobo. Creció en México y recién en la universidad, estudiando Psicología, en una jornada en la que se podía llevar mascotas a clase, uno de sus compañeros llevó a su pitón bola. Fascinada con el animal, interactuaron en ese momento y mucho más tarde, haciendo trabajos en equipo, y ella descubrió una palabra: herpetocultura. A pesar de esta infancia aparentemente alejada de los animales, su mamá recuerda cómo, cuando ella tenía nueve años, la edad que ahora tiene Yara, tuvo una tarántula de mascota. “Mi mamá cuenta que me la quería llevar a la escuela conmigo para no despegarme de ella. Y no me dejaban. Cuentan que me empaqué tanto esa vez porque no me pude llevar a la tarántula... No sé qué pasó con ella después. No lo recuerdo”.

Irasema, Yara, Mauricio e Ignacio.

Irasema, Yara, Mauricio e Ignacio.

Al final, tuvo su primera serpiente mascota y comenzó a participar activamente en foros y grupos de Facebook con esa temática. Allí se conocieron con Ignacio. “Acá en Uruguay no estaba desarrollada la herpetocultura en ese entonces. México la tenía más desarrollada y ahí es donde nos empezamos a encontrar él y yo. Un día me invita a venir, vengo en diciembre de 2012 y me quedo. Y ahí empezamos a trabajar acá en Piriápolis”.

—¿Ahí nace Alternatus?

—Yo le había puesto el nombre fantasía Alternatus a la habilitación que se me había dado —dice Ignacio, refiriéndose a la habilitación de su proyecto como criadero de reptiles, y explica que ese nombre hace honor a la yarará, cuya denominación científica es Bothrops alternatus—. Pero Alternatus en realidad lo armé con ella. El concepto es con Irasema.

Ni perros ni gatos

Alternatus, además de un espacio de rehabilitación y rescate, es un criadero habilitado que permite a aquellas personas que lo deseen mantener reptiles como animales de compañía. Muchas veces, cuenta Irasema, cuestionan hacia dónde debe apuntar la comunicación y cómo hacer que lo que se dice y lo que se hace sea coherente con la voluntad conservacionista, amable con la fauna autóctona. “Esto surge de que cuando fuimos niños llevábamos animales silvestres a la casa, desde la completa ignorancia, porque nos gustaban los animales. Entonces hoy, que tenemos una visión comprometida, por un lado, con el ambiente, por otro lado, con la producción, y por otro, con que somos referentes para mucha gente, cuando una persona viene y te dice ‘es que mi hijo tiene una tortuguita que juntó del río y quiero saber cómo cuidarla...’, ahí tienes un dilema ético interno porque fuiste ese niño. Pero nosotros llegamos al consenso de que no íbamos a asesorar a más personas que hubieran adquirido animales de forma ilegal o que hubieran capturado animales de la naturaleza. Sabemos que hay un camino, que es en el que nosotros estamos ahora, de lo legal, de no afectar al ecosistema”, explica Irasema. “Entonces, tratamos de incorporar esos conceptos, esos valores que nosotros tenemos en la sociedad de hoy y de desincentivar a que las personas que tienen niños bicheros quieran animales de la naturaleza o que las mismas familias compren del tráfico ilegal”.

Mauricio muestra a visitantes a Lucrecia, una pitón bola.

Mauricio muestra a visitantes a Lucrecia, una pitón bola.

Ignacio secunda la reflexión y empieza a pensar en qué diferencia hay con tener a Lucrecia, la pitón bola, y tener a un perro. “No es nada distinto”, dice. Ha tenido muchos perros en su vida y ama a su perro Taco. “Si vos buscás una vuelta emocional, quizás sí. Pero la línea de cría doméstica que llevó a que yo tenga ese pitón, tiene 70, 80 generaciones. No es un animal que yo fui y agarré del monte y dije: ahora sos mi mascota porque sos mansito”. En este caso, la cría legal tiene como objetivo desalentar la compra ilegal de ejemplares extraídos de sus hábitats.

—¿Cuánto se necesita para lograr el bienestar de, por ejemplo, un pitón bola?

—Podés lograr un correcto bienestar con un poco de espacio y una instalación muy básica, porque el pitón bola en la naturaleza, ya de por sí, está 35 años metido en el mismo agujero, sale y come en la cortita, caza ahí y se mete, o si no se entierra, pero siempre ultrarrefugiado en un lugar chiquitito. Y lo sacás y no te tiene miedo porque te tiene confianza. Entonces se puede desplegar, se puede mover, compartís tu vida con él. Y hay gente que te dice no, no es una mascota, porque no hay una vuelta emocional, no se pone contento o no mueve la cola.

—¿Y qué pasa?

—Que quizás estamos tratando de encasillar todo de una manera muy limitada.

Compartir perspectiva

La divulgación científica es uno de los constituyentes más importantes de Alternatus. Compartiendo información, colaboran a que los mitos construidos alrededor de ciertas especies sean derribados. En su Instagram, se repiten las premisas como “las tortugas morrocoyo no son venenosas”, “las comadrejas son marsupiales y son inofensivas, no las mates”, y líneas por el estilo. También los antes nombrados hashtags #YoNoMatoSerpientes y #ConvivenciaResponsable.

—De pronto se dio esta cosa de tratar de contagiar una perspectiva de lo que es un grupo animal que está sumamente estigmatizado. Por suerte ahora muchísimo menos y en gran medida gracias a nuestro trabajo —cuenta Ignacio, orgulloso.

—¿De qué se trata esto de “convivencia responsable”?

Irasema se ríe y recuerda una llamada por teléfono que tuvo con una vecina que había alquilado su casa y su inquilina quería sacar al lagarto que vive allí.

—Hay personas que se sienten aparte del ecosistema y dicen: bueno, yo tengo mi casa acá y no quiero estos animales. Pero el lagarto acá vive todo el año, tú venís a ver la naturaleza, bueno, esto es parte de la naturaleza.

Ignacio agrega que no es solo una cuestión de tener empatía con aquello que está vivo, con aquello que existe —mucho más allá de que sean o no hermosos, adorables, lindos—, sino por la posición e importancia que tiene a nivel ecosistémico. Cuenta cómo la pérdida de hábitat ha llevado a que estos animales, no solo serpientes, sino lagartos, comadrejas, zorrillos, terminen en patios y casas en zonas más urbanas.

Ignacio en el rescate de una yarará o yara en la casa de unos vecinos en Piriápolis.

Ignacio en el rescate de una yarará o yara en la casa de unos vecinos en Piriápolis.

—Teníamos ganas de contarle a la gente que las serpientes por ahí no son lo que parecen, demostrar que en realidad hay otras maneras de vivir lo que es una mascota, que los animales silvestres también tienen su espacio y que, aunque no sean estéticamente agradables para todos, son dignos de conservación.

Irasema asiente, está de acuerdo con lo que su compañero acaba de decir, y agrega un factor crucial. Ya no se trata de algo que puede realizarse a medio tiempo, un trabajo en el que existen vacaciones: “Ya es un estilo de vida, porque va mucho más allá de dar un mensaje conservacionista. Compartimos en redes, por ejemplo, que estamos en el circo, en la noche y estamos haciendo cosas en familia y de repente en ese rato hay un rescate y tenemos que salir. Alternatus está en el medio todo el tiempo”.

Al rescate

Los rescates tienen dos fines principales: por un lado, evitar accidentes ofídicos, es decir, que involucren la mordedura de serpientes venenosas —en Uruguay, cuatro especies tienen un veneno que puede ser letal: crucera, yarará, cascabel y coral— y, por otro, preservar la fauna nativa. El Decreto 194/976, emitido en el país el 10 de marzo de 1976, establece regulaciones para la protección de la fauna silvestre, y prohíbe la caza, captura y comercialización de diversas especies autóctonas. Sin embargo, se exceptúa de esta protección a estas serpientes venenosas, menos la de cascabel, y esto, según Ignacio, “no la ha ayudado particularmente a su conservación, pero sí, al menos, tiene una protección escrita”.

El rescate tiene como fin último la recolocación del ejemplar de vuelta en su hábitat, lejos de zonas urbanas, para evitar accidentes. Ambos hablan de que realizan esta actividad para proteger a sus vecinos y para devolverles, al menos en parte, el apoyo y la bienvenida calurosa que les han dado siempre. “Claro que lo hacemos con las técnicas necesarias para no lastimar al animal, para poder preservarlo y para poder traslocar a ese ejemplar para que continúe con su importantísimo rol ecosistémico”, explica Ignacio, “y a la vez le damos una mano a la comunidad para que no se muera ninguno de nuestros vecinos, porque la mordedura de una yarará, por ejemplo, puede derivar en la muerte”.

El proceso para traslocar ejemplares, cuenta Ignacio, es extenso pero debe hacerse siempre. “Hay veces que hay que recurrir a los veterinarios y en la mayoría de los casos hay que recurrir también al Ministerio de Ambiente para las distintas autorizaciones de suelta. Los animales que son de libre caza, como la yarará, no requieren de una autorización previa, y en esta época de calor les damos prioridad”. Ambos narran sus rescates más complicados y memorables. Desde un hombre armado queriendo dispararle a una yarará si se escapaba hasta un rescate de dos víboras dentro de un pozo.

—¿Por qué ese rescate? ¿Meterte a un pozo a sacar a dos ejemplares que tienen libre caza cuando no hay peligro para ninguna persona?

Ignacio sonríe.

—Estamos para eso. Había obreros que tenían que trabajar ahí y había dos bichos metidos. Había que sacarlos. También soy bichero. Mi corazón es muy bichero. Eso está siempre.

Tortuga de agua encontrada en la ruta por vecinos en San José y donada a Alternatus.

Tortuga de agua encontrada en la ruta por vecinos en San José y donada a Alternatus.

La alerta de rescate la recibe Irasema en su teléfono celular. Un llamado avisando de una yarará en un patio vecino. Le piden a la persona que solicita la ayuda de Alternatus que envíe una fotografía, de ser posible, del ejemplar que avistó. Irasema frunce el ceño y hace zoom sobre una foto. “Es una yara”, dice. Ignacio se acerca. “¿Es?”, pregunta. No espera confirmación. Va a buscar las llaves de su Fiat Fiorino y sube a la camioneta. Irasema se prepara para transmitir en vivo desde el lugar. Yara cuenta sobre sus regalos de Reyes y sobre Max, su pitón bola, de camino al lugar.

Llegamos en menos de tres minutos. Al final de una calle de tierra, un bebé a upa de su madre mira atento la camioneta que se les acerca. La mujer levanta el brazo que no sujeta a su hijo para indicarnos que ellos son los que pidieron el rescate. Irasema comienza a transmitir en vivo en la cuenta de Facebook de Alternatus mientras Ignacio se baja de la camioneta, herramientas en mano.

“Estaba cortando el pasto y la sentí cascabelear”, explica el hombre. Cuesta encontrarla, por su color y por lo seco que está el pasto. Bajo una paja brava, la yara se mueve rápido. Hay gritos y pies alejándose del animal. Ignacio avisa un “cuidado” que se pierde enseguida en su gesto concentrado por atraparla sana y salva. Demora en meterla en el baúl de plástico y en cerrar la tapa; es un macho, dice, y es rápido. Una vez que lo logra, la familia que solicitó el rescate promete cortar la paja brava en la que se encontraba la serpiente y aplaude. Agradecen la rapidez y brindan una pequeña retribución económica, voluntaria, por el servicio. Ignacio dice que no es necesario, pero agradece, carga todo en la camioneta y se emprende el regreso al centro.

Volvemos. Una mujer entrega una tortuga morrocoyo que encontró al borde de la ruta, en San José. La trajo en una caja. Manejaron hasta el centro porque sabían que Alternatus la podría reubicar. Mientras tanto, Max, el tímido pitón bola que Irasema colocó sobre mi falda, intenta esconderse en los pliegues de mi remera. Me enseñan cómo tocarlo pero igual no aprendo, se escurre. Es tan distinto a un perro. “No es fría ni húmeda”, observo en voz alta, con sorpresa. La piel de Max es suave y lisa, seca, tibia. Yara se ríe. “Ese es otro mito sobre las serpientes, no son babosas ni son frías, de hecho se termorregulan, y lo que brilla no es humedad, esas son sus escamas”, dice.

Tamara Silva Bernaschina es escritora y estudiante avanzada de la licenciatura en Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. Publicó el libro Desastres naturales (2023), que le valió varios reconocimientos, y la novela Temporada de ballenas (2024).