Casi no lloran. Eso es lo que notan con sorpresa las personas que reciben transitoriamente a bebés para cuidarlos por un máximo de un año. Se trata de bebés y niños al amparo del INAU que pasaron sus primeros días en hospitales u hogares de esa institución. El programa Familia Amiga prevé que los bebés puedan vivir con personas que se postulan (y que pasan por un proceso de selección) mientras se define el reintegro a su familia de origen o la adopción.
“Te das cuenta de que estos bebés son más resilientes. Son más adaptables”, dice Majo Borges, quien durante siete meses crio a Mora, que luego fue adoptada por un matrimonio. Mora casi no lloraba los primeros días, pero cuando la pequeña notó que llorar tenía consecuencias como darle leche si tenía hambre y cambiarle los pañales si había defecado, esto cambió. También hubo momentos de llanto de descarga, de sacar dolor contenido.
“Es una buena señal que empiecen a llorar, así te lo tenés que tomar. Eso es como una cordillerita que tenés que pasar. Y además estar, para que se den cuenta de que el llanto sirve para la reacción. Creo que son bebés más dados, porque no estuvieron arriba de su madre y de la teta desde que nacieron, han pasado situaciones difíciles y son más fuertes. Son más tipo: bueno, hay que dormir una noche en otro lado. Y duermen”.
Una experiencia similar relata Laura Rodríguez, cuya familia participó en el cuidado de seis niños en diferentes momentos en el marco de este programa. “Ahora que lo pienso, no tuvimos niños llorones, no me había dado cuenta de esto, pero es verdad, no lloraban mucho. También nosotros éramos cuatro y recibíamos muchas visitas, era toda la novelería del bebé y siempre se le prestaba atención”. Lo otro que menciona es la “gran capacidad de adaptación de los bebitos, incluso a veces dormían en nuestro cuarto y otros en el de nuestras hijas”.
Para Virginia Arlington, quien junto a su esposo Juan Achard y sus dos hijos tuvieron a cargo primero a dos hermanos de dos y tres años y luego a un bebé de cinco meses, fue una etapa “en que no solo tenés que poner la cabeza, el corazón y el amor, sino también tenés que poner el cuerpo”. “Fue una experiencia familiar muy intensa, como maternar otra vez para mí, y te dejan lecciones de vida impresionantes. Es un amor ambiguo porque, por un lado, decidís entregar absolutamente todo, querés eso, pero sabés que se va a terminar. Es un amor que está como en una cuerda haciendo equilibrio entre un apego absoluto y tratar de lograr una distancia”, reflexiona.
Laura participa en el programa Familia Amiga.
Esa dualidad le costó al inicio e incluso lo habló con una reconocida psiquiatra que le dijo que se pensara como un parche. “Es un amor que emparcha una herida que está presente e hicimos lo mejor que pudimos. Se fueron con una familia”.
Su hijo Federico dice que este programa es “el camino menos malo” en cierta medida. “Sabemos que las instituciones están saturadas, tenemos que entender como comunidad que los hijos son más del mundo y hacernos cargo de esas cosas que no pudimos resolver como sociedad y criar en manada pero sin romantizar, porque está bueno que la familia de origen esté presente y a veces no es posible. Es una ventana para algunas ausencias que esos gurises pudieron haber tenido, hay gente que quiere amar y dar cariño, y está bueno que la institución lo permita”.
Apegos necesarios
“Se denomina Familia Amiga, a las que internacionalmente se las conoce como Familia Ajena. Se constituyen como un instrumento de respuesta en matriz familiar, para el cuidado transitorio de niños, niñas y adolescentes que por diversas razones ven interrumpido o han perdido la protección y cuidados de su familia de origen”. Esa es la definición en los documentos oficiales del INAU.
La Familia Amiga no está relacionada por parentesco de consanguinidad ni por afinidad o vínculo previo. “Es un dispositivo de carácter temporal, mientras que se consolidan las estrategias de abordaje y proyecto definitivo. Los plazos de permanencia referirán a los marcos jurídicos y a las estrategias singulares de cada niño, niña y/o adolescente, a su proyecto (PAI, Proyecto de Atención Integral) y a la situación de su grupo familiar o referencial en relación a las capacidades de cuidado”, agrega la información oficial del INAU.
Con base en su experiencia, la fundación Mir, que trabaja en convenio con el INAU, sostiene que vivir en un contexto familiar le da al bebé la posibilidad de desarrollar lazos afectivos, vínculos exclusivos con las figuras que ofician como referentes de protección, y que, a partir de estos, “podrá construir vínculos de apego, aquellos vínculos que serán la base para futuras relaciones con otras personas”.
La institución afirma que en un hogar institucional, en que los bebés tienen múltiples cuidadores, que varían diariamente, hay procesos vinculares que se ven comprometidos y los exponen a mayores riesgos en su desarrollo. Incluso mencionan algunas características que se relacionan con la institucionalización, entre ellas, dificultades para encontrarse con el adulto a través de la mirada, rigidez ante el contacto corporal que genera desencuentros en el intercambio, factores de riesgo que influyen en su desarrollo psicomotriz y en algunos casos retrasos en sus posibilidades.
Laura y su familia.
“Con mi esposa y mis dos hijas arrancamos cuando vino la pandemia, ahí nos dimos cuenta de que en realidad siempre quisimos ayudar y nunca supimos cómo. Entonces mis hijas empezaron primero, nos dijeron que había un sistema nuevo llamado Familia Amiga, que ayudaban a los bebitos, que se quedaban con ellos en los primeros momentos para que no estuvieran aislados. Las familias amigas lo que hacían era tenerlos en su casa y darles amor más que nada, darles el tiempo suficiente para que ellos crezcan con amor y con salud, y eso es lo que intentamos hacer”. Así resume Gustavo Scorza el involucramiento de su familia con este programa. Ya van por la quinta vez que tienen niños a cargo de esta manera, la última de ellas fueron mellizas.
“Yo siento que es ganar, ganar. Porque no conozco a nadie que lo haya hecho que se haya arrepentido. Y que hay un cierto momento de tu vida cuando ya hiciste un montón de cosas que es muy bueno hacer algo realmente valioso por alguien, que sume, modifique y cambie algo real. No sé si es porque vengo de la comunicación [es periodista], pero a veces siento que estamos como en algo muy superficial siempre. Y he descubierto que para ciertas personas ayudar es... ¿cómo es que le dicen?... un propósito”, dice Majo en el mismo sentido.
Adopción de ida y vuelta
Majo se anotó en el programa Familia Amiga en 2019 y la oportunidad de cuidar a una beba se concretó en 2020, en plena pandemia. “Yo estaba sin trabajo y eso me dio mucho miedo, pero al final fue mejor para cuidar a un bebé estar al inicio sin trabajo”.
Relata que estaba buscando colaborar en especial con adolescentes, cuando su hermana le envió la página web de la fundación Mir, que trabaja en la protección de bebés de 0 a 12 meses que pierden o ven interrumpidos los cuidados de sus familias de origen. “Leo la página y digo: es esto, quedarse con un bebe que está en un proceso judicial”.
“Tenés que estar muy bien parado en que esto es temporal. El lugar que yo ocupe no es de madre, por más que me pasó que la bebé empezó a decirme mamá y la gente alrededor me sentía así. Pero es porque es fácil, es como lo primero que hacen instintivamente. Tenés que estar muy parado en eso, que estás como cuidador”. Tuvo varias entrevistas, charlas, tests psicológicos, presentación de documentos como carnet de salud y certificado de buena conducta hasta ser declarada idónea para esta tarea. Ahí quedó en una lista para cuando fuera necesario.
En junio de 2020 la llamaron de la fundación Mir, le dijeron que estaba primera en esa lista y que era el momento de hacerse cargo de una bebé. Además de un fuerte asesoramiento, le dieron leche, pañales, ropa y dinero a modo de un modesto viático para los gastos cuando Mora fue para su casa. “Te cuentan la historia de la beba y te consultan si podés estar. Fue de un jueves para un lunes que la pasé a buscar. Y en mi caso que no tenía nada, y además no había sido madre, de repente me subo al auto con el moisés, el bañito y el carrito que me dieron. Tenía el auto lleno de pañales, ropa y el bolsito de la nena. ¿Y ahora qué hago? Ella tenía 20 días de nacida. Y era tipo, fa, ¿qué acabo de hacer? Pero en ese momento estaba en pareja, él era padre, entonces como que al principio reaccionó, al segundo día yo estaba como más acá y al cuarto día ya era como si hubiera tenido un bebé siempre. No sé si la información la tenés”. “Al principio sos re cuidador. Después te das cuenta de que vos vas desarrollando apego. Que el apego que ellos necesitan para desarrollar su cerebro vos también lo estás haciendo. Incluso físicamente empezás a tener cambios hormonales, como un cambio de ciclo menstrual. Hay cosas que te empiezan a pasar físicas producto del apego. La naturaleza es increíble. Yo hoy doy la luz de mis ojos por esa niña que está con su familia, es un brazo mío”, dice Majo.
Virginia y Juan.
Mora estuvo siete meses con ella mientras terminaba el proceso judicial de adopción, el plazo pudo ser menor, pero se extendió porque los trámites se aplazaron más de lo previsto. En un momento el bebé pasa a la condición de adoptabilidad y comienza la búsqueda de la familia que lo adoptará. Entonces le avisan a quien lo tiene a cargo como Familia Amiga que se prepare y prepare al niño para el momento en que deberán despedirse. “Después hicimos una adaptación, primero los papás la conocieron y se quedaron dos horas, al día siguiente vinieron a conocer el lugar en casa, al otro día se la llevaron a pasear el día entero y volver, y al día siguiente ya se quedó a dormir con ellos”, relata Majo de su experiencia.
Se puede ser Familia Amiga en varias ocasiones; en el caso de Majo podía volver a hacerlo tras estar con Mora, pero reconoce que es una experiencia muy demandante física y emocionalmente. Retomó su vida laboral y decidió que al menos por un tiempo no lo iba a hacer de nuevo.
Tiempo después se anotó para adoptar y desde hace unas semanas es madre adoptiva de una beba. Cuando se está en lista para adopción no se puede participar en el programa Familia Amiga.
Criar en manada
Laura Rodríguez es docente y con su pareja tienen un local gastronómico. En su trabajo una psicóloga que tenía contacto con gente del programa Familia Amiga le comentó lo que hacían. Además, tanto ella como sus dos hijas colaboraron con la fundación Canguro. En la pandemia el local de comidas cerró. “Entendíamos que era una situación extrañísima que estaba pasando en el mundo, pensábamos que algo teníamos que hacer para ayudar”, se anotaron en el programa y pasaron por el proceso previsto.
En 2020 tuvieron su primer acogimiento, fue un niño de dos semanas que estuvo con la familia 50 días y que luego pasó a vivir con su abuela. “Los cuatro estábamos viviendo juntos y siempre mantuvimos claro que el trabajo era cooperativo, teníamos que recibir a gente y todos teníamos tareas, sobre todo porque nosotros por trabajar en la noche vivíamos horarios difíciles también y las chicas ahí de a poco empezaron a retomar sus cursos y sus actividades. Fue como un cronograma que armamos, que la verdad nos salió tan bien que casi enseguida que se fue el chiquito vino el segundo, que es nuestro ahijado ahora y que tiene cuatro años”.
Laura reconoce que la salida del primer niño “fue un duelo importante, porque la primera experiencia es como que generás un montón de sentimientos, en que lo ves tan vulnerable, es tan chiquitito, está ya en una situación complicada desde que nació, y entonces la pasamos bastante mal al entregarlo. Nos costó un poco, porque teníamos miedo de que al chiquito le pasara algo, que no tuviera los cuidados, las atenciones, las condiciones, esas cosas que te pasan por la cabeza”. Destaca que se les dio apoyo para seguir adelante y vencer esos miedos.
A las tres semanas, un 23 de diciembre, recibieron una llamada de la directora de la fundación Mir, quien les avisaba de un bebé con alta del Pereira Rossell. “Cuando nos contó quién era supimos que lo conocíamos de Canguro, era un chiquito que realmente lo estaba pasando mal, y dijimos dale, sí, ya. Nos vinimos de donde estábamos y lo fuimos a buscar ese mismo día”. El niño estuvo seis meses con ellos, luego pasó a vivir con su abuela; hoy mantienen un contacto estrecho y son sus padrinos.
Uno de los niños que estuvo al cuidado de Laura de visita en su local.
Pasaron cuatro meses para que una niña llegara a sus vidas, con la que compartieron cinco meses y fue en su caso la primera que no retornó a su familia biológica. Fue adoptada por una pareja. “El proceso con los papás es muy lindo porque son varios días, los conocés un día, al otro día se la llevan a pasear, al tercer día vienen a buscarla a tu casa, te la dejan, entonces como que establecés un vínculo más estrecho con ellos, y son padres amorosos, adorados, que queremos y seguimos viéndonos hasta ahora”.
“Con la fundación Mir es así, te disponés a descansar porque cada acogimiento tiene lo suyo, tiene su carga emocional importante, de atravesar situaciones diferentes que a veces son muy duras, pero recibís la llamada de urgencia, de que hay un niño que necesita una familia y terminás aceptando porque es una experiencia recontra linda”.
Por eso aceptaron ser parte del programa por cuarta vez con una niña que, como caso excepcional, estuvo un año y medio con ellos. Llegó con tres meses y desde la institucionalidad se trabajó para que volviera con su madre, pero no se logró. “Fue una situación complicada, porque nosotros veíamos que no estaban dadas las condiciones. Su transición [a la adopción] fue más larga y muy amena porque los padres lo dieron todo, estuvieron muchos días viniendo a casa, se quedaban con ella, otros días salían con ella y la traían de tarde. Fueron muy amorosos y se nos hizo muy fácil”.
Luego sus horarios cambiaron; una de sus hijas terminó la universidad y sentían que no contaban con tiempo disponible para volver a tener un bebé a cargo. Pero llegó una nueva llamada de la fundación Mir informando que tenían varios niños por ingresar y faltaban familias para recibirlos. Ella le dijo que no podían, pero preguntó de qué casos se trataba: eran tres varones y mellizas. Cuando cortó, su esposo y una de sus hijas le pidieron que les contara lo que le dijeron y comenzaron a hablar de que si era difícil conseguir familia para un niño aún más difícil sería para mellizas.
“Y terminamos con las mellizas, que eran chiquititas, nacieron prematuras. Fue una experiencia maravillosa y agotadora, dos bombones amados que lograron irse bastante rápido. Se fueron con su madre; estamos en contacto, las vemos y si ella necesita las cuidamos. Somos unos bendecidos, tuvimos mucha suerte con las familias biológicas o adoptantes, han sido muy generosas con nosotros”.
Su esposo, Gustavo, dice que la idea de estar en Familia Amiga “es darles amor, contención y ocuparse de todo lo que necesiten los niños a nuestro cargo, llevarlos al médico y todo ese tipo de cosas. Y la idea fue entre los cuatro, de estar siempre dos con el bebé para apoyarnos”. “Cada uno te deja algo diferente, o sea, uno les da amor a ellos, pero lo bueno de esto es que ellos te dan más amor de lo que uno les da. Es una alegría, la verdad que está muy bueno”.
Bajar la guardia
Virginia recuerda que con su esposo vieron que existía el programa Familia Amiga en televisión, se miraron y hablaron de que sus hijos ya estaban grandes, que tenían un apartamento lindo y amplio, tiempo, amor y energía para dar. Se presentaron, tuvieron una preparación y a los ocho meses llegó su primera experiencia en el programa. “Fue de disfrute para nosotros como pareja y como familia, con el apoyo de psicólogos y asistentes sociales, todo muy cuidado”.
La primera vez fueron un niño y una niña de dos y tres años que eran hermanos, el proceso fue por medio del INAU y estuvieron con ellos por poco más de un año. Fue más tiempo del que pensaban, por momentos sentían “que nos pasó el agua” y por eso fue importante el sostén que tuvieron. Los hermanos no habían sido criados como tales hasta que llegaron a su casa, y que se vincularan así fue uno de los asuntos a encarar. El tema del sueño fue otro problema, relata Juan, porque los niños no tenían incorporado el sueño en la noche, al inicio descansaban en buena medida en función de los horarios de los funcionarios del centro del INAU donde habían vivido antes, y además dormir implica entrega, bajar la guardia, y en eso trabajaron con los niños, como también, por ejemplo, en que conozcan el mar o tener una mascota.
Majo Borges.
La segunda vez fue por medio de la fundación Mir y a su casa llegó un varón de cinco meses que nació prematuro y estuvo nueve meses con ellos. “Fue en plena pandemia, nos fuimos para una casa en San Francisco toda la familia y fue maravilloso. Trabajamos en línea y eso era más amable para estar con el bebé. Nuestros hijos ya se habían ido de casa, pero vinieron a pasar bastante tiempo con nosotros. En este caso, también los adoptó una familia hermosa y somos los padrinos, lo vemos seguido y lo llevamos para afuera; es una relación muy linda, es como un sobrino”, cuenta Virginia.
Agrega que ojalá no tuvieran que existir las familias amigas, “que no haya familia que tuviera que verse obligada por las circunstancias a no proteger a esas infancias”, pero opina que este programa es muy buena solución “para el mientras tanto”.
Federico es uno de los hijos de Virginia y Juan, y junto a su pareja compartieron la que define como una “crianza provisoria” de los hermanos en la misma casa. “Fue muy intenso, un viaje un poco duro, muy lindo y fue una suerte ver a mis viejos criar. Con mi compa siempre decimos que nos acercó a la mapaternidad, de estar nosotros criando y al mismo tiempo ver a mis viejos haciendo dinámicas que yo sabía que habían sucedido con nosotros. Cosas muy graciosas, como chistes repetidos, provocar cierta paciencia para que el otro también reaccione mediando entre los dos, porque eran hermanos”.
Evalúa como positiva la experiencia; “hubo como una complicidad también con mis viejos, al criar juntos y ahora yo apropiarme también de algunas de esas dinámicas que ellos tenían con nosotros”. “El segundo caso también fue divino, espectacular y un mimo a mis viejos de poder seguir partícipes de su vida”, agrega.
Su padre, Juan, también menciona la importancia de lo social en la crianza, dice que para su familia fue fundamental el apoyo que dieron amigos, vecinos y compañeros de trabajo.
Nido vacío
El proceso de desapego, cuando los niños vuelven a su familia de origen o van a una que los adopta, es complejo para muchas de las personas que participan en el programa Familia Amiga, puesto que generan fuertes lazos con los niños a su cargo, a los que a veces no vuelven a ver.
“Tengo una sensación de que quedé unida a ella para siempre y tengo la suerte de que gané una familia, porque quienes la adoptaron mantienen el vínculo. Mora me hizo tía, sus papás son como primos para mí y ahora son los tíos de mi hija. Tuve mucha suerte con eso, ahí cada caso depende de la familia que adopte”, dice Majo.
Según los testimonios recabados, es frecuente que las familias adoptantes permitan que el vínculo siga. “En general, los padres adoptivos son muy agradecidos con lo que vos hiciste por sus hijos y la información que les diste sobre ellos”. “Me dijeron ‘vas a llorar una semana’ y no lloré, pero fue el tiempo que estuve triste. Era como una mamá melancólica, miraba todo, porque con un bebé tenés la casa llena de cosas y de pronto se vacía. Pero también es una demanda que se va. Vos ya sabías que no se iba a quedar y es como que volvés a dormir, a comer bien. Sentís mucha satisfacción igual al ver cuando finalmente se va en adopción, es relindo de ver la felicidad que tienen esos padres y cómo van formando su familia. Hay una tristeza que no es desgarradora, alivio también y una sensación de misión cumplida, de mi trabajo aquí está hecho”, añade Majo.
La hija de Majo Borges.
Para Laura y su familia las despedidas siempre han sido tristes, aunque el dolor algo cede al saber de la nueva vida que comienzan los bebés que cuidaron. “Es pasar de convivir 24/7 a volver a la cuna vacía. Nosotros lo vivimos con tristeza y con una sensación rara, porque si bien extrañamos horrible y muchas cosas nos hacen recordar a cada uno de ellos, nos da alegría por otro lado que finalmente esos niños que son tan divinos puedan empezar su vida definitiva. Pasar de esa transitoriedad que tuvieron en nuestra casa a que sean felices con sus padres adoptantes, o que puedan volver con su abuela, o con sus otros primos, o puedan irse con su mamá. Eso nos alivia un montón”, comenta Laura.
“Fue duro dejarlos ir, estuvimos una semana llorando a moco tendido. El apego es fuerte para los dos, pero te queda rescatar que fue importante para ellos como para nosotros. Sería sanador que para ellos esta etapa haya sido positiva en sus vidas. El abrazo que me dio el padre adoptivo la primera vez fue el más importante que recibí en mi vida” , dice Juan.
Su hijo Federico completa la reflexión con algo que recuerda al proverbio africano que dice: “Hace falta una aldea para criar a un niño”. “Todos los hijos son del mundo, estuvo lindo entenderlo, trabajar en conjunto y esto disparó muchas conversaciones que estuvieron buenas. Se reconfiguró el hogar sabiendo que eso se terminaba en algún momento. Fueron cambios muy profundos, aun sabiendo que esa intensidad se iba a terminar en algún momento”.
La vida después
Karina y su esposo son los padres de Mora, tienen 36 años y a los 21 definieron que querían ser padres, lo intentaron, hicieron diferentes tratamientos sin el resultado buscado y decidieron adoptar. Después de tres años y nueve meses de postularse, llegó Mora —con siete meses de vida— a ser parte de su familia.
Como instancia importante del proceso final de adopción estuvieron los primeros encuentros con Mora y Majo. Karina dice que con su esposo consideran que es importante mantener los vínculos significativos; “vimos que Majo era muy importante para Mora y ella se re emocionó cuando le dijimos que podía visitarla y llevarla a pasear cada tanto”. Vieron que eso le hacía bien a su hija, que le sumaba a su crianza y decidieron proponerle a Majo que sea tía de Mora. “Fue una felicidad enorme para ella ser la tía, y ahora es la tía oficial, viene a los cumpleaños, a casa a comer, a pasear, vamos a su casa y ahora nosotros también vamos a ver a su hija”.
Karina cuenta que con su pareja están pensando en adoptar por segunda vez y que a sus cuatro años Mora los tiene en el lugar de madre y padre, sabe que es adoptada, “que no viene de mi panza, sino de la de otra señora, conoce su nombre y de la existencia de un hermano mayor que cuando sea más grande si quiere puede conocer. También sabe que la hija de Majo no vino de la panza de su tía”.
Eduardo Delgado es periodista. Trabaja en TV Ciudad y escribe en la diaria sobre temas sociales y culturales.