Casamientos y funerales son dos ámbitos donde el cantante y compositor canadiense Stephin Merritt nunca imaginó que tocaría alguna vez, pero la fama no es puro cuento. O tal vez lo sea, pero en todo caso, y a diferencia del crimen, siempre paga.
En lo que se refiere a Merritt, la fama –la paga– en cuestión no lleva asociado su nombre –ni su rostro, algo que agradece–, sino el título de una canción: “The Book of Love”. Es el tema insignia de los tres discos que integran 69 Love Songs, publicados originalmente en 1999, y atribuidos a The Magnetic Fields, el grupo principal de todos los liderados por Merritt durante una carrera musical que ya lleva tres décadas y media, con bautismos como The 6ths, The Gothic Archies o Future Bible Heroes. Claro que a partir de la edición consagratoria del álbum triple en cuestión, The Magnetic Fields se convirtió en el principal vehículo para las canciones que su líder se ha pasado toda una vida escribiendo, sentado en bares nocturnos de una ciudad como Nueva York, de ser posible bebiendo Hennessy o Courvoisier.
En las entrevistas que ha venido concediendo desde el año pasado para promocionar los shows con los que el grupo está celebrando las bodas de plata de su obra maestra –festejos que tendrán su continuidad durante 2025: ya hay nuevas fechas anunciadas–, Merritt, entre muchas otras cosas, llegó a confesar que si hay algo que ama escribir son canciones malas. “Es una parte importante del proceso de escritura”, dijo. “Porque el desastre puede contener una frase que inspire otra canción. Y a veces una canción es tan mala que puede ser útil de otra manera. Mi tema ‘A Chicken with It’s Head Cut Off’ de 69 Love Songs es tan ridículamente estúpido que funciona. Es el peor título posible, y por eso es gracioso. No es ni por asomo un tema que describiría como bueno. Pero es tan malo que es bueno”, resumió, refiriéndose al tema que Alvy Singer, Nacho Rodríguez y Sebastián Rubín –un trío argentino que, entre 2010 y 2012, editó con su permiso dos discos traduciendo sus temas– titularon “Como un pollo degollado”.
Por si hace falta aclararlo, no son las canciones malas las que han dado fama a su trabajo al frente de The Magnetic Fields, pero lo que quizá una a todas sus obras –buenas o malas– puede tener que ver con esa fe en la continuidad de la escritura y sus transiciones. Algo de lo que canta en el tema más conocido del lote, que el trío argentino tradujo como “El libro del amor”, y cuya versión más difundida –hay varias– es la que grabó Peter Gabriel en su disco de versiones Scratch my Back (2010). “El libro del amor tiene música / de hecho de ahí es de donde viene / algunas son trascendentales / otras son realmente tontas”, reza la letra de la canción que, como decíamos al comienzo de estas líneas, es más famosa que su autor, y ha propiciado las invitaciones a interpretarla en varias bodas y al menos un funeral.
*** Lo de las bodas tiene que ver con algo que Merritt no termina de comprender: el hecho de que “El libro del amor” se haya convertido en un clásico para la banda de sonido de los casamientos. “No entiendo por qué la gente piensa que es una canción apropiada para eso”, dice. “Porque trata sobre la ambivalencia y la ambigüedad del amor, lo que no creo que sea un sentimiento apropiado para una boda. De hecho, es básicamente un sumario o un manifiesto de todo el disco: arranca diciendo ‘el libro del amor es largo y aburrido’, porque la idea warholiana de la repetición es clave. No me entiendan mal, estoy contento de que se haya convertido en un clásico. Solo me sorprende la elección”.
Lo del funeral, en cambio, es todo culpa suya. Asegura que lo que le hizo aceptar el pedido fue que, como ya había accedido a tocar el tema en varias bodas de amigos, supuso que sería más o menos lo mismo. “Cuando me lo propusieron, respondí que sí, sin pensarlo mucho”, contó. “Fue un error y nunca volveré a hacer algo así”. Se trataba de despedir a Maggie Estep, una poeta dedicada al slam que, en la época en que estaba componiendo los temas del álbum triple, era su vecina del piso de abajo. “Escuchaba todo lo que hacía apenas una fracción de segundo después de que lo escuchaba yo”, contó Merritt, y explicó que “The Book of Love” se convirtió en su favorita. Estep murió en 2014, con apenas 51 años. “Fue una mala idea, el servicio fue solo un par de días después de su muerte y no habíamos tenido realmente tiempo de procesarlo todo. Me resultó algo imposible, y de alguna manera arruinó el tema para mí, porque durante un tiempo cada vez que cantaba ‘The Book of Love’ estaba de regreso ahí, como en una pesadilla, teniendo que cantar para despedir a alguien que conocía y de quien era amigo. Ella murió de pronto, de un ataque al corazón y relativamente joven, así que toda la experiencia fue horrible. No es la clase de cosa en la que deberías estar pensando cuando estás tratando de interpretar ‘The Book of Love’”.
La cuestión de lo que debe estar pensando quien interprete una canción de The Magnetic Fields es algo que siempre fue sujeto a debate, desde los comienzos del grupo. Como resumen de su sonido, la legendaria The Trouser Press Guide to 90's Rock –un popular diccionario del indie durante los años 90– apuntaba ya a mediados de aquella década que era “una combinación de synth-pop empalagoso con narraciones tristes contadas con voces inexpresivas y tan desinteresadas que jurarías que los cantantes estaban leyendo fonéticamente un idioma extranjero”.
Ser capaz de hacer o decir las cosas más terribles o inesperadas sin mover ni un músculo es una cualidad celebrada en la comedia o en las películas de Tarantino, pero generalmente resulta algo incómodo cuando se trata de discutir asuntos del corazón. Aunque Merritt siempre ha sido fiel a sus métodos. “Si se quiere escribir una canción de amor, hay que tratar de no hacerla para una persona o una situación en particular”, ha dicho recientemente. “William Wordsworth dijo que la poesía es emoción recolectada en la tranquilidad. Hay que ser científico al respecto. No hay que tratar de escribir una canción cuando se esté efectivamente sintiendo esa emoción. De hecho, no hay que tratar de hacer algo artístico cuando estés sintiendo algo que te supera. Es como cuando estás manejando: si estás enojado, mejor estacioná a un costado del camino”.
Esa pasión por la artesanía, ese cuidado por las formas con las que se está trabajando, es lo que justamente hace posible la existencia de un artefacto como 69 Love Songs. Y es el número, ese 69, el que termina de explicarlo todo. “Es el número del amor”, lo definió Merritt, seguramente con una sonrisa traviesa. Y tanto esa respuesta, como el número en sí, señalan inequívocamente hacia su repetida aclaración sobre el disco en cuestión, aunque todos los que se hayan sentido emocionados por cada una de sus canciones se quejen por esa travesura, por esa distancia: 69 Love Songs no es un disco sobre el amor, subrayó su autor, sino que es un disco sobre canciones de amor. Y eso ya es otro cantar.
Climas y mundos
Al hablar sobre el nacimiento de su disco más famoso, Stephin Merritt siempre repite la misma historia: que trató de pensar en algo que llamase la atención, en un golpe publicitario, en una carta de presentación. Por eso inicialmente las canciones iban a ser 100, un número redondo, industrial y contundente, que atrajese todas las miradas. El 69, qué duda cabe, las atrajo aún más.
“Antes de la salida del álbum triple en 1999, The Magnetic Fields era una banda de culto adorada, que arrastraba una historia algo convulsionada, con cantantes principales que iban cambiando, algo que también sucedía con los sellos independientes y los proyectos paralelos”, escribió el periodista Steve Klinge en una nota publicada por la revista Magnet, celebrando los 15 años desde la salida del disco. “Merritt escribía canciones llenas de ingenio y juegos de palabras; era un gran fan de ABBA, Phil Spector y Orchestral Manoeuvres In The Dark, así como también de Irving Berlin, Harold Arlen y Cole Porter. Con 69 Love Songs, el mundo descubrió ese secreto”.
Hijo de una madre soltera y bohemia, y de un padre cantautor (Scott Fagan) al que conoció recién de grande, cuando ya tenía varios discos editados, Merritt tuvo una infancia inusual: “Cuando cumplí los 22 con mi madre nos sentamos a hacer la cuenta y calculamos que habíamos vivido en 33 lugares diferentes”. Además de no parar jamás de escribir canciones, trabajó como crítico en la versión neoyorkina de la revista Time Out. Fue uno de los primeros periodistas norteamericanos en entrevistar a las Spice Girls, por ejemplo. “Detestaba su música entonces y lo sigo haciendo ahora”, le confesó recientemente al periódico británico The Telegraph.
El modelo inicial para 69 Love Songs fue el mismo del que hasta entonces se podría considerar como su disco más exitoso, Wasp’s Nest (1995), firmado por The 6ths, y el único que le había publicado una discográfica tradicional, London Records. En su modo más Spector, logró reunir prácticamente a un seleccionado del indie de la época, con cada tema a cargo de un cantante diferente: aparecen, entre otros, Dean Wareham de Luna, Georgia Hubley de Yo La Tengo y Lou Barlow de Sebadoh. “La idea era componer las canciones e ir buscando intérpretes para cantarlas. Pero cuando me di cuenta de que igual iba a tener que grabarlas para que se las aprendieran, decidí cortar camino”, contó alguna vez.
El trabajo duró un año; arrancó durante los tres primeros meses a componer las canciones antes de sumar también las sesiones de grabación, principalmente en su estudio casero. Trabajó codo a codo con Claudia Gonson, cantante, pianista y percusionista, pero también mánager y el cerebro administrativo del grupo. “Nos juntábamos todos los días a hacer listas de pendientes”, contó alguna vez Gonson, que fue una de las vocalistas del disco, junto con Shirley Simms, Dudley Klute y LD Beghtol (que en 2006 publicó un libro sobre el disco para la colección 33 1/3 y falleció de covid en 2020). Como originalmente iban a ser 100, hay 31 canciones que quedaron afuera por diversas razones: una de ellas es “The Sun, the Sea and the Sky”, rescatada en Obscurities (2011), una compilación de rarezas en la que queda claro que salió de la lista porque no habla de amor.
La feliz decisión de que las canciones fuesen 69 ayudó también al orden y la simetría: un álbum triple, 23 por disco, y en cada uno de ellos dos temas para cada vocalista invitado. La primera idea fue que las canciones aparecieran alfabéticamente: hay una lista que las ordena de esa manera en una lámina interna del tercer volumen. Pero cuando se dieron cuenta de que las ocho primeras iban a ser con guitarra acústica, algo que no era representativo de un disco que incluye toda clase de estilos musicales, hubo que cambiar. Y en la búsqueda de que no se repitieran estilos o intérpretes, el disco se fue ordenando solo. De hecho, tal vez sea –como señaló algún crítico en su momento– el extraño caso de un álbum que no pierde nada al escucharse en random. “Me fascinan Shakespeare y Ozu porque sus obras parecen contener el mundo en vez de crear un clima”, explicó alguna vez Merritt. “Supuse entonces que un disco de tres horas es mucho más de lo que cualquier clima puede durar, así que decidí optar por tratar de contener una multitud de ellos”.
Uno de sus compinches es el escritor estadounidense Daniel Handler, que toca el acordeón como invitado en el álbum y que en aquella época también estaba detrás de su propia ballena blanca, completando la saga Una serie de eventos desafortunados, que publicó bajo el seudónimo de Lemony Snicket. “69 Love Songs termina recompensando las contradicciones que deseamos de la música pop: es un placer fácil y un disfrute duradero”, resume Handler. “Las letras y la producción están diseñadas para períodos de atención cortos (¡juegos de palabras!, ¡cambios!, ¡nuevos géneros!, ¡ruidos tontos!), pero entonces las canciones se asientan y permanecen en el cerebro y el corazón. Podés escuchar este disco durante años y, de pronto, descubrir una canción que dejaste sonar un millón de veces, pero que realmente nunca escuchaste del todo”.
Oda a la ambigüedad
Aunque el contundente nombre que Merritt le puso a la empresa que gestiona sus derechos de autor –Gay and Loud– parezca dejar todo dicho sobre lo que nos pueda quedar por saber de su personalidad, en realidad su estilo es más Buster Keaton que Elton John. Y para 69 Love Songs la clave es la ambigüedad antes que las lentejuelas. Sus canciones de amor se preocupan por no quedar ancladas en ningún género sexual, un detalle inusual para la época y que exigió conservar para ese milagro de traducción que realizaron los argentinos Alvy, Nacho y Rubín cuando se decidieron a interpretar a Los Campos Magnéticos.
“Creo que deben ser la mejor banda del mundo, aunque no puedo asegurarlo porque nunca los escuché en vivo”, bromeó Merritt algunos años atrás, al preocuparse por mencionarlos cuando le preguntaron por grupos a los que hubiese influenciado, aunque en realidad lo que delata la obra del trío formado solo para este proyecto es principalmente admiración. Porque en materia de sonido, lo que Alvy, Nacho y Rubín hicieron fue traerlo a su propio territorio, optando por un estilo acústico y homogéneo, todo madera y cuerdas, sin sintetizadores. El resultado es una delicia que, aunque el grupo hace tiempo que se haya separado, todavía se puede disfrutar gracias a los discos que testimonian todo su trabajo (que terminaron siendo reeditados juntos, y así es como se los encuentra en línea). Y el agradecimiento es doble, porque la existencia de ese registro y ese proyecto permite que el lector de este artículo que no domine el idioma inglés tenga cómo acercarse a la obra de Merritt, pudiéndola percibir casi en total plenitud.
Volviendo a las últimas entrevistas que ha concedido el líder de The Magnetic Fields, hay un par de preguntas que suelen repetirse y tienen que ver con el disco que nos ocupa. Por un lado, está el asunto de qué cambios considera que tendría si lo tuviera que componer hoy. “Creo que habría mucho más sexo explícito. Habría más tríos y poliamor en las canciones, y probablemente también más sexo anónimo online. Y mucha menos monogamia”, subrayó, señalando que muchas de las canciones del álbum tienen que ver con una frustración al respecto. “Es algo que ha cambiado totalmente dentro de la cultura gay, posiblemente porque la monogamia solía ser muy importante entonces, en la época del sida. Hoy, en cambio, seguramente habría una canción sobre lo irritante que sería que tu novio sea celoso”.
Por último, está la cuestión de si lo tomó por sorpresa el efecto que generó el disco, que llega hasta el día de hoy. “Fue concebido como un acto publicitario, así que no me sorprendió que tuviese mucha publicidad. Lo que si es una sorpresa es que la gente lo siga escuchando, ahora que casi nadie escucha música”, bromea Merritt, que no ha abandonado ni los golpes publicitarios (para sus 50 años, en 2017, publicó el disco 50 Song Memoir) ni los discos conceptuales (en 2020 salió Quickies, integrado por temas de dos minutos o menos). Y que tiene muy presente la magnitud de su deuda con un disco que le terminó dando todo, o casi todo. Lo ha dicho él mismo: antes de 69 Love Songs, siempre estaba a una semana de no llegar a pagar el alquiler. Cuando Jennifer López incluyó en una de sus películas la versión de Peter Gabriel de “The Book of Love”, se pudo finalmente comprar una casa. El único disco que rankeó más alto que el triple en la consagratoria encuesta del Village Voice –un medio que puso en tapa a Merritt con su chihuahua– de fin de aquel 1999 fue Play, que convirtió a Moby en una superestrella. “Siempre lo vi como una competencia, y ese disco estuvo en todos lados, a diferencia del nuestro”, comenta. Y agrega: “Pero no sé si alguien estará festejando hoy el cuarto de siglo de la salida de Play. Tal vez haya alguien, ¿no?”.
Vaya uno a saber. Pero, como escribió la periodista estadounidense Brenna Ehrlich, más allá de quién ganó finalmente esa disputa comercial, de algo podemos estar seguros: no hay ninguna canción de Moby que se pueda escuchar tanto en una boda como en un funeral.
Martín Pérez (Buenos Aires, 1967) es periodista, cronista de rock y crítico cultural. Edita el suplemento Radar de Página 12. Sus últimos libros son The Calamaro Files (Gourmet Musical) y Quiero verte otra vez (Mansalva). Su indulgencia preferida es mantener activo su programa online Música Cretina.