El día después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, las mujeres que habían votado para que Donald Trump no regresara al poder echaban fuego en las redes sociales. Desde la emergencia de la derecha como fuerza política y el retroceso de los derechos durante la primera presidencia de Trump, las estadounidenses sabían que iría por más si llegaba a la Casa Blanca de nuevo. Los hechos hablaban por sí solos. Por ejemplo, cuando Trump todavía era presidente, en 2020, las empresas privadas ganaron el derecho de suspender la cobertura de anticonceptivos en su plan de salud por motivos morales o religiosos —es decir, por la creencia de que cualquier mujer que tiene sexo, deseado o no, tiene la obligación de parir—. Ese mismo año, una modificación del Título IX, la ley que prohíbe la discriminación sexual desde 1972, minimizó las responsabilidades de las universidades ante las estudiantes que sufren acoso o abuso, con una reducción casi inmediata en la cantidad de denuncias.
El aborto, protegido en todo el país por jurisprudencia hasta 2022, ahora está parcial o totalmente prohibido en 41 estados, en gran parte gracias al presidente Trump, que nombró a jueces en la Corte Suprema que estaban dispuestos a derogar ese derecho. Más recientemente, en una hoja de ruta para una segunda administración de Trump llamada Proyecto 2025 que salió a la luz antes de los comicios, se proponía restaurar la familia heteronormativa como el eje de la vida estadounidense y terminar de una vez por todas con los derechos reproductivos. El posteo de Nick Fuentes, comentarista político y lacayo de Trump, “Tu cuerpo, mi elección. Para siempre” había pasado de burla a amenaza.
La mañana siguiente a la elección, el 7 de noviembre, anonadadas por la rotunda victoria de Trump, las jóvenes estadounidenses tomaron el espacio de la militancia por excelencia del siglo XXI: TikTok e Instagram. Entre las estadísticas de la elección que pasaban los noticieros, un hecho singular: la inusitada cantidad de votos que recibió Trump de hombres de 18 a 29 años, muchos de los cuales salieron entusiasmados a votar por primera vez. A TikTok, entonces, llegaron en masa pero solas, desde el volante del auto, desde la cama de la cual no se pudieron levantar o desde el sofá, para declararse traicionadas por el poder pero también, terriblemente, por sus contemporáneos masculinos. Y cada una en primer plano, en una suerte de unísono inconexo, prometió y hasta juró no tratar más con ellos. No salir ni copular con ellos. A veces con máquina de afeitar en mano mientras se rapaban para reiterar la última promesa, la de no procrear. Mientras que en las calles, los cantos, ciertas prendas y los brazos entrelazados suelen unir a quienes participan en una protesta, aquí las mujeres se sirvieron de unos hashtags: #4B y #4Bmovement.
Cuatro veces no
El alzamiento de la bandera flameante del 4B, un movimiento feminista radical nacido en Corea del Sur unos cinco años antes, fue algo sorpresivo, primero porque todo indicaría que la globalización ya pasó de moda, pero también porque estaba muy a mano otro hashtag más cercano, el #MeToo. Esta frase, de la activista estadounidense por las víctimas de abuso sexual Tarana Burke, tomó vida propia cuando la actriz Alyssa Milano la compartió en Twitter pidiendo que cualquiera que hubiera sufrido acoso o abuso sexual contestara con esa misma frase. En pocas horas, juntó 14 millones de tuits. Lanzado en respuesta a las acusaciones de actrices contra el productor Harvey Weinstein, el #MeToo logró romper barreras entre mujeres de distintas latitudes y pertenencias sociales. Era un ciberfeminismo sin jerarquías y aparentemente interseccional que unía a las mujeres en una experiencia compartida en redes. En ese sentido, como dice la politóloga Abigail Mazón Martínez en su artículo “Mujeres en redes de lucha: ciberfeminismo como movimiento social contemporáneo”, internet se podía percibir como “un lugar en que es posible conseguir la utopía propuesta por el feminismo, es decir, eliminar las características y los estereotipos que se han determinado a cada individuo y a cada colectivo”. En noviembre de ese año, el #MeToo pasó de la virtualidad a las calles de Hollywood con una marcha para concientizar sobre el acoso y el abuso, acción que fue replicada después en Toronto y Australia. El ciberfeminismo estaba, tal vez, en su apogeo, generando comunidades virtuales, lazos e identidades colectivas de una manera revolucionaria.
Pero en noviembre de 2024 las mujeres optaron por el #4B en vez del #MeToo. Las cuatro bes —bi significa “no” en coreano— expresan el rechazo de las mujeres a las expectativas que tiene la sociedad coreana en relación con el sexo opuesto: bihon (no al matrimonio), biyeonae (no a las citas), bisekseu (no al sexo) y bichulsan (no a tener hijes). Si bien las consignas a veces nombran a los hombres, “no a las citas con hombres”, no parece haber ninguna propuesta lésbica en el 4B y las críticas al movimiento alegan que es transfóbico y homofóbico.
A pesar de vivir en un país desarrollado, con 51 millones de habitantes y la cuarta economía más grande de Asia, las coreanas sufren una misoginia pujante. Además de la obligación de lucir flacas y tonificadas pero con pechos y nalgas prominentes, por ejemplo, las coreanas enfrentan otra presión estética: la de hacer todo lo posible para parecerse a las mujeres de Occidente. Entre las cirugías cosméticas más populares para lograr el look deseado está la blefaroplastia, una intervención del párpado para dar ojos más almendrados, y la cirugía V-Line, un recorte del hueso mandibular para dejar la cara ovalada. Una de cada cuatro mujeres coreanas de entre 19 y 29 años ya se ha sometido a alguna intervención quirúrgica, un porcentaje que viene subiendo con los años. La estética buscada está a la vista en cualquier video de los grupos femeninos de k-pop, en los que la luz tenue, el maquillaje y los atuendos —un buzo rojo de porrista, un short cortito de gimnasia, la falda plisada de un uniforme de colegio privado— también evocan a Norteamérica. Será por estos videos que el país es visto por Occidente a través de “un lente color caramelo”, como sugiere el periodista Simon Coates. Joven y tierna, la feminidad k-beauty estalla de rosa y blanco, de unicornios y brillos, de corazoncitos, burbujas y chupetines, de sonrisas cómplices. Pero esa complicidad nunca se comparte con las otras mujeres en la banda, sino con el espectador (hombre), y suena el estribillo en inglés con coreografía y ritmo de k-pop: Watch me, don't touch me, how long before we fall in love? (“Mirame, no me toques, ¿cuánto falta para que nos enamoremos?”). Y mientras las coreanas se hacen intervenciones quirúrgicas para lookearse como las mujeres de Occidente, ¿no es un giro absurdo que ahora las occidentales busquen emular a las pocas coreanas que dan la espalda a esa exigencia?
Pesadilla patriarcal
Además de lidiar con la expectativa de una belleza que sólo se alcanza con bisturí, las coreanas enfrentan obstáculos singulares para realizarse personal y profesionalmente. El país figura último en el índice del techo de cristal, que mide la desigualdad de género en 29 de los Estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, puesto que mantiene desde hace 12 años. En 2022, de hecho, las mujeres ocupaban sólo 5,8% de los puestos ejecutivos en compañías que cotizan en bolsa en Corea del Sur. Hasta mediados de los años noventa, el aborto selectivo por sexo era tan común que hoy, entre el grupo etario de unos 30 años, hay entre 700.000 y 800.000 más hombres que mujeres. Esta misma situación se relata en Kim Ji-young, nacida en 1982, una novela de la escritora Cho Nam-joo en la que la madre de la niña que narra decide abortar una futura hermanita en busca del varón. Citada muchas veces como inspiración del movimiento 4B, la best seller también hace referencia a una forma de acoso inusual pero muy difundido en Corea del Sur: la filmación de mujeres con una cámara espía, con frecuencia instalada en baños públicos, para después compartir esos videos en redes. Al entrar en algunos baños, las mujeres buscan pequeños agujeros en las paredes —y si los encuentran, los tapan con papel— antes de usar el excusado. Aun cuando las víctimas de la cámara espía se enteran y se animan a denunciar, pocos casos llegan a juicio y todavía menos terminan en sentencia para el acusado. Otro fenómeno tristemente común es el femicidio: en 2023, casi 25% de los hombres acusados de homicidio o intento de homicidio habían atacado a una pareja o una ex. En este contexto, el hashtag 4B generó lo que la socióloga Kitsy Dixon describiría como “un espacio virtual donde las víctimas de la desigualdad puedan convivir juntas en un lugar que reconoce su dolor, su narrativa y su aislamiento”.
En escenarios tan apremiantes, el llamado a bajarles la cortina a todos los hombres tiene lógica, y también siglos: desde las amazonas de la Antigua Grecia, pasando por las feministas radicales de los Estados Unidos de los años setenta, y ahora las del 4B. Pero ¿cuán factible es? Las mujeres, estén en Corea del Sur o en Estados Unidos o en cualquier otro país, ¿están listas para renunciar al trato con la otra mitad (o casi) de la población? La propuesta implicaría que la mujer tuviera su propio sostén económico, lo cual podría limitarles el movimiento a mujeres blancas, pasando por alto (otra vez) las experiencias de mujeres negras, latinas y LGBTQ+. Además, con todo el sacrificio que implica cumplir con los cuatro noes, ¿se puede armar una convocatoria feminista alrededor de una autonegación de grandes placeres como el sexo y el de maternar?
¿Un juego?
En el caso de Estados Unidos, las voces en redes que declararon su adhesión al movimiento 4B a principios de noviembre parecen más lúdicas que militantes. El 7 de noviembre, por ejemplo, la joven @rabbitsandtea subió un tiktok en el que, solemne, acaricia a su gato —un guiño a Kamala Harris, la exvicepresidenta de Joe Biden, a quien los republicanos tildaron de cat lady (un insulto a una mujer, generalmente mayor y siempre sin hijes, que mal invierte sus afectos en gatos)—. En el video suena surrealista el himno de Estados Unidos al fondo y aparece un texto sobre la imagen: “Hago mi parte como mujer estadounidense. Rompí con mi novio republicano anoche y esta mañana oficialmente me uno al movimiento 4B” (¿oficialmente?). En otro tiktok, días después, @taylormaeredfern, detrás del volante de su auto y latte en mano, hace un playback de Florence Hughes en la película No te preocupes cariño, moviendo los labios para gritar en silencio: “Era mi vida: ¡no tenías el derecho de quitármela!”. Más allá de su desilusión electoral, no pareciera que estas dos mujeres estuvieran contemplando los cambios radicales que propone el 4B. Más bien se subieron al trending topic del día en un espacio en el que, como dice la investigadora en estudios feministas Silvia Gas Barrachina, forjan “una identidad individualista, basada en la competencia por adquirir reconocimiento” (léase likes, favoritos, seguidores, etcétera). De hecho, en los días siguientes en sus respectivas cuentas de TikTok la patriota @rabbitsandtea subiría un video en el que arma una pared de film para que su conejo rebote contra ella y @taylormaeredfern postearía una primicia sobre nuevos cafés con sabores navideños.
Sí, también hubo tiktoks más sentidos: @saira_csu2, por ejemplo, explica el significado de las cuatro bes y extiende la apuesta más allá de la decisión individual de no tratar con hombres a englobar también las instituciones financieras y el consumo. El video de Saira, un repaso metódico por las estructuras de la desigualdad, es menos llamativo e histriónico que muchos otros con el mismo hashtag y lo han visto, hasta ahora, unas 2.000 personas. En Instagram, un grupo que también toma la propuesta en serio, @4bworldwide, tiene menos de 8.000 seguidores. Visiblemente ausente de la gran mayoría de estas expresiones de apoyo al “movimiento”, es una propuesta de encuentros con otras mujeres y de protestas para canalizar la bronca y el dolor. “Se sorprendieron mucho las feministas coreanas con la viralidad del 4B en Estados Unidos después de las elecciones, porque es un hecho que nosotras [las estadounidenses] sabemos muy poco sobre las acciones y las actividades políticas legítimas en las que participan en el movimiento en Corea del Sur”, explica Jiwoon Yulee, profesora adjunta de la Universidad de Syracuse, en Nueva York. “En el mejor de los casos, lo que está pasando aquí sería una suerte de sentimiento en línea y popular, pero no un movimiento”.
Dentro del mismo mundo virtual de TikTok, pero del otro lado de la grieta, abundan los videos que se burlan del 4B, sus propuestas y sus seguidoras. Si bien todo el contenido de TikTok tiene la misma jerarquía y todo tiktoker, la misma posibilidad de diseminar su mensaje, los videos ácidos y burlones parecen atraer más likes, más vistas, más seguidores y, por lo tanto, más éxito en las redes. El mismo día que @saira_csu2 posteó su análisis de la situación, por ejemplo, la tiktokera @ourgracefilledlife subió un video en el que mira a la cámara y pasa la mano por su melena ondulada bajo el texto: “Algo del movimiento 4B me da ganas de tener otro bebé”. Este video juntó 38.000 vistas. De hecho, en una búsqueda de #4B en TikTok aparecen más mujeres en contra que a favor. En algunos videos, mujeres en vestiditos apretados y tacos celebran que el 4B quitará competidoras en la lucha por conseguir un Hombre. También hay mujeres que sostienen que se tuvieron que rapar la cabeza por una quimioterapia y que aquellas que lo hacen por un “capricho”, es decir, por una postura feminista, deberían sentir vergüenza. No faltan trad wives con falda amplia cubierta de delantal que declaran, desde su cocina, que frente al movimiento 4B van a seguir sirviendo a sus maridos, y también otras que hacen cálculos promisorios, si bien imprecisos: menos mujeres progres dispuestas a parir, más conservadores en un futuro no muy lejano. “Dejalas que se hagan las locas, ¡así hay más para nosotras!”.
Dada la popularidad de estos videos socarrones y agresivos, existe la duda sobre lo que realmente motiva a las tiktokeras que los suben. Puede ser, como sugiere Gas Barrachina, que “los usuarios y las usuarias, con el fin de obtener reconocimiento, copian actitudes y temáticas”. ¿Cuánto hay de performático y cuánto de emoción detrás de cada mujer que llora —y detrás de cada mujer que se burla de la que llora—? Parece que la posibilidad de entender el movimiento —y la reacción que produce— es lábil, dado que tanto el apoyo al 4B como su rechazo pueden responder más a la competencia por likes y las tendencias del momento que a posiciones verdaderamente tomadas. Por otro lado, hay una historia detrás del surgimiento del #MeToo, un paso de la militancia en la vida real al ciberfeminismo. Sin ánimo de avivar las llamas de teorías conspirativas, es importante destacar que, en el caso del 4B, nadie sabe con certeza a qué atribuir su repentina viralidad, pero tampoco se puede negar su utilidad para la derecha a la hora de tildar de locas a mujeres que buscan defender sus derechos.
El 21 de enero de 2017, un día después de la primera investidura de Trump, más de un millón de mujeres llegaron a Washington para la Marcha de las Mujeres en defensa de la igualdad y la diversidad. Juntas corearon I am woman, hear me roar y Tell me what democracy looks like, this is what democracy looks like! (“Soy mujer, escuchame rugir” y “Decime cómo es la democracia, ¡así es la democracia!”). Muchas llevaban un gorro color rosa con orejitas de gato o pussyhat, en referencia a un video en el que Trump comenta que a algunas mujeres hay que “agarrarlas de la concha” (pussy). Después de esa marcha, las organizadoras lanzaron una campaña de “Diez acciones para los primeros 100 días”, con el fin de mantener a las mujeres conectadas con sus representantes en Washington e insistir en la protección de sus derechos.
Casi ocho años más tarde, el sábado después de la segunda victoria de Trump, una convocatoria del mismo grupo que organizó aquella primera marcha juntó tan sólo unos centenares de mujeres. Es que esta vez las mujeres furiosas eligieron no tomar las calles, sino pararse frente al espejo bidireccional de TikTok, en lo que se podría calificar de slacktivism, un “activismo en línea de bajo costo y bajo riesgo” (Lee y Hsieh). Siguiendo con su análisis de la militancia feminista por internet, Mazón Martínez nota que “un reto presente en los movimientos que se originan en las redes es llevar los movimientos fuera de estas, pues las luchas sociales no pueden reducirse a un espacio detrás de las pantallas de sus activistas desde la comodidad de casa”. Justamente: para derrumbar el patriarcado, ¿no habría que levantarse del sillón, bajarse del auto? Para volver a levantar la bandera de la igualdad, ¿acaso no habría que reunirse, abrazarse y elevarse entre sí, en solidaridad y también con sororidad?
Con o sin hombres, pareciera que falta algo más que una militancia frente al celular y una lista de a qué estamos dispuestas a renunciar a solas.
Wendy Gosselin es traductora de español especializada en ciencias sociales y guiones cinematográficos. Nacida en Estados Unidos, está radicada en Buenos Aires hace más de 20 años, donde toma mate y baila tango, pero nunca perdió su acento.