Una de las mejores cosas que podemos tener es la independencia, que depende de tener plata para vivir, de quererlo y de estar sana también. Elena Fonseca

De niña odiaba que la llamaran Elenota. El apodo la hacía sentir mal con su cuerpo, alto y de gran porte. A su madre, Elena Muñoz, le decían Elenita porque era pequeña. Pero aunque Elena Fonseca rechazó su mote, no hubo manera de arrancarlo de su vida. Así que cambió de táctica: se lo apropió, le inyectó su personalidad. Amigas, hijas e hijos, nietas y nietos la llamaban de esa manera. Y así va a ser recordada siempre, porque Elenota hay una sola.

Elena Fonseca nació en Montevideo en 1930. Hija de Rodolfo Fonseca, ingeniero, y Elena Muñoz, ama de casa. Tenía tres hermanos mucho más grandes, Rodolfo, José y Gonzalo. Durante su niñez la familia vivió sobre la calle Buschental, en el Prado. Su hermano Rodo fue “su aliado, amigo, padre y mucho más durante su niñez, muy solitaria”, cuenta a Lento su hija Lucía Pittaluga.

Cursó la escuela y el liceo en el Sacré Coeur —ubicado donde ahora está la sede central de la Universidad Católica, sobre 8 de Octubre—, un colegio para niñas de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, monjas de clausura dedicadas a la enseñanza, “sin rebelarse ni ver el sistema de desigualdades”.

A los 15 años se enamoró de Sergio Pittaluga y se casaron tres años después. En el medio, él tuvo tuberculosis y estuvo un año curándose en Colonia Suiza, de donde volvió “un intelectual, tras un año de lecturas”, narró la hija de ambos, “y ella sintió que se casaba con un hombre diferente, quizá más libre que ella”.

Sergio comenzó a trabajar como diplomático y la pareja vivió en varios países. Con el correr de los años la familia se fue agrandando, tuvieron cuatro hijos y dos hijas. Llegaron a Madrid, España, a fines de los años cincuenta y se codearon con la intelectualidad local de la posguerra. En su casa había tablados flamencos cada noche, recordó Elena Pittaluga, hija del matrimonio. Una década después vivieron en Ottawa, Canadá, “y se convirtieron a la izquierda”, según Lucía.

Aún vivían en Madrid cuando falleció en Montevideo su hermano Rodo, aquel que era su confidente. Como estaba embarazada, Sergio no le contó la noticia por miedo a que la afectara. “Ella no se lo perdonó nunca, le molestaba no decirle la verdad a alguien para protegerlo”.

Durante los años que vivieron en el exterior Elenota fue “una perfecta esposa de diplomático: culta, gran cocinera, amable, elegante”. Sus habilidades para la cocina son destacadas por familiares y amigas. “Sus platos tenían magia”, relató su hija Elena, “consiguió hacer de los platos populares españoles un manjar, entre ellos el gazpacho”.

Tan famosas eran sus preparaciones que llegó a tener un postre con su nombre —sí, ese que tanto rechazó— en el restaurante de su hijo Martín. Para preparar un Elenota se precisan galletitas o bizcochos dulces, agua, azúcar, crema de leche, azúcar impalpable o glas y mucho dulce de leche. Mucho. De hecho, el nombre original era Postre de Dulce de Leche y lo cocinaba cuando lograba conseguir ese producto en el país en el que estuvieran viviendo. Según ella misma explicaba, era “una especie de Chajá uruguayo pero sin frutas, más criollo aún, y reunía abundancia, prestigio y deleite [...]. Siempre igual, siempre abundante, siempre presente”.

A principios de los años setenta la familia estaba radicada en la embajada de Bruselas, donde Sergio era el segundo funcionario. El 27 de junio de 1973, tras enterarse del golpe de Estado en Uruguay, la embajada cerró. Entonces esperaron. Al mes, toda la familia fue trasladada a Uruguay y a él lo asignaron a disponibilidad. Llegaron sin amistades en el país, en plena dictadura.

Elenota terminó sus estudios en el liceo Bauzá y entró a estudiar a la Facultad de Humanidades. Su esposo se quedó sin trabajo y ella consiguió un empleo remunerado por primera vez —fue secretaria en la oficina de Montevideo de la FAO y luego en la Unesco—. En 1979 Sergio Pittaluga, su compañero de vida, falleció, 31 años después de su casamiento. Entonces Elenota, en palabras de Lucía, “empezó otra vida”.

El comienzo de la militancia

Elenota se descubrió feminista al leer El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Por entonces tenía 25 años y todavía vivía en Europa. Fueron comienzos solitarios, de pensamientos más que de militancia. Así lo relató ella al portal del Instituto Nacional de las Personas Mayores (Inmayores) en 2017: “Realmente fue una revelación. Dije: ‘Pero esto no lo estoy leyendo, ¡lo escribí yo!’. Subrayaba y subrayaba. Ese fue un vuelco muy importante”.

“No se nace mujer, llega una a serlo”, escribió la filósofa francesa en esa obra. Elenota fue una mujer que se hizo, se transformó. Esa lectura le abrió un mundo nuevo, o más bien le sirvió de espejo: lo que ella pensaba y sentía en silencio tenía un eco más allá de su mente. Había otras. Y ese fue el leitmotiv de su vida: siempre hubo otras.

Estando en Uruguay, todavía en dictadura, Elenota acompañó a su amiga Luz Ibarburu (1924-2006), una de las fundadoras de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, en la búsqueda de su hijo Juan Pablo Recagno. Así se fue involucrando en la organización y terminó tomando parte activa en todas sus actividades.

En el entorno de las militancias vinculadas con los derechos humanos la gente se iba conociendo. Lilián Celiberti y Anna María Colucci, militante italiana, comenzaron en 1984 a recorrer organizaciones de mujeres con el fin de crear una revista feminista: Cotidiano Mujer. En esas vueltas conocieron a Elenota. Contó Lilián: “Empezamos un proceso de conformación del grupo, de discutir qué era lo que queríamos hacer, cómo lo queríamos hacer. Ninguna era profesional de la comunicación. Era el impulso más del feminismo que de la comunicación política”.

¿Qué era el feminismo para Elenota? “Un movimiento político para cambiar el mundo, no a las mujeres” (Tiempo activo, 2013); “Un cambio cultural, se trata de cambiar las cabezas que todavía piensan desde el patriarcado, que es eminentemente conservador en todos los sentidos del término: machista, clasista, sexista, homofóbico, belicista y etcétera. Yo no quiero que cambien las mujeres, que seamos divinas y nos pongan en un florero, quiero que cambie el ser humano, las sociedades” (Inmayores, 2017).

Llegó a Cotidiano Mujer con sus “vivencias singulares” tras haber estado en el extranjero y haberse dedicado al trabajo no remunerado de sostener una familia numerosa y se codeó con mujeres jóvenes, muchas de ellas recién salidas de la cárcel, que la veían como una mujer “de vanguardia, con sabiduría”, contó Lilián.

Cambiar el lenguaje, cambiar la vida

Sobre los inicios de Cotidiano Mujer, Elenota habló en un evento en Magnolio Sala en 2023: “Empezamos a rever las ideas básicas de nuestras vidas, a renombrar nuestras vidas. Empezamos a hacer un pequeño diccionario feminista con lo que no decían los diccionarios habituales. Apropiarnos de la palabra era apropiarnos de la realidad”. En la entrevista ya citada del Inmayores también hizo énfasis en la importancia de la palabra: “Combatimos mucho el sexismo en el lenguaje, el sexismo en la prensa, que tiene un efecto enormemente fuerte, por más que mucha gente dice ‘no te preocupes con esas cosas culturales que nadie se da cuenta’. No, no, para nada. Lo que sale en la prensa es como una especie de molde que te arma la cabeza y de ahí salís pensando lo que te dicen”.

La apuesta de Cotidiano Mujer fue vanguardista en plena apertura democrática. La tapa del primer número, que salió en 1985, decía: “Las mujeres no sólo queremos dar la vida: QUEREMOS CAMBIARLA”, y la revista incluía artículos sobre el servicio doméstico, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, la creación de una concertación de mujeres, la participación de feministas en la política, así como otro sobre el aborto en el que se preguntaba: “¿Por qué sólo los hombres tienen la palabra?”.

En esos primeros tiempos de Cotidiano Mujer, narró Lilián, “los vínculos eran muy personales, estábamos construyendo un espacio de reflexión de lo que cada una traía, lo que cada una había vivido. Había un tránsito muy simple entre la vida personal de cada una, sus tribulaciones, y la reflexión política feminista. ¿Cómo leemos la maternidad? ¿Cómo leemos el amor? ¿Cómo leemos las relaciones de pareja? ¿Cómo leemos las relaciones de poder que se dan entre las parejas y en las familias? ¿Cuál es la relación con los hijos cuando se tienen?”.

Hubo una experiencia que la marcó enormemente. En 1989 Flor de Lis, una mujer oriunda de Durazno, llegó a Montevideo escapando de su marido, Walter Placeres, que la violentaba. Según cuenta Lucy Garrido, ella, Elenota y Graciela Salsamendi le dieron trabajo para ayudarla y generaron una relación con ella. El 12 de noviembre de 1989 Placeres encontró a Flor de Lis y la asesinó. “Elenota hizo como un clic, se puso a trabajar mucho el tema de la violencia y terminó haciendo un libro con Graciela Dufau”. Cosa juzgada: otra forma de ver la violencia de género se publicó en 2002, en una época en la que la palabra femicidio no existía, se lo conocía como crimen pasional.

Feminismo y comunicación fueron dos de las grandes luchas de Elenota, que en su vida y su carrera estuvieron profundamente interconectadas. Formó parte de Cotidiano Mujer —que de revista se transformó en colectivo— hasta su fallecimiento, en diciembre de 2024.

Durante dos décadas condujo Nunca en domingo, el único programa feminista de la radiofonía uruguaya, que se emitió por la radio Universal (AM 970) hasta 2016 y luego se transformó en un pódcast que duró hasta 2021.

Elena en la celebración de los 40 años de Cotidiano Mujer, el 21 de agosto de 2024.

Elena en la celebración de los 40 años de Cotidiano Mujer, el 21 de agosto de 2024.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Lucy contó que Elenota preparaba los programas con gran dedicación: “Era muy organizada. Tenía libretitas en las que anotaba los programas, cómo los hacía, quién iba, para qué, cuándo; ordenaba en casetes todo lo que había hecho. Creo que era la forma en que tenía seguridad de que lo que iba a hacer lo iba a hacer bien. Porque creo que era insegura, a veces tenía esa cosa de que no había terminado una carrera, de sentir ‘soy feminista, pero ¿qué más?, no fui a la universidad’, y resulta que preparaba como loca un tema y siempre terminaba sabiendo más que vos”.

Hablaba de los temas que le interesaban, que le importaban, rescataba historias de mujeres que no eran conocidas. “Le gustaba la discusión de las ideas por encima de todo. No era intolerante, pero sí dispuesta a discutir hasta el final”, recordó Lucía.

Sus aportes le valieron, en 2016, el reconocimiento de ciudadana ilustre de Montevideo otorgado por el gobierno departamental.

La referente

Lucy Garrido entró a un sótano y la vio, Estela Peri se la encontró en una intervención y la vio, Lilián Celiberti llegó a una reunión y la vio, Ana Pañella fue a hacer un programa de radio y la vio. Elenota llamaba la atención. Su altura ayudaba, pero había algo en su porte, en su manera de llevar su cuerpo, en su energía. Es lo que relatan sus amigas. Mayor que todas las mujeres con las que construyó militancia y trabajo feminista durante décadas, se transformó en una referente. “Fue el paño de lágrimas de todos los conflictos, de todas las angustias, de las pérdidas de cada una”, en palabras de Lilián, su colega, amiga y vecina.

“La veías y decías ‘a la pucha, lo que es esta mujer’. En todo sentido. Era alta, derecha, todavía es como que la veo caminar, y tengo la voz de ella muy presente también. Cómo hablaba, cómo se expresaba, era toda fortaleza”, rememora Ana, amiga y colega. “Elena siempre parecía menor a la edad que tenía, era una mujer sumamente abierta. Era exquisita”, dice Estela, también amiga y colega. “Alta, flaca, pitucona, atractiva, simpática además”, describió Lucy.

Siempre hubo otras

—Uy, ahora llegar a casa, cocinarles a los nenes y a mi marido con lo rico que comimos. Aunque no me puedo quejar —agregó— porque él está cocinando tres veces a la semana, hoy me toca a mí.

—Bien —se alegró Ana—. Buen trabajo.

—Mío no —dijo la otra—. Elena le habló.

Este es un fragmento de la obra ¿Dónde está tu casa?, que Ana Pañella escribió en 2020. Lo que relata en esa escena realmente le sucedió a una amiga que tenía en común con Elenota. “¿Te das cuenta de que había hablado con el marido? Eso hacía”.

Primero fue la cabaña en Laguna del Sauce, en el medio del bosque, frecuentemente visitada por comadrejas, ratones y abejas. Allá iban Elenota, sola o con amigas, y también sus amigas, solas o con sus familias. A Estela le quedó marcado el momento en que Elenota le dijo: “Cuando llegues a la casa vas a encontrar todo, no tenés que llevar nada. Ahora, cuando te vayas, dejá todo como lo encontraste”.

Elenota viajaba en su camioneta Renault amarilla, que Lucy y Lilián recuerdan destartalada, con la puerta del acompañante pendiendo de una cadena y una perilla para cerrar. “A veces, una miraba para abajo y tenía miedo de pisar el asfalto con los pies”, recordó Lucy, “¿y sabés qué hacíamos de Montevideo a la cabaña? Tomábamos whisky a veces. Que no estaba prohibido en ese momento”.

El whisky era un ritual. “Llegaban las 18.30 o las 19.00 y ya tenía que haber arrancado”. Después de su muerte, sus amigas se juntaron a brindar en su honor. Sabían que no podían tomar otra cosa que un buen whisky.

“Los momentos más fuertes con ella pasaron en algún boliche de Montevideo”, rememoró su hija Lucía, “el viejo bar Paysandú, el Luzón, el bar Metro, el que ahora es Montevideo al Sur. En algún oscuro bar de la Ciudad Vieja le conté que me había enamorado nuevamente. En el bar Atorrante almorzábamos todos los jueves. Me acuerdo del fin de una pelea, en el bar Mingus, después de no hablarnos por un mes: se selló con whisky y la promesa de viajar a los fiordos juntas”.

Era una mujer de rituales. Todos los sábados se juntaba con un grupo de amigas de su edad, iban al cine a eso de las 20.00 y después iban a un bar, o a la casa de una de ellas, a comer y tomar algo. Todos los sábados sin falta. También iba a movilizaciones sociales, al teatro y a presentaciones de libros. Era una ávida lectora y disfrutaba de descubrir autoras y autores cuyos nombres no resonaban en la prensa, escrituras de otros países, de diversos géneros.

Le encantaban “las herramientas chiquitas, útiles pero chiquitas”, contó Lucy, así que ella le regalaba eso. “Le gustaba ver si podía ser capaz de arreglar algo”.

Cuando Elena, su hija, estaba dando a luz a su segundo hijo, el bebé venía de nalgas y a ella no le podían dar epidural. Elenota, en pleno parto, pidió para entrar a la sala y “empezó a explicarles a la partera y al ginecólogo que en pleno siglo XX la mujer no tenía que sufrir al parir, y yo le decía ‘mamá, en este momento prefiero que no des tanta línea, sólo quiero parir’”. Al final, el bebé nació de nalgas, sin epidural, sin cesárea “y con gran dolor para la madre”, rememoró Elena, porque asegura que es una anécdota que retrata el carácter de su mamá.

Le gustaba ver si podía ser capaz de arreglar algo.

Después fue el terreno en La Juanita, Maldonado, que compró luego de vender la cabaña de Laguna del Sauce. Allí diseñó, con la arquitecta Silvana Pissano, la casa de barro de sus sueños. Le gustaba la playa, “pero sobre todo le gustaba estar ahí, en la terraza llena de verde, leyendo”, relató Lilián.

Era en esa casa donde se reunía su familia, numerosa y desperdigada por el mundo, cada fin de año. Hijas, hijos, nietas y nietos pasaban las fiestas en la casa de La Juanita.

La familia y sus amigas, que también consideraba familia, eran centrales en su vida. “A pesar de la distancia, fue muy cercana y supo dar abrazos”, cuenta Elena. Elenota sobrevivió a dos de sus hijos. Sergio, que falleció en 2016, y Fructuoso, que falleció en 2023. Lucía rememoró: “Me dijo que por suerte había vivido hasta tan vieja para poder estar junto a sus dos hijos al momento de sus muertes”.

Cada año Elenota elegía un tema y durante meses preparaba con sus nietas y nietos presentaciones y debates sobre la cuestión, que presentaban luego en una reunión familiar. “Los temas siempre interpelaban a las y los jóvenes, que se enroscaban con pasión”, aseguró Lucía.

Sabía hablar con personas de las más diversas edades en pie de igualdad. Con sus nietas y nietos y también con sus amigas, algunas 50 o 60 años más jóvenes que ella.

Siempre hubo otras.

En defensa de las vejeces

—Elenota, ¿no querés que te llame un taxi, que te acompañe a tu casa? —le preguntó Estela en los estudios de TV Ciudad luego de que la entrevistaran en el programa Mirá Montevideo, en 2022.

Su amiga la miró y le contestó:

—Pero ¿tú no viste la entrevista recién?

Y se fue caminando a su casa.

Elenota supo ser vieja y militó por la construcción de una vejez feminista, por autonomía e independencia. Y, en sintonía con su convicción de que el lenguaje construye realidad, insistió con dejarse de eufemismos y usar la palabra vieja con orgullo.

Subía las escaleras de mármol larguísimas de Cotidiano Mujer incluso después de haberse caído una vez, subía cuatro pisos por escalera para llegar a su apartamento en Montevideo y otro tramo más dentro del apartamento para acostarse a dormir.

“Un día desaparecieron los sofás de casa y fueron reemplazados por unas sillas de madera y una butaca”, recordó Lucía. “Intuyo que tuvo que ver con no apoltronarse en la vida. No se lo permitió. No culturalmente, ni físicamente, ni tecnológicamente, con todo lo que ello implica. Hasta el último día luchó por mantener su espíritu vivo, su mente ágil y su aspecto físico impecable”.

Cuando iba a una consulta médica se enfurecía si no le hablaban directamente a ella. “Le irritaba que me hablaran a mí”, relató Lucía, “y siempre les decía de mal modo que la enferma era ella y que era una persona capaz de entender. Y yo tenía que pedir permiso para hacer preguntas. Siempre al final. Yo sabía que para ganarme la posibilidad de acompañarla a la próxima consulta me tenía que comportar”.

Era toda fortaleza.

Elenota hizo aportes teóricos sobre ser mujer y vieja, contribuyó al pensamiento y se transformó en referente a nivel nacional y regional.

“A las mujeres viejas se las trata con disminución, ¿por qué? Porque no producimos ni reproducimos más”, reflexionó en la entrevista con Tiempo activo. “Hay una acumulación de mandatos”, aseguró en TV Ciudad, “que no nos vistamos de tal manera, que no salgamos de noche porque nos van a robar, a empujar, a matar. Las mujeres tenemos culpas y miedos en cantidades”.

Una vez la llamaron para hacerle una encuesta, dijo lo que pensaba del producto y luego le preguntaron dónde vivía y qué edad tenía. “Cuando dije mi edad, me contestó la entrevistadora: ‘Ah, perdone, no nos interesa’ o ‘no cuenta’, algo así”, relató al Inmayores. “Vivir con ese desubique es difícil. Hay que convertirse en sujeto. Porque la sociedad no ofrece seguir siendo sujeto, tenés que elaborarte desde la nada”.

Militaba para que las mujeres construyeran su vejez con tiempo, lo que implica hacerse muchas preguntas, deconstruir esos miedos, prejuicios e ideas que la sociedad reproduce sobre ser vieja.

“Una de las mejores cosas que podemos tener es la independencia, que depende de tener plata para vivir, de quererlo y de estar sana también”, dijo en 2013. “Yo tengo muchas ganas de hacer lo que hago, tengo pasión. ¿Qué es? Que la sociedad en la que vivimos sea más justa, y no es justa con las mujeres, para eso estamos trabajando”.

En esa misma entrevista abordó el tema de la muerte. “La muerte es tabú. La muerte está lejos. Es un hecho abstracto en todas las cabezas. Dicen ‘se nos fue, el mal se lo llevó’, para no decir que murió. Hay que saber superar las ausencias. La muerte puede ser en la vejez algo bienvenido”.

Elenota murió en La Juanita el 29 de diciembre de 2024, a los 94 años. El 1º de enero de ese año su nieta Olivia le había pedido que le escribiera una carta, que ella abriría exactamente un año después.

“Querida Olivia, el primero de enero de 2025 es posible que esté muerta, lo sabemos todos, estaré cumpliendo 94 años. Pero eso no me implica ni angustia ni miedo. Una muerte amiga, bienvenida después de una vida llena de posibilidades de todo tipo. Fui, soy, alguien feliz”.

Sofía Pinto Román es escritora, periodista y tallerista. Edita la sección Carnaval de la diaria.