Es algo único estar arriba de un caballo, correr y ganar, no hay palabras para describir lo que se siente en ese momento. Fernanda Rodríguez

Desde bien chiquita, cuando montaba a caballo para ayudar a su padre a arrear ganado, Fernanda Rodríguez soñaba con ser una criatura de torso humano y cuatro patas corriendo a toda velocidad. Nació en una zona semirrural cercana a la ciudad de Rocha y es la menor de cuatro hermanas. Su familia trabajaba en la chacra y su tarea preferida era colaborar con el arreo de ganado arriba de un caballo. Su salida predilecta: ir a los raídes en el Hipódromo de Rocha, donde recuerda que corrían hombres y mujeres. Cuando no podía ir, los seguía por la radio.

Con la convicción de convertirse en una de ellos y en un peso pluma ideal, logró que un vecino propietario de un pura sangre le pidiera que trasladara a su caballo de un lugar a otro. Dos años después hizo la prueba de admisión para la escuela de jockeys, en la que pasó por evaluaciones de peso, hípica, trote, galope y la entrevista personal. No quedó seleccionada entre los diez de 60 que se presentaron. Tenía apenas 16 años. Un año después lo logró.

“Si pudiera hacer de nuevo la escuela, la haría mil veces. Ahí aprendés de todo, no sólo de caballos, prácticas y disciplina, también de valores. Para mí fue el salto de Rocha a Montevideo, porque la escuela era con internado”.

Agustín Meléndez es el coordinador de la Escuela de Jockeys y Vareadores, que lleva diez años funcionando en el predio del Hipódromo Las Piedras. “Cuando Fernanda llegó a la escuela vi a una chica perseverante, educada, compenetrada, convencida, absolutamente decidida con el proyecto que vino a buscar. Los cinco años que han pasado desde ese momento hasta ahora dan cuenta de ese compromiso”, cuenta a Lento.

Luego de la escuela llegó la etapa de “hacerse”. La mandaron a correr al interior para ganar experiencia y completar determinada cantidad de carreras para entrar a Maroñas. Fernanda consiguió instalarse en Colonia durante un año y medio, mientras era invitada a correr en otros hipódromos, como Melo, Paysandú y Florida. Su temporada fue de 30 carreras, de las que ganó tres.

Foto del artículo 'La jocketa'

Cuando corría en el interior, viajaba de noche para llegar al otro día de mañana: un café en la terminal y directo al hipódromo. “Siempre fui muy orgullosa, nunca le pedí plata a la familia; trabajaba vareando [entrenando a caballos] y me ganaba un sueldito. Eso lo sigo haciendo, es de lo que vivo, más lo que pagan si gano alguna carrera; dependiendo del lugar en el que llegues, te llevás un porcentaje”. Esa fue la etapa más difícil, la del interior, porque no dan caballos para correr con chance de ganar, y menos a las mujeres.

Después se radicó en Maroñas y empezó a vincularse con el ambiente de los cuidadores, el rango jerárquico más alto al que ella considera que puede acceder, y unos brasileños tras verla correr le dieron la oportunidad de debutar con un caballo del stud. Eso fue en febrero de 2020 y en marzo se cortó todo por la pandemia, sólo se podía varear y entrenar de mañana.

“Ganaba una carrera por año, pero sirvió para entrenar, aprender; hacía lo que me gustaba. Es algo único estar arriba de un caballo, correr y ganar, no hay palabras para describir lo que se siente en ese momento, que son unos segundos, pero tan emocionantes que se te sale el corazón”.

Carrera de vida

Poco antes de las seis de la mañana, en los hipódromos y los studs los trabajadores arrancan sus rutinas; con apenas un poco de luz en los establos, los caballos ya están ansiosos por salir a varear. Los buenos días empiezan con ese contacto. Reina un silencio sólo interrumpido por algún relincho o bufido. En el piso de adoquín se refleja la luz del sol sobre la humedad generada por los caballos. Los peones van sacando a los animales para entregárselos a los jockeys. Arranca la actividad en la pista.

“El Pringles es mi caballo preferido, lo amo, es un tordillo. Es como una persona para mí, ahora no está corriendo y no sé si volverá a hacerlo. No es que haya ganado muchas carreras con él, pero se volvió el mejor para mí, él es mi amigo. Ahora está por el interior. Y todos son especiales, me ayudan en la vida; cuando tengo un problema llego a ellos y me sanan, corran mucho o poco, son algo grandioso”.

En la familia de Fernanda no hay corredores ni tampoco personas que participen en ninguna actividad relacionada con caballos. “Me hubiera gustado tener una familia de esas pero está todo bien, ellos no pueden venir, pero igual me ven por la tele, me alientan. Ellos saben bien que lo mío no es un pasatiempo. Esta es mi vida”.

Foto del artículo 'La jocketa'

Fernanda no se imagina una existencia sin caballos. Cuando sueña su carrera ideal se ve corriendo en lugares como Estados Unidos, Dubái o Australia, viviendo en el campo, montando su propio caballo. Puede que sea cuidadora después, quién sabe, apenas tiene 23 años. O capaz que sigue corriendo, como el Loco García, un jockey de Rocha que sigue en carrera con 67 años.

“Ni bien llegamos, dejamos la montura y las cinchas para que te la armen. Luego vas al vestuario a pesarte, el chequeo médico, y otra vez al vestuario para alistarse. Cuando suena el timbre subimos a la redonda de monta, donde los cuidadores nos dan alguna instrucción; charlamos, subimos, hacemos el paseo preliminar, luego a las gateras y corremos”, explica Fernanda.

El pantalón de montar, llamado breech, el chaleco, el casco y las botas de correr son propiedad de cada jockey, en tanto que la chaquetilla, que tiene un diseño particular dependiendo del stud, la dan antes de cada carrera y luego se devuelve. Las monturas en general son de cada jockey.

Fernanda está haciendo todo el proceso que tiene que hacer un jockey y la disciplina es fundamental. Ahora es profesional y empieza a correr sin ventajas, en las mismas condiciones que el resto. Lo que suele suceder en estos casos es que empiezan a tener menos montas; ahí se pone a prueba la perseverancia, la fortaleza mental, la convicción de que las oportunidades van a seguir llegando. Tanto Maroñas como Las Piedras son ventanas al mundo, muchos jockeys dan el salto hacia países en los que este deporte es más profesional y ganan mucho más dinero.

La industria

Las primeras crónicas de carreras de caballos en Uruguay sitúan este deporte en la segunda mitad del siglo XIX. Fue traído por los ingleses, quienes construyeron el hipódromo en 1874. El nombre que recibió el escenario fue Nuevo Circo Pueblo Ituzaingó, pero era conocido como el Circo de Maroñas, en referencia al antiguo propietario de las tierras donde se instaló, Juan Maroñas, un importante pulpero de la zona.

Foto del artículo 'La jocketa'

En 1997 el Hipódromo Nacional de Maroñas cerró como consecuencia de la quiebra del Jockey Club, con lo que pasó a manos del Estado. Luego fue adjudicado a Hípica Rioplatense (HRU SA), que lo remodeló. Tras esto, su actividad oficial de carreras inició el 29 de junio de 2003. Esta empresa es parte del Grupo Codere, líder iberoamericano en la industria del entretenimiento, con actividad en ocho países de Europa y América. Tiene a su cargo cuatro hipódromos y una fuerte presencia en el mundo de las apuestas y el juego.

“El turf es una gran industria sin chimeneas”, dice Agustín Menéndez. La reapertura de Maroñas significó una luz que dinamizó la economía y la socialización. Se estima que en los escenarios del Sistema Integrado Nacional de Turf se mueven de 45.000 a 50.000 personas, entre palafreneros, herreros, quienes alimentan a los caballos, criadores, quienes trabajan en los studs, ayudantes de caballeriza, peones, cuidadores, veterinarios, médicos y empleados de la empresa HRU.

El coordinador de la escuela sostiene que “cuando te subís a un caballo no existe diferencia entre si sos hombre o mujer: ahí lo que vale es el vínculo con el animal, la fusión entre un ser humano de 50 kilos y un animal de 500”.

Históricamente las mujeres han estado vinculadas al mundo del turf y Fernanda dice que jamás sufrió discriminación por su género. Sí es cierto que son muchos más los hombres que corren; en general ella está sola en el vestuario de mujeres. Por la escuela han pasado 17 mujeres, sumando todas las generaciones, en un total de 130 alumnos. Hay mujeres en todos los oficios que se mueven en torno al mundo de los caballos. “Hay un caso muy emotivo que se dio en la escuela de dos hermanos que ingresaron; la madre de ellos es peona, entonces se da que cuando sus hijos corren, ella es quien les entrega el caballo para montar, lo que es un acto con mucha simbología”, cuenta Agustín.

Foto del artículo 'La jocketa'

Hoy Fernanda es la jocketa profesional más famosa y exitosa de Uruguay. Ingresó a la tabla de profesionales el 7 de febrero de 2025 corriendo para el stud brasileño Coudelaria Esmeralda con Luz do Céu. Hubo otra mujer antes, Nancy Acuña, de la que se sabe muy poco. Quizás Fernanda sí pueda entrar al podio de la visibilidad.

Pata de Esteban es realizadora, productora y guionista audiovisual de contenidos educativos, sociales y culturales.