Todo espíritu profundo necesita una máscara. Aún más, en torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de toda palabra, de todo paso, de toda señal de vida que él da. Friedrich Nietzsche

No es fácil encontrar el “rostro” del arte. Y menos lo es encontrar a ese creador que estamos buscando en su rastro físico y fotografiado y en su rastro invisible, el que habita detrás de su obra. Esta búsqueda, silenciosa y caminante, nos aproxima.

Entrar al Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), en el Parque Rodó, es llegar a un espacio de silencio y naturaleza que conviven detrás del pasaje que nos lleva hacia otro universo: “Rostros del arte”, una imponente exposición de artistas nacionales imprescindibles. Ahí están. Expuestos. Quietos. Su mundo, su obra; nosotros y el acontecimiento.

Y entre todos están Luis Alberto Solari y El arca de Noé. Suspendidos todos en este juego de máscaras, hombre artista, hombre foto, el que dispara, el que mira, el otro. Y más, más adentro. Luis Alberto Solari, artista. Entremos, también, en este juego de máscaras. Entremos en la ciudad que lo habitó, en la vida y el hombre.

Ser Solari: el hombre

“Lo recuerdo silencioso, callado, un hombre de pocas palabras e imponente figura”. Así lo describe Alicia Haber, y nos devuelve ese rostro profundo que nos mostró la foto. Alicia Haber es crítica y curadora de arte; ha sido amiga de Solari, es admiradora de su obra y contribuyó a su legado con el libro Luis Alberto Solari. Máscaras todo el año, que es casi una enciclopedia de este artista fraybentino desconocido para muchos, uno de los mejores para otros.

Su ciudad natal siempre estuvo presente. “Ese aire de campo y pueblo fue la esencia misma de su obra. Logró ir de lo local a lo universal, siempre atento a la historia del arte, nutriéndose de ella y dándole vuelo y valor universal a su obra”.

Luis Alberto Solari nació en 1918. Tuvo una abuela guaraní y un padre carpintero, fundador del Partido Comunista local. En el pueblo había un frigorífico anglosajón que trajo bonanza y trabajo; había carnavales, tablados, desfiles y mascaritos. Allí pasó la primera parte de su infancia y desde temprana edad se notaron sus dotes de dibujante. Por un “accidente político”, le dijeron, su padre cayó preso y su madre emigró con el hijo a Montevideo. Ahí, más carnaval. Más pueblo, más conciencia, más estudio. Luego, Estados Unidos y Europa. Los vitrales de Chagall, los cuadros de Klee, Gauguin o el Bosco. El mundo le abre posibilidades. El grabado en metal, la pintura, el dibujo, la xilografía, el aguafuerte y la acuarela lo llevaron a experimentar y trabajar todas las técnicas. Pero, entre todas, “el grabado y el collage fueron el alma mater de su obra”, dice Alicia. Abre el gran libro de arte que está sobre su mesa. Dos Solaris enormes miran: “A mí estas dos obras me encantan, pero entiendo que no todo el mundo las vea así”. Son Un día y una historia (1972) y La barca de no sé (1979), ambas escalofriantes. “Estas obras son muy alusivas a un tiempo y un lugar. En la primera el monstruo sobrevuela el pueblo, representado por sus figuras antropomorfas indiferentes, otras atentas, otras quietas. Sin duda que ese monstruo también alude a otras corrientes del arte”, apunta Alicia.

Frigorífico Anglo.

Frigorífico Anglo.

La obra respira el espacio. Lo contiene. Solari exhala mito, relato, contemporaneidad y conciencia. Solari habla, dibuja y pinta. Graba. Alicia habla ahora de La barca de no sé: “La muerte —y la calavera— fue otra de las características en muchos de sus cuadros. La certeza de que todos nos vamos a morir. Una amplia barca que navega, y dentro, matracas, jolgorio, risas. Todos en el mismo viaje, pero ajenos y distraídos en otras cosas. Solari siempre fue muy crítico con la sociedad”.

Volvemos a “Rostros del arte”. A la obra y al artista. A pequeñas apariciones de su propio rostro, sus lentes, su yo en muchas de sus obras. Y ahí está, todo junto. Y cuanto más se mira, menos se sabe. Pero Alicia nos rescata: “Buscaba al ser humano, la verdad más profunda. Las máscaras y toda la dualidad entre los diferentes escenarios en los que actuamos”. Figura y flor, Paisaje de río, Cantores y su tonada, El caballero, la muerte y el diablo, Extraña máscara, La cena, Máscaras de la espina y la flor, Eva y la serpiente, Paisaje de pueblo y El arca de Noé son algunas de las obras del acervo actual del MNAV.

Ninguna nos deja indiferentes. Aparecen las máscaras y todos los mundos. Sus primeras etapas, entre el naturalismo y el paisaje, hacia un mundo onírico y dual, entre cuentos de infancia, leyendas, carnavales fraybentinos y montevideanos, vicios y pecados capitales, vertederos, marcas de ganado, máscaras, relatos bíblicos. Detrás de un Solari hay muchas cosas, una detrás de otra. Un universo que gusta o intimida y extraña. Un arte muchas veces desconocido, que busca, quizás, una redención divina.

Fray Bentos y el paisaje del Anglo

Las ciudades y nosotros. ¿Las habitamos o ellas nos habitan? ¿Nos enmarcan y limitan o nos dan luz y perspectiva? Las ciudades puerto son una apertura indiscutible a la cultura, la sociedad y el comercio. Fray Bentos, con un profundo río, abrió su ancha boca para dejar entrar un mundo. Entero. Hambriento. La denominaron “la gran cocina del mundo” y fue marca de todo un continente, con la Primera Guerra Mundial y la Segunda como escenarios asociados a su producción, destinada a una Europa que no estaba en condiciones de elaborar sus propios alimentos.

Es imposible referirse a Luis Alberto Solari sin referirse a Fray Bentos, la ciudad en la que nació, donde están su museo y gran parte de su obra. Fray Bentos, ciudad puerto, y sus barrancas de más de 30 millones de años; el imponente río Uruguay, que ha visto asentarse en sus orillas a pobladores de tan distintos orígenes.

El antiguo frigorífico Anglo —hoy Museo de la Revolución Industrial— es una parte fundamental de su paisaje. En las primeras décadas del siglo XX fue una marca emblema de modernización e industrialización. Fue una industria proveedora de carne y derivados para Europa, Estados Unidos, Oceanía y algunos países africanos. En un mundo en guerra, Fray Bentos constituyó un escenario de salvación dentro de un escenario escalofriante.

El antiguo frigorífico Anglo fue declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2015. Hoy, sus diversas instalaciones se pueden recorrer en un paseo que permite descubrir parte de la historia de la ciudad y de la “gran cocina del mundo”: la casa grande, la sala de máquinas y el barrio del Anglo.

Luis A. Solari fue antibelicista. Fue un hombre consciente del sufrimiento, atento a los animales, a la dureza del campo, a la dualidad del ser humano. Así recuerda. con sus propias palabras, su pasaje por el frigorífico: “Cuando trabajé en el Anglo me puse en contacto con la gente de campo, con el trabajador de cuchillo; especialmente con el hombre de cuchillo, que es el que trabaja en la matanza. Al mediodía salíamos a comer debajo de las arboledas”. Ahí, en esos encuentros distendidos entre los trabajadores, surgían los duelos de dichos y de frases con segunda intención.

Toda la obra de Solari es dual, las texturas se mezclan, los valores universales, la ética, la máscara, la luz y la sombra. La madera o el cobre se graban, se marcan. Como se marca, también, un animal.

Mural en la Escuela 1 de Fray Bentos.

Mural en la Escuela 1 de Fray Bentos.

Ricardo Ríos Cichero, fallecido hace diez años, realizador de un gran mural en el actual Museo de la Revolución Industrial, fue amigo y discípulo de Solari. En una entrevista que le hizo el arquitecto Marcos Cardozo, Cichero habla de la impronta que tuvo el frigorífico en todos los artistas: “El Anglo y la vida del frigorífico están presentes en todos estos pintores, que de una u otra forma fueron parte de una ciudad y de su actividad. [Leonel] Pérez Molinari es un pintor que murió muy joven, pero dejó un cuadro en la intendencia. Es un pasaje del Anglo abandonado, y allí pinta edificios, chimeneas abandonadas donde eran las playas de faenas, y se ven fantasmas que salen y vacas atravesando paredes como queriendo huir”. Según Cichero, “la influencia del río es indiscutible en los paisajes de Solari, sus naturalezas muertas y sus gauchos. Pero es clarísimo que luego empieza una acción social que habla de donde vive, de las marcas de ganado. Las marcas las utilizó deformándolas, con primeras investigaciones y materiales acabándoles ciertas texturas a los cuadros”. El frigorífico fue una parte activa de todo un pueblo y de un tiempo de bonanza: “En 1979 termina de morir el frigorífico Anglo. Me contaba mi padre que el mercado ya no valía la pena, apareció el acero inoxidable, había que remodelar la fábrica, maquinaria, sistema de colgar animales, limpieza y laboratorio”. El fin de un tiempo.

Solari guarda en sus cuadros la guerra y el hambre, la salvación, la redención bíblica, la búsqueda detrás de las máscaras.

El mascarito

“Mientras tanto las carrozas mágicas llevan personajes enmascarados, se elevan enigmáticas torres de Babel, los ciegos de este mundo se guían unos a otros y los magos pueden transmutar la realidad encontrando un corazón palpitante en los sitios más inesperados”, dice Alicia Haber en Luis Alberto Solari. Máscaras todo el año.

Las obras de Solari no son descriptivas ni narrativas. Todo busca siempre llegar a otro lugar. Figuras de frente o perfil, personajes entre humanos y animales, un caudal imaginativo y creativo, en toda su obra, que apela a lo onírico. Dibujante, grabador, creador de escenografías de carnaval, gestor de proyectos de educación, todo eso fue Solari. Pero si algo lo define son sus máscaras.

“Solari emergió de un pueblo; de allí proviene su arte. Y uno de los lugares donde se encuentra el pueblo es el carnaval. Se alimenta de lo que ve. Unió la tradición del carnaval a la tradición de los dichos, los refranes. Alude siempre a las debilidades y las miradas cortas del ser humano. Siempre busca un fin ético, además del estético”. Las fábulas, los sueños y las máscaras han sido siempre, en todas las culturas, formas de revelación, y por eso son parte de sus saberes y fuente de enseñanza desde las edades más tempranas del hombre. Entrar en el “mundo Solari” es entrar en la historia del arte y de la humanidad. El mito fue parte de su obra. La Biblia, fuente de sabiduría y de búsqueda. “La barca, que viene de la época muy antigua, con la muerte como gran personaje, arriba seres con vendas en los ojos. Agitadores, gente que mueve la actividad social. Él dedicó su vida entera a crear imágenes sujetas por estos temas, no para ilustrar, sino para ir a otro lugar”, explica Alicia. Aparecen siempre los carnavales de Fray Bentos y Montevideo, carrozas y mascaritos. Solari se nutre de todo lo uruguayo, pero también del arte universal. Toda su obra se engarza con personajes de fábula; se proyectan en el animal las debilidades humanas. Estas figuras antropomórficas que conversan, que debaten, que parecen compartir secretos, que protagonizan escenas cotidianas de la vida humana comparten un aire ritual y extraño. Su obra bebe de la tradición oral. El campo es siempre fuente de sabiduría.

Fray Bentos.

Fray Bentos.

La fábula, otra de sus inspiraciones básicas, transmite el conocimiento mediante historias iluminadas con una función didáctica. Los animales se relacionan con las virtudes y los defectos, o ejemplifican las maravillas del mundo creado por Dios. La fábula constituye una de las herencias más claras que la Antigüedad legó a la Edad Media, y las Fábulas de Esopo representadas por Solari explicitan su interés directo en ese género.

Solari proviene de una educación básica del Uruguay de la época. “Cierta ética de la cultura judeocristiana, que viene de las cosas bíblicas, sin hacerlo un pintor religioso. Admiraba a los maestros de la historia del arte. Gran admirador de los maestros del Renacimiento”, repasa Alicia.

Arte y filosofía se nos presentan. Platón, Aristóteles y Demócrito plantearon desde la Antigüedad el estudio de la ética vinculada a las acciones de las personas. El concepto radica en qué está bien como sociedad y qué no. La democracia es débil sin ciudadanos virtuosos, decían los grandes filósofos. Aristóteles, en su libro Ética a Nicómaco, dice: “El bien es todo aquello hacia lo que todas las cosas tienden”. ¿Habita una moraleja o una moralidad en los cuadros? Es indiscutible que la ética y la moral van ceñidas al tiempo en que se vive. ¿Podemos también pensar, considerando la búsqueda universal de Solari, que ese matadero, esas vacas y las marcas que las definen, esos animales que conviven con el ser humano son, también, interpelados por el discurso del artista?

Volvemos a Alicia. Los refranes y su narrativa diaria. Según ella, sumergirse en las imágenes es entender el mundo que el autor transitó y que nunca lo abandona: “Él se nutrió de todo lo que sucede en el campo. Trabajó con la fuerza, las estaciones, la vida y la muerte de los animales que somos y que nos habitan. Dichos, modismos, escenarios y costumbres que definieron su hacer. Los animales, y nosotros como animales, somos parte de una narrativa diaria. Se dice ‘malo como un perro’, ‘ignorante como un burro’, ‘libre como un pájaro’. Somos animales y los animales conviven con nosotros. En su obra se hace alusión a esos dichos y refranes; no explícitamente, pero está”.

Podemos encontrar los espacios habitados en la memoria, las fábulas, los cuentos y las leyendas de campo, pero también la fábrica, los trabajadores, el pueblo y el trabajo, la guerra y el hambre, la carne y el sustento. ¿Cuánto pueden hacer una ciudad, un río y un campo con nosotros? ¿Y una fábrica que dio vida a un pueblo entre corredores, marcas, marronazos y exportación? ¿Puede algo ser bueno y malo al mismo tiempo? Trabajar en un frigorífico, tener conciencia social, vivir mejor gracias a las guerras, escuchar vivencias y exportar carne hacia el otro lado, ser batllista, tener un padre carpintero, comunista y preso por sus ideales. Ser artista y viajar a Europa, estudiar arte, tener una abuela indígena; fogones de cuchilleros, matanzas, espíritu y materia. Misterios y redención. Pecado y perdón. El Renacimiento y el arte. Tener un don natural para el dibujo. Existe una pregunta tan antigua como urgente: ¿quién soy yo?

La identidad narrativa es un concepto que maneja el filósofo francés Paul Ricoeur: “Las narraciones a las que estamos expuestos, ya sean ficciones literarias [en este caso, fábulas y leyendas], políticas, históricas, son el tejido sobre el que, y a parir del cual, entretejemos nuestra propia narración”.

_Los bien parados_, tríptico de la serie "Gigantes y cabezudos", técnica mixta, 1972.

Los bien parados, tríptico de la serie "Gigantes y cabezudos", técnica mixta, 1972.

Las guerras siguen. Nada ha cambiado, y sin embargo ha cambiado todo. Solari nos sigue hablando de las máscaras (nuestras redes, nuestros “otros yos”, nuestros espacios: trabajo, familia, escenarios cotidianos). Hoy es más importante teclear que hablar. ¿Dónde quedan el diálogo de Sócrates, los filósofos y sus eternas preguntas? Lo nuevo ha sustituido lo bueno, la confianza en el pensamiento crítico ha sustituido una frustración que deja las debilidades humanas cada vez más expuestas. Hoy, mirar un Solari es ver las eternas preguntas. La sensación de un extraño ritual de secretos, una farándula de seres, elementos, cosas imprevistas y diálogos escondidos.

Las máscaras son eternas, y quizás “todo espíritu profundo necesita una máscara”. Todo rostro necesita una máscara.

Grandes maestros entre grandes dichos

El continente europeo entra directamente en la obra de Luis A. Solari. “Tuvo una formación clásica europea, de técnica y arte europeos. También hizo copias de Goya”, recuerda Alicia.

Tres grandes maestros nacionales lo introdujeron en el arte internacional. “Recibió mucho de grandes maestros nacionales, como Guillermo Laborde, [Luis Eduardo] Pombo y [Cipriano] Vitureira”. En cuanto a sus grandes influencias, Alicia no duda: Tiziano, Brueghel, el Bosco, Durero. Europa entra directamente en su obra. “Todas las obras tienen muchas capas de lectura. Los grandes maestros del arte lo cautivaron. Pieter Brueghel es uno de ellos y es muy clara su influencia en su obra. Pieter Brueghel es considerado el pintor neerlandés más importante del siglo XVI, con Jan van Eyck, el Bosco. Todas estas influencias clásicas fueron fundamentales. Se puede también ver la influencia de Tiziano, pintor italiano del Renacimiento, uno de los mayores exponentes de la escuela veneciana”. También el arte medieval está presente en su obra, así como la tradición de la fábula. “La crítica de los vicios, los pecados y los desbordes es parte de la historia del arte. Solari lo hizo a su manera y se le llama la práctica citatoria”. Pero todo en este artista va más allá. Toda esa narrativa oral o literaria va más allá. Según Alicia, “Solari también practica el juego de palabras y los comentarios en rima. Su forma de hablar también era así. Le importaba mucho la carga de magia y misterio, pero sin dejar nunca ese tono jocoso, vital, cercano”. Siempre el campo, con sus dichos y refranes: “Los que cortan el bacalao”, “Los cantores se buscan por la tonada”, “El que se va a Sevilla pierde su silla”, “Sos un careta”, “Che, los que te dije”, “Sos una máscara suelta”, “No hay peor sordo que el que no quiere oír”, “Le puso la tapa”, “Hecha la ley, hecha la trampa”. Alicia sigue pasando páginas: “El que tiene la sartén por el mango”, “Un cocodrilo llorando que está friendo al pueblo”, “Un poder que aplasta y un pueblo que tiene que soportar”. Y aparece otra: “El inocente don chancho”. Porque la culpa no es del chancho, sino de quien le rasca el lomo.

Laura Federici es licenciada en Comunicación. Ha sido gestora de proyectos editoriales y socioculturales. Ha escrito artículos para medios gráficos, entre otras publicaciones. Ha trabajado en áreas del documental y el cine.