Herencia, colectivo, memoria, comunidad. Todas esas palabras aparecen al hablar de patrimonio, ese concepto esquivo pero imprescindible para entender la identidad de una sociedad. Identidad que se escabulle entre los dedos con cada demolición indebida, con cada sustitución que insulta la armonía del paisaje haciendo rodar por el suelo el aura herida por el embate de los grandes capitales, la falta de regulaciones y el paroxismo de lo nuevo. Una “manifestación irrepetible de una lejanía” diría Benjamin para hablar de otro fenómeno, lo que tan bien funciona aquí al contemplar, en tiempo real y con estupor, la demolición de edificios tan icónicos como el de Assimakos o el ex Club Naval, por referir casos recientes y polémicos. De todo esto y de muchísimo más trata Montevideo inolvidable, el documental de Alfredo Ghierra que resulta, de algún modo, el desenlace natural de ese dínamo de conciencias que ha sido el proyecto Ghierra Intendente durante sus 15 años de labor. Una oda a la ciudad devenida de aquella Nueva Troya asediada ahora por otros intereses, esos que, con cada muro derribado, sofocan el susurro de los muertos al atravesar océanos de tiempo.

Esta nota iba a tener otro comienzo, pero no puedo evitar empezar por la banda sonora del documental: es exquisita.

¿Viste lo que es? Entera responsabilidad de Laura Gutman y Santiago Peralta, unos cracks. Y habla de lo lindo que es la colaboración interdisciplinaria en las artes. Laura es la productora ejecutiva de la película y en un momento, cuando ya estábamos avanzando en la edición, le dije: ¿por qué no hacen la música con Santiago? Así que es música original para la película, nos dimos el lujo de hacer banda sonora.

El documental muestra cómo fue la evolución arquitectónica de Montevideo desde la ciudad fuerte de sus orígenes a la ciudad portuaria que se asienta con la inmigración europea, el derrotero de los estilos: art nouveau, luego art déco, vanguardias... Resulta muy didáctico en ese sentido.

Sí. Es que yo me cuelgo viendo casas que hay a la venta y leo anuncios que dicen: “A la venta gran casa colonial”. Y yo digo: ¿qué están vendiendo? ¿El Cabildo? Porque casas coloniales ya no hay, se terminaron en 1830. Pero la gente llama “casa colonial” a la casa estándar de fines del 900, y por eso introdujimos esa breve historia de la arquitectura de Montevideo que espero que ayude a evitar esos equívocos.

Dentro de la variedad arquitectónica que caracteriza a Montevideo, ¿podrías identificar las características esenciales y algunos edificios representativos del eclecticismo histórico, el art déco, el art nouveau, las vanguardias?

Montevideo es ecléctico de una manera general, con lo que ese adjetivo significa: la variación, lo diverso. Sin embargo, ecléctico también define un estilo en la arquitectura, que es el eclecticismo histórico o historicista, que en Uruguay tuvo su auge en la segunda mitad del siglo XIX. O sea que vino a sustituir a la arquitectura de cuño más colonial, de influencia española y portuguesa. El eclecticismo historicista tiene la capacidad de adaptarse a los diferentes programas de la arquitectura: sirve para hacer una iglesia, un hospital o una casa de campo porque las personas que encargan estas obras, ya sea el Estado o un particular, pueden pedir que ese programa tenga “aires de...”. Y así, por ejemplo, el eclecticismo historicista engloba muchos neoestilos, como por ejemplo neobarroco, neoclásico, neocolonial incluso. Así que eso le dio una tónica muy importante a Montevideo en la segunda mitad del siglo XIX, el momento en el que la ciudad creció más, cuando la población se multiplicó exponencialmente con la llegada de inmigrantes. Después del eclecticismo historicista (aunque muchas veces los estilos conviven) viene el art nouveau, que es un estilo breve en el mundo, no sólo acá en Uruguay, que estuvo ahí a caballo entre el siglo XIX y el XX, luego el art déco y después las vanguardias más de cuño moderno, como la arquitectura renovada uruguaya. Grandes edificios del eclecticismo historicista son el Hospital Italiano y el Club Uruguay, del ingeniero Andreoni. Del art nouveau, la casa de Claudio Williman en Avenida Brasil y Ellauri. Del art déco hay un edificio fantástico en Ciudad Vieja, en la calle Treinta y Tres, entre Sarandí y Buenos Aires, que a mí me gusta mucho, que se llama San Felipe y Santiago y es una belleza. Y del movimiento moderno podemos citar la casa estudio de Vilamajó o la casa estudio de Cravotto.

Foto del artículo 'Memoria líquida, ciudad profanada'

Existen distintas miradas sobre lo que podría definirse como patrimonio. ¿Cómo lo sintetizarías tú?

Es algo que me planteo en el documental porque se habla mucho de patrimonio, pero sería importante ponerse de acuerdo y averiguar qué es. Por eso invité a personas de la academia, del mundo político, del activismo, para que me dieran sus definiciones y armaran una especie de respuesta coral. A mí me gusta mucho más hablar de memoria que de patrimonio, y de memoria construida. Porque patrimonio nos remite a pater, algo patriarcal y como empolvado, de museo decimonónico. Encima, es una palabra pomposa, que no genera cercanía. En cambio, si hablamos de memoria construida, bueno, ahí todo el mundo lo puede entender. Una realidad que se muestra en la película es que la ciudad está regida por la propiedad privada, la ley de la oferta y la demanda, el capital, y sin embargo la ciudad es el escenario de nuestras vidas, pero está asistiendo a un cambio vertiginoso en el cual no participamos ni en lo más mínimo.

Perder esta memoria colectiva sería perder un poco de nosotros mismos.

Literalmente. Es como arriesgarnos a padecer un Alzheimer generalizado. Porque en la pérdida de la ciudad construida está también la pérdida de formas de hacer la ciudad, de oficios, de esfuerzos colectivos, de acumulación positiva que te da la pauta de que sos un eslabón en la cadena. Y cuando esas piezas empiezan a faltar o dejan de ser entendidas, estamos en un problema. Porque para que se produzca esa sustitución, y antes de eso, una demolición, primero debe existir un descrédito de la sociedad acerca de su valor. Es una falta de autovaloración también, ya sabés cómo es el mito de la humildad de los uruguayos... Pero más que humildad, en este caso, es una total ignorancia. Fijate que, por lo general, la gente se refiere a las arquitecturas del pasado como “casas viejas”. Y después hay una cosa muy perversa y es que el éxito, hoy, está medido por cosas que no tienen nada que ver con estas arquitecturas del pasado. Hay un marketing generalizado sobre vivir en edificios con amenities, pero no hay ninguna voz del otro lado que diga “che, pero está bueno agarrar estas casas antiguas y restaurarlas”.

Lo que está faltando, entonces, es una ley que invite al capital a reconstruir, a reciclar.

Exactamente. Entonces, si yo tengo dinero para invertir en bienes raíces o para ser promotor inmobiliario y me fijo en las exoneraciones para hacer obra nueva o para reciclar, decido hacer obra nueva, porque me exoneran de IVA, de IRPF, tengo facilidades en los trámites ante la intendencia. Entonces, no es culpa del chancho sino de quien le rasca el lomo.

¿Por qué te parece que, generación tras generación y gobierno tras gobierno de todo signo, no logramos esa legislación?

Pienso que eso se explica porque las cosas en Uruguay se miden cada cinco años y ese es un período demasiado corto para ver los resultados de un plan de reestructuración general, de una política patrimonial activa. Y eso vale para toda la cultura en Uruguay. Fijate que la cultura está supeditada al Ministerio de Educación. Siempre es como un adorno. El sistema político no está mirando para ahí.

Foto del artículo 'Memoria líquida, ciudad profanada'

Ciudad diorama

¿Por qué tenemos tan alto índice de vacancia, de vivienda vacía, en Montevideo?

Hay una iniciativa que viene ya desde hace unos años, que Gonzalo Bustillo explica en el documental, que trata de obligar a las personas a no tener viviendas vacías. Está asociada al estado de abandono. Quiere decir que si un propietario no tiene inquilinos o está esperando que un promotor le compre la propiedad para hacer un edificio, basta que le arregle la fachada para que el Estado no tenga más instrumentos para actuar. Entonces, hecha la ley, hecha la trampa. El patrimonio de Montevideo no se va a salvar para hacer museos y centros culturales: se va a salvar si hay gente que viva en él.

Si hay gente, hay vida. Y estando vivos, naturalmente, hay cambios. Entonces, ¿cómo preservamos lo antiguo con la incursión de lo nuevo?

Eso es lo que intentamos entender y responder en el documental. Y qué tanto les cuesta esa conciliación a Montevideo y a Uruguay, porque lo que pasa en la capital es espejo para lo que pase en las ciudades del interior. Así que esa pregunta inicial plantea estas otras tensiones, porque las ciudades tienen que cambiar, eso es un hecho, si no, se transforman en un museo, un parque temático...

Un diorama, como hoy podría ser Venecia...

Eso, un diorama. Las ciudades son un territorio de cambio ante todo. Son la gente que las habita y, por ende, la gente hace que las cosas estén en movimiento. Yo no estoy en contra de que las ciudades cambien, al revés, soy un amante de toda la arquitectura, siempre que sea buena. El problema es que la nueva arquitectura viene a sustituir a la antigua y sin mucho criterio: eso es lo que me preocupa. Entonces, deberíamos tener un marco regulatorio mucho más generoso con la arquitectura del pasado. Hoy existen listas elaboradas por la comisión nacional de patrimonio que refieren a monumentos puntuales y listas que elabora la Intendencia de Montevideo, que cataloga los bienes de cero a cuatro, siendo cero lo que podría ser un baldío y cuatro, lo que la comisión de patrimonio entiende como monumento nacional.

El problema con esa catalogación es que muchas construcciones grado dos, por ejemplo, aún están firmes, fuertes...

Y tienen gran belleza. Entonces, el asunto es que la gran mayoría del área central de Montevideo está catalogada como grado dos, y eso es dejar la puerta abierta para que todo eso desaparezca, porque con ese grado puede ser demolida. Ahí, me parece, hay una mezquindad que tiene que ver con el ojo que se ha puesto sobre esta arquitectura, que muchas veces coincide con ese prejuicio sobre la arquitectura del historicismo ecléctico, el art nouveau, el art déco, todo lo que ocurrió en la ciudad entre 1880 y 1930. Hay un resabio de cierto desprecio que ha tenido la academia durante todo el siglo XX, contraponiéndola al movimiento moderno, cuando en realidad esa nueva arquitectura se acompasa bien con la antigua, logra una armonía, lo cual se ve fácilmente en la ciudad con casas que forman, con su estilo, una unidad. Esa armonía se rompe en los años setenta, porque el país deja de ser una democracia y ahí la desregulación y el cambio en la ley de vivienda fueron fundamentales para fomentar un boom de la construcción. Y el gran argumento que se esgrime entonces, y que se escucha todavía hoy, es que eso da trabajo. Entonces, contraponen dar trabajo con la preservación del patrimonio y se olvidan de que cuidar el patrimonio ¡también puede dar trabajo!

Siendo lo que está en juego algo que nos pertenece a todos, ¿cómo lograr que la ciudadanía reclame esa preservación de los bienes públicos?

En estos 15 años de Ghierra Intendente creo que las cosas han cambiado, hemos colaborado para eso. Hoy hay varias asociaciones de patrimonio activas, hasta personas que salen a recorrer la ciudad y fotografían interiores de casas en Instagram. Ahora, si esto mueve la aguja no sé. Los cambios culturales son lentos. Pero en paralelo, hay un embate bestial del capital transnacional, que recaló en Uruguay de la misma forma que en Argentina o en España. Hay mucho dinero en el mundo y una forma de transformarlo es construyendo. Debe haber cosas de buena calidad y otras que no, pero el asunto es que no vienen a resolver el problema del déficit habitacional que tenemos en Uruguay, que es de 60.000 viviendas. Entonces, ¡tenemos un montón de edificios nuevos en los que no va a vivir la gente!

Foto del artículo 'Memoria líquida, ciudad profanada'

¿Por qué? ¿Cuál es el impedimento?

Bueno, básicamente, no van a vivir ahí porque 83% de lo que se construye por la ley de vivienda promovida queda en manos de los propios inversores, lo cual es bastante impresionante. Y si a eso le sumás que esas edificaciones fueron hechas con exoneraciones fiscales que alcanzan los 100 millones de dólares al año y que pagamos entre todos, estamos en el horno.

¿Por qué se lo quedan los propios inversores?

No sé, pero lo que creo es que hay un cambio en el modelo de negocios de construcción de vivienda, que ya no es más construir hogares, sino cambiar el dinero de forma. Deja de ser importante si se venden o no. Y este dato de 83% es de Infocasas del año pasado, así que ni siquiera es un dato que el propio Estado haya relevado, lo cual refleja una falta de interés.

Ahí hay una variable que es como un secreto a voces, dice uno de los entrevistados, y tiene que ver con el lavado de dinero.

Sí, eso lo dice Benjamín Nahoum, que es tremendo activista. “Habría que preguntarle al Ministerio del Interior cuántas de estas unidades son objeto del lavado”, dice. Y es verdad, es algo que pensamos todos. Pasa en todos lados, en Nueva York y en Berlín lo vi con mis propios ojos. No vive nadie en las viviendas o son utilizadas sólo para rentas de Airbnb. Y, lamentablemente, yo creo que hoy hay un montón de montevideanos que están deseando que venga una empresa constructora a comprarles su casa y les pague para demolerla y construir un edificio, porque no tienen herramientas para solventar el mantenimiento de esas casas. Además, no tenés acceso a préstamos blandos para arreglar una azotea, por ejemplo.

Por otro lado, este tipo de nuevas viviendas no colaboran, precisamente, con el afianzamiento de lazos entre la comunidad.

Claro, causan muchas disrupciones. Hay un proyecto paradigmático en este sentido frente al Cementerio Central: el edificio Estrella del Sur, en la antigua fábrica Strauch. Dos torres en uno de los barrios más característicos de la ciudad, como Barrio Sur y Palermo. Y eso ocurrió, además, durante los gobiernos de izquierda de la ciudad. Pero alguien con título de urbanista o arquitecto dio el permiso para hacer eso, lo cual es preocupante, porque es una disrupción absoluta. Además, esos edificios suelen tener sus propios comercios; las personas no van a ir a comprar a los almacenes del barrio, que van a terminar cerrando.

Eso me recuerda otra de las observaciones que hace un entrevistado, sobre la ausencia de ventanas en la planta baja de estos edificios, que sólo tienen entrada de garaje...

Es verdad, no hay relación con la calle. Y hemos naturalizado estas cosas. Hubiera sido tremendo proyecto, mucho más rico, aprovechar esos galpones de Strauch e integrarlos a la estructura. Eso se hace. Hay un arquitecto inglés, David Chipperfield, que acuñó una frase que me encanta: “El edificio más verde (ecológico) es el que ya está construido”. En Europa ya se dieron cuenta de que no se puede seguir demoliendo, hay que aprovechar casas antiguas, estructuras de fábricas, oficinas...

La belleza y la pública felicidad

¿Podríamos decir que hoy Montevideo está perdiendo ingresos por no cuidar ese patrimonio arquitectónico tan atractivo para la industria turística, una de las más rentables del mundo?

Sin duda. Eso es evidente porque lo ves, hay ciudades que han hecho una apuesta a eso. Y creo que es algo que no está pasando todavía en Montevideo porque no se le está dando valor a todo ese acervo construido. Aun así, Montevideo es la ciudad más visitada de Uruguay, más que Punta del Este. La mayoría de los extranjeros la encuentran encantadora, consideran que su acervo arquitectónico es fabuloso.

Foto del artículo 'Memoria líquida, ciudad profanada'

Al final del documental aparecen casos de personas que han elegido reciclar casas antiguas como vivienda. Son construcciones con espacios amplios, techos altos, llenas de detalles. ¿Puede la belleza contribuir a la felicidad?

La historia del siglo XX no ha pasado en vano. Las vanguardias artísticas no están separadas de la invención de la bomba atómica, la posibilidad de la aniquilación total. El siglo XX nos hizo creer que ciertas cosas ya no eran importantes y que podíamos sustituir las volutas y las cosas a mano por la repetición, la estandarización y la mecanización. Y estamos terminando la primera cuarta parte del siglo XXI y están quedando cosas por el camino muy importantes y que nos deshumanizan si no están. Algunos lo llaman “lo superfluo”, pero esa belleza, ese detenerse en un detalle es probablemente la diferencia entre ser humano y no ser un ser humano. Y no en vano tanta gente está queriendo detenerse a pensar estas cosas. El detalle, el trabajo a mano no son la cereza de la torta, son cosas que hacen a una humanidad mejor.

Cuando recibís amigos del extranjero, ¿a qué sitios de Montevideo los solés llevar para apreciar su belleza?

A mí me gusta mucho cuando vienen amigos a conocer la ciudad sacarlos a caminar. Muchas veces los dejo que descubran solos la parte más evidente, los edificios más relevantes que pueden aparecer en cualquier guía de turismo, y me encargo de llevarlos personalmente a sitios que les sería más difícil descubrir o acceder, al Montevideo más doméstico, a barrios que, justamente, conservan todavía cierta atmósfera bastante intacta de cuando fueron construidos. Me gusta mucho Atahualpa, que es un sector del Prado que es hermoso, que tiene todavía un encanto original casi inmaculado. Me gustan la avenida Buschental, la calle 19 de Abril, caminar por algunas calles del Parque Rodó y del Cordón Sur, las que todavía no han sido bombardeadas por los nuevos edificios. Me gustan mucho la calle San Salvador, la calle Blanes; llevarlos a la pequeña Parra del Riego, ahí detrás de Bulevar Artigas y Bulevar España. De hecho, todo ese barrio, El Viejo Pancho y esas calles, es muy interesante también. La proporción de las calles de pronto se achica en relación con el resto del barrio. Es como un pueblito metido en el medio de la ciudad, es muy agradable.

En 2025 se cumplen 100 años de la construcción del Palacio Legislativo y en 2030 pasará lo mismo con el estadio Centenario. Si cada generación se expresa en la arquitectura de su tiempo, podríamos decir que las hacedoras de esas grandes obras eran generaciones que pensaban en grande. En relación con la arquitectura actual, ¿qué podemos decir hoy de nosotros mismos?

Bueno, es imposible separar la arquitectura de la sociedad que la crea. Entonces, cuando vemos las obras del centenario de la república, me refiero a lo que se construye en torno a 1930, como el Palacio Legislativo, el Palacio Salvo, la Rambla Sur, el estadio Centenario y un largo etcétera, son producto de una sociedad muy joven y muy optimista. Si bien estaban a las puertas de serios problemas, ¿no? Se les venía la dictadura de Terra, se venía un crack económico mundial en el 29, pero, en fin, había un optimismo en el ambiente y una sociedad joven. Entonces, es más probable que una sociedad con esas características cree y tenga un nivel de creatividad mayor porque no tiene límites, piensa que todo es posible. En cuanto a la situación actual, yo creo que hay un cambio de paradigma también en el concepto de la duración de las cosas, tanto de objetos de uso diario como de objetos arquitectónicos. Pensemos, por ejemplo, en cómo era el proyecto para la sede central del Banco República en Montevideo. Es un edificio que, no sé, puede venir un terremoto escala 8 en Richter y no se va a caer. Y, sin embargo, los bancos ahora son etéreos, de vidrio y acero. Cambiaron los paradigmas de lo que simbolizan los edificios, lo que quieren simbolizar. Entonces, yo no sé cuánto va a perdurar lo que hacemos hoy. No tengo idea. Y no veo que haya una intención de dejar huella. No estamos creando ningún edificio paradigmático en este momento en Montevideo, no hay nuevos parques públicos con la calidad de los que se hicieron en la primera mitad del siglo XX, llámense parque Rodó, parque Batlle, parque del Prado. Lamentablemente, entonces, no veo una intención de dejar un mensaje para el futuro.

Ángeles Blanco es periodista cultural, maestranda en Literatura y estudiante avanzada del Instituto de Profesores Artigas.