Sos un hombre transformador / el poder en tus manos. Neil Young, “Transformer Man”

Si algo no tenía en sus manos Neil Young al escribir estos versos era poder alguno, no sólo sobre su vida, sino tampoco sobre su arte. Forman parte de un tema incluido en el que tal vez sea uno de los discos más incomprendidos de su carrera. Menospreciado por sus músicos, que no lo consideraban música, por sus fans, que lo tomaron como una traición, e incluso por su compañía discográfica, que terminó presentando una demanda inédita: lo denunció judicialmente por entregarle música para publicar que no se correspondía al estilo por el que era conocido. Todo por una máquina de ritmo, sintetizadores y un vocoder, un curioso artefacto que —digamos— desarma y vuelve a armar la voz humana para darle forma a algo que intenta parecérsele pero a lo que, sin dudas, de humana ya no le queda nada.

Creado por compañías telefónicas con la intención de ahorrar espacio en los primeros cables que atravesaban el fondo del océano, utilizado por los servicios secretos para mantener —justamente— los secretos en sus comunicaciones más importantes durante la Segunda Guerra Mundial y luego la Guerra Fría y reconvertido en nueva atracción de feria hacia los años setenta, el vocoder supo cantar la novena sinfonía de Beethoven en La naranja mecánica o llamar para decir “te amo” en lugar de “Stevie Wonder”, por nombrar sólo un par de sus tantas gracias dentro de la industria del entretenimiento. Según escribe Dave Tompkins en su historia del instrumento, el que llegó a manos de Young era el mismo que había sido utilizado para los efectos de sonido de Tron, una película futurista con una estética similar a la portada de Trans, el disco en cuestión, en el que apareció originalmente “Transformer Man”, quizá el tema más conocido de los que grabó con esta técnica, que una década más tarde volvió a interpretar —esta vez sin este efecto— para su Unplugged.

El dueño del aparato que cambió de manos en el rancho de Young era un tal Kai Krause, consultor freelance en Hollywood sobre el uso del vocoder, que —siempre según Thompson— recuerda principalmente dos cosas del encuentro: una, que el músico le confesó que era fan de Kraftwerk y que lo que quería desesperadamente era recrear su sonido; dos, que lo notaba disperso, por lo que no pudo completar la compleja explicación de cómo funcionaba todo el equipo relacionado con su flamante adquisición. Durante un tiempo, Krause se preguntó si Young habría logrado encenderlo y usarlo, ya que no volvió a tener noticias suyas. Hasta que, un año más tarde, los temas de Trans empezaron a sonar en la radio y no se volvió a preguntar más nada. No era Kraftwerk lo que le interesaba a Young del vocoder, de eso se dio cuenta enseguida, pero lo que no podía saber —ni él ni nadie— era que lo estaba usando para algo mucho más importante.

Al músico no le importaba lo que opinasen sus compañeros de grupo, sus fans ni su discográfica, lo que buscaba con sus nuevos temas y su nuevo sonido era comunicarse con su hijo Ben, que había nacido con una parálisis cerebral tan severa que con su mujer, Pegi Young —a la que le dedicó su canción “Unknown Legend”—, tuvieron que inventar desde cero una escuela que pudiera contenerlo. No fue el primer hijo de Young con parálisis cerebral, el primero había sido Zeke, fruto de su efímera y conflictiva pareja con la actriz Carrie Snodgress, pero lo de Ben era otra cosa, algo que es evidente en una breve aparición televisiva que se puede encontrar en YouTube, que cuenta la relación entre padre e hijo con tono de “la nota emotiva del día”: en ella aparece Zeke, ya crecido, hablando cariñosamente de su hermano. Ben, en cambio, sólo puede mirar a cámara con sus dientes descontrolados y unos ojos que recuerdan inquietantemente la mirada de su progenitor y manejar los interminables trenes eléctricos que ocupan todo un galpón en el rancho gracias a una palanca muy sensible, ubicada a la altura de su cabeza. Ben, qué duda cabe, es el Transformer Man.

“Manejás el show / por control remoto”, canta Young, o mejor dicho el vocoder lo hace por él; en realidad quienes escucharon el tema cuando apareció originalmente no pudieron entender nada —hagan la prueba, búsquenlo en las redes—, tal era la distorsión elegida por el cantante. La paradoja de utilizar una máquina para intentar abrirse camino hacia una personalidad inaccesible, de procurar romper el silencio escondiendo lo que se dice hasta no decir nada. La emotividad que se percibe tanto en la versión original, ininteligible, como en la del Unplugged, en la que por fin se puede entender la letra, no fue evidente para los fans, a los que Neil nunca quiso explicarles qué era lo que pasaba. “La rechazaron y eso me dolió, porque era para mi hijo”, se queja Young en Shakey, su biografía, escrita por Jimmy McDonough. El periodista intenta argumentar que se trataba de una cuestión muy personal y muy escondida, casi en código, a la que era difícil de acceder. “Tal cual”, le responde el cantante. Y agrega, casi con orgullo: “No había ni una chance de que lo pescasen”, un ida y vuelta que encapsula la clásica y endiablada dialéctica artística del canadiense, que subraya enseguida que, para él, Trans es uno de sus mejores momentos. “Yo sé de dónde vienen esas canciones”, explica. “Si escuchás ‘Transformer Man’, no se puede entender lo que dice la canción. Y yo no podía entender lo que mi hijo me intentaba decir, así que sientan entonces lo mismo”.

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El cielo es un lugar solitario / si estás solo. Alan Sparhawk, “Heaven”

En su primer trabajo propiamente dicho como solista, White Roses, My God, Alan Sparhawk, el cantante y guitarrista de Low —grupo que integró durante tres décadas con su esposa, Mimi Parker—, incluye un tema muy breve llamado “Heaven”, en el que transmite que evidentemente sabe que va a pasar algo, porque asegura que quiere estar ahí con la gente que ama. La referencia es inequívoca y es capaz de partir el alma de quien lo escuche, sobre todo si conoce la historia que hay detrás de esa canción, de ese disco, de ese grupo que ya no existe.

Fuera del ámbito del rock alternativo, y especialmente dentro del mundo de habla hispana, si alguien sabe de la existencia de Low es porque su fanática más famosa utilizó uno de sus discos más representativos para titular el libro de cuentos con el que le abrió la puerta a esa fama: hablamos de Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez. Publicado con el cambio de siglo, Things We Lost in the Fire es el quinto álbum de la banda y quizás el que mejor presenta la propuesta estética inicial de un trío que comenzó su carrera en la década del 90, integrado principalmente por la pareja formada por Alan y Mimi, guitarra y batería, que se conocieron de niños en Duluth, Minnesota, y no se separaron más. Ambos mormones, formaron familia, tuvieron hijos y una parte esencial de todo ese recorrido fue la existencia de Low, que construyó un estilo a partir de las voces claras de ambos, ritmos lentos y una explosión siempre contenida.

Una vez que encontraron el punto exacto de ascetismo en su estética —los ayudó haber caído primero en brazos de Kramer, productor de Galaxie 500, y luego de Steve Albini—, fue el turno de empezar a deconstruirla, sumando elementos a la mezcla, y por último de cortar y pegar con la ayuda de la electrónica. En eso estaban, celebrados como clásicos y vanguardistas al mismo tiempo, cuando se supo la noticia de que Mimi llevaba dos años luchando contra el cáncer que se la llevó a fines de 2022, después de la aparición de Hey What, su decimotercer y último disco. Tenía apenas 55 años.

No hay forma de imaginar lo que significó semejante golpe para Sparhawk, que llegó al borde de renegar de su fe. O sí hay forma: alcanza con escuchar White Roses, My God, un disco inesperado y por momentos incomprensible, casi un salir a jugar en un mundo nuevo, detrás del que flota una ausencia siempre presente. Poco más de media hora, dividida en 11 temas que son lo más lejano que se pueda imaginar a la música de Low: máquina de ritmo, sintetizadores y una voz deformada por un pedal de sonido. Alguna vez Sparhawk dijo que Mimi era de pocas palabras: cuando él dudaba sobre una canción, le alcanzaba con que ella se pusiese a cantar. Con eso estaba todo dicho. Durante casi toda su vida, cantar fue escuchar la voz de su mujer acompañándolo; sin ella ya no sabía qué cantar, ni siquiera cuál era su voz. Por eso el pedal, por eso la voz robótica, deforme, sin sentimiento. Porque si la emoción desborda, entonces hay que silenciarla para poder seguir adelante.

Según contó Sparhawk en las entrevistas que dio luego de la salida del disco, su ancla en esos días solitarios fue tener que sacar todos los días a pasear a su perro. Y sus hijos, que lo acompañan en su música, a los que también él acompaña. Durante años, con Mimi acomodaron las giras de Low a los tiempos de la escolaridad de Cyrus, el mayor, y Hollis, la menor, y ahora ellos se acomodan a la nueva vida y a su padre. White Roses, My God surgió de los instrumentos que ambos tenían enchufados en su sala de ensayo, entre los que estaba ese pedal que le permitió a Sparhawk escapar de la trampa del silencio. Como siempre fue un fanático confeso de Young, la referencia a Trans es ineludible, pero él habla de un grupo de la nueva generación, 100 Gecs, cuyos integrantes juegan con sus voces, deformándolas, usando el Auto-Tune de una manera inesperada y a veces incluso irritante. “Pero cuando algo te molesta, ahí está pasando algo”, explica Sparhawk, que ya tiene disco nuevo —sin voz distorsionada ni máquina de ritmo— con sus amigos de Trampled By Turtles y que también toca con Derecho Rhythm Section, el grupo de su hijo Cyrus. Además, forma parte de Tired Eyes, una banda homenaje a Young integrada por veteranos de la escena de Minnesota, entre ellos algún ex Golden Smog. Al enumerar toda la actividad musical en la que está inmerso, se supone que el objetivo es intentar mantenerse alejado de aquello que es irreparable. Pero la cosa no es tan fácil, como dejó claro cuando interrumpió al periodista que lo entrevistó para el New York Times lanzándole a la cara una de esas preguntas que no necesitan respuesta: “¿O es que te pensás que cuando canto ‘Down By The River’ no estoy pensando en Mimi?”, dijo, en referencia a un clásico del primer disco de Young con Crazy Horse, titulado Everybody Knows This Is Nowhere, es decir, “todo el mundo sabe que esto es ningún lugar”, el sitio exacto donde está parado Sparhawk en este momento, de donde salen sus nuevas canciones.

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Es difícil / dejar ir al que solía ser. Edwyn Collins, “Knowledge”

No sólo lo tuvo todo, sino que incluso lo devolvió. Cuenta la leyenda que la noche en que el escocés Edwyn Collins supo que había logrado su primer simple de éxito con su grupo Orange Juice se negó a que su público lo festejase como un logro. “Nada de gritos”, dijo. “Queremos tocar música”. El tema en cuestión era “Rip It Up”, un título que el periodista británico Simon Reynolds —sí, el de Retromanía— pidió prestado para su libro sobre el pospunk, en el que se podría anotar tranquilamente la escena escocesa de la que formó parte Collins. Aunque en realidad eran grupos que ya habían dado la vuelta entera, eran pospos, por algo el sonido de Orange Juice suele ser resumido como una mezcla entre The Velvet Underground y Chic, aunque semejante etiqueta no permita imaginarse realmente cómo sonaba. Y sigue sonando, gracias a la rocola celestial de las redes.

Si involucro a Collins en esta historia no es para recordar su talento y elocuencia, su cinismo de buscarroña e incluso su capacidad para intentar ir siempre un poco más lejos creativamente. Nada de retromanía para él, sino —como le gusta decir— polinización cruzada y nuevos frutos. Siempre cambiando, siembre buscando, Collins moldeó Orange Juice a su imagen y semejanza, envidió a The Smiths cuando ese grupo logró la clase de éxito que él estaba buscando, separó a su banda, se quedó sin sello discográfico y se reconstruyó silenciosamente como solista hasta pegarla con un hit mundial inesperado e incombustible titulado “A Girl Like You”. “Mickie Most me dijo que cada tanto hay un éxito que no se puede esconder ni siquiera poniéndole encima un edificio como el Empire State: siempre encuentra la forma de escaparse”, contó hace poco Edwyn en referencia al legendario productor de la época de oro del pop británico, responsable de éxitos de The Animals, Donovan y Suzi Quatro, entre otros artistas.

Pero, como dije antes, no invoco a Edwyn para hablar de sus logros: no es este un relato de justicia artística sino de silencios y terquedades, de voces perdidas y quién sabe buscando lo que se encuentra, y el escocés es de los que perdieron todo, salvo la vida. Veinte años atrás, la noticia fue que Collins tuvo no uno, sino dos derrames cerebrales. Atendido a tiempo y con la ayuda de su esposa, pudo contar el cuento. Aunque en realidad se supone que no debería haber podido hacerlo, ya que la parte afectada de su cerebro fue la que regula el habla y el lenguaje. Según los médicos, el cantante no podría volver a cantar, ni siquiera a hablar. No tenía forma de volver a encontrar el camino hacia las palabras. Por entonces sólo podía repetir, una y otra vez, “sí”, “no”, “Grace Maxwell” —el nombre de su esposa— y la frase “las posibilidades son infinitas”.

Justamente así es como se llama el emotivo documental que testimonia el terco camino de regreso de Collins del fondo del laberinto de la afasia, paso a paso, miguita a miguita. Primero empezó dibujando pájaros, un hobby recuperado de su infancia. Después llegó el insomnio, producido por ideas que lo asaltaban de noche, pero no podía recordar al despertar. Pero Edwyn insistió, y aunque no pudo recuperar la fluidez de sus comienzos, se dedicó a pulir la nueva sencillez que encontró al abrazar cada una de las palabras recuperadas para su vocabulario.

“El conocimiento es amigo mío / alguna vez lo perdí y ahora lo encontré”, canta en su flamante nuevo disco, Nation Shall Speak Unto Nation, cuya existencia de por sí ya es un logro, pero que además es un trabajo hermoso, con el que ha anunciado su retiro, a los 65 años. El curioso título —algo así como Las naciones deben hablar entre sí— lo fascinó desde un viejo micrófono de comienzos de siglo que tenía la frase grabada, que luego descubrió que era el eslogan del antiguo servicio internacional de la BBC. Su mujer le dijo que si tanto le gustaba, podía ser el título de su nuevo disco, pero que tenía que escribirle una canción a ese título, y Edwyn lo hizo: es un tema que habla de este mundo en el que vivimos, cada vez más tonto e incomunicado, pero también de su improbable regreso desde la tierra del silencio. “Cuando las palabras venían fácilmente / tenía las respuestas a todo”, dice la letra. “Ahora que estoy solo con mis recuerdos / lejos del lugar donde quiero estar, / ¿dónde está el que me habla a mí?”.

Otra pregunta sin respuesta, pero en este caso porque no hace falta, porque nunca hubo pregunta ni respuesta ante esa voz extraña, ante ese supuesto misterio. Lo sabe Neil, lo sabe Alan, lo sabe Edwyn. Las que hablan son las canciones, mientras que los cantantes sólo están ahí para abrirles las puertas al mundo, pero son quienes nos permiten evitar la condena de terminar dando vueltas y vueltas alrededor del silencio.

Martín Pérez (Buenos Aires, 1967) es periodista, cronista de rock y crítico cultural. Edita el suplemento Radar de Página|12. Sus últimos libros son The Calamaro Files (Gourmet Musical) y Quiero verte otra vez (Mansalva). Su indulgencia preferida es mantener activo su programa en línea Música cretina.