No pido ningún monumento, orgulloso y alto, / que atraiga la mirada de los transeúntes; / todo lo que anhela mi espíritu / es no enterrarme en una tierra de esclavos. Fragmento de “Entiérrame en una tierra libre”, de Frances Ellen Watkins Harper
El 10 de octubre de 2024 al mediodía, Miriam Fernández lavaba unos platos en la cocina de su casa en el barrio Capurro cuando alguien golpeó una de las ventanas que dan a su patio al grito de “¡aparecieron, aparecieron!”. Luego escuchó la palabra restos. Quien gritaba era el antropólogo Camilo Collazo. Minutos después Miriam, el antropólogo y otras siete personas se reunieron alrededor de una pequeña fosa de 110 por 55 centímetros cavada en el jardín.
Los restos pertenecen a una persona esclavizada trasladada desde África a Uruguay y son los primeros que se encuentran en ese predio donde funcionó el Caserío de la Real Compañía de Filipinas, también nombrado como Caserío de los Negros, un centro de tráfico esclavista ubicado en Montevideo, activo entre 1788 y 1812, por el que ingresaron más de 70.000 personas esclavizadas de origen africano. En ese predio, además de viviendas, funciona la escuela 47, Washington Beltrán.
Al Caserío de la Real Compañía de Filipinas de Montevideo llegaron personas esclavizadas de los puertos brasileños de Río de Janeiro, Salvador de Bahía y Santos, junto con otras provenientes de puertos africanos como Luanda, Elmina, Benguela y Mozambique, entre otros. La comercialización de esas personas no fue sólo para el medio local, sino para el ámbito regional. El comercio se hacía por vía marítima o terrestre, conectando Montevideo con Buenos Aires, Santiago de Chile, Santa Fe, Lima y Alto Perú.
“Los restos analizados corresponden a un individuo masculino de origen africano, de 16 a 18 años de edad y entre 145 y 159 centímetros de estatura. El origen africano, además de asociarse al contexto del hallazgo, se refuerza por algunos atributos fenotípicos asociados a una ancestralidad africana”, dice parte de las conclusiones del informe “Restos óseos hallados en el sitio Caserío de los Negros”, de Gonzalo Figueiro y Lucas Prieto, del Departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República.
Ese adolescente traído a la fuerza desde África al puerto de Montevideo era integrante de un linaje denominado L3f1b1a1, cuyas secuencias más similares se han registrado en Angola, Namibia y Zambia. Los expertos agregaron que la presencia de porosidad en el techo de las órbitas de sus ojos, conocida como cribra orbitalia, es indicador de un estrés metabólico que puede ser nutricional, parasitario o de otra índole, pero que, “en cualquier caso, sugiere que la salud del individuo era frágil”. A esto suman que las lesiones en algunas vértebras están asociadas con la tuberculosis.
Estos datos se presentaron el 11 de marzo pasado en el salón de conferencias de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo (INDDHH), en el marco de “Investigación arqueológica del sitio de memoria Caserío de los Negros”. Este proyecto tuvo como responsables técnicos a Camilo Collazo Maceira, Octavio Nadal y José María López Mazz y fue patrocinado por el Centro de Estudios e Investigaciones Afro, más conocido como Mundo Afro.
Lo que se buscaba eran vestigios del caserío, los restos humanos los tomaron por sorpresa.
El salón de la INDDHH estuvo colmado de personas emocionadas. El hallazgo dispara varios desafíos a encarar por organismos estatales, organizaciones sociales y vecinos de Capurro, desde el destino de estos restos óseos y la posibilidad de nuevas investigaciones hasta las políticas de memoria sobre la esclavitud en Uruguay y el reclamo de una reparación histórica ante este crimen de lesa humanidad.
Miriam Fernández en el predio del caserío.
“No aparenta ser producto de la casualidad, ni una consecuencia inocente, que la inmensa contradicción que alberga la historia del lugar —desde depósito de esclavos hasta escuela pública— haya sido independiente del ocultamiento llevado adelante por una sociedad que trató de encubrir su pasado esclavista, como parte de un proceso mayor de ‘invisibilización’ de los grupos subordinados y del bordado de realce de la ascendencia europea”, escribieron López Mazz y Roberto Bracco en el artículo “El caserío de Filipinas de Montevideo”, publicado en la Revista de Arqueología Histórica Argentina y Latinoamericana.
“Es una de las contribuciones más importantes de la arqueología moderna uruguaya y presenta una serie de desafíos inéditos en lo concerniente a la producción comunitaria del conocimiento, involucrando a las comunidades organizadas y a los vecinos. El intercambio de ideas sobre el destino de los restos óseos de ese joven del África Centro-Occidental es parte de estos desafíos. Es un futuro bienvenido”, dijo a Lento el uruguayo Alex Borucki, doctor en Historia, profesor en la Universidad de California y uno de los referentes en las Américas sobre la historia de la trata esclavista.
El investigador añadió que existen documentos que dan cuenta de que era usual que se enterrara en la playa del caserío a los fallecidos por efecto de las enfermedades y la malnutrición que sufrían en los barcos esclavistas a poco de su desembarco o durante su cuarentena.
“El caso de los cautivos del barco Rainha dos Anjos evidencia el enterramiento de decenas de africanos fuera del perímetro del caserío; cuando consideramos esta práctica extendida en el cuarto de siglo de este comercio horrible, entre 1787 y 1812, podrían haber sido centenares de personas. Los restos óseos del joven de África Centro-Occidental hallados en 2024 difieren de este caso porque su enterramiento se hizo dentro del perímetro del caserío. No obstante, el análisis genético realizado por Figueiro y Prieto puede vincularse con la historia de los africanos que salieron de Luanda en el Rainha dos Anjos”, agregó Borucki.
Heridas abiertas
Las excavaciones en la escuela 47 tendrían que seguir, pero desde la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) no respondieron a las solicitudes de los académicos. El actual Consejo Directivo Central (Codicen) de esta institución analizará el caso si hay una nueva solicitud. “Es importante y necesario investigar esto”, le dijo a Lento el presidente del Codicen, Pablo Caggiani.
La INDDHH quiere continuar con la investigación, al igual que varios investigadores y activistas. “Encontrar los restos no es solamente un resultado arqueológico. Implica pensar la memoria uruguaya en el marco de la esclavitud, algo de lo que tenemos poco análisis, y también definir cuál es la política del Estado respecto de si continuamos con la investigación o no. Nosotros consideramos que es necesario continuar porque esto da mayor cantidad de indicios de lo que pasó realmente con el tema de la esclavitud en Uruguay”, le dijo a Lento Oscar Rorra, responsable de la Unidad Étnico-Racial de la INDDHH.
Sin embargo, otros tienen dudas sobre si avanzar con las excavaciones e incluso hay voces contrarias, como la de la religiosa afro y exdiputada Susana Andrade, una de las personas que estuvieron desde el inicio en las investigaciones sobre el Caserío de los Negros.
Muro perimetral de ladrillo original del Caserío de los Negros.
“En los cultos afro en general se veneran los lugares mortuorios y la muerte como un estado de la espiritualidad, como reinos sagrados de paz, recogimiento, sanación, como un ciclo de la vida que debe respetarse y descansar en paz para que los espíritus de los desencarnados puedan hacer su pasaje a otros planos y que no nos afecte el astral inferior que inevitablemente ronda esos espacios como vampiros astrales”, dijo.
La directora de la Secretaría de Equidad Étnico Racial y Poblaciones Migrantes de la Intendencia de Montevideo, Leticia Rodríguez Taborda, suma a esto la necesidad de instalar un memorial en la zona. “Montevideo debe reparar parte de su historia que algunas veces ha querido mirar para otro lado. Es sumamente necesario que eso pase, que se empiecen a generar nuevos relatos, y por eso es fundamental la generación de un memorial y de un museo afro que además reúna en un solo lugar todas las colecciones privadas que tenemos cada uno de los militantes del movimiento afro para honrar a las víctimas de la trata transatlántica. Montevideo fue uno de los puertos principales del tráfico de esclavos. El carácter que tiene Montevideo en sí es gracias también a ese proceso de trata, entonces se necesita reparar en este sentido y mucho”.
Claudia de los Santos, de la organización Mundo Afro, fue una de las personas que mostraron profunda emoción al conocer que los restos óseos son de un joven esclavizado proveniente de África. “Por fin sabemos quién es, de dónde vino y cómo lo trataron a este pariente, a este hermano. Ahora hay que definir el destino de los restos de esta persona a la que le debemos todo el respeto. Esto es un antes y un después, es la confirmación de la esclavitud en Uruguay, lo que no se estudia en las escuelas. Confirma la deuda histórica del Estado con la población afrodescendiente”.
De los Santos agregó que, si bien este es el primer hallazgo, espera que sean más, porque nos darían la posibilidad de obtener más respuestas sobre el origen de parte de la población uruguaya. “No nos alegra esto, pero sí es importante que tengamos una historia que contar para que no se repita más. Hay mucho por hacer, mucha deuda histórica con el colectivo”.
Para De los Santos es importante poner sobre la mesa con más firmeza las consecuencias de la trata esclavista en la vida de la población afrouruguaya.
“Hay que ver lo que hace el Estado uruguayo tras esta reconfirmación de la trata esclavista, de cómo trataron a nuestros antepasados. El tema de la pobreza, de la educación, de la salud, de la vivienda tiene que ver con la esclavitud. No saber habilita no hacer; ahora no hay excusas y se necesitan políticas públicas que busquen reparar el daño hecho”.
Marcos Israel, por su parte, uno de los directores de la INDDHH, dijo que “nadie esperaba un resultado tan potente y ahora se abre un capítulo nuevo”. Agregó que se debe clarificar el valor patrimonial de los restos y de otros hallazgos, como algunos cerritos de indios en los que se plantea hacer construcciones.
Escultura en hierro que recuerda el caserío, en el parque Capurro.
“Aparece la pregunta: ¿son patrimonio cultural o no? Si son patrimonio cultural, se debe evitar construir sobre ellos y si no lo son, ¿por qué? Esa discusión estamos dispuestos a darla, a promoverla. La INDDHH, básicamente, lo que busca es darle un marco de derechos humanos, de protección a la búsqueda, y también de que el Estado se haga cargo y empiece a investigar a partir de los hallazgos”, afirmó Israel. Además, recordó que el cese de la esclavitud fue un tema muy presente en el proceso de independencia del país, desde 1825 hasta plena Guerra Grande, y que las personas esclavizadas y sus descendientes inician “la vida nacional con una desventaja enorme desde todo punto de vista: socioeconómico, cultural y educativo. Y creo que ahí es donde ha estado la falla, en que se demoró mucho; llegamos a las acciones afirmativas recién en 2013, o sea que ahí hay un rezago que en otros países del mundo se trató antes y de alguna manera pienso que se pueden reimpulsar las acciones afirmativas, por ejemplo”.
Rorra, en tanto, destacó que el tema de la afrodescendencia no concierne exclusivamente a las personas afro, sino a todo el país, y que por eso la investigación del caserío apunta a rescatar una identidad uruguaya general que muchas veces ha sido negada o invisibilizada: “La esclavitud fue un hecho importante en nuestro proceso histórico general y también la posabolición. Entonces, esto no solamente es un impacto importante para la población afrouruguaya, sino en general para la población nacional, para saber exactamente nuestra identidad, cómo surgió y cómo sigue afectando actualmente el tema de la esclavitud, que es parte de la discriminación racial”.
La vecina guardiana
La fosa cavada donde se hallaron los restos óseos está al lado de un robusto árbol tipa, también conocido como “el árbol que llora”, que el padre de Miriam Fernández plantó décadas atrás. Miriam tiene 73 años y desde los 12 vive en la misma casa sobre la calle Capurro, al lado de la escuela 47, que antes fue un caserón perteneciente a la familia Capurro. El fondo de la casa es un amplio espacio verde con muchos árboles, plantas y gatos que cría para dar en adopción. Ese espacio termina en un portón que da al parque Capurro, desde el que se puede ver la bahía.
Bajo ese árbol, Miriam se sentaba a escuchar música y leer. La única condición que puso para permitir las excavaciones fue que no lo dañaran.
Cuando le preguntan si le dio miedo saber que había restos humanos allí, ella dice que no. Sí se preocupó por cuidar lo encontrado: puso un foco que de noche funciona como una cortina de luz que impide ver el terreno a quien se acerca y ante algún sonido extraño se despierta atenta y sale rápido al jardín con su perro Manchita acompañándola.
Como vecina de Capurro, hace años que está involucrada en la preservación de la memoria histórica. En 1982, en un curso de fotografía en el Foto Club, se enteró por un compañero afro de que en el predio donde vivía funcionó un centro esclavista. Durante un tiempo recorrieron el lugar, cámara en manos, buscando restos. Pero en ese momento no encontraron nada.
Muchos años después, en 2010, un día iba con su mate a mirar la bahía y vio que estaban haciendo excavaciones en el jardín de infantes de la escuela. Eran Bracco y López Mazz, investigadores que encontraron restos de objetos que probaban la existencia del caserío. Luego identificaron partes de los muros.
“La historia aparece cuando se la busca. Lo que está escondido aparece”, le dice Miriam a Lento.
Miriam se integró a la comisión del sitio de memoria Caserío de los Negros y como desde la ANEP no dieron respuesta al pedido de los investigadores para excavar en la escuela, ella ofreció que excavaran en su casa. Collazo le preguntó si iba en serio y ella le contestó que por supuesto que sí.
“Si me preguntás por qué, y sé que a veces no es bueno contestar con otra pregunta, te digo: ¿y por qué no? Yo me siento feliz de haber podido colaborar con eso”, le dice a Lento.
Parte original del muro del caserío, contra la escuela 47.
Los antropólogos buscaban estructuras, restos materiales del caserío, pero los primeros trabajos en la casa de Miriam no dieron resultados de interés. Entonces se trasladaron a otros lugares. Al tiempo volvieron a excavar en el fondo de su casa.
“Ya estaban por decir ‘hasta acá llegamos, no hay nada’, cuando aparece la primera parte ósea del pie de una persona que, por su postura plegada o fetal, no fue enterrada horizontalmente”.
Miriam recuerda la emoción y el silencio de ese momento. Destaca el respeto con el que se trabajó. “Estábamos siendo parte de una historia tremenda de nuestra ciudad. Por supuesto que había muchos datos ya, pero el hecho de encontrar un resto óseo es muy fuerte, racionalmente te cuesta incorporarlo. No sé si da vuelta la historia, pero la confirma”.
Para la comisión del sitio de memoria Caserío de los Negros y para Miriam, el hallazgo de restos humanos es un antes y un después. Les gustaría recibir más visitas de escolares para contarles lo que ocurrió allí con una perspectiva de derechos humanos.
“Siempre escribimos la historia, siempre, desde donde sea, pero esta conjunción de la academia, los vecinos y la gente interesada en los derechos humanos, y que pueda amalgamarse todo junto para decir ‘esto nunca más’, realmente hay que cuidarlo, hay que cuidarlo mucho. Y creo que tenemos muchísimas cosas por delante”, comenta Miriam bajo el árbol que llora, junto a la fosa tapada.
Eduardo Delgado es periodista. Trabaja en TV Ciudad y escribe en la diaria sobre temas sociales y culturales.