A 13 kilómetros de la intersección de la ruta 8 y la ruta 81, que lleva hacia Aguas Blancas, cuatro cuervos comen del cuerpo de un lagarto atropellado bajo el sol de la tarde. Al final del camino de tierra, campo, serranía. Nuestro paso interrumpe la degustación de la carroña. Abren las alas negras y vuelan cerca, para pararse sobre el alambrado. Desde ahí esperan a que el vehículo pase para bajar y seguir alimentándose de la carne. Las ventanas bajas dejan entrar aire caliente, pero aire al fin. Distinto al de la ciudad. También el sonido crujiente de las ruedas sobre la tierra.

Hay que doblar a la izquierda. Una portera de madera con un cartel que dice “Propiedad privada. No pasar” hace detener la marcha. Sin embargo, no está trancada. Una casa más adelante da cuenta de que es un camino vecinal. Más arriba, oculto entre el monte nativo, asoman los colores del templo del centro budista Chagdud Gonpa Uruguay —su significado tibetano es “La fortaleza del león”—, tan distintos al verde de las sierras de Lavalleja, y más cerca, en la otra portera, ahora abierta, una persona que dice, cuando estamos lo suficientemente cerca como para escucharla: “Los está esperando”.

El camino en subida es arduo. Casi 400 metros sobre el nivel del mar. Tramos de ripio se intercalan con tramos pavimentados y cuando parece que queda poco, hay que seguir subiendo. Entre los árboles crece la imagen del templo, más, más y más hasta que se deja ver por completo. Nos recibe Pema Gompo, maestro de enseñanzas y budista laico del centro. Al vernos junta ambas palmas sobre el pecho —en una posición de namasté— e inclina levemente la cabeza. Los colores azul, rojo y dorado del techo del templo aparecen ahora más vívidos. Al estar en la cima de un cerro, el viento suena de otra manera, tiene menos cosas con las que chocarse. Recorremos el exterior. Pema Gompo nos indica en qué dirección están Minas, Montevideo, Pan de Azúcar. Habla de la fauna del lugar. De los caballos. De la calma. Del silencio.

El budismo nació hace más de 2.500 años, en las llanuras del norte de India —a más de 15.000 kilómetros de Uruguay—, como el eco de una búsqueda íntima. Siddharta Gautama, príncipe del clan Sakia, renunció al lujo de su palacio cuando entendió que la riqueza no podía protegerlo del sufrimiento. Viajó, meditó, se enfrentó al hambre, al miedo, hasta que bajo la sombra de una higuera, dice la tradición, despertó. Buda viene de la palabra en sánscrito Buddha, que significa “el despierto” o “el iluminado”. Desde entonces, su enseñanza —que no hablaba de dioses, sino de caminos— se expandió por Asia y el resto del mundo. En conversación con Lento, Pema Gompo explica la principal diferencia del budismo con otras religiones monoteístas: “Esas tradiciones espirituales creen en la existencia de un ser superior, se llama Dios de la manifestación, lo que normalmente decimos Dios creador del cielo y de la tierra. En el budismo no existe ningún creador, no existe el término Dios, no existe nada de eso, porque en realidad todo existe desde el principio de los tiempos sin principio y seguirá existiendo hasta el final de los tiempos sin final. Pero en un nivel mucho más sutil, en el nivel de las energías, que ahora, hace 40 años, la física cuántica está investigando sobre eso”. Buda no es Dios. Tampoco un sinónimo, sino un ejemplo que los practicantes budistas eligen tomar.

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Foto: Alessandro Maradei

En Lavalleja, las enseñanzas de Buda se dictan en un centro que se ubica en un terreno de 600 hectáreas en las que también se construyeron, además del templo, varias casas destinadas al retiro espiritual. Pema Gompo le cuenta a Lento el transcurso de la construcción y las limitaciones con las que se encontraron para realizar un templo de estas características en las sierras de Uruguay, un país tan lejano al Tíbet. Desde la búsqueda de materiales aptos y maquinaria a lo más complejo: para subir todo a la cima del cerro había que construir un camino que pudiese ser utilizado por vehículos sin usar explosivos. Los camiones de doble eje estaban descartados. Tampoco acoplados o semirremolques. “Cuando les digo a los ingenieros de las empresas que no podemos usar explosivos, me dicen: ‘Este es un cerro de piedra, tendríamos que hacer cateo metro a metro para ver que no haya piedras en este camino’. Sacaron los números y con los cateos se acababa el templo”. Pema Gompo se ríe de ese recuerdo. La tarea parecía imposible, pero la solución estaba cerca. Un vecino de 90 y pico de años le dijo que usara el método antiguo: soltar tropillas y ver “cómo los caballos van dejando trillo”. La parte adoquinada de la subida “fue la intervención del ser humano, y donde está más o menos bien, esa parte la hicieron los caballos; los mejores ingenieros fueron ellos”.

Antes de la obra lo que hubo fue una visión del lama Chagdud Tulku Rinpoche (1930-2002), maestro espiritual de Pema Gompo, que estaba de visita en su casa, junto a su traductor y otros aprendices, en el año 2000. “Nos despierta y nos dice: ‘Acabo de tener una visión de que todos los seres me estaban esperando desde hace mucho en estas tierras’”. Pema explica que no era un maestro cualquiera, sino un bodhisattva de décimo nivel, “el nivel más alto de los bodhisattvas, que es el último paso para ser Buda, y él no lo dio porque su voto significa volver, reencarnar, para ayudar a los seres que están sufriendo, mientras que el Buda que fallece ya no vuelve”. La visión de Chagdud Tulku Rinpoche, entonces, era una visión ineludible. A esta le siguieron la recaudación de dinero, designar a un encargado de la obra —el mismo Pema Gompo, aprendiz de Rinpoche, encaró esa tarea— y comenzar a trabajar. Así que, con la aspiración de establecer las enseñanzas del budismo tibetano Vajrayāna, particularmente la escuela Nyingma, en América Latina, el templo comenzó a soñarse en 2001 y demoró años en construirse. “Faltan todavía muchas cosas, detalles en el interior, sobre todo”, dice Pema Gompo. Es cierto que las paredes interiores están más vacías, pero de todas formas las pinturas y las figuras de Buda, Avalokiteśvara y Padmasambhava son el centro de atención.

El camino

Nos sentamos en unos bancos de madera, dentro del templo. La voz de Pema Gompo, pausada, suave, retumba apenas. Hay que descalzarse para entrar y la temperatura interior es más baja. Los pies se enfrían rápido.

—¿Cómo es que elegís el camino budista y no otro?

—Yo tenía cierta atracción por lo espiritual. No sabía que existía el budismo, porque estamos en países cristianos, ¿no es cierto? Así que leí el Nuevo Testamento, el Viejo Testamento, ¿qué sé yo? Pero había cosas que no me cerraban realmente. Terminé el liceo y entonces mi padre me llama: “Negrito, ¿qué vas a hacer?”. Y le dije: “Voy a ser cura”. La primera vez que vi sus ojos que me miraron fulminantes; me dijo: “Vagos en mi casa no quiero. O te vas a trabajar o te vas a estudiar”. Y yo dije: “Bueno, voy a estudiar”. Y estudié la carrera de Economía.

—¿Acá en Uruguay?

—No, en la Argentina. A unas cuadras de mi facultad estaba la Facultad de Medicina. Y ellos, con cierta frecuencia, invitaban a alguien a dar conferencias. Especialmente a gurús de la India y cosas así. De pronto, asistí a otra cosa y dije: “Pero este hombre me parece un chanta”. Así pasó cierto tiempo, hasta que una profesora muy viejita, de Francés, me dijo: “Venga por acá”. Se había dado cuenta de mi interés por lo espiritual y me recomendó un libro. Y yo tomé nota del libro, aunque no me gustaba leer. Cuando salí, a fin de año, me acordé, fui a la librería y lo compré.

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Foto: Alessandro Maradei

Ese libro terminó en manos de su padre, ávido lector, que se lo devolvió pronto y con una recomendación: “Excelente libro”. Aunque no recuerda el título, sabe que se trataba de una compilación de tradiciones espirituales; una por capítulo. La palabra budismo resonó por primera vez en él. Se interesó. “Pero el budismo acá estaba nada más que en los papeles. Así que bueno, pasaron muchos años, yo seguí buscando, escuchando conferencias, todo”, dice. Fueron sus amigos quienes le avisaron que un maestro budista iría al sur de Brasil y, sabiendo de su interés, lo invitaron a ir. Se tomaron un ómnibus y allí conoció a Chagdud Tulku Rinpoche.

—Yo no estaba acostumbrado a sentarme en un almohadoncito, con las piernas cruzadas, horas, porque él empezaba a las cuatro o cinco de la mañana y no paraba hasta la noche. A mí me dolía todo por la posición y además no entendía nada, porque una cosa es hablar portugués al ir de vacaciones y otra cosa es entender budismo en portugués. Por supuesto que el maestro no hablaba en portugués, hablaba en tibetano y lo traducían. Así que en un momento dado les digo a mis amigos: “Yo me voy a ir, no entiendo nada, me duele todo, no aguanto más”. Como estaba en construcción esa zona, agarré unos bloques, los puse en el salón y arriba el almohadón. Hice como una sillita para cerrar los ojos y dormir.

—¿Y te dormiste?

—Yo escuchaba que él hablaba, pero con los ojos cerrados y medio durmiendo. Y escucho en castellano: “Bueno, hay algunos nuevos acá, voy a interrumpir la enseñanza para hacer una apertura de conciencia”. Y yo pensé: “Por fin pusieron traductor al castellano”. Pero no, abrí los ojos y lo que sí vi fue la Biblia cerrada, o sea, el Antiguo Testamento cerrado, y cuando él hablaba empezaban a pasar las hojas del texto. Y si bien yo lo había leído muchas veces, ahí empecé a entender el significado oculto del texto. Cuando él terminó de hablar, que no sé si fueron cinco minutos o varias horas, abrí los ojos y me encontré con los ojos de él. Y me dice: “¿Entendió?”, en castellano. Me quedé sorprendido. Le dije que sí. Él me estaba transmitiendo mente a mente eso.

“Nadie alcanzó la iluminación sin un maestro”, dice Pema. Más tarde, pidió para entrevistarse con él y le solicitó que lo acogiera como discípulo. Empezó a viajar a Brasil, ya viviendo en la zona de Aguas Blancas, sobre la ruta 81. Iba en ómnibus y volvía, siempre. A pesar de que su maestro lo invitó a quedarse a vivir allá, él no pudo: “Yo le dije: ‘Sí, pero yo tengo a mi perro, tengo a los caballos’. Y me dijo que con el perro podía ir, con los caballos no. Y yo quería tanto a los caballos. Entonces no, seguí viajando”. En esas charlas con Chagdud Tulku Rinpoche ya había aparecido el deseo de abrir un centro budista de habla hispana. Buscando una geografía parecida al Tíbet, Pema Gompo pensó en la cordillera de los Andes, en su país natal. “Argentina tiene mal karma”, respondió su maestro, “donde usted vive está bien”.

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La recompensa

Un camino es, por definición, una dirección que se sigue para llegar a algún lugar. En el caso del budismo, el destino es la iluminación. A sus 78 años, a Pema Gompo se le nota la experiencia en impartir enseñanzas. Es didáctico en sus explicaciones. Agota ejemplos para volver concreto lo más abstracto.

—Voy a parafrasear las palabras de Buda, que dijo “existe el sufrimiento”. ¡Qué novedad! —ríe—. Hay una causa que genera el sufrimiento. Hay una cesación del sufrimiento y hay un camino que nos lleva a la cesación del sufrimiento. O sea que el camino budista lleva a la cesación del sufrimiento, a obtener un nivel de paz muy grande y eventualmente a alcanzar la iluminación.

—¿Qué significa alcanzar la iluminación?

—La iluminación es ver la realidad tal cual es y no como la estamos viendo. Porque yo estoy acá, vos estás entrevistando a un viejo, Alessandro [Maradei] está ahí sentado y se supone que estás en un templo. Y Buda dice “yo no existo, usted no existe, él no existe, el templo tampoco existe”. ¿Cómo es eso? O sea, todo lo que estamos diciendo que existe es lo que nosotros materializamos. Pero si nosotros somos esencialmente energía, ¿cuál es tu energía? ¿Vos me la podés mostrar? No, nadie. Entonces el tema es el siguiente: cuando uno muere, por ejemplo, lo que muere es el cuerpo, pero la esencia de la naturaleza de la mente, que es la energía, como no tiene sustancia, va a seguir viva siempre. O sea, no nació y no va a morir. Entonces, hacia eso va la cosa.

—¿Cómo se alcanza ese estado?

—Practicando. En todas las tradiciones espirituales hay algo, con mayores o menores diferencias, pero, por ejemplo, existen los diez mandamientos. El primer mandamiento es “no matarás”, punto. Cuando a mí me dijeron “bueno, no hay que matar”, pensé: “Es una pavada, yo soy un habitante del siglo XX, XXI, no voy a matar a ningún ser humano, claro”, entonces es una pavadita. Y como mi maestro se dio cuenta de lo que yo había pensado, entonces dijo: “Es no matar, no dice ‘no matar a seres humanos’: no matar, punto”. Implica no matar a ningún ser. Los mosquitos, la cucaracha, las hormigas, todos esos son seres y tienen mente. Y ahí dije “epa, epa, se me complicó la cosa”. O si vos vas al supermercado, vas a Ta-Ta o a cualquiera, comprás una cantidad de cosas, vas a la caja, pagás y la cajera se equivoca y te da 50 pesos más, y vos te das cuenta y lo dejás pasar, te lo quedaste, ahí robaste. Generaste lo que se llama un karma, o sea, una energía negativa que tarde o temprano vuelve. Sos causa de tu propio sufrimiento. Entonces te das cuenta de que estamos en el horno. A eso le llamamos virtudes o no virtudes, depende de si lo das vuelta o no. O sea, matar es una no virtud, preservar la vida es una virtud. Uno dice “parecen sonsas”, pero si uno lo logra mantener, estar dentro de eso, entonces su vida cambia.

—¿Por qué no se generan esos karmas de energía negativa?

—Porque no generás karma negativo. Ahí está. No generás karma negativo, pero es muy complicado porque tenés que aprender a chequear tu propia mente.

Esa es una de las principales actividades de los retiros espirituales: la introspección. Cuando hicimos el primer contacto con Pema Gompo, nos advirtió que no estaba seguro de si podía recibirnos porque estaban por entrar en un retiro. Finalmente este comenzó el 13 de abril, sin fecha exacta de finalización. Contrario a lo que puede pensarse popularmente, estar en un retiro no significa estar quieto, meditando todo el día sin moverse de una posición incómoda e inventada. Todo lo contrario, explica.

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Foto: Alessandro Maradei

—Hay que trabajar interiormente y hay que aprender a ser honesto consigo mismo. Y aparte, si estás chequeando la mente todo el día, no es necesario estar en un retiro. El retiro es algo más intenso. Pero si todo el día vos estás atento a lo que pasa por tu mente, te vas a dar cuenta de qué tipo de pensamiento y de emociones uno tiene. Si tenés cosas que no son muy buenas, tenés que purificarlas.

—El retiro entonces no es estar solo en silencio.

—No. Lo más importante sobre el silencio es el silencio de tu mente, que si está sobreexcitada de pensamientos y energías que van y que vienen, silencio no hay. Meditar en realidad no es tener la mente en blanco y no es no pensar. Los pensamientos son como las olas del mar. Todo mar tiene olas, más grandes, más chicas, pero siempre van a estar. Los pensamientos siempre van a estar. El tema está en si vos te involucrás con el pensamiento o no te involucrás. Si te viene un pensamiento y vos lo detectás, está bien. Pero no tenés que involucrarte con él, sólo observarlo.

No generar mal karma, practicar, meditar son palabras que se repiten mucho. También interdependencia, seres, energía, estar atento a pensamientos y sentimientos. La quietud. Pema Gompo es el encargado de recibir la dirección para entrar en retiro. También es él quien brinda las enseñanzas en el templo. Transmitir su conocimiento. Guiar.

Chagdud Gonpa Uruguay ofrece una visita grupal mensual que puede agendarse a través de su página web. Al estar en retiro, las visitas quedan suspendidas. Pema Gompo cuenta que en principio la idea era esa: que el centro sólo estuviese abierto para retiros y para impartir enseñanzas: “La idea no era que fuera cerrado para el público, no, pero sí para los curiosos”. Fueron la Intendencia de Lavalleja y el Ministerio de Turismo los que impulsaron la posibilidad de las visitas, que ahora ayudan con la economía del centro, que debe autofinanciarse: luz, agua, sueldos, arreglos en un edificio que necesita mantenimiento.

Quienes viven en el centro, como Pema, no han regresado todavía. Están trabajando, estudiando, meditando. Llega la hora de volver. Hay que calzarse, abrigarse. El sol baja y el aire se vuelve fresco. La luz cambia el paisaje. La sierra lavallejina se ensombrece. Pema Gompo guía el camino en la camioneta que una aprendiz le prestó. Conoce esas curvas mejor que nadie, así que se adelanta para abrir la portera. Al despedirnos, responde la pregunta acerca de cuál es su parte favorita de vivir ahí. “La soledad, el silencio, la tranquilidad”, dice. Sonrisa amplia. Más allá, los cuervos siguen alimentándose del lagarto. Se asustan menos, apenas se alejan para dejarnos pasar. Pema Gompo rehace el camino hacia el templo.

Tamara Silva Bernaschina es escritora y estudiante avanzada de la Licenciatura en Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República. Publicó el libro de cuentos Desastres naturales (2023), que le valió varios reconocimientos, y la novela Temporada de ballenas (2024).