La Tablada Nacional es y fue muchas cosas. Sede de negocios rurales, hotel para hacendados, cuartel central de inteligencia, cárcel de adultos, centro de detención de menores y sitio de memoria. También fue el último lugar donde se vio con vida a Luis Eduardo Arigón, Óscar José Baliñas, Óscar Tassino, Amelia Sanjurjo, Ricardo Blanco Valiente, Félix Sebastián Ortiz, Antonio Omar Paitta, Miguel Ángel Mato y Juvelino Carneiro, entre los nombres confirmados. ¿Cómo se habita hoy ese espacio? En un sitio donde conviven el recuerdo de los troperos y el eco de los desaparecidos, la reconstrucción de las diversas memorias se disputa entre el silencio y la palabra. Este reportaje recorre La Tablada, sus huellas visibles e invisibles y las tensiones de transformar un lugar de violencia en un espacio de reflexión colectiva.
A mediados del siglo XIX, La Tablada se constituyó como “el principal mercado de ganado de Uruguay”, según el programa de visitas guiadas publicado por la Comisión del Sitio de Memoria La Tablada en 2024. Situado en el área suburbana de Montevideo, el predio se extendía por casi 90 hectáreas con corrales, edificaciones e incluso su propia estación de tren, inaugurada en 1916. Allí se comercializaban animales de todo el país, que luego los troperos llevaban a los frigoríficos del Cerro. Durante más de un siglo fue el epicentro de la industria ganadera, hasta que en 1973 se decretó su cierre con el inicio de la última dictadura civil militar.
A lo largo de cuatro años se sentaron las bases de un lugar diseñado para la detención, el interrogatorio, la tortura y la desaparición de personas: la Base Roberto. “Las Fuerzas Armadas se apropiaron del lugar y reutilizaron el edificio principal como cuartel general secreto y clandestino del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA)”, narra el documento, y sentencia: “Se usó como centro de secuestros, torturas y desaparición de personas, principalmente estudiantes, sindicalistas y militantes de partidos políticos contrarios a la dictadura”. Se estima que por La Tablada pasaron al menos 400 personas durante la dictadura. Trece de ellas fueron vistas allí por última vez.
Espacio conocido como Sala de Consignatarios, donde los detenidos esperaban los interrogatorios, en diciembre de 2021.
Acá estamos otra vez
Un sábado como tantos, reunido con la comisión del sitio con el fin de seguir construyendo memoria, se encuentra Carlos Marín, docente del Departamento de Ciencias Sociales y Humanas del Centro Universitario Regional Este de la Universidad de la República (Udelar). Coordina el Núcleo Interdisciplinario Espacialidad y Memoria, con el que ha trabajado integrando la comisión en un largo proceso “de militancia desde la academia, de investigación, de extensión y de mediar en un montón de conflictos entre colectivos vinculados al lugar”, según cuenta.
En el edificio destinado a la guardia policial —construido en democracia, como la mayoría de la edificación carcelaria y de vigilancia presente dentro de los límites de La Tablada— también se encuentra un grupo de ex presas políticas: María Ángeles Michelena, Ivonne Klinger, Adela Vaz, Antonia Yáñez y Blanca Luz Lucy Menéndez. Más tarde llega Luis Aramendi, que también pasó por La Tablada en uno de los momentos más oscuros de la historia del país. Las conversaciones, atravesadas por la necesidad de decirlo todo, se alargan tanto que requieren varios encuentros y múltiples charlas. Estas páginas, sin embargo, jamás podrán abarcar la densidad de lo vivido.
Los relatos comparten el mismo guion represivo: secuestros, golpes, interrogatorios con fotografías y documentos personales como instrumentos de tortura psicológica. Pero cada caída en La Tablada tuvo su propio tiempo y contexto. No era lo mismo llegar en agosto de 1978, como le sucedió a Lucy, que hacerlo cerca del plebiscito de 1980, como Adela, Ángeles y Antonia, o terminar allí entre 1981 y 1982, como Luis e Ivonne.
Blanca Luz recuerda con claridad la noche del 29 de agosto de 1978, cuando la detuvieron. Militante del Partido Comunista de Uruguay (PCU), esa tarde de lluvia había bajado la guardia pese a las advertencias de su madre. Fue subida a un Volkswagen; la llamaban Negra, por un papel firmado con ese nombre que encontraron en su tapado. “Había gente desde el 77. Cuando me ingresaron éramos más de 30 personas. El patio de La Tablada estaba lleno de compañeros y eran pocas mujeres: Yolanda Ibarra, otra compañera que estuvo un par de días nada más y yo. Nadie sabía los nombres de nadie. No había comunicación”, rememoró.
Antonia advierte que La Tablada “fue abierta en el 77”, en el marco de uno de los tantos operativos para desarticular la estructura del PCU y la Unión de la Juventud Comunista (UJC) que se realizaron durante la dictadura. Según su testimonio y el documento de la comisión, los militares trasladaron a los secuestrados desde otros sitios que funcionaron antes, como Infierno Grande, también conocido como 300 Carlos, y otros cuarteles. “No importaba el lugar anterior: La Tablada era donde iban a transcurrir los tiempos futuros”, reflexionó.
Aunque en sus recuerdos el edificio aparece invertido —porque la ingresaron encapuchada por el patio trasero—, hoy va reconstruyendo la escena. “Yo lo viví como un gran corte. Esto ya era otra cosa. No fue una caída sencilla, como la anterior, del 75”, advirtió. “Eran operativos del OCOA, pero creíamos que íbamos a zafar. No teníamos conciencia real del nivel de tortura que existía, aunque supiéramos. Aunque quisiéramos saber, no queríamos pensarlo. Pero estaba claro que pasábamos a otra etapa y que ahí había que jugársela”, concluyó. La detención de Yáñez, ocurrida en vísperas del plebiscito de 1980, respondió a la necesidad del régimen de consolidar su control: “Seguramente haber perdido generó un poco de inquietud y apuro. Había que resolver algunos pasos. Toda esa camada [de militantes], que de alguna manera había contribuido a que ganáramos el plebiscito, terminó cayendo”, explicó.
Blanca Luz Menéndez, María de los Ángeles Michelena, Ivonne Klinger, Adela Vaz y Antonia Yáñez, ex presas políticas que estuvieron secuestradas en La Tablada y actualmente participan en la comisión de ese sitio de memoria, en abril.
Ángeles Michelena también fue detenida en 1980, en un momento en que se creía que el ciclo dictatorial comenzaba a cerrarse: “Pensábamos que ya se terminaba la dictadura, pero seguían cayendo compañeros”. Militó con acciones en medio del terrorismo de Estado. “Siempre pensaba que iba a ir zafando, pero caí cuando el movimiento social fue atacado con fuerza”, relató. En los meses previos al plebiscito, el gobierno había intentado disuadir cualquier expresión obrera moviendo el Día de los Trabajadores del 1 al 5 de mayo. A pesar de ello, hubo manifestaciones y actos de resistencia que provocaron represalias: detenciones, despidos y torturas. El 1º de mayo de ese año fue asesinado por las Fuerzas Conjuntas el obrero metalúrgico Jorge Reyes, de la empresa Nordex. “Yo era bancaria en ese momento. Hicimos un minuto de silencio en forma de protesta, pero con las manifestaciones se generó un caos, sobre todo en los lugares más grandes”, recordó Michelena. En ese contexto fue secuestrada y trasladada a La Tablada, donde la interrogaron para ubicar a otros dirigentes de la región, puesto que ella había llegado recientemente de Argentina, donde militaba por el Partido por la Victoria del Pueblo. “Entre las vendas, primero vi a gente vestida de particular, después uniformes y botas”, narró.
Adela Vaz fue detenida el 22 de diciembre de 1980. Para ella hubo una constante en la política represiva: “Limpiar todo lo que pudiera oponerse al proyecto”. Señala el plebiscito del 80 como un punto de inflexión: “No fuimos los únicos, pero echamos los bofes para lograr el plebiscito, que fue la síntesis de años de lucha”. Al igual que sus compañeras, pasó varios años en la clandestinidad antes de su caída. “Yo estaba segura de que estaba en La Tablada, aunque no supiera bien dónde quedaba. Sabíamos que si no te llevaban a la jefatura, caías acá. Tenía desde hacía años infinidad de testimonios del horror, pero del testimonio a la vivencia hay un paso terrible e imposible de contar y de imaginar la forma, el trabajo de los militares; este era el lugar del horror”, recordó Vaz.
Luis Aramendi cayó el 14 de diciembre de 1981, tras el hallazgo en su domicilio de materiales de imprenta y más de 1.000 ejemplares de Carta, una publicación clandestina del PCU. Conocía bien la zona porque había militado los últimos diez años en el oeste, por lo que durante su detención, tirado desnudo junto a una ventana, pudo identificar el sonido de los ómnibus. “El 131 para frente a la ventana donde me tenían. Sentía clarito el motor”, dijo.
Ivonne Klinger cayó días después, en enero de 1982, tras ocho años en la clandestinidad. Había ocupado la Facultad de Medicina y, tras el golpe de Estado, recibió una citación en su casa. “No conocía La Tablada. Sabía que estaban desapareciendo a compañeros, como mi jefe en la clandestinidad, Félix Ortiz, que no apareció más. Después supe que había desaparecido acá, al igual que Paita, Miguel Mato y otros, pero no tenía idea de dónde podían estar”, reconoció y acotó: “Yo también pensé que iba a zafar”.
Ángeles sintetiza todas las vivencias en una sola reflexión: “El contexto de la militancia te ponía en una situación que hoy no existe. Había un riesgo asumido, pero nunca sabías exactamente qué pasaba con tu cuerpo, con tu cabeza”.
Tú estás desaparecida
Llegar a La Tablada, según relatan las personas entrevistadas, era atravesar un ritual de deshumanización: “Te desnudaban, te decían ‘tú estás desaparecido’ o ‘desaparecida’ y te recibían con golpes, acoso, abuso y tortura”. Dependiendo del momento, la espera podía transcurrir de plantón en el patio techado, en una celda de espaldas a la puerta o en una silla metálica. En el primer interrogatorio, en el que cotejaban información e intentaban quebrar al recién llegado, siempre caía la misma pregunta final: “En caso de desaparición o muerte, ¿a quién avisamos?”.
Lucy Menéndez recuerda que al llegar “todos estaban en el patio, desnudos, con los ojos vendados o con capuchas. Te colgaban un número y te asignaban una silla metálica plegable. Podías estar en plantón continuo o una hora de pie y cinco minutos sentado. De noche se guardaban las sillas contra la pared y te daban un jergón para dormir, si era tu turno. Si no, el plantón continuaba. Había personas que pasaban día y noche sin sentarse jamás. Eso iba variando, pero la espera era ahí, en el patio”.
Estudiantes del seminario “Territorio y memoria. La Tablada Nacional como sitio de conflicto urbano” de la Udelar recorriendo el edificio, en agosto de 2022.
Luis Aramendi estuvo 20 días en La Tablada. En ese tiempo, dice, perdió la noción del tiempo y el control sobre su cuerpo: “No sentía las piernas ni los brazos. Lo único que sabía era que seguía pensando. Tenía una lucidez mínima, la certeza de que pensaba, aunque no sintiera el cuerpo”. Intenta explicar lo vivido, pero asegura que ni él sabe por qué no habló durante los interrogatorios, simplemente algo dentro suyo no lo dejaba. “La tortura fue durísima: palo, gancho, picana, caballete. Hasta que un día me dijeron ‘si firmás, te vas’, y yo firmé, pensando que me soltaban”, relató. En lugar de eso, fue trasladado al Regimiento de Caballería 9.
“Nadie sabe dónde estás. Vas a seguir desaparecida o no según tu conducta o lo que aportes”, fue la advertencia que recibió Ivonne. Pero, aclara, esas reglas del juego no siempre se cumplían: “Hubo compañeros asesinados desde el principio. Dependías de muchos factores: antecedentes, enfermedades, si se les iba la mano en la tortura o simplemente de la mala suerte. Como Miguel Mato, que cayó detenido dos días antes que yo y no sobrevivió”. Del mismo modo, Michelena narra que durante los interrogatorios le repetían: “En este mismo lugar se peló Cachito”. Se referían a Ruben Prieto, una de las 197 personas desaparecidas en dictadura, “que era el padre de mi hija y aún hoy está desaparecido”, explica Ángeles.
Menéndez reflexiona sobre la naturaleza humana de los torturadores: “Lo que más me impactó fue que quienes nos torturaban eran seres humanos como nosotros. Y que podríamos haber estado de un lado o del otro si la vida nos llevaba por caminos distintos”. Una de esas noches, José Nino Gavazzo, el militar más condenado por homicidios en la historia de Uruguay, protagonizó una escena que la dejó petrificada: “Nos subían a varios, nos turnaban para el gancho, el submarino, el caballete, la picana. Yo estaba desnuda, vendada, contra la pared, esperando. De pronto sentí un olor a perfume muy fuerte. Era Gavazzo. Me dijo: ‘Gorda, yo me voy a bailar, ¿sabés? Tengo una camisa de seda. Me voy a bailar mientras vos te quedás toda la noche acá arriba’. ¿Qué tiene en la cabeza un individuo así?”.
Los relatos coinciden: las noches de tortura eran una espiral de violencia desatada. “Terminaban sacados, locos de atar, toda la noche dándote entre cinco o seis”, describen.
Klinger recuerda una situación que revela incluso rivalidad interna: “Yo estaba colgada y entró uno a los gritos: ‘¿Quién colgó a esta mujer? Bájenla inmediatamente. Porque cuando tomo la guardia yo, el que tortura soy yo’. Entonces me bajaron y me volvieron a colgar para darme picana de nuevo, porque el mérito si yo cantaba tenía que ser de él, no del otro”.
Volver, resistir y hacer memoria
Desde su declaración como sitio de memoria, en 2019, se conformó la Comisión del Sitio de Memoria La Tablada, integrada por un equipo interdisciplinario de la Udelar, expresas y expresos, familiares de detenidos desaparecidos, vecinas y vecinos de la zona, colectivos tradicionalistas, la agrupación Historias Desobedientes —formada por familiares de represores que trabajan por la verdad, la memoria y la justicia—, el grupo Espacialidad y Memoria de la Udelar y otros colectivos barriales. Su tarea no se limita a conservar el sitio: busca recuperar las memorias vinculadas al lugar, dignificar los relatos que lo habitan y convertirlo en un espacio vivo de activación barrial en el que convivan el recuerdo, la denuncia y la construcción colectiva. En ese marco, también se forman guías para acompañar las visitas públicas.
El equipo universitario que coordina Marín ahora apunta a “poner en marcha el sitio de memoria en toda su extensión y profundidad. Siguiendo los parámetros de otros sitios de memoria en Argentina y Chile, lo que corresponde es desarrollar un plan de museología que incluya productos como la guía que estamos difundiendo ahora en las visitas y otros elementos que permitan establecer recorridos en el edificio y en el predio para que los visitantes puedan recorrer de forma autónoma”. Además, Marín reconoció la importancia de los cinco proyectos educativos que mantienen con diferentes liceos de la ciudad, que “utilizan La Tablada como un recurso didáctico y pedagógico para hablar de temáticas que tienen que ver con la dictadura, la violencia y la vulneración de derechos”. En la misma línea, Ángeles sostuvo que siempre militó por “la musealización de los sitios de memoria” y destaca la fotogalería instalada en la calle que conduce al fondo del predio, en la que se narra la historia del lugar desde sus inicios, “desde el día cero, cuando se instaló como mercado de ganado”. Aunque el sol y el viento dañaron parte de la muestra, esta tuvo su impacto.
Fotogalería “Historias de La Tablada”. En ella se aprecia un óleo vinculado a los troperos y el uso original del edificio. Diciembre de 2021.
Para Luis, seguir yendo a La Tablada tiene sentido si permite encontrar más datos que completen el relato. “Que aparezcan los datos y no los relatos, que siempre los hacen los que están próximos al poder o en el poder”, dice. Y refuerza: “A mí lo que me motiva para trabajar acá es que queden datos. En La Tablada no sólo hay datos de los torturados; también de los que hicieron gremialismo en la federación obrera de la carne”.
Ivonne reconoce que los avances colectivos del sitio son fundamentales, pero dice que no deben hacernos perder de vista la necesidad de que se haga justicia. Recuerda que hay “juicios encajonados desde 2011”, como el que presentaron ex presas políticas contra más de 100 militares por abuso sexual. La memoria, para que sea completa, también necesita reparación.
La Comisión del Sitio de Memoria La Tablada no sólo busca reconstruir el pasado, sino también activar el presente: ser un espacio vivo de comunidad, resistencia y memoria. En esa tarea, cada testimonio aporta datos, rastros, marcas que desafían los relatos del poder, que persisten, una y otra vez, para resistir el olvido. Y a veces, como le ocurrió a Luis, regresan porque la Justicia los llama.
Volver por justicia
Luis Aramendi volvió por primera vez a La Tablada en 2024. Lo hizo porque se necesitaban tres testigos para un juicio. “Nunca había ido, no pensaba ir, mucho menos entrar, pero tuve que hacerlo porque la jueza llamó a tres sobrevivientes de La Tablada y Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos sugirió que fuera, porque la defensa de los torturadores estaba cuestionando que todo esto hubiera pasado”, explicó.
Uno de los acusados, el excapitán Enrique Uyterhoeven, sostenía que sólo había ido a La Tablada a entregar algunos expedientes y que trabajaba en la Región Militar 1. “Entonces la jueza decide que primero íbamos a visitar la Región Militar 1, donde él decía que trabajaba, y después recorreríamos La Tablada, con la Policía Técnica y los tres testigos. Ahí a Rosanna Gavazzo [abogada de la causa e hija de José Nino Gavazzo] se le abrieron los ojos”, contó Ivonne.
“Fue una experiencia jodida”, expresó Luis, y completó: “La jueza quería que reconociéramos el lugar y que diéramos testimonio, que la convenciéramos de que estuvimos ahí y de que nos pasó lo que nos pasó”. Pasó de haber vivido intentando olvidarlo todo, de no querer volver jamás, a estar dentro del predio y tener que narrar, paso a paso, cada rincón, cada secuencia. “Fue todo junto: entrar, ver todo eso feo, que adentro es un desastre, y además empezar a contarle a la jueza. ‘Esto estuvo acá’, ‘acá me pasó esto, me hicieron esto’”, prosiguió.
Se acordó entonces de una escena precisa: “Siempre recuerdo que en la segunda pieza donde me metieron, que me desnudaron, había visto una pileta por debajo de la capucha. Cuando entro con la jueza, la veo, le digo: ‘Esta es la pileta’. Pero cuando terminé de contar todo, me desarmé. Fue conmocionante”.
Ivonne remarcó que el testimonio de Luis “fue fundamental para la jueza” y que él logró ir contando cada vez más: “Tenías que ir reconstruyéndote y reconstruyéndole, porque si no tratabas de aportar la mayor cantidad de datos y de detalles, no la convencías”.
“Él tenía los elementos que ella necesitaba”, acotó Antonia, a lo que Ivonne agregó: “Esas cosas que nosotros consideramos pequeños detalles eran, para ella, fundamentales”.
Dos ex presas políticas ingresan al predio de La Tablada por portones colocados durante el período en que el edificio funcionó como cárcel para presos sociales, en abril.
Mientras descendían por la escalera, Luis le comentó al fiscal especializado en Crímenes de Lesa Humanidad, Ricardo Perciballe, y a la jueza Silvia Urioste que cada vez que lo bajaban de las salas de tortura, lo arrastraban por el piso, y que había contado los escalones con la nuca. “La jueza dijo que la visita con testigos había sido fundamental”, concluyó Aramendi. La Justicia encontró a Uyterhoeven responsable de los delitos de privación de libertad, abuso de autoridad contra detenidos y lesiones graves; fue condenado a 12 años de prisión en setiembre de 2024.
La memoria no es un gesto melancólico ni un ejercicio del pasado. Es una práctica viva, incómoda y necesaria que interpela el presente y lo transforma. La Tablada no es sólo un lugar donde pasó algo: es un sitio donde las cosas todavía pasan. Pasa la lucha por justicia, por reparación, por verdad. Pasa en los pasos que vuelven a caminar por allí. En cada visita guiada. En cada testimonio. Volver a La Tablada es una forma de resistir. Y resistir, hoy, también es un modo de construir memoria.
Volver a ser prisión
Con la salida democrática de 1985, La Tablada dejó de ser un centro clandestino para convertirse en un centro de reclusión de menores del Instituto Nacional del Menor entre 1988 y 2000 y una cárcel de adultos entre 2002 y 2012. Durante ese último período albergó a los hermanos Jorge, Dante y José Peirano Basso, condenados por la quiebra del Banco de Montevideo. Estuvieron recluidos entre 2005 y 2011 en un sector remodelado, con mayores comodidades, en la planta alta. Entre 2015 y 2017 se hicieron otras obras para “convertirlo en centro de alta seguridad de menores infractores del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa)”, según consigna la guía de visita del sitio. Esas obras quedaron inconclusas y le dan “ese aspecto carcelario, que confunde mucho”, según Marín. El docente sostiene que durante la dictadura “era un sitio donde se aplicaba el terror, pero el aspecto era lujoso. Hay que poder abstraerse y pensar que aquello era un centro clandestino en un edificio de estilo neoclásico con el mobiliario de madera labrada, con cristales esmerilados y con cortinones de terciopelo. Es común que los detenidos reconozcan las salas de torturas, pero el resto del edificio nunca lo han visto, porque siempre estuvieron encapuchados”, concluyó.
Recién en 2017 se dictó una medida cautelar que impidió nuevas reformas en el predio: un fallo judicial dispuso “no innovar” sobre sus edificaciones, lo que evitó la instalación definitiva de un nuevo centro del Inisa.
Facundo Verdún es periodista en la diaria y escribe historias en las que el pasado reciente se cruza con el deporte, la memoria y la política.