Ahí están, hormigueando entre las plantas verdes, con sus caras oscuras, sus ropas remendadas, sus manos ennegrecidas: la muchedumbre de los tareferos… No hay cabezas rubias ni apellidos exóticos entre ellos. El tarefero es siempre criollo, misionero, paraguayo, peón golondrina sin tierra.
Rodolfo Walsh, "La Argentina ya no toma mate" (Panorama, 1966).
Juan Manuel tiene los dedos curtidos y deformes, los dientes torcidos y amarillentos. Un fuerte olor a pucho emana de sus palabras.
Coincidimos en la terminal Retiro, en Buenos Aires, compartiendo un micro con destino a Misiones. Tiene la mirada extraviada y necesidad de hablar. Después de dos años y tres meses vuelve a la casa de su madre en Eldorado, cerca de Iguazú. Estuvo internado en un centro religioso. Dice que está rehabilitado del consumo problemático de drogas.
—A los 12 empecé con el paco—asegura—; era terrible yo.
El reviro con huevo es su comida favorita. Parece que lo saborea mientras lo cuenta. Es un plato humilde y sencillo, como él, común en el entorno rural del noreste argentino. Familias numerosas como la suya —11 hermanos y 23 sobrinos— lo consumen casi a diario, pese a su escaso valor nutricional.
Tenía 12 años cuando comenzó a tarefear, palabra de raíz portuguesa —tarefa, "tarea"— que en Misiones se aplica al trabajo rural y en particular a la cosecha de yerba mate. Con tijera y serrucho en mano, Juan Manuel se metía por las picadas, campo adentro, para obtener unos 500 kilos de hoja verde por día, por una magra retribución.
Los yerbales se dejan ver al costado de la ruta. Es el comienzo de la cosecha de invierno.
Después de 12 horas de viaje, estamos llegando a Posadas.
—¿Tenés yerba para un mate? —pregunta el tarefero.
—No tengo, che —le respondo, pensando en lo paradójico del momento.
Misiones nos recibe con una tenue llovizna y un nivel de humedad altísimo. Lo verde es más verde aquí y la tierra es bien roja.
El INYM y los tractorazos
Siete cuadras separan el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM) de la plaza 9 de Julio, el centro cívico de Posadas. En mayo de 2002, un gran número de productores yerbateros llegaron a este lugar con 358 tractores y acamparon durante 58 días para exigir que se pusiera en funcionamiento el INYM, creado pocos meses antes.
En la entrada del edificio institucional, en Rivadavia 1515, un guardia sentado detrás de un escritorio señala una escalera estrecha que conduce al segundo piso, donde me espera una funcionaria con material de difusión de las actividades del INYM.
Hablando en voz baja, casi en un susurro, cuenta que este ente es autárquico y no depende del gobierno nacional. Está compuesto por 12 directores que, según explica, representan toda la cadena de producción: molinos, secaderos, cooperativas, productores, tareferos, industriales y representantes de las provincias de Misiones y Corrientes y del gobierno nacional.
Camiones con la cosecha de invierno en el departamento de Oberá, Misiones.
Foto: Diego Vila
A poco de asumir el cargo, el presidente argentino firmó el decreto de necesidad y urgencia 70/2023, que le quitó al INYM su capacidad de fijar precios y regular la producción. En abril de 2024, la Justicia federal de Misiones dictó una medida cautelar que restituyó temporalmente sus funciones. Sin embargo, el Poder Ejecutivo no designó nuevas autoridades, por lo que frenó la capacidad operativa del instituto. Desde entonces, el INYM quedó en un limbo, acéfalo y sin sus principales atribuciones.
En ese vacío, el mercado, imperfecto, hace lo suyo, inclinando la balanza a favor de los más poderosos sin que haya ningún beneficio para el consumidor, que paga el mismo precio por el producto.
Misiones es la principal provincia productora de yerba mate en Argentina y tiene aproximadamente 100 molinos que procesan y distribuyen la yerba de más de 13.000 productores. Solamente cinco de estos molinos tienen más de 60% del mercado yerbatero (la Cooperativa Agrícola de la Colonia Liebig, Las Marías, La Cachuera, Santa Ana y Hreñuk SA), por lo que tienen una posición dominante en la fijación de precios.
Es una mañana cálida de abril y la ciudad está animada. Los estudiantes uniformados de un colegio céntrico inundan las calles a la hora del almuerzo.
"Huellas que hacen historia", se lee en la portada de Bien Nuestro, un número especial publicado en 2021 por el INYM: "20 años del tractorazo".
El tractorazo fue una gran movilización de pequeños y medianos productores, impulsada por la crisis económica provocada por las políticas neoliberales de los años noventa, que culminó con marchas a Oberá —la segunda ciudad de Misiones— y luego a la capital provincial, Posadas. Este hecho, ocurrido en 2001 y repetido en 2002, dio origen al INYM, que desde entonces ha mantenido un marco regulatorio claro y seguro para "la familia yerbatera", fijando los precios hasta el segundo semestre de 2023. El instituto retomó una larga tradición regulatoria iniciada en 1935 con la creación de la Comisión Reguladora de la Yerba Mate, que funcionó hasta 1991, cuando fue disuelta por el decreto 2.284, firmado por Carlos Menem en el marco de las políticas neoliberales de la época.
Uno de los líderes más carismáticos y reconocidos de los tractorazos es el ingeniero agrónomo Hugo Sand, un colono que al día de hoy es una de las voces más respetadas y críticas de la situación actual del INYM. Sand presentó una denuncia penal contra Milei el 18 de marzo de 2025 con el fin de hacer cumplir la ley nacional 25.564, de creación del INYM, que faculta al ente a regular la actividad yerbatera y designar a su presidente. Esta denuncia es apoyada por el Movimiento Agrario de Misiones (MAM), la Asociación de Productores Agrarios de Misiones y la Confederación General de la Producción, entre otras organizaciones.
Hugo Sand junto al tractor que usó en el tractorazo de 2001-2002, en su chacra.
Foto: Diego Vila
El camino continúa hacia Oberá, a 100 kilómetros de la capital provincial, para conocer de primera mano la visión de los productores yerbateros y cómo afecta esta situación la cadena productiva.
El "acampe" Karabén
Pasa el mediodía cuando llega el micro a Oberá, en la zona central de Misiones. Veintiocho grados y una humedad espesa. Le envío un mensaje a Sand, que inmediatamente responde que está en camino.
Espero hasta que llega: ojos claros, barba larga y canosa, boina hacia un costado, igual a las muchas imágenes que aparecen al googlear su nombre. Después de un apretón de manos me dice:
—¿Vamos para la chacra? Está acá cerca, a 2 kilómetros.
Subimos a una camioneta vieja, un poco maltrecha, y en unos minutos estamos en su casa.
Malen'ka, su perra, viene a recibirnos.
—Es un nombre ucraniano —dice—, quiere decir "chiquita".
Nos sentamos en un espacio amplio, rústico, fresco, donde suele secarse el té que produce junto con algunos de sus hijos.
Ceba un mate y me lo pasa.
—Hoy nos hemos acercado al obispo —dice Sand—, la única autoridad que preguntó públicamente qué les estaba pasando a los productores. Así que, con seis colonos, fuimos a saludarlo, le llevamos una carta, que le pedimos que se la enviara al papa Francisco.1 Si bien yo no soy católico, sé que el papa toma mate todos los días y es argentino.
La familia de Sand llegó a Misiones desde Finlandia en 1906, inicialmente a la región de Bonpland y luego a la zona de Yerbal Viejo, donde nos encontramos. Se afincó en esta chacra allá por 1920.
—Tenemos yerbales con más de 100 años —afirma.
Sostiene que el problema de la tierra es netamente político.
El cacique Cristian Cabrera prueba la yerba mate Perutí.
Foto: Diego Vila
Explica que la flexibilización del mercado impulsada por Milei obliga a los productores argentinos a competir en condiciones de desventaja frente a brasileños y paraguayos. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos, las importaciones de yerba mate proveniente de estos países aumentaron 80,1% en 2024 respecto del año anterior. Además —advierte—, recientemente el ministro de Economía, Luis Caputo, derogó la resolución 170/2021 del INYM, que limitaba a cinco hectáreas anuales la incorporación de nuevas plantaciones de yerba mate por productor. Esta norma tenía como objetivo proteger a los pequeños productores frente a "los grandes jugadores", aquellos que tienen capacidad para plantar grandes extensiones de tierra. Con su derogación, se abre el juego a inversores externos que ven en la yerba una oportunidad de negocio, un commodity, sin reparar en que el aumento desmedido de la oferta reducirá los precios y pondrá en riesgo la economía de unos 13.500 pequeños y medianos productores yerbateros.
Luego de recorrer la chacra y observar los procesos agroecológicos que viene desarrollando en sus 25 hectáreas —la unidad de medida habitual en esta zona—, volvemos a Oberá.
Ya en la ruta, a la altura del cruce Karabén —lugar simbólico de los tractorazos de 2001-2002— se ve el acampe del MAM, que Sand integra. En una pancarta se lee: "Precios justos para la yerba mate".
—Hoy me toca acampar a mí —dice el ingeniero agrónomo de 68 años.
El secadero barbacuá
Son las 8.15 cuando Salvador Torres, un productor rural amigo de Sand, me pasa a buscar por la puerta de la catedral de Oberá. Toca bocina desde un Ford Fiesta blanco. Al subir, Gladis, su mujer y acompañante en el vehículo, me convida con un mate.
Torres conduce por la ruta 14 hasta que nos adentramos por un camino de tierra en el que hay una motoniveladora trabajando.
—La tierra es roja porque tiene óxido de hierro —dice Salvador.
El paisaje es rural y predominan las plantaciones de yerba mate y té.
En la radio suena Ramón Ayala:
Selva, noche luna, pena en el yerbal, / el silencio vibra en la soledad / y el latir del monte quiebra la quietud / con el canto triste del pobre mensú.
—Cada vez que venimos para acá están arreglando el camino —dice Gladis, interrumpiendo la voz del "cantor de la tierra colorada".
Llegamos a la chacra de Waldemar Salzweder, en la colonia Yapeyú, un productor rural alto, canoso y de ojos claros que sale a recibirnos.
—Mi abuelo vino de Alemania con 19 años, escapando de la guerra —dice Waldemar—. Plantaron tabaco y luego yerba mate. Con el tiempo, decidieron construir un secadero barbacuá.
Hilda Benítez, guía espiritual de la comunidad guaraní, de Tekoa Perutí.
Foto: Diego Vila
Este tipo de secadero de yerba mate quedó prácticamente en desuso por el mayor costo operativo que conlleva en comparación con los secaderos modernos "a tubo", mucho más rápidos.
—Lo que el viejito hizo con diez dedos, yo tengo que cuidarlo, mantenerlo y hacer más —dice Waldemar—. Cada uno fue buscando la manera de ir modernizando. Hay que valorar el esfuerzo de ellos.
Según sus estimaciones, quedan unos 30 secaderos barbacuá aproximadamente en todo Misiones. En los años ochenta sólo en el municipio Guaraní había unos 50.
—El gusto de la yerba es distinto —asegura—. El humo le da un sabor especial, es una yerba más suave con respecto a la de secado rápido. El proceso es el siguiente —explica—: todo comienza con el sapecado. Una vez que llegan los camiones con los bolsones de hojas verdes cosechados por los tareferos, se transportan de forma mecánica, dejándolas caer directamente sobre las llamas, para que se evapore el agua que hay dentro. Enseguida son arrastradas mediante un cilindro rotatorio o tambora hacia otro sector, donde se produce el segundo paso, el presecado. Allí, las hojas pasan por otro cilindro, calentado mediante un horno a leña. En la tercera etapa, las cintas transportadoras llevan las hojas al recinto denominado barbacuá, un edificio de planta circular de 10 metros de diámetro con "canastos" realizados con ramas, donde el urú, trabajador que entra al recinto con una temperatura de 45 grados, esparce las hojas entre el humo. Estas se dejan reposar de ocho a diez horas antes de trasladarlas a un depósito donde se estacionan durante 12 meses.
Actualmente, en el secadero trabajan cinco operarios: dos plancheros, el foguista y dos urú.
La producción es vendida a molinos de distintas cooperativas, que la comercializan con el "sello barbacuá” como un producto de calidad superior.
Entre sus compradores están Salvador y Gladis, miembros del MAM, quienes adquieren la yerba elaborada por Waldemar y otros productores de la zona para abastecer a la cooperativa del movimiento agrario que integran.
—Vamos, que tengo que darles de comer a las gallinas —dice Gladis apurando la conversación.
Tras un último vistazo al edificio cilíndrico de ladrillo y cubierta de chapa, nos despedimos de Salzweder y partimos rumbo a la localidad Panambí.
Molinos y memoria
Veinte minutos después llegamos a la Cooperativa Agrícola Río Paraná, donde la yerba canchada barbacuá encuentra su destino: la molienda.
Edelmiro, el capataz, nos recibe con amabilidad y con paciencia nos explica el proceso de la molienda desde que llegan las bolsas del secadero hasta que se envasa la yerba mate, en tres versiones: molido grueso —para tereré—, sólo hojas y mezcla de hojas con palos.
Apurados por el hambre de las gallinas de Gladis, nos despedimos de Miro —como lo conocen— y subimos al vehículo.
Ana Goldenberg y Damián Reinero en su chacra en el municipio Guaraní, departamento de Oberá.
Foto: Diego Vila
En el camino de regreso a Oberá, por la ruta 14, Salvador señala la localidad Los Helechos y comenta:
—De acá eran los colonos de la masacre del 36.
La masacre de Oberá —un hecho histórico ocurrido el 15 de marzo de 1936— permaneció silenciada durante décadas por la historiografía oficial, hasta que, a comienzos de siglo, la historiadora e investigadora Silvia Waskiewicz la rescató del olvido con la publicación del libro homónimo.
Ese día, entre 200 y 500 colonos polacos, rusos y ucranianos fueron brutalmente atacados por el aparato represivo de la época, encabezado por el comisario Leandro Berón. "La policía de Oberá los atacó a mansalva", decía el titular de La República del 17 de marzo de 1936. Hubo varios muertos —no se sabe la cantidad exacta— y cientos de heridos y detenidos. "Los manifestantes reclamaban precios justos para sus productos y soluciones para los problemas de tenencia de tierra", escribió Waskiewicz.
—El poder político quiso "disciplinar" al colono —había comentado Sand, desde su chacra, recordando el hecho.
En las primeras horas de la tarde, Salvador detiene el vehículo frente a la sede del MAM, a pocas cuadras del centro cívico de Oberá. Gladis desciende y por fin comienza a alimentar a las gallinas.
El MAM fue fundado en 1971, aunque sus raíces se remontan a la Juventud Rural Cristiana de los años sesenta, influida por la teología de la liberación. Surgido en Oberá, en sintonía con las Ligas Agrarias del noreste argentino, el movimiento creció rápidamente. En 1974 ya contaba con más de 300 núcleos de base en toda la provincia. Sus acciones lograron mejoras en el precio de la yerba mate, pero fue interrumpido en 1976. Tras el golpe militar, muchos de sus dirigentes fueron perseguidos, detenidos, torturados y asesinados.
—Fue una derrota del movimiento popular —sostiene Salvador.
Con la vuelta de la democracia, el MAM inició una lenta reorganización. En los años noventa impulsó la creación de las ferias francas —espacios en los que los productores venden directamente sus productos en la ciudad—, una experiencia que hoy reúne a más de 3.000 feriantes. También comenzó a trabajar con la yerba mate desde una lógica de comercio justo, creando la marca Titrayju —Tierra, Trabajo y Justicia— para vender de forma directa a los consumidores. En cuanto al acceso a la tierra, en defensa de los "ocupantes", lograron avances significativos, algunos muy recientes, como la expropiación de tierras en la zona de El Soberbio.
En la sede del movimiento, sobre unos estantes, se conserva un ejemplar antiguo de Amanecer Agrario, publicación quincenal del MAM que comenzó a editarse en junio de 1972. En la portada de agosto de 1990 se lee: "Yerba mate en peligro".
Me despido de Salvador y Gladis con promesas de reencuentro. Camino calle arriba con un par de diarios amarillentos debajo del brazo, yerba barbacuá y té. Sólo las chicharras y el eco de mis pasos sobre los adoquines interrumpen el profundo silencio a la hora de la siesta.
Neorrurales y agroecología
El Sol del Norte2 me deja en la parada Rosinseski, en el municipio Guaraní, a 20 minutos de Oberá, donde Ana Goldenberg me indicó que bajara.
Tierra roja, un árbol con flores amarillas y la ruta 14, con esporádicos zumbidos de autos y camiones que alteran el paisaje de una mañana tranquila y soleada.
Salvador Torres y Gladis Acosta en el sede del Movimiento Agrario de Misiones, en Oberá.
Foto: Diego Vila
Me pasa a buscar en una Fiat Strada. Nos adentramos en un camino maltrecho, entre vegetación abundante y plantaciones de té. Después de unos minutos zarandeándonos en los asientos, llegamos a una cálida casa de campo en la que cinco perros, muy cuidados —Mujica, Karú, Gemma, Osa y Samba—, y dos gatos —Lula y Bagheera— esperan ansiosos.
Nacida en la región francófona de Suiza, hija de argentinos y nieta de un inventor suizo que vivió en Misiones, esta antropóloga de 30 años decidió mudarse con su pareja, Damián, a una chacra en la que cultiva yerba mate y otros productos siguiendo los principios de la agroecología.
Nos sentamos en un estar amplio e iluminado en un espacio en doble altura. Ceba un mate y me lo pasa.
—¿Sabés que el árbol de la yerba mate puede llegar hasta 15 metros de alto? —me pregunta Goldenberg.
No me hubiera imaginado árboles de ese porte, pienso mientras devuelvo el mate y observo cómo Lula se despereza en el antepecho de la ventana.
—La planta de la yerba mate es originaria de esta región subtropical húmeda: Misiones, Corrientes, Paraguay y Brasil, y crece naturalmente en el monte —dice la antropóloga—. Misiones se llama así por las misiones jesuíticas, que plantaban yerba junto con los guaraníes.
Hace unos años, el INYM impulsó en las chacras un modelo agroforestal orientado a fortalecer la resiliencia frente al cambio climático. La propuesta consistía en intercalar árboles nativos —como la caña fístula y el timbó— entre los cultivos, de modo que estos pudieran beneficiarse de la sombra, el abono natural, la protección contra las heladas y otras mejoras del ecosistema.
—Si uno cuida el suelo, cuida la planta —añade Goldenberg.
El otro modelo, el del monocultivo de grandes extensiones, con todo el "paquete tecnológico" de máquinas y fertilizantes, transforma el suelo en un mero soporte y no permite esta colaboración natural entre las especies.
—Este gobierno quiere eliminar la pequeña escala —asegura la suiza-argentina—. Con todo un discurso de la productividad y la eficiencia, dice: "Bueno, si no les cierran los números, conviértanse a otra cosa". ¡Y eso se lo dicen a familias que hace generaciones cultivan yerba! ¿Y la cuestión cultural, la identidad y lo ambiental?
Recientemente, un grupo de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, el principal organismo de investigación científica en Argentina, llegó a la zona con el objetivo de identificar la fauna autóctona en los yerbales. Utilizando cámaras trampa, logró detectar la presencia de venados, osos hormigueros y coatíes, entre otros animales, lo que demuestra que el yerbal, además de ser un lugar productivo, está lleno de vida.
—¿Recorremos la chacra? —invita Ana.
Salimos de la casa junto con los perros y caminamos por un sendero al costado de las 14 hectáreas de monte nativo. Mientras señala algunos hongos, flores y hojas, comenta:
—Mi bisabuelo Marc Étienne Roulet (aunque le decían don Esteban) inventó la tambora de secado, eso fue una mejora tecnológica importante en su momento. Y él no patentó el invento, sino que fue cooperativa por cooperativa para compartir el conocimiento. Siento que ese espíritu es el que hay que tener hoy, en estos tiempos de tanto individualismo y meritocracia. Vos podés hacer un gran invento, pero vos elegís qué hacés con eso. Te lo podés quedar o lo podés compartir. Él eligió compartir y está buenísimo reivindicar eso —señala Goldenberg.
Waldemar Salzweder en el secadero barbacuá que construyó su abuelo en la colonia Yapeyú, departamento de Oberá.
Foto: Diego Vila
La ceremonia de ka'á
Las palomas arrullan entre las cerchas metálicas que sostienen el techo de chapa de la terminal de El Alcázar, a 125 kilómetros de Oberá. En los árboles de la plaza central hay tucanes entre las ramas.
Después de cuatro horas de espera, al fin se detiene el vehículo que aguardo frente a la terminal. Al volante de una moderna camioneta blanca está Mario Paredes, un empresario yerbatero que llega desde Eldorado para recogerme.
—Hoy es un día muy importante—me dice nervioso mientras abre la puerta—. La comunidad guaraní está muy cerca —agrega.
Subo a la pick-up, que va repleta de bolsas con yerba mate, y salimos. Esta es la primera cosecha de lo que va a ser la producción de la comunidad.
Paredes desarrolló un proceso de secado que denomina SIS (sistema inverso de secado), que utiliza un nivel de temperatura muchísimo más bajo que el tradicional de secanza, debido a que no cosecha palo, sino sólo hojas. De esta forma —dice el empresario—, mantiene el principio activo de las hojas y conserva las propiedades de la yerba, como la vitamina C, a la vez que mejora la proporción de calcio, hierro y magnesio.
—Nosotros no sólo hacemos agricultura orgánica, sino también biodinámica —apunta—, por eso no usamos leña en el proceso.
El tiempo de estacionamiento es otra de las diferencias del sistema SIS. Este enfoque sostiene que para conservar las propiedades de la yerba, cuanto más fresca se consuma, mejor será su calidad.
—Estamos rescatando el secreto mejor guardado de los jesuitas antes de su expulsión, en 1767 —dice Paredes.
Llegamos a Tekoa Perutí. Nos adentramos en un camino de tierra que se abre a un costado de la ruta 12, en las 700 hectáreas de la comunidad guaraní. Al lado del camino, grupos de niños nos observan al pasar. Entre la vegetación abundante, que incluye cultivos como yerba, maíz, poroto, yuca, batata, se distribuyen las viviendas del Instituto Provincial de Desarrollo Habitacional, la escuela bilingüe y la Escuela de la Familia Agrícola, que brinda educación secundaria.
Al detenerse el vehículo, varios miembros de la comunidad se acercan con entusiasmo para descargar los paquetes de yerba mate. Con cuidado, los depositan ante una ronda de aproximadamente 50 personas que los esperan.
—Aguyjevete —saluda Paredes levantando las manos en el centro del círculo humano. Lo imito, repitiendo el saludo en mbyá guaraní, sintiendo las miradas curiosas de los presentes.
En Misiones hay 134 comunidades guaraníes3 y Tekoa Perutí es la segunda más grande de la provincia, con 300 familias.
De la mano de un grupo de "entusiastas militantes sociales" (Sand, Raúl Aramendy, Federico Padolsky), la ONG SEDI (Servicio Evangélico de Diaconía), encabezada por Karin Scholler, y la empresa Fidel (Finca Delfina), de Paredes, por primera vez una comunidad guaraní de Misiones está muy cerca de sacar una marca propia: yerba mate Perutí, que incluirá —una vez finalizada la parte legal y completadas las tres etapas de financiación— el proceso completo de la producción en tierras guaraníes. Apuntan a tener todas las herramientas y la infraestructura necesaria instalada y a que la comunidad pueda desarrollarse de forma autónoma.
Luego de algunas palabras —tanto de yurú'a (blancos) como de guaraníes—, se procede a hacer una ceremonia de "bautismo de la yerba", a modo de bendición.
Plantación de yerba mate en el municipio Guaraní.
Foto: Diego Vila
El violinista Bernardino Cabrera va a la cabeza, tocando una melodía serena; luego se van sumando las autoridades de la comunidad —el cacique Cristian Cabrera, Ezequiel Núñez, Jacinto Rodríguez— y por último el resto de los presentes. Con pasos cortos van danzando alrededor de las bolsas de ka'á o yerba mate. La guía espiritual Hilda Benítez purifica las bolsas con el humo espeso de su pipa, alimentada por hojas de tabaco del monte.
—Hoy es un día muy especial para el pueblo mbyá guaraní —dice el cacique Cabrera—. Empezamos a recuperar nuestra propia yerba ka'á, que es medicinal y espiritual. Vamos a empezar a consumir nuestra propia yerba mate, a valorar nuestra plantita.
Celene Cabrera, sobrina del cacique, tiene muy clara la importancia de este proyecto, pero sobre todo sabe que va a ser un proceso largo.
—¿Para qué vamos a correr, si todavía no caminamos? —dice la joven de 19 años.
***
Ya en la terminal de Posadas, cerquita del río Paraná, el mate acompaña la espera. En los altoparlantes se anuncia el próximo micro con destino a Buenos Aires. La yerba, la ka'á guaraní, se convierte en el umbral que atraviesa las fronteras y la memoria, los caminos de tierra colorada y chamamé.
Diego Vila, fotoperiodista y cronista uruguayo, aborda temas sociales y culturales en el contexto latinoamericano y es un colaborador habitual de Lento.